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[Aventura] [T5] Las malas compañías. - Versión para impresión

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RE: [T5] Las malas compañías. - Atlas - 28-10-2024

Tu oponente se sabe exhausto. La sangre continúa cayendo y el sudor mana profusamente por sus poros cuando, después de conseguir repeler sus ofensivas, te diriges a él. Sabe a la perfección que eso que ha hecho ha sido un último intento desesperado de, al menos, salir con vida de allí. No obstante, al ver tu reacción le ha quedado claro que seguramente no sea así. Esboza entonces una sonrisa sarcástica, la de quien ve uno tras otro los errores que ha cometido en su vida y piensa que "todo podría haber ido mejor si".

—Peel, solo Peel —te dice entonces, alzando de nuevo su arma asida por el cañón y adoptando una postura defensiva para lo que está por venir.

Todo fachada, por supuesto, la de quien se ha colocado en esa posición tantas veces que aunque apenas pueda levantar el rifle parece que podría continuar peleando durante horas. Tus tajos son precisos y van impulsados por una potencia que Peel es incapaz de contrarrestar en estos momentos. El acero de tus espadas vence a la defensa que intenta levantar en el último momento, provocando en tu contrincante heridas profundas que comienzan a sangrar profusamente. Después de los lances, Peel cae al suelo. Lo hace a plomo, con una expresión inerte en su rostro y la ausencia total de movimientos respiratorios. Diría que ha fallecido, pero tampoco parece una tragedia, ¿no? El tío te ha intentado abrir el pecho de un tiro, el muy sinvergüenza.

Sea como sea, sacas fuerzas de flaqueza para introducirte rápido y veloz en la embarcación. El ruido agudo y el sonido de motor son cada vez más evidentes. El primero más agudo y el segundo más correoso, como si estuviera luchando contra algo. Si los sigues, pasando sobre los cuerpos de los asesinados por el tirador, comprobarás que llevan hasta las profundidades del navío. No hay puertas cerradas con llave ni nada que te impida recorrerlo en su totalidad y allí, en el origen de los sonidos, encuentras una situación incluso más alarmante que la que dejas atrás. Las esculturas —bustos para ser más preciso— se encuentran todas juntas en punto concreto de la bodega. Una suerte de cúpula las está envolviendo poco a poco mientras, en el suelo, una trampilla se va abriendo para que el agua comience a entrar en el balandro. Además, las esculturas están sobre una suerte de soporte que, en caso de levantarse por un lado, podría arrojar las esculturas al agua. En la cúpula que va terminando de cubrir las obras de arte hay un dispositivo con una luz roja parpadeante. Es la fuente del sonido agudo. ¿Que qué está sucediendo?

Si me preguntas y sin ser yo ningún entendido, diría que como mecanismo de defensa ante asaltos y robos han usado un sistema de rastreo submarino: protegen las obras de arte, las tiran al fondo del mar con unas balizas —de paso que el barco se vaya con ellas a lo más profundo— y ya pasarán a recogerlas. Desde luego, mejor eso a que se las roben, ¿no?

Sea como sea, quedan apenas dos o tres centímetros para que la cúpula se termine de cerrar del todo en torno a las esculturas y la trampilla o plataforma sobre la que están ya se empieza a levantar, amenazando con arrojarlas al camino a la nada abierto en la cubierta del barco. La puerta por la que has accedido está en el extremo opuesto de la bodega y, como imaginarás, hay más elementos a bordo que dificultan el acceso a la zona: no es tan fácil como ir corriendo en línea recta. Hay cajas de todos los tamaños, algún armario —no me preguntes por qué— y diversos elementos de todas las formas.

Datos de Peel - No todo van a ser hostias



RE: [T5] Las malas compañías. - Silver - 28-10-2024

Silver se quedó inmóvil un segundo, contemplando el cuerpo de Peel que yacía a sus pies, inerte y ensangrentado, como testamento de la batalla que acababan de librar. Su respiración era pesada, cada inhalación un recordatorio del esfuerzo que lo había llevado hasta ese punto. Su enemigo había caído, sí, pero su verdadera recompensa aún corría peligro. Un intenso rugido metálico resonaba desde el balandro atracado, un ruido que aumentaba con cada segundo y que activó su instinto de supervivencia y su codicia a partes iguales. No iba a permitir que nada ni nadie le robara ese premio, no después de todo lo que había hecho para alcanzarlo.

Con un último vistazo al cuerpo, guardó sus espadas y corrió hacia el balandro. Subió a bordo con un rápido impulso, ignorando el dolor que ardía en sus heridas y se adentró en el interior de la embarcación. La oscuridad de la bodega lo envolvió, y un hedor a aceite y metal oxidado impregnaba el ambiente, dándole la bienvenida a una escena alarmante. La plataforma temblaba bajo un mecanismo en marcha, sus vibraciones transmitiéndose a la estructura del barco. Sobre ella, los bustos y esculturas se reunían bajo una cúpula que casi había completado su cierre, con una delgada luz roja parpadeante que se reflejaba en el rostro de cada una de las figuras, como si éstas fueran a desaparecer en las sombras.

La maquinaria en funcionamiento era un último obstáculo, uno que no había anticipado. Bajó la mirada, notando cómo la compuerta bajo la plataforma se abría con lentitud, dejando que el agua helada del puerto comenzara a filtrarse por ella. La intención estaba clara: sumergir todo el cargamento y arrastrarlo hasta el fondo del mar, a salvo de cualquier saqueador. Mientras estudiaba la situación, el pitido agudo del dispositivo era cada vez más insistente, como un recordatorio de que el tiempo se le escapaba entre los dedos.

