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[Autonarrada] [A - T2] Sabias lecciones [Pasado] - Versión para impresión

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[A - T2] Sabias lecciones [Pasado] - Gautama D. Lovecraft - 01-10-2024

misión



~ Pueblo de Rostock, Isla Kilombo.
~ 10:30h. Día 2 de Primavera. Año 724.


Aún recuerdo con claridad, uno de mis primeros roces allí en la base con uno de los compañeros que hoy en día más respeto me procesaba. Mi paso por la G-23 no fue para ningún tipo de caso en vano, y bien lo pudo saber de primera mano el soldado raso Rikkuro, como en su día también lo supo Hukiro, aquel soberbio marine del barco que me llevó desde el templo a Kilombo.

Como muchas mañanas, a algunos nos adjudicaban la tarea de patrullar por el puerto en grupos de cuatro o de tres según lo que se necesitara. Normalmente, los días de mercado se reforzaba dicha patrulla con hasta 5 o 6 debido a la alta concentración de mercaderes y civiles, ya que solían producirse hurtos y descuidos que los ladrones más avispados aprovechaban. En una de estas patrullas, fue donde conocí a Rikkuro, un joven algo aventajado del pelotón que solía hacer gala en exceso de su visión de futuro en La Marina, los contactos internos que tenía y otro tipo de conductas algo impropias tanto para su cargo como para su edad.

Por mi parte, sabía que no era labor mía educar a los reclutas y soldados con un exceso de entusiasmo y otros pareceres. Sin embargo, aquel día cambiaría a Rikkuro, pues se topó con un muro indoblegable como el que era yo.

Saliendo del muelle, y rumbo a la plaza de la lonja, Rikkuro, Hanjiro y yo, recorríamos el empedrado paseo con la fina brisa marina viniendo del oeste, suavizando el ambiente y levantando las telas más livianas a su paso. Los 3 nos dirigíamos a la plaza mientras que Rikkuro desprendía su particular habilidad de desprestigio hacia quienes veía por encima del hombro, principalmente civiles y algunos mercaderes humildes. Corregía a diestro y siniestro todo lo que a su criterio no encajaba con los estándares de la marina, unos estándares algo difusos y desvirtualizados que, asumía representar bajo el uniforme y la bandera de La Marina.

Seguía sus acciones de cerca, en silencio, Hanjiro por su parte, parecía no poder responder a nada de lo que Rikkuro obraba por estar infundido en un exceso de respeto y de miedo hacia este, algo comprensible por la influencia que desprendía hacia sus iguales, pero no justificable. En la plaza, a todo aquel cuya apariencia podría levantar una prejuiciosa sospecha, interrogaba sin un criterio consistente a quien clasificaba como potencial ladrón o maleante. El sumun llegó cuando hacia uno de los que pedía limosna por las cercanías de la plaza, se dispuso a aplicarle un correctivo físico, pero no iba a permitirlo. Fugaz, alcancé a obstaculizar su brazo y parar el golpe, y este no cobró su la ira de su ego sobre aquel pobre vagabundo. Le dirigí una mirada incisiva mientras el perplejo contemplaba la escena, incapaz de bajar su puño, mientras veía como el mendigo se alejaba.

Obviamente, se molestó y comenzó a soltarme barbaridades, aunque caían sin más sin llegar a dañarme por la impasibilidad que mostraba ante ellas y su conducta insolente. La marcha de la patrulla acabó volviendo al cuartel, y ahí fue cuando Rikkuro, sacó la ira que se había guardado todo ese tiempo atrás. Desde la retaguardia, me alcanzó una patada furtiva que me lanzó hacia delante, giré rodando, y ahí vi al joven abalanzarse en frenesí cargando su brazo derecho. Me incorporé casi teniéndolo encima, no podía esquivarlo, pero pude llevarlo a mi terreno, pues aprovechando su fuerza y su peso, desvié la trayectoria de su puño mientras agarraba la muñeca trazando una trayectoria de media luna hacia atrás sujetando esta. Desde ese momento, sabía que lo tenía contra las cuerdas, y solo pretendía reducirle para que la situación no derivase en nada peor. Hankiro, despertó de su letargo, se le echó encima también y trató de llamar al resto de guardias más cercanos.

Me levanté sacudiendo mis ropas, mientras Rikkuro jadeaba con la muñeca magullada, la situación pese al escándalo no derivó en nada más, quedándose en un calentón puntual que por suerte, sería el último para el excéntrico marine. 

A partir de aquel día, el joven cambió radicalmente su comportamiento hacia todos y sobre todo hacia quienes un día despreciaba. No sabía si intercedió en su comportamiento algún que otro aspecto más, pero de lo que sí estaba seguro es que desde ese día en adelante, la marina había ganado un efectivo muy útil para sus filas.