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[A - T2] Budismo o barbarie [Pasado] - Gautama D. Lovecraft - 12-10-2024 ~ Isla Kilombo.
~ 06:30h. Día 4 de Primavera. Año 724. En algunas mañanas de la primavera, donde la suave brisa marina se mezcla con los aromas de bosque y flores, me gustaba romper con la monotonía meditativa y realizar la primera meditación del día lejos de las paredes de la base. Salía temprano para tener el suficiente tiempo como para ir hasta los diferentes lugares de la isla donde me gustaba meditar y volver al G-23, el acto en sí, caía en vano si se realizaba desde la inquietud y la prisa, por eso, antes de que empezara mi turno en el caso de tenerlo de mañana, prefería ir al alba a los enclaves que tenía guardados por ser idóneos para mis reflexiones, estiramientos y para dejar la mente en blanco. Aquella mañana de primavera, cogí mi particular esterilla junto al palosanto y su respectivo pedernal, di los buenos días a los compañeros que montaban guardia en las casetas de vigilancia, y me dirigí hacia el bosque de Kilombo con la intención de ir a una cala algo alejada de la base. Me impulsaba la apetencia de estar en aquel lugar que ya visité en un par de ocasiones, era un paraje virgen donde el oleaje al choque con las rocas amenizaba el ambiente en un trance constante y natural, ideal para todo tipo de introspecciones. La ruta para llegar a la cala me la descubrieron hace tiempo 2 chiquillos que se dedicaban a explorar la isla, y con la viveza de la juventud que les caracterizaba, con gusto me enseñaron la playa además de un par más, dicha ruta, era algo silvestre y se alejaba de los principales caminos de Kilombo, pero merecía mucho la pena con tal de ver tal paisaje. Una vez en ella, visualicé el sitio frente a la salida del sol para iniciar los preparativos habituales a la meditación, estiré la esterilla, encendí el palosanto para limpiar los alrededores de malas vibraciones, y ya sentado en la posición del loto, con la espalda recta y estirada, levanté la barbilla para realizar las primeras respiraciones introductorias, sin embargo, algo perturbaría el acto. Quizá abstraído por los preparativos, o camuflados por el oleaje, los berridos de un tipo que se acercaba en una barca con dos tipos más cortaron de sopetón aquel retiro. Los gritos imperativos hacia lo que parecían ser sus subordinados, me limitaron a la hora de introducirme hacia mis adentros, era una verdadera faena, no obstante, iba a ponerse peor el asunto. Los extraños llegaron a tierra firme y dejaron la maltrecha barca sobre las piedras de la cala, se adentraron en esta y, por lo tanto, me vieron. Parecían simples bobalicones llegando a duras penas a la playa, exteriorizaban vacíos deseos de saquear el pueblo por lo que les pude escuchar, ya que gritaban sin ningún tipo de pudor. Obviamente, se acercaron hasta mi posición, intimidantes y con unos aires de superioridad que les costaría la integridad, pues sus intenciones hacia mí no fueron amistosas. Me rodearon y sacaron sus armas, en ese momento, temí por la esterilla, pues era un regalo del hermano Nyrio la tarde antes de partir del templo, pero ni por asomo dejaría que se acercaran a ella, y mucho menos intentar lastimarme. Los ilusos se vieron sorprendidos cuando desde mi posición, y sentado en el mismo suelo, me catapulté con mis brazos con las piernas hacia delante para ir hacia el cabecilla, el cual, vería como su rodilla se quebraba tras pinzarla con mis muslos en un giro seco hacia la izquierda potenciado con el giro de cadera y la posterior vuelta de campana de mi cuerpo. Rodé hacia atrás, para acto seguido incorporarme, los gritos de dolor increparon el lugar, algunas aves marines fueron ahuyentadas por el alboroto, los subordinados empezaron a temblar, provocando que sus manos no soportasen de manera férrea y determinante sus melladas espadas. Las tiraron tras contemplar la magnificiencia de mi figura, acercarse lenta pero inexorablemente hacia ellos, tirando las maltrechas espadas y recogiendo a su capitán para volver hasta la barca como alma que lleva el diablo. Ya en ella, las cobardes amenazas se siguieron sucediendo, aquellos piratas de poca monta se alejaron de la costa, y en la cala, se pasó por suerte de los gritos, a la tranquilidad, al sosiego. De nuevo, el ansiado sonido del oleaje imperó de nuevo, agradecí que la esterilla estaba intacta, pudiendo al fin meditar en la calma y la serenidad. Ahora sí, podría afrontar el día satisfactoriamente. |