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[Autonarrada] [Aut-T1] Plumas Ligeras - Versión para impresión

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[Aut-T1] Plumas Ligeras - Mayura Pavone - 14-10-2024

Día cincuenta y uno, Verano, del año setecientos veinticuatro.
 
El viento cálido de la Isla Kilombo acariciaba suavemente el rostro de Mayura Pavone, mientras caminaba en lo que parecía ser una mañana tranquila, con su distinguido y elegante andar por las empedradas calles del pueblo de Rostock. Las últimas semanas habían sido un sinfín de experiencias que empezaron a moldear al histriónico pirata con un poco de humildad y cercanía gracias a todas las experiencias que vivió en su estadía. No obstante, estaba empezando a sentirse un poco estancado, deseoso de seguir aventurando y hacerse un nombre como pirata, pero sobre todo ir por los mares para conseguir información sobre si exista una fruta del diablo que lo acerque, aunque sea a algo parecido a un pavo real.
  
Había muchas historias circulando en la boca en boca de las personas, y una en particular le había despertado curiosidad. El pavo real del océano, no se molestaba por escuchar los chismes ni mucho menos lo que ignorantes tuviesen que decir con temas ajenos a él. No obstante, si le molestaba que esos mismos ignorantes tratasen imponer su punto vista como una verdad absoluta, cuando ni siquiera conocen la punta del iceberg de “X” o “Y” situación.
 
Mientras avanzaba por las calles, escuchó un murmullo que provenía de una esquina, cerca de un pequeño mercado que funcionaba temprano en la mañana. La conversación que se filtraba entre los callejones atrajo su atención. Con su porte majestuoso, se acercó lo suficiente como para escuchar lo que discutían. Se trataba de dos hombres, sucios y desaliñados, cuya risa áspera resonaba en la quietud de la mañana.
 
¡Te digo que los de la Isla Syrup no son más que unos ricos avaros! — exclamó uno de los hombres, que iba caminando con una caja abierta llena de manzanas. — Esos mercaderes se creen mejores que todos solo porque tienen buenos negocios. No saben nada de lo que es la vida real, no saben lo que es luchar por cada pedazo de pan. — vociferaba el segundo hombre con una caja llena de coles.
 
Sí, hermano, tienes toda la razón. — añadió el otro hombre, un poco más bajo y fornido de la caja de manzanas. — Esa gente rica no entiende lo que significa trabajar duro. Viven en su burbuja, comerciando y ganando fortunas mientras nosotros tenemos que partirnos el lomo todos los días. ¿Y qué hacen con sus riquezas? Solo miran por encima del hombro a los que somos de verdad... No tienen ni una pizca de honor. — finalizó el más bajo, mientras que ahora ambos soltaban sus cajas en el suelo y empezaban a acomodar sus productos en un stand, preparándose al igual que el resto de los vendedores de la zona, una hora antes de apertura el mercado que abría todas las mañanas.
 
Mayura, que hasta entonces había mantenido su distancia, sintió cómo su irritación iba creciendo. ¿Habrá sido el alcohol y la falta de sueño? Pues no, a pesar de que una persona común se sienta desinhibida tras amanecer tomando en una taberna, el elegante pirata tenía la habilidad de nunca estar borracho y poder siempre mantener su compostura, pero aquellos sujetos habían tocado una espina de su antigua vida que aún le dolía. ¿Cómo se atrevían a hablar de esa manera? Había conocido a muchos vendedores en su vida, y aunque sabía que algunos eran arrogantes, eso no significaba que todos lo fueran. Además, si algo despreciaba más que la pobreza era la ignorancia. Y estos dos, claramente, eran la viva imagen de ello. Lo que más le molestaba no era el hecho de que criticaran a la gente rica, sino su simplista visión del mundo, su odio infundado hacia aquellos que simplemente habían tenido la suerte de prosperar o aquellos que fueron más inteligentes y aprovecharon oportunidades.
 
Sin poder contenerse más, dio un paso adelante, acercándose a los dos hombres que continuaban riéndose entre sí. Su sonrisa característica, tan encantadora como peligrosa, se dibujó en su rostro mientras se acercaba con toda la elegancia que lo caracterizaba.  — Es curioso escuchar a dos hombres hablar tan libremente sobre lo que no entienden... — comenzó, interrumpiendo la conversación. Su tono era suave, casi melódico, pero había una afilada burla en cada palabra. — Me pregunto, ¿cuántas veces han pisado la Isla Syrup? ¿Cuántas veces han negociado con uno de esos "mercaderes ricos" que tanto critican? O mejor aún... ¿Cuántas veces han podido siquiera salir de esta isla? — continuo, con su misma postura, dejando claro que, a pesar de su físico o actitud, debía ser tomado en serio.
 
