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[A - T1] Buena Praxis - Alistair - 01-10-2024 La Armada Revolucionaria. A sus oídos, completamente exentos de círculos sociales que pudieran dar veracidad a sus palabras, solo llegaban los rumores que el viento podía arrastrar desde los confines del mundo hasta la puerta de... el sitio que sea que él pudiera llamar un hogar. Tan crítica como fuera su situación financiera, de alguna forma siempre conseguía tener la suficiente suerte como para dar con una alma caritativa que accedía a dejarlo pasar la noche a cambio de servicios médicos, que era una de las dos cosas que mejor sabía hacer, tan escasa como pudiera ser su experiencia. Era lo que tenía haber sido un esclavo una mayoritaria parte de su vida: Era dueño de nada, y sin un Belly a su nombre. Después de todo, su estatus en el mundo era el equivalente al de un mueble usado para colgar las vestimentas mas pesadas, ¿a cuantos de esos se les permitía un salario o siquiera una mesada? Eran, después de todo, objetos que servían con propósitos específicos asociados a su Dragon Celestial. Una crueldad de describir por sí sola. En todos sus años de cautiverio, había aprendido pequeños trucos para tomar furtivamente las pertenencias del Tenryubito debajo de sus narices sin que lo notara. Y no es que fuera muy difícil quitarle sus pertenencias, pues era tan asquerosamente rico que poco notaría la ausencia de un único objeto. ¿Y un libro, por encima de todo? Ni hablar, el hombre era tan desagradable como era torpe, teniendo tan solo el conocimiento que sus retorcidas familias le taladraban en la cabeza desde una tempranísima para que fuera una voz más la cual manipular a su antojo. Casi se colaba el intrusivo pensamiento de que tal vez, solo tal vez, aquellos nobles eran tan víctimas de todo el sistema retorcido del mundo como lo eran sus esclavos. Eso es, hasta que la marca entre el nacimiento de sus alas le recordaba con un molesto escozor que estaba allí. Nunca dejaría de estar allí, y todas las acciones que esos linajes cometían hacia sus esclavos compartían el mismo trágico destino. Decidido a alimentar sus acciones con la resolución que desarrolló el mismo día que casi acaba con la vida de un hombre, el Lunarian empezaría a forrajear rumores de donde sea que pudiera para hacerse con información fiable del paradero de la Armada Revolucionaria, o al menos un lugar donde pudiera contactar con alguien de suficiente puja dentro de la organización como para postularlo como un recluta ante las filas de la Armada. Entrar a la organización era sencillo, pues los Revolucionarios necesitaban de todas las manos de las que pudieran disponer; el problema real estaba en dar con ellos, pues su naturaleza de guerrilla implicaba un alto nivel de secretismo que debían mantener si querían seguir realizando sus operaciones sin obstrucciones; la Marina era de lejos más numerosa, asi que la Armada debía compensarlo con astucia y previsión. El primer paso de su viaje lo llevó hasta la Isla de Dawn, una zona preciosa del mundo que poco a poco empezaba a erosionarse por la poderosa industria que poco a poco empezaba a apoderarse de la isla, con las consecuencias que esto tenía para sus habitantes, siendo especialmente predominante en sus consecuencias Gray Terminal. Al menos todo esto era lo que mencionaba la pequeña guía del turista que había obtenido como un obsequio del último lugar en el que se había quedado. Un trozo de textos de los cuales se fiaba de todo corazón, siendo completamente ignorante de todo lo ocurrido en el mundo exterior mientras estuvo en cautiverio. Villa Fosha era uno de primeros destinos que debía recorrer en su camino hacia el Reino de Goa; un lugar vibrante, cuanto menos acogedor incluso para un foráneo como lo podía ser Alistair. ¡Y no era para menos! Sus alas le delataban como una especie ajena a la humana, perseguidos por los más adinerados y con excusas suficientes para tener un resentimiento sin miramientos a cada humano... Y aun así, las personas de ese pueblo recibían con una sonrisa a la criatura que, según relatos, podía quemarles la villa entera en un arranque de ira. Eran personas de las cuales aprendería mucho, pero eso era algo que todavía no sabía Alistair. En su camino, la figura de un chico joven abrazando con desespero la pierna de un adulto malhumorado se hizo obvia con facilidad. El hombre parecía molesto de sobremanera, intentando sacarse al chico de encima a base de movimientos bruscos que divinamente pasarían por patadas, hasta que finalmente el agarre del pequeño falló y cayó en medio del camino de tierra. -¡Y NO VUELVAS A INSISTIR! Si no tienes con qué pagarlo, no esperes que te lo dé. Maldita rata mendiga...