Sin apenas detenerse, se deslizó entre las cajas y barriles, avanzando con rapidez hacia la plataforma. A medida que se acercaba, observó de cerca la plataforma y sus componentes, buscando cualquier punto vulnerable donde pudiera intervenir antes de que el mecanismo completara su tarea. Si lograba identificar algún soporte o sección débil, un rápido golpe de sus espadas podría desactivar el sistema de elevación. En caso de que eso no funcionara, destruiría la cúpula misma para asegurarse de que al menos una parte del botín quedara fuera de su alcance.

A pocos metros de la plataforma, algo llamó su atención en un rincón de la bodega: un par de cuerdas enrolladas, gruesas y fuertes. Silver las agarró sin dudar, evaluando posibles alternativas en fracciones de segundo. Si lograba amarrarlas alrededor de la plataforma, quizás podría frenar su descenso, o al menos ralentizarlo lo suficiente para intervenir. Sujetó las cuerdas, amarrándolas al soporte de la estructura de la plataforma con manos expertas y rápidas. No iba a ser una solución definitiva, pero con suerte le daría el tiempo necesario para actuar. A tan solo unos pasos del dispositivo parpadeante, tensó la cuerda y se preparó para lo inevitable. Si el amarre resistía, aprovecharía el tiempo ganado para acercarse a la cúpula, tal vez hasta romper parte de su contorno para rescatar algo del botín.

Resumen



RE: [T5] Las malas compañías. - Atlas - 28-10-2024

Esos malditos ricachones siempre tienen un as bajo la manga, ¿verdad? Además tienen la mala costumbre de que ese as nunca implique comprometer su integridad física o su reputación. Dinero, maldito y bendito a la vez. Pero vamos con lo que a ti te interesa: TU dinero. Bueno, mejor dicho las obras de arte que pretendes sustraer para hacer tu propia fortuna y, ya que estamos, establecer algún que otro contacto si es posible.

Te deslizas con maestría entre cajas, armarios, listones de madera, barriles y demás elementos que obstaculizan tu recorrido. Mientras tanto, la cúpula continúa moviéndose y amenaza con precipitarse hacia el orificio abierto en la cubierta. Al mismo tiempo, el agua continúa entrando y ya alcanza tus tobillos. A tu lado puedes ver cómo trozos de tela, comida y provisiones de todo tipo flotan sobre el creciente nivel de agua. Al mismo tiempo y en paralelo al aumento del nivel del agua por debajo de ti, cualquiera diría que el techo cada vez está más cerca. No creo que hayas crecido tanto en apenas unos segundos, por lo que permíteme deducir que el balandro se hunde poco a poco como consecuencia de la entrada indiscriminada de agua. Y tú con él.

Sea como sea, localizas un par de cuerdas en la zona e improvisas un remedio rápido para, al menos, ganar tiempo e intentar rescatar todo lo posible del botín. Las sogas no tardan en tensarse y el sonido de los trenzados a punto de ceder se hace patente. Aun así, al menos inicialmente parecen ser lo suficientemente resistentes como para que puedas ganar unos segundos para pensar. No está fácil la cosa, desde luego, pero si te fijas los bustos que hay en el interior de la cúpula no son tantos ni tan grandes. Si intentas romper la cúpula con tus espadas verás que está hecha de un material plástico tremendamente resistente: no consigues cortarla y tiene pinta de que a golpes será difícil de romper, por no decir imposible. En cualquier caso, no parece que esté sujeta al suelo de manera definitiva, por lo que quizás podrías valerte de tu fuerza arrastrarla al exterior y llevártela. Es una idea, pero puedes hacer lo que quieras.

En cualquier caso, una vez en el exterior puedes comprobar que el área sigue totalmente despejada de fuerzas del orden. Aunque te hayan podido parecer horas, apenas llevas unos minutos en la zona. Muchos sucesos en muy poco tiempo, lo sé. Lo que sí atinas a percibir son las voces de los vecinos indicando a alguien por dónde debe ir. Las voces de mando con aire marcial sugieren que la Marina está al caer. No sé si estás para plantar cara a muchos más enemigos en estos momentos. Menos mal que has recorrido todos los callejones de la zona portuaria y seguro que sabes dónde y cómo esconderte para que no te pillen, pero yo de ti abandonaría la zona cuanto antes. Ten en cuenta que tienes que llevar contigo esa cosa.



Las impolutas puertas giratorias del Casino Missile te miren con la soberbia con la que un terrateniente con ínfulas miraría a uno de sus temporeros. Unos anchos escalones de mármol perfectamente pulido —en concreto catorce— conducen desde tu posición a las puertas, que se encuentran flanqueadas por cuatro gorilas que escrutan hasta la saciedad a todo el que pasa cerca. Lo hacen independientemente de que quiera entrar o no. Argus te dijo que la subasta —o como quieras llamarlo— era esta noche, pero no te dio invitación ni nada —tampoco tenía, la verdad—. Me imagino que habrás podido liberar el contenido de la cúpula, ¿no?, porque si no no sé para qué has venido hasta aquí. En cualquier caso, tu nombre no figura en ninguna lista y los tipos no tienen pista de ser de los que dejan pasar a cualquiera. A lo mejor te los tienes que ganar un poco de alguna forma para que te cedan paso. Espero con ansias saber cómo te has desenvuelto estas últimas veinticuatro horas.

