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[Autonarrada] [T2] A veces toca pelear - Versión para impresión

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[T2] A veces toca pelear - Ubben Sangrenegra - 07-10-2024

El bribón de ojos dorados salió del Casino de LogueTown con la misma despreocupación con la que había entrado. La noche había sido fructífera para él, y aunque las cartas y las apuestas siempre traían consigo altibajos, esta vez el equilibrio se había mantenido de su lado. Con una sonrisa satisfecha, el moreno caminaba bajo las luces titilantes del puerto, saboreando el sonido metálico de las monedas en su bolsillo. Eran solo unos cuantos billetes extra, pero en el juego de la supervivencia y el engaño, cada pequeña ganancia contaba. Hacía ya varios días desde el último escándalo del concurso de bebidas arreglado, y una semana desde que ayudó a Sorvolo a obtener aquel preciado artículo en la subasta, algo que otros habían ganado, pero que finalmente acabó en manos del astuto magnate del inframundo.

En la escalera principal del casino, Sorvolo se encontraba charlando con un grupo de individuos que claramente eran personas de renombre, tal vez influyentes dentro de aquel mundo oscuro y clandestino. El peliblanco notó cómo los ojos del dueño del casino se posaron sobre él, una sonrisa cínica dibujándose en el rostro de Sorvolo al verlo pasar. Ubben estaba a punto de continuar su camino cuando, de repente, sintió una mano pesada en su hombro. Sorvolo lo detuvo con una firmeza casi paternal. —Muchacho... cumpliste con tu palabra la última vez, lo tendré presente— pronunció el magnate con una calma que podía interpretarse de muchas formas. Mientras hablaba, dio un par de palmadas suaves en la mejilla de Ubben, como si fuera un niño pequeño. El peliblanco apenas tuvo tiempo de procesar lo que había sucedido, ya que Sorvolo, sin esperar respuesta, volvió a centrar su atención en su distinguida compañía, ignorándolo por completo.

Ubben, aunque irritado por la condescendencia, se quedó con lo positivo de la situación... había logrado impresionar a uno de los hombres más poderosos de LogueTown. Mientras continuaba su camino, una sonrisa de autocomplacencia cruzó su rostro. —Es un buen comienzo— pensó, ajustando su chaqueta mientras se adentraba en los callejones laberínticos de la ciudad. Sin embargo, su instinto de supervivencia, afilado por años de fuga y engaño, le advirtió de algo fuera de lo común. Había una presencia constante tras él, y cuando giró disimuladamente la cabeza, pudo ver a una mujer joven que lo seguía de cerca. No parecía una amenaza directa, pero el hecho de que lo siguiera en medio de la noche encendió todas sus alarmas. Ubben apretó el paso, intentando perderla entre las sombras y los callejones, pero al girar en una esquina estrecha, se encontró de frente con un grupo de cinco personas. Hombres y mujeres, mal vestidos y con expresiones desesperadas, sostenían palos y cuerdas entre sus manos. No hizo falta intercambiar palabras; el peliblanco entendió inmediatamente lo que estaba ocurriendo. —Oh, mierda...— pensó, apenas antes de que el primero de los atacantes le asestara un puñetazo en el estómago que lo dejó sin aliento. Siguieron múltiples patadas que lo derribaron al suelo, donde los golpes continuaron lloviendo implacablemente sobre él.

Los golpes no eran tan fuertes como para ser letales, pero sí lo suficientemente dolorosos como para desgastarlo rápidamente. —Solo son un montón de civiles desesperados— se dijo, aguantando lo mejor que podía mientras el dolor recorría su cuerpo. No era su primera paliza, y ciertamente no sería la última, pero cada segundo bajo los golpes se volvía más insoportable. En medio del caos, logró deslizar diez agujas entre sus dedos, y aunque sus movimientos parecían débiles y desorganizados, en realidad estaba preparando su contraataque. Cuando sintió que los golpes disminuían al notar que su cuerpo parecía inmóvil, decidió que era el momento perfecto. Los agresores, pensando que lo habían neutralizado, se acercaron con las cuerdas, listos para amarrarlo y seguramente robarle todo lo que llevaba encima antes de entregarlo a la marina. Pero justo en ese instante, Ubben se sacudió con una rapidez inesperada, girando sobre sí mismo en el suelo. En un movimiento fugaz, lanzó las agujas en todas direcciones. Los gritos de dolor no tardaron en resonar en el estrecho callejón cuando las finas senbon penetraron en los cuerpos mal entrenados de sus agresores. A pesar de su aparente superioridad numérica, los atacantes no estaban preparados para enfrentarse a un luchador de la talla de Ubben.

Con un ágil movimiento, el peliblanco se puso de pie, sus músculos tensándose al prepararse para el siguiente asalto. No perdió tiempo en contraatacar, lanzando puñetazos rápidos y precisos, cada uno dirigido a puntos clave del cuerpo de sus oponentes. A medida que los golpes impactaban, los hombres y mujeres que lo rodeaban caían inconscientes, incapaces de resistir la fuerza del moreno de blancos cabellos. Los pocos que intentaron devolverle los golpes fallaron torpemente, su falta de entrenamiento evidente en cada movimiento. En cuestión de minutos, el callejón quedó en silencio, con Ubben como único aún conciente y de pie. 

Observó a su alrededor, respirando con dificultad mientras evaluaba la situación. —Maldita sea...— murmuró para sí, su mirada dorada recorriendo los cuerpos desmayados a su alrededor. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo allí; una escena como esa tarde o temprano llamaría la atención de las autoridades. Sin embargo, no pensaba irse con las manos vacías. Aprovechando que sus atacantes estaban inconscientes, Ubben comenzó a retirar cuidadosamente las agujas senbon de sus cuerpos, limpiándolas con rapidez antes de guardarlas de nuevo. Luego, con una naturalidad fría, comenzó a revisar los bolsillos de los caídos, extrayendo cualquier dinero, joyas o pertenencias de valor que tuvieran consigo. No era una cuestión de venganza, sino de simple pragmatismo. —Si te atreves a atacarme, al menos pagarás por ello— pensó mientras seguía saqueando a sus agresores. No planeaba matarlos, claro. No quería atraer una investigación policial que pudiera terminar revelando su identidad y su implicación en el concurso arreglado o sus recientes movimientos en la subasta.

Una vez satisfecho con el botín recogido, Ubben se acomodó la ropa, sacudiendo el polvo y enderezando su chaqueta. Miró una última vez a los alrededores, asegurándose de que nadie lo estuviera observando. Luego, con una sonrisa torcida en el rostro, comenzó a caminar hacia la salida del callejón, riéndose para sí mientras canturreaba, como si la golpiza y la violencia de hace unos minutos no hubieran sido más que un simple desvío en su noche.

Como yo he sido andariego y a mí ninguno me aterra
Cuando saco mis agujas, se pone a temblar la tierra
Ayer peleé con el diablo, que dicen que es muy bravo
Le pegué una pinchotera que yo me quedé asombrado

Le tiré el carriel pa'trás y el poncho me lo cantié
Y, del primer pinchotazo, la cola se la boté
Continuamos la pelea y antes que la gente viera
Con la punta de la senbon le pinté una calavera