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[Diario] [D-Pasado] El Ensueño del Demonio - Versión para impresión

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[D-Pasado] El Ensueño del Demonio - Terence Blackmore - 26-07-2024

Ser el benjamín de los Blackmore es como ser el centro de atención constante de un circo sin animales. Todos los ojos están puestos en ti, esperando que hagas algo ridículo o brillante. Que te mimen un segundo y al siguiente te recuerden tu vago lugar en la jerarquía familiar. Es un equilibrio complicado entre ser el consentido y el eterno segundón.
Ser el benjamín consentido nacido en el seno de una familia poderosa y adinerada también servía de máscara para ocultar mi verdadera naturaleza. Mientras mis hermanos mayores se esforzaban por demostrar constantemente su valía y captar la atención de un férreo padre, yo observaba y aprendía. El poder no se heredaba, sino que se obtenía.
Cuando descubrí la verdad sobre nuestra familia, no sentí asco sino vergüenza, así como una pequeña llama latiendo en un pecho que siempre había estado frío como un témpano. El tráfico era un juego peligroso, pero también un negocio sumamente lucrativo, pero solo nos limitábamos a ello de una manera muy superficial. Mis hermanos eran unos inútiles incapaces de ver más allá de sus cortas ambiciones, pues siempre se habían centrado en la figura de nuestro padre al cual querer apoyar. En cambio, yo tenía una mayor claridad con respecto al futuro, más cristalina, más absoluta. Una certeza orientada hacia una iniciativa.
La Mansión Blackmore era un laberinto de opulencia donde el poder y la influencia se respiraban como un almizcle que emanaba desde las mismísimas paredes de piedra negra pulida y que resonaban en cada nota que los músicos de orquesta tocaban desde las sombras que arrojaban unas luces blancas pero tenues para acompañar la velada.
Bajo la apariencia de un enclave social distinguido, se cocían sin embargo asuntos mucho más oscuros. No era difícil encontrar un grupo de hombres entre los que podían encontrarse algunos destacados oficiales de la Marina del East Blue a un lado de la mesa, mientras que al otro podíamos encontrar criminales convencidos, como cazarrecompensas de los Bajos Fondos o piratas con cierta reputación junto con hombres y mujeres de confianza de mi padre. Así es como la Baronía Blackmore se las gastaba, subyugando bajo nuestra lluvia de dinero a miembros clave de la sociedad.
Latente y amparado bajo la fachada de la celebración de mi vigesimoséptimo cumpleaños, los gobiernos insulares cambiaban de manos, los chantajes se ahogaban bajo la sorna de las risas superficiales y las puñaladas se velaban salpicadas de distinción y aparente elegancia. Todo un lenguaje sumamente cuidado y codificado bajo las órdenes directas de mi padre en un movimiento que, a ritmo de batuta, hacía bailar a todos.
En realidad, a nada que alguien conociera las pulsiones internas y la vida interna de nuestra familia, nadie creería que un cumpleaños fuera celebrado sin razón entre los Blackmore; especialmente cuando el celebrante era el objeto de la envidia por parte de sus hermanos y de la indiferencia por parte de su padre.
Yo siempre había sido un diletante, pues allá dónde mis hermanos con mentalidad depredadora trataban de hincar sus dientes, yo solo me mantuve al margen y aprendía. Dónde mis hermanos creían que yo viajaba para alimentar un espíritu henchido de jolgorio, yo prosperaba. Allá donde mi familia apenas veía, yo medraba, evolucionaba.
Era de dominio público que, a diferencia de mi familia, yo no buscaba destacar entre los círculos influyentes. Esas nimiedades no me importaban, pues la auténtica forma de prosperar era desde mi cúpula de aparente ignorancia y desgana, lo que me ofrecía el tiempo suficiente para aprovechar los vastos recursos de mi familia en seguir aprendiendo sin llamar a la atención.
A pesar de no ser más que una celebración vacía, mi cumpleaños arrojaba la fútil necesidad del disimulo, pues no eran pocos los que se acercaban como acto de formalismo a felicitarme y hablar de factores superfluos y anodina conversación.
Reír las gracias, demostrar preocupación por sus allegados y familiares, o mostrar interés en sus mediáticas vidas. Era cierto que ser el benjamín de la familia Blackmore era también un acto de paciencia. Ser el juguete codiciado de un niño dónde todos quieren jugar contigo, pero nadie te explica las reglas. Cualquiera en mi posición se habría sentido reverenciado y protegido, pero también extasiado y utilizado. No era mi caso, pues desde mi tierna infancia supe el papel que me tocaba representar en esta ópera vital.
Finalmente, la fiesta llegó a su fin y los invitados se retiraron, dejando solamente al personal de seguridad de la familia y vaciando la estancia del resto de miembros no remarcables, que abandonaban el lugar con una mezcla de admiración y miedo.
Mi padre me hizo llamar entonces a su despacho, anexo a la sala principal dónde todo se hubo celebrado y tanto mi serio y aburrido hermano Jeremy como la aparente frágil pero monstruosa hermana Hilda, me dedicaron una cierta mirada acrimoniosa que vomitaba indignación y cierto asco.
Erigiéndose como un dios entre meros mortales, la enorme figura de mi padre resonaba peligrosa por todo el despacho solo enmudecido por la solemnidad del acto que iba a hacer aparición. Él era una persona meditabunda y paciente, pero al mismo tiempo reactiva y dinámica, por lo que era sumamente difícil saber qué estaría pensando en aquél preciso instante.
Ofreciendo una mirada dura, pero con un toque que hasta podría categorizarse como tierno y vivaz, Cassius abrió un cajón de los que se situaban en la parte trasera de su escritorio de fina caoba y lo ofreció sobre la mesa, proyectándolo con un ligero gesto de avance hacia mi dirección, pero con suficiente delicadeza como para que no abandonara el final del mueble.
Dicha caja, no extremadamente grande pero que podría fácilmente albergar desde un collar a la cabeza de una persona, era un misterio. Su madera era claramente de calidad y estaba lacada y tallada con dedicación.
No leyendo del todo la situación, no sabía si se trataba de un regalo o de un castigo, y me dispuse a avanzar caminando en dirección a él, enfrentando su mirada en el trascurso de mis pasos, para finalmente tomar la caja y abrirla.
Encontré una fruta. De piel suave y espinosa en tonos rosados y una pulpa dorada en su interior, algo que encontré de cara a probar el ácido sabor de sus tripas ante la mirada de desafío del viejo cano.
Ambos sabíamos qué estaba sucediendo. El ritual de madurez que los Blackmore oficiaban al son de los timbales del demonio y cuyo poder era escogido por la voluntad de cada uno.
Y con ello, la maldición llegó a mi como una vieja conocida, y con ello, la oportunidad.