De cualquier modo, en la zona del puerto ha habido bastante ajetreo durante el último día. No hay taberna o esquina en la que no se hable del incidente del puerto. Al parecer, un barco se hundió y quedó otro lleno de armas, el cual incautó la Marina. Al menos eso dicen las habladurías populares. Un tipo con un extraño sombrero se encontraba en el suelo, muerto, así como otros cuantos que habían muerto por herida de bala. El populacho piensa que ese tipo los mató a todos, pero que alguno de ellos consiguió herirle de muerte antes. Aun así, se rumorea que la Marina está rastreando todos los alrededores en busca de algún posible tercer actor que haya podido pasar inadvertido en medio de tanta confusión.
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RE: [T5] Las malas compañías. - Silver - 29-10-2024

Aún resonaba el pitido del dispositivo cuando Syxel, exhalando con esfuerzo, observó el resultado de sus maniobras en el balandro. La cúpula seguía firmemente cerrada y la plataforma, aunque temporalmente frenada, no dejaría de tambalearse. Sin otra alternativa clara, el pirata barajó lo inevitable: cargar con el botín y salir de allí antes de que la Marina se le echara encima. La decisión no era fácil. Si bien su fuerza física le permitía una maniobra semejante, el esfuerzo y las heridas acumuladas le pondrían a prueba. Pero eso nunca había sido un impedimento para él.

Sin dudarlo un segundo más, se acercó a la cúpula, buscando el mejor punto para levantarla con seguridad evitando dañar las esculturas en su interior. Sus dedos firmes tantearon las uniones de la estructura y, con un último resoplido, tensó sus músculos antes de alzar la carga de golpe, manteniendo el equilibrio con una precisión adquirida tras años de riesgo y saqueos. La cúpula pesaba más de lo que calculaba, y al mismo tiempo la presión en su pecho parecía recrudecerse a cada paso, como una advertencia de que debía actuar con rapidez. Hizo una breve pausa antes de lanzarse por la cubierta, tomando el aire necesario para coordinar el escape de la embarcación hacia el muelle cercano donde había atracado el Hope. Ya había considerado este escenario desde el comienzo; por eso había dejado su barco en un muelle secundario, lo suficientemente cerca para un escape rápido y lo bastante alejado del muelle principal, sabiendo que no podría volver a la posada con semejante carga.

En cuanto sus pies tocaron el puerto, antes de reanudar la marcha, buscó con la mirada el lugar donde su oponente había caído y, más concretamente, el arma que este había utilizado en la batalla. Sería un muy buen añadido al botín, así que se apresuró a recogerla. Tras ello, un rugido metálico y unos pasos apresurados le alertaron de las patrullas de la Marina, cada vez más próximas. La cúpula en sus brazos era un peso considerable, no solo por el valor de su contenido, sino por el constante peligro de ser interceptado. Moviéndose entre las sombras, Silver se enfocó en su haki, percibiendo las presencias de los marines en un radio que le permitía prever sus movimientos y evitarlos. Con cada giro y cada esquina torcidos en el momento exacto, sus movimientos eran precisos y calculados, sorteando las patrullas sin alertar a nadie de su posición. El valor del contenido en sus brazos no dejaba margen para errores.

No es momento para detenerse... —murmuró para sí mismo, mientras avanzaba con movimientos precisos.

Aprovechando su conocimiento de los callejones y pasajes menos frecuentados, el capitán torció varias esquinas, cada una con una creciente rapidez, dejando atrás los ruidos de las patrullas y cualquier línea de visión que pudiera delatar su ubicación. Desde el inicio de la operación había asegurado que el Hope estuviera en un muelle secundario, a cierta distancia del bullicio principal. Esta decisión ahora probaba su utilidad, dándole la seguridad de que, con suerte, su ruta estaría lo bastante despejada para evitar otro enfrentamiento o más imprevistos.

Al llegar al muelle que buscaba, los escalones de madera crujieron bajo su peso, resonando en la calma aparente del área. La cubierta del Hope estaba oscura, pero el confort familiar del navío lo recibió como un faro en medio de la tormenta. Con el último esfuerzo, subió a bordo y avanzó directamente bajo cubierta, en dirección al primer nivel, donde sería más fácil esconder la carga. La cúpula temblaba en sus brazos, y el eco de sus pasos resonaba en el navío oscuro mientras encontraba un lugar seguro junto a una columna de soporte, protegiéndola con cuerdas adicionales para asegurarla.

En la oscuridad del Hope, permaneció inmóvil unos instantes, dejando que la sensación de logro y el cansancio se asentaran. Era consciente de que la cúpula le iba a dar más problemas, y romperla sin dañar las esculturas sería su próximo desafío. Pero por ahora, oculto en la penumbra del barco, aguardó a que las patrullas se alejaran. Sus pensamientos, ya en calma, empezaron a centrarse en el siguiente y crucial paso: abrir la cúpula y preparar el valioso contenido para el encuentro de la noche siguiente.