- Y se marchó, murmurando cualquier cantidad de obscenidades que por suerte su oído censuraba naturalmente por la distancia, y consiguiente incapacidad para entenderle correctamente. El chico por su parte solo reunió fuerzas para levantarse hasta quedar arrodillado, mirando sus manos, sollozante mientras su joven cabeza intentaba formular qué hacer ahora. El mundo era cruel, y todavía más cuando te ponía una pregunta sin respuesta que solo un adulto debía enfrentar. Alistar se acercó a él, sentándose en el suelo a su lado, intentando reducir su altura para lucir menos amenazante ante el pequeño. — ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño? — Preguntó, intentando empezar por lo mas importante: Si el hombre había llegado a lastimarlo físicamente, lo mejor sería intervenir cuanto antes para asegurar que el daño sanara lo mejor que pudiera. — N-no, solo... Es mi abuela... Él me... Me prometió medicina para ella... Primero me ha pedido 3.000 Bellys por ella, pero de repente ha doblado el precio, y yo... Yo no sé lo que haré. ¡Señor, tiene que ayudarme, por favor! — Era un diminuto grito de auxilio, una voz desesperada que no sabía qué hacer. A juzgar por la historia, el pequeño parecía vivir solo con su abuela, quien seguramente cuidaba de él. Una situación que fácilmente podía cambiar al momento de que ella cayera enferma. Lo consideró varios momentos. Y cada vez que lo hacía, su cabeza siempre se inclinaba a la misma idéntica respuesta: Ayudar. Sabía lo que era no tener a nadie más, y por sobre todo, sabía lo que era sufrir por la inflexión nacida de la crueldad. Quizá podría solucionarlo, o quizá tendría que dar las malas noticias al pequeño. Cualesquiera que fuera, quería dar su mejor esfuerzo por ayudar al pequeño. — Guíame con ella, quizá pueda hacer algo. No puedo darte dinero que no tengo, pero puede que consiga ayudar con la enfermedad de tu abuela. — Comentó, observando la inmediata reacción del pequeño: Ojos iluminados cuales faros, brillantes ante la solución que aterrizó a sus pies. — ¡¿De verdad?! ¡Gracias gracias graciasgraciasgracias! — Era una ilusión tan increíblemente pura que el color blanco palidecería en su contra. Era la clase de sentimiento que el Lunarian quería promover y preservar. Una simple sonrisa, que podía hacer mas maravillas de las que se le daba crédito. Un viaje corto fue lo que siguió, y la llegada de Alistair fue recibida con una pequeña residencia en un estado sumamente decaído, seguramente lo mejor que podía permitirse una familia en condiciones de pobreza. Si tan solo pudiera hacer algo... Por ahora, lo único que podía hacer era ayudar a la abuela. — Por aquí, por aquí — Guiado a través de la residencia por el chico, finalmente llegaría a un cuarto poco espacioso donde la señora reposaba en su cama, con una toalla sobre la frente para regular su temperatura y una clara dificultad respiratoria, síntomas que anunciaban con antelación lo que podía esperarse. Sus mejillas estaban enrojecidas, y parecía estar tan abstraída del mundo real que ni siquiera notó el arribo del Lunarian. — Pobrecilla... ¿Ha tenido algún otro síntoma además de la respiración? — El chico dudó, algo que se mostró en su rostro al instante. — Parecía tener fiebre, y... Tiene unos puntos azules en el cuello. — Unos síntomas que, tan pronto como pudo confirmarlo con sus propios sentidos, hicieron de la enfermedad algo extremadamente sencillo de diagnosticar. Su olfato afinado confirmó el último: Un olor dulce en el aliento, de lejos el síntoma más extraño e inofensivo. — ¿Puedes guiarme a la cocina, por favor? — Algo a lo que el pequeño accedió, aunque con un mar de dudas de por medio. El Lunarian, por su parte, empezaría su explicación simplificada para que el pequeño pudiera captar toda la información mientras que sus manos paseaban por utensilios e ingredientes, que si bien escasos, eran mas que suficientes. — Tu abuela tiene un tipo de gripe especial, te contagias cuando te pica un insecto que la porta y que solo habita en Dawn. No es nada que ponga a tu abuela en peligro, puede verse mal pero mejora bastante rápidamente. — Para cuando finalizó sus palabras, tenía entre sus manos una mezcla de jugo de naranja, menta finamente picada, miel y jengibre. Una mezcla desagradable a primera vista, pero que entraba con relativa facilidad. — Lo otro que debes hacer es darle de esto todos los días tres veces por día, idealmente con cada comida para disimular el sabor. — Alistair sonrió, finalmente sentenciando las buenas noticias. — Ella se pondrá mejor, te lo garantizo. — Jamás vió a una persona sonreír tan fuerte en su vida, y el fuerte abrazo que le obsequió después se sintió... cálido, a falta de mejores palabras. Ayudar a alguien más, y sus resultados, era una grata sorpresa que recibía con los brazos abiertos. Un férreo determinante a su decisión: Quería ser un revolucionario. Quería hacer del mundo un mejor sitio a como diera lugar. Con su buena obra hecha, permaneció unos minutos para anotar en una hoja el tratamiento para que el chico pudiera repasar cuando necesitara, y finalmente se marchó del lugar habiéndose despedido; su deber de ayudar estaba hecho, y no requería nada más a cambio. Aunque... Quizá un bocado de algo hubiera estado bien para el camino. |