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[T2] Esa es... ¿Mi sirena? - Octojin - 15-11-2024 El sonido rítmico del metal contra el suelo resonaba en el gimnasio del cuartel de la Marina. Como siempre, un puñado de reclutas miraban cómo el tiburón era capaz de levantar tantísimo peso sin casi despeinarse. Era el tipo de la base que más discos le metía a la barra, e incluso tuvo que hacer un pedido extra al proveedor del gimnasio para solicitar unos discos aún más pesados, pues la barra se le quedaba pequeña. Octojin estaba concentrado en su entrenamiento matutino, elevando pesas con la misma energía con la que luchaba en el campo de batalla. En cada movimiento, su mente se liberaba, casi como si el peso en sus manos le permitiera descargar todo lo que llevaba en el pecho. Pasaba mucho tiempo así, desahogando tensiones y recuerdos, ordenando su mente en silencio. Para él el ejercicio era una catarsis que realizaba siempre que lo necesitaba. Era su terapia. Así, durante unas horas, todo parecía encajar perfectamente en su vida. Al terminar, dejó las pesas en el suelo y se secó el sudor con una toalla, respirando hondo. Era una de sus rutinas diarias: entrenamiento intenso, luego una buena ducha y finalmente tareas rutinarias. Ese día había una que le hacía especial ilusión: la revisión de las noticias en el periódico, especialmente de los nuevos wanted. Al no poder leer, no sabía nunca qué decían esos trozos de papel, pero tampoco le importaba. Solo ojeaba las caras de los carteles que imploraban encontrar a los mayores criminales de las islas cercans. Se dirigió a su habitación, recogió el periódico que habían dejado en su puerta y, tras una ducha rápida y refrescante, se sentó en su cama para leer. Desplegó las páginas y recorrió con la mirada los primeros titulares, que carecían de imágenes ilustrativas, así que siguió pasando hojas. Siempre revisaba los artículos de última hora y después los wanted. A veces, encontraba rostros familiares en esos retratos; enemigos que había enfrentado o criminales que había ayudado a capturar. Esa mañana, sin embargo, el periódico le deparaba algo que nunca hubiera esperado. De repente, sus ojos se clavaron en una cara conocida. Era una joven con un gesto rebelde, el mismo brillo desafiante en los ojos y esa expresión de quién no teme arriesgarse. Airgid. La muchacha con la que había compartido una noche de risas y aventuras en Dawn, la mataniños, como le llamaba de broma. Airgid tenía un wanted de 37 millones de berries. ¿Qué diablos habría hecho? El escualo no se la imaginaba matando a gente. No al menos si no era en defensa propia. ¿Estaría robando para los más necesitados? ¿O acaso se había vuelto una prófuga de la justicia? Octojin soltó un leve suspiro y se llevó una mano a la cabeza, sin dar crédito. —¿Qué diablos has hecho, mataniños? —murmuró entre dientes, sintiendo una mezcla de preocupación y desconcierto. Intentó pensar en qué pudo haber llevado a Airgid a ganarse esa cifra. Sabía que era algo alocada y que no tenía problemas en meterse en líos, pero jamás imaginó que acabaría así. De hecho, recordaba su miedo al pasar una noche en una posada, su desconfianza hacia los demás y lo frágil que le había parecido en algún momento. ¿Qué clase de situación habría cambiado tanto las cosas? Lo único que le quedaba era suponer que, en sus deseos de libertad, Airgid había terminado cruzando alguna línea que la Marina no iba a dejar pasar. Suspirando, pasó a la siguiente página, intentando despejar la cabeza. Sin embargo, lo que encontró fue aún peor. Asradi. Allí estaba ella, su Asradi, su sirena querida, aquella que lo había hecho sonreír de una forma que ni él sabía que podía. Tenía una recompensa de 28 millones de berries. Octojin parpadeó varias veces, incapaz de entender lo que veía. ¿Qué hacía la sonrisa más dulce y la voz más tierna de los mares en esa página de criminales buscados? Esto no podía ser real. —¿Qué… qué está pasando? —murmuró para