Syxel respiró profundamente en la penumbra del Hope, dejando que el cansancio y la tensión se disiparan lentamente. Las heridas y la fatiga del combate seguían pesándole, y aunque su determinación lo había mantenido en movimiento hasta ahora, cada músculo recordaba el esfuerzo realizado. Permaneció alerta durante la mañana, aprovechando la calma y el aislamiento que el barco le brindaba. A lo largo de las horas aplicó algunos primeros auxilios a sus heridas, y, tras un breve descanso, se sintió revitalizado.

A mediodía, con algo más de energía, se dirigió hacia la cúpula que, aún sellada, contenía las esculturas que tanto le había costado asegurar. Examinó la estructura con cuidado, tanteando el material y buscando algún punto vulnerable. Al primer intento de abrirla con sus espadas, los filos no hicieron más que resbalar sobre la superficie, que estaba hecha de algún material plástico extraordinariamente resistente. Por un momento, contempló la idea de buscar herramientas más pesadas, pero un golpe demasiado fuerte podría dañar las figuras en el interior. Debería recurrir a algo más ingenioso.

Se detuvo a observar el contenedor, evaluando las posibles formas de abrirlo sin arriesgar el contenido. La estructura parecía resistente y diseñada específicamente para proteger las piezas en su interior. Sin embargo, la base de la cúpula era de un material diferente y sugería que quizá ocultaba el mecanismo de cierre. Con un plan en mente, se dispuso a intentarlo.

Apoyando firmemente la cúpula contra una de las paredes de la bodega, el capitán empleó fuerza y las herramientas a su alcance, tratando de desmontar la base sin romper el contenedor por completo. Apoyó el borde y, con un golpe calculado, intentó desajustar la estructura. Si el material cedía en algún punto, podría abrirse lo suficiente para liberar los bustos.

Si la base resultaba impenetrable, pasaría a una segunda opción. Examinó los bordes, buscando alguna traba, bisagra o mecanismo disimulado que pudiera liberar la estructura. Tal vez el fabricante había previsto una forma de acceder en casos de emergencia. Con un par de maniobras, aplicó presión en las uniones de la base, evaluando si encontraba alguna resistencia o cede que delatara un punto débil en el cierre.

Pero si ambas opciones resultaban no dar resultado, el pirata recurriría a un último recurso. Empuñando sus espadas y, aprovechando su habilidad para controlar el fuego, dejaría que una llama controlada envolviera sus filos hasta calentarlos al rojo vivo. Si la cúpula no cedía por medios convencionales, el metal incandescente podría bastar para ablandar o derretir el borde plástico sin afectar a las esculturas, cuidando de aplicar el calor solo a las uniones.

Tras algunas horas de trabajo y finalmente lograr su objetivo, examinó su botín con satisfacción y, tras asegurarse de que cada pieza estaba en perfectas condiciones, las envolvió con esmero en telas para protegerlas durante el transporte. El esfuerzo había valido la pena.

Hacia la tarde, con el botín asegurado y empaquetado, comenzó a preparar su entrada para la subasta. No podía permitirse llegar como un pirata cualquiera si pretendía infiltrarse en el evento. Se dirigió a un comerciante en el puerto y, tras intercambiar suficientes monedas y unas pocas palabras, alquiló un carro que se vería tan imponente como el contenido que transportaría. Además, se aprovisionó de ropas de buena calidad y se cambió, reemplazando la camisa desgarrada y el abrigo manchado de sangre por vestimentas más adecuadas. Al mirarse, satisfecho, en un fragmento de espejo, se concedió una sonrisa de aprobación. Los preparativos estaban listos; lo único que quedaba era esperar el momento adecuado para acercarse al casino.

Con el carro bien dispuesto y cada una de las piezas aseguradas en el interior, el capitán contempló el puerto desde la cubierta del Hope. Su entrada al Casino Missile esa noche dependería de su habilidad para entrar sin levantar sospechas y de la forma en que supiera utilizar sus palabras y recursos.



Las puertas giratorias del Casino Missile reflejaban el brillo de la noche en sus superficies pulidas, dándole al edificio un aire de grandeza y exclusividad que pocos en la ciudad podían igualar. Silver se detuvo por un instante a contemplar la entrada desde los anchos escalones de mármol. Lucía el traje que había escogido con la intención de reflejar confianza y, de algún modo, dejar en claro su disposición a participar en un juego de apuestas que iba más allá de las cartas o los dados. Su chaqueta negra se ajustaba perfectamente a sus hombros, y los botones de la camisa gris oscuro, parcialmente desabrochados, dejaban entrever un toque de desinhibida elegancia. Los anillos de plata en sus dedos y los pendientes brillaban bajo las luces, reflejando su estilo particular sin perder formalidad.

Al final de los catorce escalones, cuatro guardias con aspecto de gorilas y una mirada imperturbable observaban a todos los que pasaban. Notó de inmediato que estos hombres sabían bien a quién estaban dejando entrar, y su mirada aguda identificaba rápidamente a cualquiera que se saliera del perfil que esperaban ver. Su primer obstáculo no era menor, pero tenía algo que ofrecer, y su lenguaje corporal denotaba la confianza que lo caracterizaba.

Con una leve sonrisa y una mirada calculadora, Syxel se detuvo frente a los guardias que custodiaban la entrada del casino. Mantuvo la postura confiada, asegurándose de que su porte y su presencia comunicaran la seguridad de alguien acostumbrado a estar donde quería. El guardia más corpulento lo observó de arriba abajo, cruzando los brazos y soltando un breve resoplido antes de que diese un paso hacia adelante.

