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[Autonarrada] [T2] Cuando la sangre no deja ver las ideas - Versión para impresión

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[T2] Cuando la sangre no deja ver las ideas - Atlas - 11-11-2024

Día 28 de Verano del 724

Cuando la sangre no deja ver las ideas

Finalmente me pude dejar caer en la cama. Tal vez no hubiese heridas en mi cuerpo, pero me dolía hasta la última célula como si, a voz en grito, me amenazasen con desprenderse unas de otras para así acabar con mi vida. A decir verdad, estaba vivo de puro milagro. Mi estupidez mayúscula me había llevado a enfrentarme nada más y nada menos que a Octojin durante el proceso de retirada de escombros del ala este de la base del G-31 en Loguetown. Sí, en comparación con el tiburón no era más que una hormiga enclenque y escuálida y, aun así, me había atrevido a alzar mi naginata contra él. En todo lo que no fuera el puro duelo habíamos actuado fatal, pero debía reconocer que en el enfrentamiento había mantenido la compostura con bastante decencia. De haber continuado estaba más que seguro de que me habría acabado tumbando, pero no había hecho falta llegar a ese punto.

Conforme mis pensamientos iban sucediéndose en mi mente, destapado y con las manos cruzadas interponiéndose entre mi cabeza y la almohada, la sensación de culpa volvía con más fuerza que nunca. Acababa de regresar del despacho de la capitana Montpellier. Nos había puesto a caer de un burro e incluso habíamos estado a punto de ser sancionados de manera severa. Según nos había dicho, motivos había más que de sobra para ello. No obstante, había conseguido mantener a raya su ira y finalmente todo quedaría en una serie de medidas disciplinarias para todos.

Lo peor de todo no era aquello, sino lo cerca que habíamos estado de que a Camille le sucediera algo terriblemente grave. Inicialmente había intentado mediar entre el escualo y yo. Había probado por las buenas y por las malas, sin éxito. En consecuencia había tenido que intervenir en el propio combate, uniéndose al mismo y necesitando luchar cada vez más en serio con el fin último de obligarnos a parar. Pero no lo habíamos hecho. No sólo eso, sino que la habíamos forzado hasta tal punto que había perdido por completo los estribos y la cordura. Una suerte de bestia hambrienta y sedienta de sangre se había apoderado de nuestra amiga, de manera que cuando nos dimos cuenta de lo que sucedía e intentamos parar ya era demasiado tarde.

Sí, no habíamos cesado hasta que la oni había caído inconsciente. Nos habían dicho que había estado cerca de poder sufrir lesiones potencialmente crónicas, si no letales. Aquella suerte de reprimenda mal encubierta por el personal médico de la Marina había calado muy hondo en mí, mucho más que la ulterior bronca y la amenaza con expulsarnos de la Marina en caso de que algo así volviese a suceder.

Habíamos estado a un paso de acabar con nuestra amiga por puro y simple egoísmo, por orgullo. No podía dejar de darle vueltas a en qué posición me dejaba eso como persona. Me había comportado como alguien totalmente incapaz de reconocer un error en el momento en que lo cometía, en alguien que no pedía perdón cuando debía hacerlo. Si hubiese reconocido mi fallo en el momento en que aquellas palabras tan despreciables abandonaron mis labios, otro gallo hubiera cantado. Si en el momento en que Camille desvió la viga que Octojin me había lanzado me hubiese quedado quieto el conflicto no habría escalado. En caso de que me hubiese detenido cuando la oni me apuntó con su odachi, no la habría forzado a que llegase a tal extremo.

En efecto: me había comportado como un imbécil sin parangón. También estaba el tema del gyojin. Sabía que uno de los motivos por los que se había unido a nosotros en la Marina era aquella conversación que habíamos tenido tiempo atrás en el puerto. Hasta entonces él había ido por libre, haciendo su guerra por su cuenta sin dar explicaciones a nadie. En personas como yo había creído ver una luz diferente, algo por lo que merecía la pena luchar, centrarse en lo que nos unía y dejar de lado lo que nos diferenciaba. ¿Cómo había respondido a semejante muestra de confianza? Con un discurso que plantaba ambos pies en el terreno del autoritarismo y la supremacía. Sí, precisamente todo lo contrario a lo que le había dicho en el pasado. No sólo había demostrado una total ausencia de tacto con mis afirmaciones, sino que había traicionado por completo la confianza que el tiburón había decidido depositar en mí en el pasado. Había dado un giro de ciento ochenta grados a su vida, exponiéndose a ser señalado por otros de su raza y por quienes pertenecían a otras. Le había dado igual ser menospreciado e incluso motivo de burla a sus espaldas si con ello aportaba algo verdaderamente bueno y puro al mundo en el que se movía. ¿Un gyojin en la Marina? ¿A qué clase de tarado se le ocurriría hacer tal cosa? A él; sin importarle sacrificar su vida o su imagen por un bien mayor.

No, no había forma alguna de justificar mi actitud. Ya le había pedido perdón a Camille hasta la saciedad. No era suficiente, lo sabía, y tendría que respaldar mis palabras con actos. Sin embargo, después de la tregua no había cruzado una sola palabra con el escualo en relación al motivo del inicio de la lucha. Tenía muchas explicaciones que darle, mucho que ahondar en mi frustración e impotencia y en los motivos por los que había dejado escapar semejante sarta de disparates. Sin embargo, no sabía cómo hacerlo. Tal vez fuera a consecuencia de todo el tiempo que había pasado en soledad, entablar según qué tipo de conversaciones con el tiburón se me hacía más complicado que con otras personas. Tendría que buscar el momento propicio, porque si permitía que todo se quedase como estaba nuestra relación se iría erosionando poco a poco y, tras ella, la situación de la brigada.