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[Diario] [Pasado] Un camino que elegir (Parte 2) - Versión para impresión

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[Pasado] Un camino que elegir (Parte 2) - Zane - 15-11-2024

Aquella mañana de verano, Takahiro despertó muy temprano, tanto que el sol aún no había bañado todavía las costas de la isla de Dawn. Se encontraba apoyado sobre la pared derruida de la casa en la que estaba la salida del túnel, observando a la nada y pensando en el devenir de su destino. ¿Qué debía hacer? ¿Quedarse con aquellos revolucionarios e intentar ayudar a otros esclavos? ¿O irse a cumplir su sueño de ver mundo y convertirse en músico? Era una situación complicada. Realmente, si era sincero consigo mismo, la revolución le sudaba la polla, es decir, que le daba igual. Opinaba que muchos revolucionarios eran personas que no querían un cambio real, sino acabar con los gobiernos actuales y colocarse ellos como los dirigentes del mundo. Sin embargo, a Zane lo que si le importaban los niños y las niñas. Ellos no debían pasar por el infierno que él había pasado. Ninguna persona debía saber lo que era vivir encadenado, tratado peor que un perro callejero.

Tan solo pensar en ello hacía que el pelirrojo sin tierra escalofríos y un dolor en el lugar donde tenía la marca de los dragones celestiales.

Al poco rato se pudo escuchar el ladrido de Princesa, que se había despertado, seguramente, al notar que su nuevo dueño no se encontraba con ella. Rápidamente, el pelirrojo se dejó caer por la entrada del túnel y la cogió con la mano, sujetándola por la piel como el cachorrillo que era.

—No ladres, pequeña, que vas a despertar a los niños —le dijo acercándola a la cara, y recibiendo un lametón en la nariz que fue como un flechazo que atravesó su corazón. Era la primera vez en mucho tiempo que podía darse el lujo de poder querer a algo o alguien—. ¡Que bonica eres, por dios! —exclamó, metiendo a la joven en la capucha de su cazadora—. Cuando subamos puedes pasear, pero no te alejes.

Mientras caminaba hacia ninguna parte con su perrita, notaba el peso de aquello que llevaba dos días cuestionándose. ¿Qué debería hacer? Volvió a preguntarse. Fue en se momento cuando escuchó algo a pocos metros. Sujetó a la perra y se escondió entre unos árboles frondosos. Allí se encontraban guardias reales, deambulando por la zona. Sin pensarlo, dio media vuelta y se fue corriendo hacia la entrada del túnel. Apenas tardó un par de minutos en llegar, cerrando la compuerta y bloqueándola con una barra de metal, que al cruzarla impedía que se pudiera abrir desde fuera.

—Rápido, niños, levantaos —les decía el pelirrojo, para despertarlos—. Tenemos que ir en dirección a la casa del señor Victorio, ¿vale, chavalada?

—¿Qué ocurre, Zane? —preguntó el mayor de los niños, Zac.

Zac era un adolescente que podía tener aproximadamente unos quince años. Se trataba de un muchacho de rasgos muy dulces, pero de mirada triste y apagada. Sus ojos marrones habían visto horrores que, al igual que él, un niño no tendría que haber contemplado. Apenas de un metro setenta de altura, tenía una complexión fuerte y era bastante diestro en las actividades que requerían un gran poder físico

—A poco más de un kilómetro se encuentran los guardias. Deben estar peinando esta zona, así que mientras más lejos estemos mejor.

—Entiendo —dijo Zac, mientras ayudaba al pelirrojo a despertar al resto de los niños.

