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Noche de vigía - Lance Turner - 15-11-2024 La brisa del mar por la noche tiene algo especial, siendo más suave y fría. En cierto modo, podía sentirse casi como si estuviera susurrando secretos de las profundidades, aunque puede que eso se deba también a mi costumbre de romantizar hasta el más mínimo detalle relacionado con el mar. Era una noche espléndida, mientras me encontraba en el puesto de vigía, el cielo parecía más claro que nunca. Las estrellas estaban tan cerca que daba la sensación de que si alargaba la mano, podría atraparlas. Quizás no tenía sentido, pero después de tanto tiempo en el mar, aprendí que los pequeños placeres, como mirar el cielo nocturno, eran los que mantenían la cordura. Nuestro joven navegante, y subcapitán, Juuken, estaba en el timón, como siempre, con su expresión tranquila y su mirada fija en el horizonte. No solía hablar mucho cuando estaba al timón, le gustaba estar concentrado, probablemente por el sentimiento de responsabilidad. El silencio sólo era estropeado por el crujir del barco al avanzar y los ocasionales ronquidos de Gretta rompiendo el silencio. Y qué ronquidos. Si alguna vez un marinero pierde el rumbo en alta mar, bastaría con seguir el estruendo que esa mujer emite desde su camarote para encontrar vida en este basto mar. Podría jurar que hasta las estrellas parpadeaban al ritmo de su resonar. Mientras observaba el cielo, intenté contar las constelaciones que mi madre me había enseñado cuando era niño. Ella siempre decía que el cielo era el mapa de los soñadores, que en las estrellas estaban escritas las historias de quienes se atreven a cruzar más allá del horizonte. Nunca entendí esas palabras hasta que puse un pie en el mar. Ahora, cada vez que levanto la vista hacia el cielo, me pregunto cuántas de esas historias siguen sin ser contadas. El aire fresco mantenía el ambiente agradable, pero, por supuesto, nada en este mundo es perfecto. Un mosquito decidió que yo sería su cena. Lo escuché antes de verlo, ese maldito zumbido que se cuela en tus oídos y te vuelve loco. Agité la mano para espantarlo, pero el condenado volvió a la carga, esquivando mis intentos de aplastarlo como si fuera más astuto que yo, algo que no descartaba totalmente. Después de un buen rato de lucha, finalmente lo atrapé entre las manos. Lo miré con un gran sentimiento de victoria un momento antes de lanzarlo al viento. No suelo ser cruel, con lo que si podía evitar darle muerte, lo haría, pero si vuelve a por mi, le enseñaré a todos los de su especie qué pasa cuando molestan a Lance Turner. Con el mosquito fuera de escena, mis pensamientos volvieron a la calma. La luna, enorme y luminosa, proyectaba su reflejo en el agua, creando un camino plateado que parecía guiarnos hacia Isla Organ. Era curioso cómo cada lugar al que llegábamos traía consigo nuevas aventuras, nuevos desafíos, y, en algunos casos, nuevas cicatrices. Me pasé la mano por el costado, donde aún sentía la ligera incomodidad de una herida que me hice hace semanas. - Dicen que cada marca cuenta una historia - Pensé recordando esa batalla. Y vaya si tenía historias que contar. Me encontré reflexionando sobre las decisiones que me habían traído hasta aquí. A veces, en momentos como este, me preguntaba si había hecho lo correcto al dejar la seguridad de la vida en tierra para convertirme en pirata. Podría haber tenido una vida más tranquila, quizás hasta una familia. Pero el mar me llamó, como lo hace con todos los que llevamos las ansias de libertad en la sangre. Y aunque había días duros, noches frías e innumerables peligros, nunca me arrepentí de la elección que hice. Mientras seguía en mi puesto de vigía, el barco parecía un mundo propio, un pequeño refugio en medio de la inmensidad del océano. Juuken, se mantenía silencioso como una sombra, con el rumbo fijado con precisión, y los demás dormían profundamente, confiados en que la noche sería tranquila. Esa confianza es algo que no tomo a la ligera a pesar de mostrarme despreocupado. Como capitán, siento el peso de cada vida a bordo. Mi tripulación es mi familia, y haría lo que fuera necesario para mantenerlos a salvo. Me recosté un poco contra la barandilla del vigía, dejando que el movimiento del barco y el sonido de las olas me calmaran. Al horizonte, intentaba distinguir alguna señal de la isla Organ. Había escuchado historias sobre ella, una tierra especialmente interesante. No sabía exactamente qué esperar, pero algo en mi interior me decía que sería un lugar importante en nuestro viaje. - ¿Cuántas veces he estado en este mismo lugar, bajo este mismo cielo, preguntándome lo mismo sobre el próximo destino? - Me pregunté a mi mismo casi sin querer. Perdí la cuenta. Pero lo que nunca cambió fue la sensación de expectación, ese cosquilleo en el estómago que me decía que algo emocionante estaba por venir. El mar tiene una forma de mantenerte alerta, de recordarte que, aunque parezca tranquilo, siempre hay algo esperando más allá de las olas. La noche avanzaba lentamente, y el sueño empezaba a hacerme una leve visita. Me resistí, no por obligación, sino porque había algo en esta calma nocturna que quería saborear un poco más. Dejándome vencer, cerré los ojos por un momento, dejando que la brisa fresca acariciara mi rostro. Las estrellas seguían allí, brillando con intensidad, como si quisieran asegurarse de que no olvidara su presencia. Cuando los abrí, me asusté pensando en que había dormido por horas, y mi mirada se dirigió instintivamente hacia el timón. Juuken seguía allí, tan firme como siempre. Sonreí al verlo así, y recordé nuestro primer encuentro. Definitivamente había crecido mucho en poco tiempo, y me sentía orgulloso de haber influido en ello. Cada miembro de la tripulación tenía una historia, y cada historia se entrelazaba con la mía, formando un lazo que, aunque invisible, era más fuerte que cualquier cadena. Unas horas después, al final de la guardia, me sentí en cierto modo realizado, como si esa noche tranquila me hubiera dado exactamente lo que necesitaba: un momento para pensar, para recordar y, sobre todo, para apreciar. Bajé del puesto de vigía, estirándome un poco antes de dirigirme al camarote. Pasé junto al timón, y Juuken me miró de reojo, asintiendo en silencio. Le devolví el gesto, sabiendo que no hacían falta palabras entre nosotros. Mientras me recostaba en mi litera, el sonido de los ronquidos de Gretta volvió a llenar el aire, y no pude evitar soltar una pequeña risa. Esa era mi tripulación, mi familia, y este era mi hogar. No importaba lo que encontráramos en la isla Organ o en cualquier otro lugar. Mientras estuviera con ellos, sabía que todo estaría bien. Teruyoshi salía entonces a relevarme en el puesto de vigía, pero para no despertar a nadie, me limité a tocarle su hombro en señal de hermandad. Al rato, pude cerrar los ojos, dejando que el suave balanceo del barco y el murmullo del mar me llevaran al sueño. |