Buenas noches —comenzó Silver, con tono cortés y firme—. He venido por el evento que se celebra esta noche. Mi invitación no llegó, pero me aseguraron que mi presencia y el cargamento que traigo serían bien recibidos.

—¿Nombre de su contacto? —el guardia enarcó una ceja, lanzando una mirada de advertencia mientras dirigía la inquisitiva pregunta.

Syxel dejó que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro, respondiendo con naturalidad.

No es necesario ventilar nombres en la entrada. Pero puede hacer que lo comprueben si lo prefiere. La mercancía que he traído conmigo hará que esta noche sea muy rentable para los participantes del evento.

El capitán aprovechó el momento y buscó con la mirada a algún otro trabajador, un botones del casino. Le dió un par de indicaciones rápidas y este, sin saber como reaccionar ante la autoridad con la que le hablaba, se apresuró a obedecer y se dirigió al carro, para volver poco después con uno de los bustos entre las manos, tratandolo con el cuidado de quien sabe que maneja algo de un valor que ni puede ni quiere imaginar. Syxel tomó la figura y aprovechó el momento para alzarla apenas lo suficiente como para dejar ver parte de la detallada obra entre las telas que la protegían. Sin apartar la vista del guardia, mantuvo su expresión serena, como si supiera de antemano que su propuesta no podía ser rechazada.

El hombre observó la pieza y luego los ojos firmes del pirata, sopesando sus opciones. Silver dio un paso adelante, reduciendo la distancia entre ambos mientras mantenía el tono claro y confiado.

Le aseguro que uno de mis hombres podría haber falsificado papeles o una invitación, permitiéndome entrar sin mayor problema. Pero no me gusta hacer las cosas así, no es mi estilo. Puedo dejar que mi mercancía hable por mi, lo que traigo conmigo hará que varias fortunas cambien de manos esta noche.

El guardia se mantuvo en silencio, con la mirada fija, y entonces Syxel añadió:

Puedo llevarlo a otra parte. Seguro que los presentes preferirían no saber que han perdido una oportunidad única.

Percepción II
KENB401
KENBUNSHOKU
Haki básico
Tier 4
No Aprendida
7
Costo de Haki por Turno
2
Enfriamiento
Permite al usuario percibir con precisión la presencia de otros seres vivos en un área, siendo capaz de apreciar las emociones muy fuertes que exterioricen como un sufrimiento fuerte o un gran instinto asesino, etc. Si lo activa puede anticiparse a un ataque obteniendo para ello un bono de +5 [Reflejos].
Área: [VOLx12] metros. +5 [REF]

Resumen



RE: [T5] Las malas compañías. - Atlas - 29-10-2024

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La huida del puerto es una auténtica odisea. Por suerte, te preocupaste de mapear adecuadamente la zona antes de que toda la jarana comenzase. Ese dominio del terreno y tu capacidad de percibir antes de llegar a ver te son de gran ayuda. De hecho, de no ser por eso lo más probable es que la extenuación que arrastras te hubiesen llevado de cabeza a una de las patrullas. Y así sí que habrías tenido un problema de los grandes. Sea como sea, te deslizas por callejones y pasadizos medio olvidados y abandonados. En más de una ocasión puedes oír pisadas de potenciales enemigos que pasan más cerca de lo que te gustaría, pero afortunadamente alcanzas el Hope y consigues poner la mercancía a salvo. Minipunto para ti.

Aun así, un nuevo problema se te presenta a la hora de intentar abrir la dichosa cúpula. El contenido es valioso y frágil, por lo que en primer lugar intentas desmontarla con una mezcla de mañana y suavidad, así como buscar posibles mecanismos que permitan abrirla de forma no violenta. Sin embargo, no es hasta tu tercera idea que das con la tecla. Como buen material plástico que es, cuando logras que alcance la temperatura indicada se vuelve más débil y maleable. Las uniones comienzan a ser menos resistentes y la propia cúpula se vuelve hasta cierto punto deformable. Tras mucho trabajar sobre la susodicha, finalmente abres un hueco lo suficientemente grande como para extraer el contenido.



Ninguno de los guardias se opone a que el muchacho haga lo que le has ordenado. Hay que reconocer que tu discurso al menos les ha generado curiosidad. Por el momento no les pareces alguien peligroso o que vaya buscando gresca, por lo que deciden escucharte. Como dices, el botones vuelve con una de las esculturas y, cuando se la enseñas, a los de seguridad, se te quedan mirando sin pronunciar una sola palabra. Cualquiera diría que están valorando qué hacer, pero tu ultimátum tampoco les deja mucho tiempo para pensar.

—Un segundo, caballero —dice entonces uno de ellos al tiempo que se lleva una mano a la oreja—. Buenas noches. Sí, necesitamos que venga un segundo a la puerta. —Alguien parece hablar con cierto tono airado al otro lado—. Trae unas esculturas —murmura—. Las hemos visto. Si son falsas, están muy bien conseguidas, pero no tiene entrada y no sabemos si dejarle pasar... Aquí le esperamos.