El camino hacia el sótano de Victorio no era muy amplio, pero tan solo estaba a unos pocos metros por debajo de sus posibles captores. Lo recorrieron en absoluto silencio, un silencio tan profundo que parecía ni los pasos que daban parecían emitir sonido alguno. Incluso, sus respiraciones, parecían haberse detenido. Las miradas de los niños estaban en el suelo, ya que querían evitar pisar algo que no debieran. Por su parte, Zac se encontraba en la cabeza de la expedición, trazando el camino hacia su destino, mientras que Zane, por su parte, se encontraba en la retaguardia dispuesto a acabar con cualquiera que intentara adentrarse en aquel lugar. A fin de cuenta él no era un vulgar humano, sino que era un Oni, descendiente directo de la legendaria y temida tribu de los demonios de Onigashima, en el Grand Line.

Nada más llegar tocaron en la trampilla un código de entrada con los puños y las palmas, dejando una secuencia de pausas entre puño y puño de un segundo, entre palpa y palma de dos segundos y entre palma y puño de tres segundos. ¿Para qué? Zane no llegó a comprenderlo, pero sabía que puño, puño, palmada, puño, palmada, palmada, significaba «Alerta roja. Guardia Real. Zona boscosa. Huir».

Tardaron en abrir poco menos de dos minutos, en los que subieron los niños y se quedaron en el sótano del lugar. Allí le dieron un cuenco con cereales, leche y cacao a cada niño, mientras que el pelirrojo se tomó únicamente un café solo.

—¿Os han visto? —preguntó Vic, bastante preocupado.

—Que va, jefe, no nos han visto —respondió el pelirrojo, mientras daba un sorbo a su vaso de café—. Estaba paseando a princesa para que hiciera sus necesidades, cuando escuche de lejos el sonido metálico de la armadura de uno de ellos.

—¿Seguro que no te ha visto? —inquirió de nuevo, como un pesado.

—¡Que sí, coño! —exclamó Zane, con voz molesta. Entendía que el hombre estuviera preocupado por su integridad física y el devenir de los niños, pero no le gustaba tener que repetir las cosas dos veces—. A la distancia a la que me encontraba con la perra, teniendo en cuenta la inclinación del terreno y la cantidad de árboles era imposible que me vieran. Apostaría mi vida a que no.

—Si estás tan seguro… —dijo el anciano, lanzándole un extraño bollo tostadito—, ni una palabra más. Y cómete ese bollo relleno. Es la especialidad de mi tienda —le comentó.

Zane lo olisqueó antes de morderlo y descubrir que estaba relleno de carne picada con especias y algo de queso. Tenía un sabor impresionante, incluso se le saltaron las lágrimas al probarlo.

—Muchas gracias, jefe —le agradeció, agachando la cabeza para que no le vieran las lágrimas. Estaba tan bueno que le daba pena terminarse el último bocado, pero no tardó mucho en hacerlo. Ese último bocado de pan esponjoso relleno de carne con queso le supo mejor, incluso, que el primero.



Pasaron varias horas hasta que llegaron los revolucionarios, concretamente eran Gregory y un individuo que no había visto antes, de nombre Sean, con un cuerpo bastante extraño. En sus manos traía varias bolsas, que entregaron a cada uno de los muchachos, incluido él. Todos tenían una identificación distinta, sellados por un reino distinto. Eran papeles falsos para salir del reino. ¿Para que necesitaban eso? No lo entendía, aunque tampoco hizo mucho por hacerlo. Zane, simplemente, cogió aquel papel y lo guardó sin mirarlo. Se suponía que servía para poder hacer una vida nueva en algún lugar apartado, ¿pero que sentido tenía? Ninguno. ¿En serio iban a ir a un país bajo el control directo de la marina o el gobierno mundial? Él no. Eso lo tenía claro.

—Esta noche hemos preparado un apagón —dijo Gregory—. En ese momento, aprovecharemos la red de túneles e iremos al bosque, desde allí partiremos hacia el noroeste y escaparemos en un barco que tenemos preparado. La documentación es porque tenemos que hacer una parada en… —pero Sean carraspeó la garganta—. Bueno, en una isla en la que será necesario tenerlo. Nos haremos pasar por una institución de educación básica que estaba de excursión y acabó varado en aquel lugar.

