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Aventura en alta mar - Bob el Troll - 15-10-2024 El barco de Torak, el Garra del Mar, zarpó del puerto de la isla Kilombo al caer la noche, bajo la mirada atenta de la Marina. Nadie se atrevió a detenerlos, no por la presencia de los piratas, sino por la sombra gigante que subió al barco con ellos: Bob, el gigante de las montañas. Su presencia había obligado a Torak y a su tripulación a hacer ajustes; Bob era tan grande que ocupaba casi la mitad de la cubierta, y su peso hacía que el barco se balanceara pesadamente con cada paso que daba. A pesar de los cambios, el ánimo a bordo era tenso. Aunque habían dejado la isla sin problemas, los piratas sabían que estaban lejos de estar a salvo. La Marina nunca dejaba de perseguir a los criminales que escapaban de su radar. Pero Bob no parecía preocupado. De hecho, desde el momento en que pusieron rumbo a mar abierto, su interés en la tripulación fue menguando. Todo lo que importaba para él era salir de la isla, y ahora que estaba fuera, su paciencia era cada vez menor. Torak, observando el comportamiento irritable del gigante, decidió abordarlo con cuidado. —Escucha, Bob —dijo, acercándose a él mientras la tripulación trabajaba—. Estás fuera de la isla, pero el mar no es un lugar donde solo la fuerza te mantendrá con vida. Aquí, las cosas se ponen feas rápido. Necesitamos que te mantengas bajo control. Bob bufó con desdén, cruzando los brazos. —No necesito que me digas cómo sobrevivir, pirata. Si algo me ataca, lo aplasto. Y si alguno de ustedes se interpone, lo mismo haré. Torak frunció el ceño. Sabía que el temperamento de Bob era peligroso, pero no había otra opción. Si el gigante se descontrolaba, no solo la tripulación, sino el barco entero estaría en peligro. El tercer día en altamar el cielo, que había estado despejado, de repente se nubló, y el viento soplaba con una fuerza que anunciaba tormenta. Torak, con su experiencia navegando en estas aguas, se acercó al timón. —¡Atentos todos! —gritó a la tripulación—. Esto parece un mal presagio. ¡Manténganse alerta y asegúrense de que las velas estén bien ajustadas! Pero antes de que pudieran seguir sus órdenes, algo gigantesco emergió del agua. Con un rugido ensordecedor, una criatura marina colosal, una serpiente de mar del tamaño de una montaña, se alzó del océano. Sus escamas oscuras brillaban bajo los relámpagos, y sus ojos eran de un rojo feroz. La tripulación gritó alarmada, retrocediendo mientras la bestia rugía, mostrando sus dientes afilados como cuchillas. —¡Monstruo marino! —gritó uno de los piratas, mientras la serpiente se lanzaba hacia el barco. Torak desenvainó su espada, imbuida con Haki de Armadura, pero sabía que enfrentarse a una bestia de tal tamaño requería más que solo su habilidad. Bob, en cambio, miraba al monstruo con una mezcla de furia y emoción. Este era el tipo de desafío que había estado esperando. Sin siquiera esperar órdenes, el gigante saltó sobre la cubierta, casi volcando el barco en el proceso, y se lanzó al mar para enfrentarse a la criatura. —¡Bob, espera! —gritó Torak, pero ya era demasiado tarde. Bob nadó con furia hacia la serpiente marina. Aunque la criatura era inmensa, el gigante no se dejó intimidar. Con un rugido que hizo eco en las aguas, Bob lanzó un puñetazo con toda su fuerza, golpeando a la serpiente en el costado. El impacto fue tan poderoso que la criatura soltó un alarido de dolor, pero no estaba derrotada. La serpiente se retorció y lanzó su cola contra el gigante, golpeándolo con tal fuerza que lo hundió bajo el agua. Los piratas observaron con horror desde el barco. La fuerza de la bestia era