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[Autonarrada] [T2] Un punto de inflexión. - Versión para impresión

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[T2] Un punto de inflexión. - Atlas - 14-10-2024

Día 32 de Verano del 724

Un punto de inflexión

No podía negar que me sentía bastante rato. Mucho, de hecho. No hacía ni veinticuatro horas desde que habíamos llegado de Isla Kilombo... Bueno, de Ginebra Blues después de haber estado a punto de naufragar en nuestro camino de vuelta. Timón se había quedado con nosotros, Broco Lee había sido identificado y sepultado, Meethook estaba bien resguardado y los Piratas Veganos esperaban su juicio. Más aún, nos habían dicho que en Kilombo se rumoreaba que allí donde antes había estado el faro se colocaría una placa en nuestro nombre. No tenía demasiado claro por qué. Vale, habíamos detenido a alguien tan peligroso como Broco Lee, pero no habíamos podido hacer nada para proteger el que no era sino el emblema de la isla: su faro.

¿Por qué me preocupaba tanto aquel puñado de ladrillos apilados? ¿Por qué percibía aquello como un error, como una misión cumplida a medias? Debía reconocer que la manera en que me estaba exigiendo una serie de resultados y actitud me resultaba en cierto modo preocupante. Siempre había sido alguien que no se había preocupado demasiado por cosas como aquélla: simplemente quería tener cuantas menos responsabilidades, mejor, para vivir lo más cómodo posible. No obstante, poco a poco el peso de la responsabilidad y la carga comenzaba a asentarse sobre mis hombros y, al mismo tiempo, me empujaba hacia delante para crecer y ser capaz de soportarlo. Estaba en un momento crítico en el que debía decidir si mantenerme firme por primera vez en mi vida o, siguiendo con mi trayectoria, encogerme, dar un paso hacia atrás y otro hacia el lado.

Tal era el debate interno que tenía, que incluso el día libre que me habían dado se me antojaba raro. En cualquier otro momento habría sonreído como un niño pequeño y me habría ido a disfrutar del vaivén de las olas del mar en cualquier rincón perdido del mundo. Sin embargo, allí estaba, vestido de paisano con una amplia camisa celeste cerrada con dos botones, unos pantalones de color gris y unas botas que alcanzaban la mitad de la espinilla. Me encontraba subido en el tejado de uno de los edificios de la base del G-31, tumbado y observando el movimiento de las nubes en lo alto. Las miraba, pero no las veía al encontrarme inmerso en mi particular mar de ideas, dudas e incógnitas. A mi lado, a escasos metros, el proceso de reconstrucción del ala este seguía su curso. Los escombros habían sido retirados y la maquinaria y los operarios se afanaban en tapar la herida que había quedado en un brazo del alma de la Marina en el East Blue.

Desde luego, allí subido no conseguiría resolver mi debate interno. Después de unos minutos finalmente decidí abandonar aquel lugar y me dirigí al pueblo. Vagué sin rumbo claro por sus calles. Todo había cambiado mucho en muy poco tiempo. A mi llegada podía caminar sin que nadie me mirase, pero después de un tiempo era rara la calle en la que alguien no se volteaba a mirarme. Sí, comenzaban a conocerme personas a las que no había visto en mi vida. Además, por lo que nos habían dicho se estaba valorando la posibilidad de concedernos un ascenso a raíz de la captura de  Broco, por lo que todo indicaba que la situación sólo podía ir a más. ¿Realmente seguía teniendo la posibilidad de elegir si la situación continuaba yendo a más o no?

—¡Aquí, ayuda! —exclamó una voz a lo lejos en cuanto puse un pie en una de las plazas principales de la ciudad. Habían montado un sinfín de puestos en la misma, en los cuales los pequeños comerciantes locales vendían sus productos a quienes discurrían entre los diferentes negocios.

Todas las miradas se volvieron hacia mí, reforzando las ideas que había estado manejando hasta hacía unos segundos. Lo hubiese hecho de todos modos, pero lo cierto es que no disponer de la libertad de elegir qué hacer me sobrecogió en cierto modo. Todos o casi todos allí sabían quién era y esperaban que yo más que nadie me aprestase a ponerme a disposición de quien lo necesitase. Salí corriendo, sobrepasando la zona de los puestos y llegando al punto desde el que demandaban mi presencia.

Era un minúsculo callejón que salía de la plaza y se internaba en la zona portuaria. Era bien sabido por todos los lugareños que, con el constante trasiego de barcos y tripulaciones —muchas de las cuales no eran del todo honradas, por así decirlo—, no era la zona más segura para deambular en solitario. Allí, un muchacho que portaba varias bolsas era acechado por cuatro tipos que empuñaban cuchillos.

Sí, ellos también me reconocieron en cuanto se dieron la vuelta. Dos de ellos creyeron que la mejor defensa posible era un buen ataque, mientras que los otros dos parecieron considerar que podrían escapar si corrían lo suficientemente rápido. Nada más lejos de la realidad. Los dos que vinieron a por mí apenas tardaron treinta segundos en ser reducidos y dejados bajo custodia de los curiosos transeúntes que se habían aproximado para ver qué sucedía allí. Acto seguido, comencé a correr detrás de los otros. Tal vez yo estuviese muy lejos de encontrarme entre los más rápidos de la brigada —Ray era una auténtica exhalación—, pero sí que era lo suficientemente veloz como para aquellos dos sinvergüenzas no se me escapasen. En efecto, su destino fue el mismo que el de sus compañeros de fechorías y, para cuando volví, dos reclutas que estaban patrullando ya habían puesto bajo custodia a los otros dos.

En cuanto me vieron aparecer con los otros dos individuos sujetos por el cuello se sorprendieron, cuadrándose y llevándose las manos a la cabeza.

—Descansad, descansad —dije con calma, entregándoles a los dos delincuentes y haciendo un gesto con las manos para que se relajaran—. Estoy fuera de servicio, pero pasaba por aquí. Lleváoslos y decid que los habéis atrapado vosotros, lo último que quiero es tener que hacer otro informe más por atrapar a cuatro ratas callejeras, ¿vale?

Asintieron, llevándose a los sujetos y dejándome sumergido en un mar de gracias generado por el muchacho al que acababa de rescatar. Le dejé que se desahogase y liberase su adrenalina en forma de agradecimientos y obsequios educadamente rechazados por mi parte. Cuando se hubo saciado, me despedí educadamente y me dispuse a continuar mi paseo. No, desde luego no tenía elección. Mis actuaciones y decisiones me habían llevado a punto de inflexión, uno sin retorno cuyas consecuencias tendría que aceptar y asumir con entereza. ¿Lo mejor? Que en el fondo lo quería, lo ansiaba y estaba cómodo en esa tesitura.