Cuanto la conversación acaba el sujeto te pide que tapes el busto y lo vuelvas a guardar, así como que esperes unos minutos hasta que llegue alguien. Ese alguien aparece unos quince minutos después, esos minutos que los que se sienten por encima gustan en robara a las vidas de los demás por pura prepotencia y arrogancia. Aun así, es un señor bastante educado:

—Buenas noches, caballero. Mi nombre es Maurice Guillain —dice al tiempo que extiende una mano en tu dirección con ánimo de estrechar la tuya—. Estos señores me han comunicado que tiene usted algo que quiere que vea; ¿me permite?
Apariencia aproximada de Maurice Guillain


Una vez le entregues la muestra, podrás ver cómo abre los ojos hasta límites insospechados. Mira alternativamente al busto y a ti, olvidándose por un momento de dónde está y sacándolo de las telas en las que lo llevas envuelto. Lo miras desde todos los ángulos y posiciones, deteniéndose en puntos y detalles que causan que se sorprenda aún más. Supongo que tú estás tan perdido como yo, pero el caso es que el tipo sabe perfectamente qué es lo que tiene entre manos. Es por ello que, tras hacerte entrega de tu mercancía con sumo cuidado, se dirige a los vigilantes de seguridad:

—Este señor no puede faltar en el encuentro artístico que esta noche tiene lugar en el  interior del casino, caballeros, así que les ruego que le permitan el paso.

Efectivamente, los guardias de seguridad se hacen a un lado y permiten que pases junto a tu mercancía. Maurice va un paso por delante de ti. Parece haberse desprendido de toda esa pedantería y en cierto modo intenta complacerte con una educación y una amabilidad exageradas. En el proceso, al introducirse en el hall se dirige hacia unas escaleras laterales situadas a la derecha que descienden hasta un nivel inferior.

Allí os topáis con un gran corredor con suelo de moqueta color carmín y paredes forradas en papel con motivos dorados y plata. No hay ni una mota de polvo independientemente de dónde mires. Además, el largo pasillo consta de nada menos que seis puertas —tres a cada lado— bastante separadas entre sí. Te conduce hasta una de ellas; más concretamente la del medio entre las situadas a la derecha. Una vez en el interior, te encuentras una estancia de unos doscientos metros cuadrados, perfectamente cuadrada y con suelo y paredes idénticos a los del corredor. Sendas lámparas de araña repletas de cristales finamente labrados cuelgan del techo. Asimismo, un cuarteto de cuerda ameniza la velada desde una pequeña tarima situada en un lateral.

Aproximadamente dos docenas de personas charlan sin escándalo entre sí. Media docena de camareros extremadamente protocolarios llevan bandejas con copas de champagne del bueno de un lado para otro, estando siempre donde tienen que estar pero sin interrumpir ni molestar a nadie. De vez en cuando, pequeñas degustaciones tremendamente elaboradas acompañan al licor en una reunión donde no hay ni una sola persona sin gran relevancia en su campo. Al menos eso aparentan, claro. Justo al lado de la puerta accesoria hay un señor mayor que en voz baja y de manera extremadamente eficiente coordina a los camareros —hola, Boniface—.

Al margen del ambiente, por la zona hay distribuidas obras de arte de diversos estilos. Puedes apreciar diferentes cuadros pintados de formas que incluso se podrían calificar como opuestas en cuanto a estilo, esculturas que alcanzan el techo y obras de arte más conceptuales —incomprensibles si quieres— repartidas por la estancia.

—Coloque sus piezas allí, por favor —te indica Maurice, señalando una posición vacía a unos cinco metros del cuarteto de cuerda.

En cuanto lo hagas, podrás apreciar que un par de hombres que conversan con una señora de avanzada edad con pinta de pudiente reparan en ti. Uno de ellos lleva un esmoquin negro con pajarita del mismo color y camisa blanca. El otro, por su parte, apesta a aristócrata desde la puerta. Ambos interrumpen de inmediato la conversación con la mujer de manera educada y se dirigen a ti, escrutando cada detalle de los bustos. Maurice, por su parte, asiente convencido de que ellos están viendo y evaluando lo mismo que él.

—Don Leroy von Doi tenía entendido que estas piezas pertenecían a la colección del personal del barón Stroisand —dice el que sin duda es el mayordomo—, pero supone que debe haber sido una confusión por su parte. Supone que los años no pasan en vano para nadie. —A pesar de ser el mayordomo quien habla, es el hombre pudiente el que suelta una pequeña y señorial carcajada ante su ocurrencia, aunque no la ha pronunciado él—. ¿Cuál es su nombre, caballero?

Al margen de la conversación que empieces a mantener con esta pareja de hombres, si es que quieres mantenerla, hay algunos sujetos que también podrían llamar tu atención en un momento dado. Uno de ellos es un hombre de rasgos orientales que emplea una vestimenta que combina a la perfección con sus facciones. También hay un grupo de tres personas —dos mujeres y un hombre— que visten una suerte de capas o uniformes color arena. Estos tres están un poco más apartados del resto, pero tampoco se mantienen aislados del todo. Es verdad que su atuendo contrasta un poco con el de las personas que te rodean, pero bueno.


RE: [T5] Las malas compañías. - Silver - 29-10-2024

Al ingresar en el salón, Silver sintió la calidez artificial de las luces y el suave rumor de conversaciones que llenaban el ambiente. El lugar rebosaba opulencia, con los cristales de las lámparas de araña reflejando los destellos de las joyas y los trajes elegantes de los presentes. Mantuvo su expresión segura, casi indiferente, como si aquel ambiente fuera habitual para él.