Los dos hombres se giraron rápidamente, sorprendidos por la intromisión. El primero, el más alto de la caja de coles, frunció el ceño, claramente irritado por la interrupción. — ¿Y a ti qué te importa, emplumado? — replicó con desdén, notando la apariencia extravagante del pirata.
 
Ah, me importa... — Mayura inclinó ligeramente la cabeza, su sonrisa ampliándose un poco más. — Porque parece que están demasiado ocupados odiando a aquellos que no comprenden. Y es una pena, realmente. La ignorancia es un veneno que se extiende rápidamente, pero siempre se puede curar con un poco de... educación. Al menos que sean estúpidos… eso si es incurable. — Su voz seguía siendo suave, pero había un peligro palpable detrás de cada palabra.
 
El segundo hombre, el fornido, lo miró de arriba abajo y soltó una risa áspera. — ¿Y quién eres tú para creerte que puedes darnos lecciones, eh? ¿Otro rico que viene a defender a sus amiguitos mercaderes? ¿Crees que te tenemos miedo por ir vestido como un bufón?
 
Oh, no espero que me teman... aún. — replico el elegante pirata, acercándose un poco más. Sus ojos grises brillaban con una intensidad peligrosa mientras miraba al fornido directamente a los ojos. — Pero lo que sí espero es que se retracten de sus palabras. No porque me preocupe lo que piensen los idiotas, sino porque ofenden mi sentido del “gusto. — su tono amenazante se remarcaba con cada palabra que iba soltando y con cada paso que usaba para acercarse.
 
Hubo un breve silencio, roto solo por el sonido del viento y el eco de las risas apagadas en la distancia de los demás vendedores del mercado. El ambiente se había vuelto tenso, y el primer hombre dio un paso adelante, claramente dispuesto a enfrentarse al pirata cuyas habilidades eran incapaces de ver. — ¿Y si no lo hacemos? ¿Qué? — su voz era desafiante, pero había una vacilación en sus ojos, un arco reflejo que reflejaba su angustia y baja confianza. El histriónico pirata lo había leído bien; estos no eran más que vendedores incapaces de siquiera poder utilizar sus manos para combatir, hombres que se apoyaban en su rabia y frustración, pero que no sabían lo que era enfrentar a alguien realmente presentara un peligro para ellos.
 
Sin dejar de sonreír, Mayura levantó una mano y, con un movimiento rápido y fluido, desenvainó su Tanto que había mantenido oculto bajo su túnica. La hoja brillante destelló bajo la luz de la luna mientras la blandía frente a ellos. — Bueno, eso dependerá de cómo decidan continuar. — susurró. — Ya les he dado la oportunidad de callarse. Si deciden seguir, entonces supongo que será necesario... educarles de la manera difícil. — continuó firme, reflejando que no le temblaría el pulso en utilizar su arma y castigarlos, después de todo, era temprano en la mañana y solo tenían como espectadores a otros vendedores que ahora habían dejado de preparar sus stands para presenciar lo que parecería convertirse en un espectáculo para animar sus miserables y grises días de tabajo. Después de todo, siempre es entretenido disfrutar de los espectáculos, sobre todo cuando no formas parte de ellos.


El hombre fornido, al ver el arma, dio un paso atrás, evidentemente asustado, pero el más alto no se dejó intimidar tan fácilmente. Sacó una pequeña navaja de su cinturón, mostrando una mueca de burla. Mayura soltó una carcajada ligera, una risa que no llegaba a sus ojos. — Ah, qué encanto. — murmuró antes de moverse con la velocidad y precisión de un depredador. Antes de que el hombre pudiera reaccionar, el pirata ya estaba detrás de él, la punta de su tanto rozando su cuello. — Un movimiento en falso... y será el último que hagas. Ahora... discúlpense por su ignorancia. — Susurró al oído del hombre, quien ahora temblaba visiblemente.
 
El hombre temblaba, incapaz de articular palabra alguna. La navaja que sostenía en su mano temblaba aún más rápido hasta que prontamente cayó al suelo liberando un leve tintineo metálico al chocar con las rocas del adoquín. Los espectadores, quienes al principio se habían reunido para ver el enfrentamiento, ahora parecían menos seguros de que querían ser testigos de lo que estaba a punto de ocurrir. Algunos miraban con nerviosismo, mientras otros mantenían una expresión de expectativa mórbida, esperando a ver hasta dónde llegaría la situación.
 
