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[Autonarrada] [T2] Boxeando en el G-31 - Versión para impresión

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[T2] Boxeando en el G-31 - Octojin - 04-10-2024

El sol matutino se colaba por las ventanas del gimnasio del cuartel G-31, bañando de luz los espacios repletos de máquinas, pesas y sacos rellenos de arena. Octojin se encontraba sumido en su rutina diaria de entreno, una que había ido retocando a lo largo de los días tras hablar con la gente especializada en ello de la base. Una hilera de gotas de sudor recorría su frente mientras se preparaba para el intenso entrenamiento. La base de la Marina en Loguetown le había asignado ciertas tareas rutinarias, pero el escualo sabía que la verdadera fuerza se conseguía en esos momentos de esfuerzo personal, así que, como era costumbre, se había levantado unas horas antes para entrenar con tesón.

Su imponente figura se movía con fluidez entre las diferentes máquinas de peso. Echó un vistazo a todo el material del que disponía, siendo por un momento una tarea complicada elegir por qué empezar. Tras unos segundos de duda, asintió con una sonrisa y se dirigió a una esquina, la que el había bautizado como la esquina del sufrimiento. Comenzó por las sentadillas, con una barra de acero cargada hasta el máximo con pesados discos de metal a cada lado. Flexionó las rodillas y bajó lentamente, sintiendo cómo los músculos de sus piernas se tensaban bajo la carga. Alzándose de nuevo, soltó un rugido de esfuerzo que resonó por todo el gimnasio. Repitió la serie una y otra vez, hasta que el temblor de sus músculos le indicó que había llegado al límite. Los marines presentes le miraban como si fuera un bicho raro, era difícil ver a alguien cargar tanto peso en un ejercicio así, y mucho menos si tiraba varias repeticiones seguidas. Pero quien le conocía, sabía que su fuerza no conocía límites.

Sin perder tiempo, se dirigió al mueble de al lado, el que contenía una enorme variedad de pesas. Se agachó para recoger las dos mancuernas más pesadas del lugar, colocándolos sobre sus hombros y flexionando los brazos para realizar una serie de press militar. Las venas en sus brazos y en el cuello se marcaron, reflejando el esfuerzo y la concentración que ponía en cada levantamiento. Se había acostumbrado a no contar las repeticiones, centrándose únicamente en realizar el movimiento con fluidez, buena técnica y lo más firme posible. La rutina en su conjunto era intensa y estaba diseñada para empujar su cuerpo al máximo, algo que le encantaba al tiburón. Sentía cómo el sudor empapaba su camisa y caía por su rostro, mezclándose con su respiración agitada. Para él, aquello era parte de la lucha constante por ser más fuerte, más capaz.

En un rincón del gimnasio, unos marines observaban con admiración la rutina del gyojin. Su disciplina y fuerza bruta imponían respeto incluso entre los humanos más experimentados de la base. Y, sin embargo, Octojin estaba tan concentrado en su rutina que apenas notaba las miradas. Su mundo en ese momento era el de las pesas y las máquinas que retaban su resistencia.

Después de un buen rato entrenando, una voz autoritaria irrumpió en el gimnasio, llamando la atención de todos.

—¡Octojin! ¡Preséntate en el tatami! —ordenó un oficial con un tono firme.

Octojin dejó las pesas en el suelo y se giró, observando al marine que lo llamaba. Asintió con la cabeza y se secó el sudor con una toalla antes de dirigirse hacia la salida del gimnasio. Su cuerpo, aún caliente por el entrenamiento, estaba preparado para lo que viniera.

Al llegar al tatami, un área amplia con un suelo acolchado y rodeada por un círculo de marines expectantes, Octojin se detuvo, ojeando a su alrededor. Varios oficiales se encontraban allí, junto a otros reclutas que habían sido convocados para un entrenamiento especial. Un mini-torneo de boxeo. La noticia le hizo sonreír, dejando al descubierto sus dientes afilados. No se trataba solo de fuerza bruta, sino también de estrategia, resistencia y, por supuesto, velocidad. Aquello sumaba varias características que al gyojin le gustaba entrenar, y qué mejor que en un torneo sorpresa, donde sus rivales sería gente que probablemente no conociese y no pudiese prever sus ataques de la misma manera que si luchaba contra alguien de su brigada.