Acompañado de Maurice, quien lo escoltaba con una reverencia exagerada, avanzó hasta un espacio despejado cerca del cuarteto de cuerdas. Syxel desató la tela que cubría uno de los bustos y lo colocó con cuidado en la plataforma señalada, girándolo levemente para que captara la luz perfecta. Satisfecho con la presentación, repitió el proceso con cada pieza, proyectando la imagen de alguien que respetaba el valor de su mercancía.

No tardaron en fijarse en él. Entre los primeros en notar su llegada se encontraban dos hombres: uno, con un esmoquin negro y pajarita a juego, observaba cada busto con ojos sagaces y calculadores; el otro, vestido con prendas que gritaban aristocracia, estudiaba cada movimiento del capitán con expresión intrigada. Ambos interrumpieron de inmediato su conversación con una mujer, avanzando hacia él con estudiada elegancia.

El hombre con pajarita carraspeó sutilmente y, con voz neutra, formuló una pregunta que parecía flotar entre cortesía y evaluación, al tiempo que sus ojos recorrían cada detalle de las esculturas. Silver le dedicó una mirada de enigmática cordialidad antes de responder.

Silver D. Syxel —se presentó sin añadir más, disfrutando de la leve sorpresa reflejada en el rostro de ambos hombres al escuchar su nombre. Tras una pausa calculada, añadió—: Digamos que mi colección no se encuentra entre las habituales, y por ello consideré adecuado compartirla con quienes saben reconocer una verdadera pieza de valor.

El hombre del esmoquin sostuvo la mirada de Silver con una expresión que denotaba algo entre curiosidad y cálculo. Antes de poder emitir respuesta alguna, el mayordomo se giró hacia Maurice, y el tono de reproche en sus palabras quedó en el aire, dirigiéndose con formalidad contenida hacia su acompañante.

Sin inmutarse, Maurice inclinó la cabeza en un gesto apenas perceptible y dio un paso atrás, dejando la conversación en manos de Syxel . Este último mantuvo su tono firme, dirigiendo la vista hacia los bustos expuestos:

No es mi estilo adentrarme en los detalles de procedencia en cada transacción —murmuró con un deje de ironía—. Pero diré que hay una historia fascinante detrás de estas esculturas... hacerme con ellas fue toda una batalla.

La aparente seguridad de Silver parecía captar la atención de los presentes, y el silencio que siguió hizo más profunda la expectativa en el ambiente. Mientras aguardaba la reacción de ambos hombres, dirigió una mirada rápida al entorno: un hombre de rasgos orientales se mantenía en un rincón de la sala, observando de lejos, al igual que un trío de personas vestidos con capas de tono arena, cuya atención velada delataba cierta experiencia en este tipo de transacciones. Si bien no se acercaron, su presencia captó la atención del capitán.

Regresando la vista a sus interlocutores, Syxel aguardó, esperando con una calma férrea sus próximas palabras o cualquier gesto de aprobación. La satisfacción de un buen despliegue aún le invadía, y con un paso sutil hacia atrás, cedió el espacio para que la evaluación continuara.

Espero que disfrutemos de la velada, caballeros, y que mis aportaciones cumplan con sus expectativas —dijo finalmente, dejando que sus palabras se impregnaran en el aire, con la confianza de quien sabe que, en efecto, sus piezas habían dejado huella.

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RE: [T5] Las malas compañías. - Atlas - 29-10-2024

—Sí, no son demasiados los que saben reconocer el verdadero valor de las cosas —confirma el mayordomo al tiempo que da vueltas en torno a los bustos una vez los has colocado en su posición—. El mismo barón Stroisand, por ejemplo. Tenía entendido que ayer por la noche llegaban sus piezas a la isla, con la mala fortuna de que su embarcación fue asaltada y sus pertenencias se fueron al fondo del mar junto al barco. No me cabe la menor duda de que el barón pensaba realmente que sus pertenencias eran originales, cuando salta a la vista que son éstas y no las suyas las concebidas por las manos de Hilaret.

El mayordomo no te mira mientras habla, pero su señor, en silencio, sí que fija sus ojos en ti. No te evalúa, juzga ni nada por el estilo. Simplemente te mira mientras su subordinado pone voz a sus intereses. Sea como sea, puedes captar cierto tono socarrón e irónico en sus palabras. El tipo rezuma humor inglés por los poros, tan refinado como mordaz, y te está dejando ver que sabe a la perfección de dónde han salido tus esculturas. Eso y, lo más importante, que le da igual.

—Sí, definitivamente se adaptan a los cánones que don Leroy von Doi busca para su colección —sentencia el mayordomo al tiempo que dirige una mirada a su señor en busca de aprobación—. ¿Por qué suma estaría dispuesto a desprenderse de estas piezas, don... Silver D. Syxel? —cuestiona tras necesitar una pequeña pausa para recordar tu nombre.

A lo lejos, las personas que habían centrado en vosotros su atención vuelven a sus conversaciones y quehaceres. Los de las capas lucen bastante hastiados. Menos el guaperas; ése está en su salsa dándole conversación a cualquier persona del sexo opuesto o propio que pasa cerca. No tiene pinta de ser de los que hacen prisioneros, ya me entiendes. El oriental, por su parte, mantiene una posición erguida y respetuosa en todo momento.

Sea como sea, tienes ante ti una negociación que mantener con nada más y nada menos que don Leroy von Doi. No creo que estés demasiado versado en el árbol aristocrático del West Blue, pero si lo estuvieras su apellido no te pasaría desapercibido. Pertenece a una de las familias de más renombre de dicho mar, con generaciones y generaciones de miembros formando parte o conduciendo gobiernos y empresas relevantes. Sin ir más lejos, actualmente uno de sus primos posee algunas de las empresas más influyentes en el mundo y se codea de igual a igual con la élite de las islas que pisa. Todo un pez gordo, vaya.