asombrosa, pero lo más preocupante era que, si el gigante no volvía a la superficie, estarían a merced del monstruo. Sin embargo, Bob no era alguien que se rindiera. Emergiendo de las profundidades, más furioso que nunca, agarró la cola de la serpiente con ambas manos. Usando su descomunal fuerza, la arrastró hacia él y la levantó por encima de su cabeza. —¡Voy a partirte en dos! —rugió Bob. Con un movimiento violento, Bob lanzó a la serpiente de mar contra las rocas cercanas, rompiendo el agua en una gigantesca explosión. La criatura se retorció, pero ya estaba gravemente herida. Bob no le dio oportunidad de recuperarse. Saltó sobre la bestia y, usando sus manos desnudas, aplastó su cráneo con un golpe brutal. La tripulación del Garra del Mar miraba en silencio. Ninguno de ellos había visto semejante brutalidad. El monstruo, que podría haber destruido su barco en segundos, yacía muerto bajo las manos del gigante. Pero mientras la serpiente se hundía en el océano, Bob, cubierto de sangre y con una sonrisa sádica en el rostro, regresó nadando al barco. —Eso es lo que llamo pelea —dijo, subiendo de nuevo a bordo. Pero mientras la tripulación lo miraba, no era admiración lo que sentían. Era miedo. Las cosas cambiaron a bordo después de la pelea. La tripulación, aunque agradecida por la intervención de Bob, comenzó a temerle más de lo que le respetaban. El gigante era una fuerza incontrolable, y su desprecio por cualquier vida, incluso la de sus propios compañeros, empezaba a ser evidente. En los días siguientes, Bob se volvió más impaciente. Su temperamento empeoraba con cada día que pasaba en el barco, y los piratas sabían que no podían mantener la paz por mucho tiempo. Torak, viendo el peligro inminente, empezó a planear cómo deshacerse de él. —No podemos dejar que Bob siga a bordo —le dijo a su primer oficial—. Si sigue así, nos matará a todos. Ya no es solo una amenaza para nuestros enemigos, es un monstruo incontrolable. —¿Y qué propones? —preguntó su primer oficial. —Llegaremos a una isla pronto. Ahí lo dejaremos. Si intentamos enfrentarlo en alta mar, nos hundirá a todos. Tras varios días de tensión, el barco llegó a una pequeña isla. Torak, sabiendo que la oportunidad había llegado, engañó a Bob diciéndole que era un lugar lleno de tesoros. —Escucha, Bob —dijo Torak, señalando la isla—. Este es el lugar donde podremos reabastecernos. También hay rumores de riquezas escondidas. Baja y busca lo que te plazca. Te esperaremos aquí. Bob, con la promesa de oro y sangre en la mente, aceptó sin dudarlo. Cuando el gigante pisó la tierra, Torak dio la orden en silencio. —¡Levanten anclas! ¡Nos vamos! El Garra del Mar comenzó a alejarse del puerto sin que Bob lo notara al principio. Sin embargo, cuando se dio cuenta de la traición, el gigante soltó un rugido de furia que resonó por toda la isla. Corrió hacia la orilla, pero era demasiado tarde; el barco ya estaba fuera de su alcance. —¡Torak! —gritó Bob, furioso—. ¡Los mataré a todos! Pero la tripulación, lejos de escuchar sus amenazas, navegaba hacia el horizonte, agradecida de haber dejado atrás al gigante. Bob, ahora solo en una isla desconocida, miró a su alrededor. Aunque su ira era inmensa, sabía que estaba en un nuevo terreno, lleno de peligros y oportunidades. El gigante sonrió, con la mirada puesta en la jungla que se extendía ante él. —Si estos piratas creían que podían deshacerse de mí tan fácilmente —murmuró, golpeando su puño contra la palma de su mano—, pronto aprenderán lo que significa el verdadero terror. Y con ese pensamiento, Bob se adentró en la isla, dejando tras de sí una estela de destrucción, mientras su venganza apenas comenzaba. |