sí, notando cómo el latido de su corazón comenzaba a acelerar y luego se detenía de golpe, dejándolo con un hueco vacío y helado en el pecho. Durante un par de minutos, Octojin no hizo otra cosa que quedarse mirando el rostro de Asradi en el wanted. El retrato había captado su imagen con precisión, esos ojos azules profundos, la suave curva de sus labios… y la expresión. No era una sonrisa descarada o desafiante como la de Airgid, sino una mirada seria y decidida, diferente de la dulzura que él recordaba. —Tal vez… —intentó razonar, atrapado en la confusión— Tal vez es un error. O… o a lo mejor está en algún tipo de negocio de modelaje, y este es… algún tipo de broma. Una campaña… algo para… —Su voz se apagó mientras trataba de convencerse, pero cada explicación que buscaba se tambaleaba con facilidad. De repente, uno de sus compañeros de la Marina, que pasaba por allí, se detuvo al ver la expresión de Octojin y se inclinó para ver el periódico. —Vaya, vaya, ya veo que estás mirando los nuevos wanteds. Parece que la están liando esos revolucionarios, ¿eh? —comentó con tono casual, señalando el rostro de Asradi. Octojin levantó la vista, incapaz de ocultar la conmoción en su mirada. —¿Revolucionaria? —repitió, con un tono de voz casi ahogado. El marine asintió, sin notar la angustia de su compañero. —Sí, se unió a la Armada Revolucionaria, aunque no sabemos cuándo. Parece que tiene algo de influencia en algunos círculos, ¿sabes? De todos modos, no es de las más peligrosas, solo de las que están comenzando. La tipa de la página de antes, la rubia, también está en la misma organización. Octojin sintió que el mundo a su alrededor giraba en silencio, cada palabra de su compañero repicaba en su cabeza como un tambor lejano y oscuro. ¿Asradi, una revolucionaria? Era como si todo lo que conocía de ella, todo lo que compartieron, todo lo que ella representaba, hubiera sido una ilusión. Esperó a que el marine se alejara, y solo entonces se dejó caer en la cama, sujetando el periódico con fuerza entre sus manos, mirando una y otra vez el rostro de Asradi. Recordaba cada momento que habían pasado juntos, cada sonrisa compartida, cada palabra de cariño, y ese “te amo” que resonaba en su mente como un eco eterno. Nada de eso parecía encajar con lo que le acababan de decir. —¿Qué pudo haber pasado para que hicieras esto? —se preguntó en voz baja, sintiendo una punzada de tristeza y confusión en el pecho. El gyojin apretó los dientes, sintiendo una mezcla de rabia, impotencia y dolor que no sabía cómo gestionar. Sabía lo que tenía que hacer. No podía quedarse en silencio, en la incertidumbre, sin saber la verdad. Tenía que encontrarla y preguntarle, mirarla a los ojos y escuchar de su propia boca qué había sucedido, qué era lo que la había llevado a unirse a la revolución. Se levantó de la cama, sintiendo sus músculos tensarse con una nueva determinación. No sería fácil encontrarla, lo sabía, pero Octojin no era alguien que se dejara detener tan fácilmente. Tal vez algunos pensarían que estaba traicionando a la Marina por seguir los pasos de alguien con una recompensa, pero para él era más importante entender la verdad. —Asradi… —murmuró, aferrándose al deseo de verla de nuevo— No sé por qué estás en este camino, pero lo descubriré. No importa lo que haya pasado, sé que no eres una criminal. Sé que tienes tus razones, y quiero escucharlas de ti misma. La decisión estaba tomada. No importaba cuánto tiempo le llevara, él iba a encontrarla. Iba a recorrer cada rincón de las islas, a preguntar y buscar hasta dar con ella. La imagen de su rostro en el wanted quedaría grabada en su memoria como un recordatorio de que, aunque las cosas parecieran haber cambiado, su amor por ella era firme. Con esa última certeza en mente, Octojin dejó el periódico a un lado, agarró sus pertenencias y se dispuso a pedir una licencia temporal para llevar a cabo lo que consideraba una misión personal. A partir de ese momento, no había vuelta atrás. |