—Muy bien, Octojin —dijo uno de los superiores—. Has sido seleccionado para participar en este mini-torneo. Tendrás que pelear contra cuatro de tus compañeros. Cada combate durará dos minutos, y el formato será similar al de un rey de la pista. No abandonarás el tatami hasta que, o bien te ganen, o hagas cuatro combates seguidos. ¡Buena suerte!

El gyojin asintió, avanzando hacia el centro del tatami. Sus músculos se tensaron en anticipación mientras se colocaba los guantes de boxeo que le ofrecieron. Le dieron la posibilidad de ponerse también un casco para protegerse, pero prefirió no hacerlo. Entre que no parecía de su tamaño y que aparentemente, reducía la visibilidad, optó por pelear sin él. Frente a él se encontraba su primer oponente, un humano de estatura media, de complexión atlética, con una mirada seria y decidida. El gong resonó, señalando el inicio del primer combate.



Octojin avanzó con calma, analizando a su contrincante. El humano intentó moverse con rapidez, buscando mantener la distancia. Lanzó un jab con la izquierda, pero Octojin lo esquivó con un ligero movimiento de cabeza. El tiburón mantenía la guardia alta y sus ojos fijos en cada movimiento del adversario, intentando estudiarlo y esperando un movimiento en falso.

De repente, el humano se lanzó hacia adelante con una combinación de golpes rápidos. Octojin retrocedió, bloqueando los puñetazos con los antebrazos. Sintió el impacto, pero no le afectó demasiado; la diferencia de fuerza era evidente. El escualo decidió pasar a la ofensiva, lanzando un potente gancho al estómago de su oponente. El humano se dobló en dos, jadeando por el dolor. Octojin no perdió la oportunidad y, con un giro de cadera, lanzó un derechazo directo al mentón del adversario. El impacto fue brutal. Pese a que no había usado toda su fuerza, pronto el tiburón pensó que quizá se había excedido, al menos a juzgar por la reacción de su oponente.

El humano salió despedido hacia atrás, aterrizando de espaldas en la lona. Los marines a su alrededor soltaron un murmullo de sorpresa mientras el árbitro comenzaba la cuenta. Sin levantarse del suelo, el contrincante levantó la mano, indicando que no podía continuar. Octojin había ganado por KO en menos de un minuto.



Tras un breve descanso, Octojin se preparó para su segundo combate. Esta vez, su oponente era un hombre de la raza brazo-largo, alto y delgado, con unos brazos increíblemente largos que le daban un alcance superior. El gyojin sabía que esta pelea no sería tan sencilla como la anterior.

El gong sonó, y el brazo-largo adoptó una postura defensiva, manteniendo la distancia con sus extensos brazos. El habitante del mar caminó hacia el frente, manteniendo la guardia alta. El brazo-largo lanzó un golpe recto, que Octojin apenas esquivó inclinando la cabeza. Los puños de su oponente se movían con agilidad, buscando mantenerlo a raya. Si bien el tamaño entre ambos no era para nada similar, el de los brazos sí que lo era. El escualo midió la longitud de su golpe un par de veces y no obtuvo premio alguno, errando los golpes por falta de espacio.

El gyojin, no obstante, se lanzó hacia adelante, buscando entrar en su guardia, pero el brazo-largo lo recibió con una combinación de jabs que hicieron retroceder a Octojin. Sentía la molestia de los golpes en los brazos y el rostro, pero se mantenía enfocado. En un movimiento inesperado, esquivó un gancho ascendente y se lanzó con una serie de golpes al abdomen de su rival.

El brazo-largo retrocedió, tratando de bloquear los impactos, pero la fuerza de Octojin se hizo notar. El tiburón vio su oportunidad y lanzó un directo al rostro. El golpe fue certero, y el brazo-largo tambaleó. Octojin siguió con un gancho de izquierda al costado del oponente, quien se desplomó sobre el tatami al recibirlo. El árbitro inició la cuenta, pero a los diez segundos, el brazo-largo aún no se levantaba. Octojin había ganado de nuevo por KO, esta vez en minuto y medio.



Octojin respiraba con dificultad mientras esperaba el siguiente combate. Su tercer oponente era un marine experimentado, más alto y robusto que los anteriores, con una mirada fría y calculadora. El tiburón sabía que ese combate no sería fácil. Aquel hombre era un veterano, un superior que había estado en muchos combates.

El gong sonó, y ambos se lanzaron al ataque. El marine era rápido, moviéndose con destreza y lanzando golpes precisos. Octojin bloqueó la mayoría, pero algunos impactaron en su torso y rostro. Se obligó a mantener la calma, centrándose en su respiración y en la postura defensiva.

