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T2 - La última y nos vamos - Drake Longspan - 10-11-2024 Noche del 16 del verano del año 724
Bajo el cielo estrellado de Isla Kilombo, el joven carpintero de brazos largos se abrió paso con rapidez, avanzando en silencio entre el bullicio nocturno del puerto. Había dejado atrás el "Espumoso Joe", la libreta de cuero flotaba ya en un sucio charco, y una sensación de final agridulce sobre aquella charla con Heft. Ahora, sus pensamientos se centraban en el siguiente paso: acabar el barco con lo que tenía a mano y esconderlo bien antes de que la marina llegara a conectar los puntos. El dinero en su bolsillo le daba un margen para obtener más madera y herramientas, pero sabía que su prioridad ahora era poner el barco fuera de la vista, allí donde ni los marines, ni Heft, pudieran encontrarlo. Con la seguridad de un conocedor del lugar, Drake se movió entre callejones y desvió su camino cada vez que veía una linterna o escuchaba las pisadas rítmicas de los guardias. Se sentía observado en cada esquina, y no podía sacudirse la sensación de que, en cualquier momento, alguien gritaría su nombre y lo señalaría. La idea de enfrentarse a alguien era tentadora, pero el riesgo de ser atrapado era demasiado alto; después de todo, tenía ya una reputación lo suficientemente ambigua en la isla, y no necesitaba añadirle más sospechas. Finalmente, salió de la ciudad y avanzó por un sendero que bordeaba la costa, en dirección a los acantilados del Faro de Rostock. El faro era un punto aislado, un terreno abrupto y solitario que no era visitado por los locales ni los comerciantes, algo perfecto para el escondite que tenía en mente. A medida que se acercaba, el rugido del mar contra las rocas le recordó la magnitud de las acciones cometidas en aquella taberna: había decidido huir con el dinero de Heft, y aunque ello implicaba traición y riesgo, también era su única vía de escape hacia los mares junto a toda su tripulación. Es lo que el haría. Llegó al pie del acantilado y, tras asegurarse de que no había nadie cerca, usó la Ishi Ishi no Mi para manipular la roca y crear una apertura. Movió sus brazos de forma controlada, sus manos fuertes y firmes guiando la piedra como si moldeara una escultura. Bajo el sonido de las olas y el viento, una pequeña cueva fue tomando forma, lo suficientemente profunda como para resguardar el barco. Los músculos de sus brazos largos, curtidos por el trabajo, se tensaban con cada movimiento, pero la satisfacción de lograr ese escondite valía el esfuerzo. Sabía que ese sería el refugio perfecto hasta el momento de zarpar. Mientras trabajaba, un ruido en el camino lo sacó de su concentración. A unos metros, bajo la luz tenue de una linterna, apareció un marine patrullando la zona. Aquel hombre, al verlo, le lanzó una mirada extraña, como si intentara reconocer su rostro en la penumbra. Drake sintió que el tiempo se detenía mientras decidía qué hacer. No tenía otra opción: caminó hacia él con paso decidido, y antes de que el marine pudiera hacerle una pregunta, le lanzó un golpe certero. El puñetazo resonó en la noche, y el recluta marine cayó al suelo, inconsciente. U103202
ÚNICA
Ofensivo
Tier 2
No Aprendida
21
2
Drake Longspan asimila una ligera cantidad de piedras en su siguiente puñetazo, deja colgando su largo brazo izquierdo en un ángulo muy bajo y balanceándolo, estirándolo en diferentes direcciones para disparar una ráfaga de puñetazos endurecidos hacia partes dolorosas del cuerpo, sin importar la poca elegancia de estos.
Golpe básico CaC [CAx2] + [Derribo]
Sin perder tiempo, el humano de brazos largos arrastró al marine fuera de la vista, ocultándolo entre unas rocas cercanas. Su respiración era rápida, y su corazón latía con fuerza. Por un instante, pensó en lo lejos que estaba dispuesto a llegar para obtener su libertad, y ese pensamiento, en lugar de asustarlo, lo llenó de determinación. Sabía que no había vuelta atrás, y esa certeza lo impulsaba a trabajar con aún más prisa. Una vez que terminó de cavar la cueva y de asegurar su barco en el interior, dedicó unos minutos a evaluar el estado de la embarcación. Sabía que aún le faltaban algunos refuerzos, especialmente en el mástil y el timón, y que sin ellos, el barco sería vulnerable en alta mar. Pero dadas las circunstancias, tendrían que hacer mejoras sobre la marcha, confiando en que las reparaciones fueran suficientes para llevarlo a un lugar seguro. Tras esto, volvió a tapiar la entrada, dejando el barco lejos de la vista de todos los marines de Kilombo. El chico de Kilombo se sentó un momento en la cubierta, observando el horizonte y las luces lejanas del puerto. A lo lejos, las voces y las linternas de los marines se aproximaban lentamente en sus rondas, y aunque por ahora no se dirigían hacia el acantilado, sabía que no podía relajarse. Aquella isla, que había sido su hogar y su prisión, comenzaba a quedar atrás, aunque aún sintiera el peso de cada promesa incumplida y de cada mentira dicha. A la mañana siguiente, debía regresar a la ciudad para obtener algunas provisiones más. El riesgo de ser descubierto era grande, pero no podía zarpar sin esos últimos elementos. Decidido a no desperdiciar ningún segundo, se incorporó y ajustó las últimas tablas con sus propias manos, asegurándose de que el barco pudiera soportar el primer tramo de la travesía. Sabía que sus futuros compañeros de tripulación lo esperarían, y, aunque aún no compartiera todo lo ocurrido con ellos, contaba con su lealtad para enfrentar los desafíos que se avecinaban. Al terminar, se quedó de pie junto al barco, observando el amanecer que comenzaba a teñir el cielo de tonos rojizos y dorados. Era una visión tranquilizadora, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba realmente cerca de escapar. Aún quedaban detalles por resolver y enemigos a los que eludir, pero nada parecía tan importante como aquel momento. Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios mientras tocaba la madera del barco, como si al hacerlo estuviera sellando un pacto consigo mismo y la piratería. Drake Longspan, el joven carpintero de brazos largos, había logrado esconder su nave en la cueva bajo el Faro de Rostock. Ahora solo le quedaba un último desafío: mantenerse un paso adelante, sin importar lo que la isla o el mar le depararan. Sus días en la Isla de Kilombo se agotaban, y la verdadera aventura, en ese punto, solo estaba comenzando para el vicecapitán de los Hizashi. |