Como buen aristócrata que es, el regateo le parece de muertos de hambre y gente de nulos recursos y menor capacidad intelectual. Tanto es así que siempre cierra sus adquisiciones del mismo modo: pregunta por una suma y, si le parece aceptable, la paga. Si considera que le están intentando estafar no regatea, sino que simplemente retira su oferta y no vuelve a insistir. No serías el primer espabilado que se queda con un palmo de narices y unas obras de arte difíciles de vender —no todo el mundo está en disposición de pagar según qué sumas— por pasarse de listo con don Leroy.

Si consigues que te perciba como una persona... útil. Es decir, si considera que en el futuro podrías llegar a servirle para hacerse con más obras de arte o algún otro tipo de trabajo —esto dependerá de cómo conduzcas la conversación y de cómo se cierre el acuerdo, claro—, con la conclusión de la velada el mayordomo se acercará a ti y te hará entrega de un Den Den Mushi sorprendentemente similar a él —al mayordomo, no al señor—. Te dirá, insistirá y recalcará que jamás lo uses para intentar establecer comunicación con ellos, sino que procures ponerlo en algún lugar en el que lo puedas escuchar por si quisiesen contactar contigo en algún momento. Tras ello, y después de que unos miembros del servicio personal de don Leroy retiren los objetos que ha adquirido al final del encuentro, se retirarán a su alojamiento.
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RE: [T5] Las malas compañías. - Silver - 29-10-2024

Observando el salón mientras los interesados terminaban de examinar sus piezas, Syxel mantuvo su postura serena y la expresión segura, dejando claro que no estaba allí para conformarse con cualquier propuesta. Los destellos de las luces acentuaban la delicadeza de cada obra, y la satisfacción apenas perceptible en el semblante del mayordomo dejaba ver que la colección había causado un impacto.

Sin levantar la vista de las esculturas, el hombre hizo un comentario casual pero afilado. La ironía de sus palabras bastó para que Silver comprendiera que sus interlocutores estaban al tanto del origen de las piezas y, al parecer, lo aprobaban. Esbozó una sonrisa apenas perceptible, intuyendo que estos clientes valoraban la franqueza disfrazada de cortesía. Continuó, esta vez con la vista fija en Syxel y una ligera inclinación de cabeza hacia Don Leroy, que parecía expectante. El capitán mantuvo la compostura y calculó su respuesta. Era el momento de la verdad, y estaba al tanto de que cualquier atisbo de inseguridad o sobrevaloración podría entorpecer el acuerdo. Se acercó un paso más al mayordomo y respondió, mesurando sus palabras con precisión.

Una colección como esta merece estar en manos que sepan apreciar su valor —dijo, dejando el tono cortés de lado—. Así que no perdamos tiempo en juegos o regateos innecesarios.

Ambos hombres mantuvieron sus rostros serenos, pero Silver captó un leve destello de aprobación en el mayordomo. El hombre del esmoquin observó a su acompañante, y, tras un asentimiento casi imperceptible, Don Leroy aceptó la oferta con un sutil gesto. El trato estaba cerrado.

Syxel mantuvo una expresión de respeto, transmitiendo satisfacción en el acuerdo. Con un movimiento discreto, el mayordomo se acercó y, tras una reverencia, sacó de su bolsillo un pequeño Den Den Mushi de tonos oscuros, sorprendentemente parecido a él en gestos y apariencia.

—Don Leroy agradece la transacción y espera que, en futuras ocasiones, no dude usted en volver a colaborar —dijo, con un ligero destello de seriedad. Luego, alargó el Den Den Mushi—. Este es un canal exclusivo que nuestro señor utiliza para casos especiales. Manténgalo cerca por si deseamos ponernos en contacto en algún momento.

Con gesto calmado, aceptó el Den Den Mushi, entendiendo la importancia de este gesto y la oportunidad que ofrecía. Sin prisa, el capitán dedicó una última mirada a Maurice, quien le devolvió una inclinación de cabeza y un gesto de aprobación.

Con la transacción concluida y sus piezas ya aseguradas, Syxel se tomó el resto de la noche para observar el entorno y entablar conversación con aquellos que, a su parecer, podían servirle en futuros negocios. Manteniendo una charla educada y cordial con otras figuras de relevancia, buscaba nuevas conexiones, consciente de que, aunque esta noche había sido un éxito, sus ambiciones en este nuevo mundo apenas comenzaban.

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RE: [T5] Las malas compañías. - Moderador Yamato - 31-10-2024

¡RECOMPENSAS POR T5 ENTREGADAS!


Sylver:
  • Berries: 5.710.000B +  18.000.000B -> 23.710.000B.
  • Experiencia:  2892.45 EXP + 150 EXP -> 3042.45.
  • Nikas: 5 + 30 ->  35 NIKAS.
  • Reputación: 115 + 80 Negativa -> 195.

Atlas:
  • Berries: 20.750.000B + 7.200.000B -> 27.950.000B.
  • Experiencia: 3602.90  EXP + 160 EXP -> 3762.90 EXP.
  • Nikas: 15 + 36 -> 51 NIKAS.
  • 2 Cofres Cobrizos.