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[T2] Justicia entre la basura - Silver - 30-09-2024 Gray Terminal, el último destino para todo lo que una vez tuvo valor, ahora reducido a montañas de basura tan altas como edificios. El aire estaba cargado de una mezcla nauseabunda: el hedor de la descomposición y el polvo que flotaba en el ambiente se mezclaban con la brisa salada que llegaba desde el puerto de la Isla de Dawn. Aunque para cualquiera que llegara por primera vez el lugar sería repugnante, Silver no parecía afectado en lo más mínimo. Después de todo, el capitán pirata había visto y sobrevivido a ambientes mucho peores. Gray Terminal era, en comparación, un mal menor. A su alrededor, el bullicio constante de los recolectores resonaba. Hombres y mujeres, en su mayoría de aspecto famélico, escarbaban entre las montañas de chatarra en busca de cualquier cosa de valor: un pedazo de metal no oxidado, una herramienta aún en funcionamiento o, con algo de suerte, algún objeto que pudieran vender para conseguir un par de monedas. Pero la miseria de su situación era innegable. La mayoría vestía harapos, ropa que había visto mejores días y que ahora apenas podía considerarse protección contra las inclemencias del tiempo o los peligros ocultos bajo la basura. El capitán caminaba con tranquilidad, con sus botas aplastando los escombros y dejando huellas marcadas en el polvo. A su lado, Balagus, su contramaestre y oficial de confianza, mantenía su habitual semblante imponente. Su enorme figura, cubierta de tatuajes tribales, atraía miradas curiosas, pero nadie se atrevía a hacer contacto visual directo. Después de todo, el solo porte de Balagus intimidaba a cualquiera que estuviera lo suficientemente cerca para notarlo. La mano derecha de Silver levantaba una ceja con desdén mientras observaba el ambiente. —Esto apesta, capitán... en todos los sentidos —gruñó Balagus, mientras apartaba de una patada un pedazo de metal oxidado que bloqueaba su camino. El crujido del escombro bajo sus pies parecía un eco en el vasto vacío del lugar. —Sí... —murmuró el pirata, mientras su mente vagaba momentáneamente por recuerdos de su propio pasado. Lugares como este no le eran extraños. Cuando era niño, había visto la misma miseria, la misma desesperación en los ojos de aquellos que solo intentaban sobrevivir un día más. A veces, la vida no ofrecía más que un montón de basura entre la que buscar algún tipo de valor. Syxel llevó su mano a la petaca de licor que siempre cargaba consigo. Dio un trago largo y el líquido bajó por su garganta. Mientras caminaban, el capitán se detuvo en seco. Algo llamó su atención. A lo lejos, a través de una montaña de chatarra apilada desordenadamente, se podían ver varias figuras reunidas. Lo primero que captó fue el murmullo de voces, seguidas por un grito, apagado pero reconocible: una súplica. Los ojos de Silver se entrecerraron y su atención pasó a centrarse completamente en el grupo. —¿Qué crees que está pasando ahí? —preguntó con voz grave, sin apartar la mirada. Balagus, levantando su imponente figura, se esforzó por ver por encima de las pilas de desechos. Al principio, no dijo nada, pero luego una ligera sonrisa, más bien un gruñido de satisfacción, se dibujó en su rostro. —Problemas... —respondió con su habitual tono áspero. Con un gesto casi imperceptible, el capitán le indicó a su compañero que lo siguiera. Ambos avanzaron, sus pasos resonando sobre la chatarra mientras se abrían camino hacia el grupo de personas. El sonido de voces se hacía más claro a medida que se acercaban. Las súplicas de los recolectores eran interrumpidas por risas burlescas y el sonido seco de golpes. Finalmente, al doblar una pila de escombros, la escena se dibujó ante ellos. Un hombre robusto, con la piel curtida por el sol y vestido con ropas desgastadas pero notablemente más limpias que las de los demás, estaba de pie sobre una pila de chatarra. Era evidente que, en este lugar, él tenía cierto control. A su alrededor, varios hombres más pequeños y harapientos lo observaban como si esperaran alguna orden, cada uno de ellos con garrotes o cuchillos mal afilados en las manos. Frente a ellos, varios recolectores locales estaban arrodillados, con las manos vacías y