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[Autonarrada] [T1] Los niños de Goza - Versión para impresión

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[T1] Los niños de Goza - Yuya Mirokuji - 11-11-2024

63 de Verano del 724


Un perfecto día de verano en una isla del East Blue. La ciudad de Cocoyashi casi me había visto crecer. Casi porque yo procedo de Goza, pero pasé mucho tiempo trabajando en la ciudad para ganar dinero para mi familia. Sí, con apenas doce años ya tuve que empezar a aportar algo a la economía familiar. Por supuesto, la madre de todos mis hermanos y hermanas no podía trabajar, pues cuidar niños, especialmente tantos, era agotador y requería atención completa. Además, cinco partos debían dejar a una mujer para el arrastre. En esta fecha yo ya tenía veintisiete años y pronto cumpliría los veintiocho. Pero lo importante no era mi edad, eso era sólo un dato que llevaba a otro dato, y es que eso implicaba que el mayor de mis hermanos tenía quince años y el menor rondaría los once. Ahora ellos ya podían ponerse a trabajar para aportar a la economía familiar, ya no me necesitaban como sustento. Lo difícil de la situación era que yo ya tenía una vida fuera de casa, me había hecho cazarrecompensas porque era lucrativo y tenía talento con la espada. Había estado usando ese dinero de manera totalmente desinteresada dándosela a mi padre y a mis hermanos durante quince años. No se me podía reprochar que ahora quisiera vivir mi vida y usar mi dinero en mí mismo.

Claro que una vida entera de austeridad, guardándome el dinero justo para sobrevivir mientras el resto lo usaba para comprar comida, ropa, jabón y cualquier otra cosa que mis hermanos necesitaran… Pues pasaba factura. Ahora me resultaba difícil desprenderme de un simple Berry a pesar de tener más que suficiente ahora que no vivía con el dinero justo. En resumen, era un avaro y un tacaño. Y lo sigo siendo, la gente no cambia fácilmente costumbres adquiridas pronto en la vida. Y todo el mundo asocia a las personas avariciosas y tacañas con el egoísmo y la maldad. Creo que no he conocido a nadie que no piense que alguien tacaño es una buena persona. Pero yo os puedo demostrar que se puede ser buena persona y, al mismo tiempo, no querer desprenderte de un Berry más de lo necesario.

Durante un paseo en el que estaba disfrutando de la agradable brisa marina, el cálido Sol de verano a la sombra (no soy masoquista), el bullicio de un día de mercado… Definitivamente detalles en los que fijarse si uno quiere apreciar de verdad un lugar. Pero había un grupo de personitas que no estaban disfrutando de Cocoyashi, y eso no lo podía tolerar. Bueno, maticemos. No es que estuviera en contra de que unos niños se aburrieran o prefirieran estar en otro sitio. ¡Pero no era el caso! Ese grupo de cinco niños y niñas estaba perdido. Me acerqué a ellos sin demora y me presenté… a mí manera. – ¡Hola! Ya veo que estáis bien educados y desconfiáis de desconocidos. Pero ¿sabéis qué? Yo no soy un desconocido cualquiera. ¡Soy un adulto responsable! – Confiaba en que las payasadas que solía hacer cuando mis hermanos eran más jóvenes siguieran funcionando. Y esa confianza dio sus frutos. Los niños pasaron de estar a la defensiva y prácticamente a una ligera brisa de salir corriendo a relajarse un poco e incluso reírse. – Eso eso. Así me gusta, los niños siempre deberían tener una sonrisa en su cara. Decidme. ¿Os habéis perdido? – Obviamente les pregunté, no fuera a ser que no necesitaran ninguna ayuda y yo les hubiera dado un susto para nada. Alguno se mostró reticente, a saber cuál era el motivo. No porque no se me ocurriera ninguno, sino que se me ocurrían muchos. Pero las chicas del grupo me respondieron. – Sí, nos hemos quedado mirando el escaparate de una juguetería y nuestras madres se habían ido… ¿Nos ayudará, señor guapo? – Mi belleza funcionaba incluso en las jovencitas. ¡Pero no os vayáis a pensar nada guarro! Un niño no veía la belleza de la misma forma que un adulto. En lugar de sentir excitación, ellos sentían seguridad. Entonces sonreí y acaricié las cabezas de esas chicas que supieron pedir ayuda. – Claro que os ayudaré. Ya dije que soy un adulto responsable. Así que no quiero ver más caras largas. Sujetaos de la mano unos a otros y uno de vosotros que sujete la mía. – Una vez formado el tren comencé a avanzar. El primer lugar lógico era la oficina de personas desaparecidas. Pero nada. La base de la Marina, tampoco, en la juguetería que habían mencionado… tampoco. Finalmente, y cuando ya creí que tendría que pagar una habitación de posada a esos críos, reconocieron a sus madres, que estaban demasiado ocupadas discutiendo sobre moda en medio de la calle como para darse cuenta que hacía más de una hora que sus hijos habían desaparecido. Por supuesto, y como no podía ser de otra forma, en cuanto me vieron dejaron todo de lado y su tema de conversación pasó a ser… Exacto. Yo mismo. El cómo acabó todo ya es harina para otra historia.