El segundo hombre, el más fornido, dio un paso hacia atrás, sus manos alzándose en señal de rendición. — N-no queríamos causar problemas... — murmuró, su voz apenas audible por el temor. El pavo real del océano sonrió para sí, satisfecho con la reacción que había logrado provocar. Si había algo que disfrutaba, era la sensación de tener el control total de la situación añadido a ser el centro de atención. Con un movimiento lento, retiró la hoja del cuello del hombre alto, permitiendo que el filo rozara la piel con suficiente firmeza para dejar claro que una simple palabra mal dicha podría tener consecuencias fatales y que ahora simplemente había sido perdonado por su misericordia.
 
Me alegra ver que han decidido tomar el camino de la sabiduría, — comentó el pirata con su voz melodiosa, mientras envainaba de nuevo su Tanto. — Pero no se equivoquen... No soy alguien a quien puedan olvidar tan fácilmente. Me recordaran como Mayura Pavone, el Pavo Real del Océano. — Finalizó, lanzando una última mirada a ambos hombres que, ahora reducidos al silencio, solo podían asentir rápidamente. El hombre alto tragó saliva con fuerza, incapaz de apartar la vista del afilado brillo en los ojos del pirata.
 
Con el conflicto prácticamente disuelto, los murmullos entre los espectadores comenzaron a aumentar. Algunos se alejaron discretamente, mientras otros seguían observando con un interés renovado. El pirata, por su parte, no había terminado. Sabía que había más en esta situación que un simple altercado en un mercado al salir de una taberna, y los comentarios de aquellos hombres habían despertado algo en su interior. El elegante pirata escuchó algo que había pasado por alto antes: una conversación cercana sobre las Islas Gecko. Varios mercaderes discutían animadamente sobre la reciente agitación en esa región, mencionando rumores de conflictos que podrían afectar las rutas comerciales y las conexiones con las islas. Mayura prestó atención, sus oídos afinados captando palabras clave que no pudo ignorar: “piratas”, “conflicto en Kolima”, “oportunidad”.
 
El corazón de Mayura latió con más fuerza. Ese comentario tocó un nervio profundo que se había dormido con el paso de los días en Kilombo. No solo sentía una aversión personal hacia aquellos que menospreciaban a los ricos por su éxito, sino que también era consciente de las oportunidades que un conflicto de tal magnitud podía representar. Había siempre dos caras de la moneda en cualquier conflicto: una de peligro, pero la otra de oportunidad.
 
El elegante pirata entrecerró los ojos, evaluando lo que había escuchado. Su próxima jugada ya empezaba a formarse en su mente. Las Islas Gecko eran conocidas por ser una región llena de pequeños archipiélagos donde el control económico siempre estaba en disputa entre poderosas familias de mercaderes. Si lo que decían los rumores era cierto, la situación actual representaba no solo una aventura peligrosa, sino también la oportunidad perfecta para hacerse con algo de provecho.
 
Kolima… Syrup… pensó, mientras las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. No había manera de que se mantuviera alejado de algo tan potencialmente lucrativo. Además, había algo personal en esa historia. No podía soportar la idea de que aquellos imbéciles que criticaban a los mercaderes fueran los mismos que algún día pudieran salir victoriosos en un conflicto sin haber hecho más que quejarse desde las sombras.
Mayura se puso en marcha con gracia, dejando que su túnica ondeara con su movimiento. — Parece que este lugar ya no tiene nada más que ofrecerme. — murmuró para sí, aunque su tono dejaba claro que su decisión había sido tomada.  Antes de salir de la escena, se giró una última vez hacia los hombres que ahora se encontraban acobardados frente a él. — Y recuerden... la próxima vez que hablen de aquellos que controlan el mundo... sería mejor que supieran de lo que están hablando. — Con una última sonrisa afilada, se dio la vuelta y se retiró del mercado con pasos ligeros, su mente ya puesta en lo que le esperaba en las Islas Gecko.

El conflicto que se gestaba allí no solo prometía emociones, sino también la posibilidad de ganar poder y riqueza, algo que Mayura nunca dejaría pasar. El pavo real del océano sabía muy bien cuándo hacer su jugada, y este conflicto en las Islas Gecko parecía el escenario perfecto para su próxima gran aventura. Las olas del mar lo esperaban, y el horizonte brillaba con la promesa de nuevos desafíos y, con suerte, grandes recompensas. Las Islas Gecko serían el próximo destino en su travesía pirata.