expresiones de pánico en sus rostros. El hombre en el centro sonreía con una mueca burlona mientras observaba a los recolectores. —¡Ya conocen las reglas! —gritó con una voz que parecía desgarrar el aire—. Si quieren buscar aquí, tienen que pagar. Nada es gratis en este lugar, y mucho menos en mi territorio. Los recolectores intercambiaban miradas nerviosas, pero ninguno se atrevía a hablar. Algunos sostenían pequeñas piezas de metal que probablemente habían encontrado tras horas de búsqueda entre la basura. Para ellos, esos objetos insignificantes podían ser la diferencia entre comer ese día o no. Sin embargo, los matones no estaban interesados en su sufrimiento, solo querían ejercer su control. Silver, que había estado observando en silencio desde la distancia, avanzó lentamente. Quizás no fuese el alma más noble, pero la injusticia que veía era más de lo que podía ignorar. O quizás, simplemente, estaba demasiado aburrido y había encontrado algo con lo que entretenerse. Balagus lo siguió de cerca, aunque con una expresión de disgusto evidente. —No esperaba que la basura en este lugar hablara —comentó el capitán, lo suficientemente fuerte para que el matón que estaba de pie en la pila de chatarra lo escuchara. El líder del grupo de extorsionadores levantó la cabeza al instante, mostrando sus ojos inyectados de furia al darse cuenta de la interrupción. Su rostro, que antes mostraba una sonrisa arrogante, ahora se tornaba en una mueca de desprecio. —¿Y tú quién demonios eres? —espetó el hombre con una voz cargada de desdén. El pirata mantuvo su expresión impasible, pero sus ojos brillaban con un destello peligroso. El silencio que siguió a la pregunta fue casi palpable, y los recolectores, que hasta ese momento habían estado arrodillados, comenzaron a intercambiar miradas de incertidumbre. —¿Te han dicho alguna vez que tienes un rostro que pide a gritos un puñetazo? —respondió el capitán, finalmente, con un tono que no admitía discusiones—. ¿Por qué no te largas y dejas que la gente siga con su trabajo? El líder del grupo de matones soltó una carcajada áspera, alzando su garrote como si fuera un trofeo. Los hombres a su alrededor lo imitaron, riéndose a carcajadas ante lo que para ellos parecía una absurda intervención de un desconocido. —¿Eres tu quién va a echarme? —se burló el líder, mientras descendía de la pila de chatarra con pasos lentos pero decididos. Su mano apretaba el garrote con fuerza, como si estuviera preparado para hacer una demostración de poder. El capitán apenas reaccionó. Sus ojos seguían fijos en los recolectores, quienes, a pesar del miedo, empezaban a mostrar signos de esperanza. Quizás, pensaban, este extraño podría ser diferente. Quizás él no era como los otros piratas o matones que pasaban por allí, buscando solo lo que podían llevarse. Balagus, a su lado, cruzó los brazos, con una sonrisa de anticipación surcando su rostro. La tensión crecía en el aire, palpable, como si el próximo movimiento fuera a desencadenar una tormenta. El líder de los matones dio un paso más, levantando su garrote sobre su cabeza, listo para golpear. —Te mostraré cómo manejamos en este lugar a los que no saben limitarse a sus propios asuntos —gruñó, y su brazo comenzó a descender con fuerza. Pero el capitán ya estaba en movimiento. Con un giro rápido y eficiente, esquivó el golpe antes de que pudiera siquiera acercarse, moviéndose con una agilidad que dejó a todos los presentes boquiabiertos. Con un movimiento fluido, estiró el brazo y agarró el garrote antes de que el matón pudiera volver a levantarlo. Lo siguiente fue un crujido seco, el sonido de la madera astillándose en sus manos mientras destrozaba el arma improvisada. El silencio que siguió fue profundo. El matón, sorprendido y atónito, dio un paso atrás, sus ojos abiertos de par en par mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder. Los demás hombres, que hasta entonces habían reído, ahora se mantenían en sus posiciones, sin saber qué hacer. —Te di la oportunidad de marcharte... —murmuró Syxel, lanzando los restos del garrote al suelo. El líder de los matones retrocedió, trastabillando, mientras intentaba reunir el valor para contraatacar. Pero algo en la mirada de Syxel le dijo que sería una pésima idea. |