Ambos intercambiaron golpes durante un buen rato, el sonido de los impactos resonaron en la sala. Octojin lanzó un gancho al costado del marine, quien lo bloqueó y contraatacó con un jab al rostro del gyojin. El escualo sintió el dolor en su mejilla, pero no se detuvo. Esquivó un uppercut y contraatacó con un directo al abdomen de su oponente, haciéndolo retroceder.

El combate se mantuvo igualado durante casi dos minutos, ambos luchadores dando lo mejor de sí y haciendo gala de sus dotes para el combate. Octojin se lanzó con una serie de ganchos, mientras el marine se defendía con precisión. Ambos estaban exhaustos cuando el gong sonó, señalando el final del combate.

El árbitro se acercó a los dos contendientes y levantó la mano de Octojin, dándole la victoria. El tiburón asintió, agradeciendo el combate a su oponente mientras intentaba recuperar el aliento. Sabía que había sido una pelea dura y que podría haber acabado de cualquier forma. Algo que su compañero marine le reconoció y se fundieron en un abrazo de deportividad, comentando alguna que otra jugada y haciendo gala de una sincera admiración el uno por el otro.



Finalmente, llegó el último combate. Octojin estaba cansado, pero listo para enfrentar a su próximo oponente: un humano de poco más de dos metros, con una complexión musculosa y una mirada decidida. Ambos se encontraban invictos hasta ese momento, y solo uno podría alzarse con la victoria final.

El gong resonó, y el humano se lanzó al ataque con rapidez. Octojin retrocedió, bloqueando los primeros golpes con los antebrazos. Su oponente tenía una fuerza considerable, y cada puñetazo que impactaba le hacía estremecer. El gyojin trató de mantener la distancia, buscando abrir una brecha en la defensa del humano.

Pero el tipo lanzó una combinación de golpes que hicieron retroceder a Octojin. El tiburón aprovechó un instante para lanzar un gancho al costado de su oponente, quien gruñó por el dolor, pero se mantuvo firme. El combate era una verdadera batalla de fuerza y resistencia. El habitante del mar bloqueó un directo al rostro y contraatacó con un uppercut, haciendo tambalearse al humano por un segundo.

Ambos se movían con rapidez, buscando cada uno la oportunidad para finalizar el combate. Los músculos de Octojin ardían mientras lanzaba golpes con toda la energía que le quedaba. El humano, por su parte, no daba tregua, respondiendo cada ataque con un contraataque feroz.

El tiempo se dilataba mientras el intercambio de golpes continuaba, y la multitud a su alrededor contenía la respiración con cada embestida. Octojin sintió la sangre palpitando en sus venas y la fatiga acumulándose, pero se mantuvo firme, rechazando la idea de ceder bajo ninguna circunstancia.

Finalmente, el gong sonó, marcando el final del combate. Ambos contendientes se detuvieron, jadeando por la intensidad del encuentro. El árbitro se acercó y, tras unos segundos de deliberación, levantó la mano del humano, dándole la victoria por puntos.



Octojin respiró hondo, sintiendo una mezcla de cansancio y frustración. Había peleado con todo lo que tenía, y no había logrado ganar el combate final. A pesar de ello, cuando miró a su alrededor, vio a sus compañeros marines aplaudiendo y vitoreando. Se acercaron a él, felicitándolo por su desempeño.

—¡Lo has hecho increíble, tiburón! —gritó uno de ellos, dándole una palmada en el hombro.

—Eres una bestia, Octojin. ¡Menudo espectáculo! —dijo otro, sonriendo de oreja a oreja.

Octojin dejó escapar una risa suave, aceptando las felicitaciones con una sonrisa. Se sentía bien estar rodeado de sus compañeros, a pesar de la derrota final. Aun así, una pequeña parte de él estaba molesta. Sabía que lo había dado todo, pero eso no le quitaba el deseo de haber ganado los cuatro combates.

Caminó hacia una esquina, se quitó los guantes y se dejó caer sobre un banco, secándose el sudor con una toalla. Mientras respiraba profundamente, se permitió unos segundos para disfrutar del ambiente. Había sido un día duro, pero también gratificante. Había demostrado su fuerza y resistencia, y se había ganado el respeto de sus compañeros.

Después de un rato, se unió a los demás, compartiendo historias y risas. A pesar del cansancio y la ligera frustración, sabía que aquellos momentos con sus camaradas eran tan importantes como cualquier victoria en el tatami.