—No lo veo, hermano—comentó Zane, cruzándose de brazos—. ¿En serio vais a hacer una misión secundaria usando de excusa a todos estos niños? Me parece deleznable —se quejó.

—No nos queda otra, muchacho —intervino Sean. Que era un sujeto alto, de cabello castaño y ojos verdes. Sus piernas eran excesivamente largas, llegando a la altura del pecho del demonio—. Es ahora o nunca. Después de esto que vamos a hacer, es probable que no podamos movernos por este sector del mar del este en mucho tiempo. La revolución es arriesgada. Si ahora estás dentro deberías saberlo.

—Yo no estoy dentro de nada —le dijo de mala gana—. Yo solo quiero ayudar a los chavales. No quiero que vivan la mierda de vida que yo viví. Pero tampoco quiero que los convirtáis en soldados de una guerra que todavía no son capaces de comprender. ¿Sabéis lo que os digo? —preguntó. Su tono de voz era bastante macarra, pues por primera vez en mucho tiempo el pelirrojo estaba dejando ver su forma de ser altanera y chulesca—. No deben estar recordando el tiempo que han estado allí martirizados. Deben de pasar página e intentar seguir con sus vidas. Y si el destino los lleva a convertirse en revolucionarios pues que así sea.

Dicho aquello, el pelirrojo se levantó y se alejó de allí. Estaba muy mosqueado, y en ese momento apareció Zac, sonriente.

—Yo voy a alistarme —le dijo—. Creo que puedo cambiar las cosas.

—Y me alegro de que hayas tomado una decisión, hermanito —Zane lo miró a los ojos, mostrando algo parecido a una sonrisa forzada—. Pero tu eres casi un hombre. Dentro de este sótano hay niños y niñas de diez u once años que son muy moldeables. Recuerda que una guerra, desde tiempos inmemoriales, se lucha con soldados. Y todos los ejércitos busca soldados prescindibles. Ten cuidado y sigue tu instinto cuando estés dentro.

—¿Y tú qué harás?

—¿Yo? Quiero ser músico —respondió el pelirrojo—. Mi sueño es ser rapero y llenar estadios para que me escuchen.

—MC Z —dijo—. Suena bien.

—Sí, pero le falta algo todavía.

—¿Tienes apellido? —preguntó Zac.

—Afirmativo. Mi nombre es Zane D. Blaine.

—Hhhmmm…. Ya lo tengo —Zac en ese momento chasqueó los dedos—. MC ZB.

—Oye, pues suena de putísima madre, loco.

—¿A qué sí? —sonrió Zac.

—Me caes bien, tio —le dijo Zane—. Espero que no te pierdas después de hoy.

—Y si me pierdo sabré donde buscarte.

Zane frunció el entrecejo.

—¿Sí? —le cuestionó—. ¿Dónde?

—Lo has dicho tú —le respondió—. En el estadio más lleno.



Entrada la noche, tal y como los revolucionarios les había dicho, la luz de una parte de la isla se fue. Habían lanzado una especie de pulso electromagnético que había dejado a todos sin electricidad en un radio de tres kilómetros. El pelirrojo no sabía si era mucho o poco aquello, pero si sabía que le iba a servir para escapar.

El largo camino hacia el barco, que atravesaba el bosque, estaba desierto. Era una noche sin luna, en la que las estrellas parecían estar guiando su camino. El viento movía las copas de los árboles, pero entonces los escucharon. Un sonido metálico que no sabían de donde venían. Tras ello, un disparo. Un segundo después, otros dos disparos. Y, finalmente, un total de cinco antorchas.

—¡Nos han encontrado! —exclamó Gregory—. Yo me quedo para intentar frenarlos. Vosotros marchaos.

—Pero… —comentó Sean.

—¡CORRED!

Y todos comenzaron a correr sin mirar atrás. Sin embargo, a mitad de camino Zane se percató de que Zac no estaba.

—Oye, Sean, ¿y Zac? —preguntó.

—Se habrá quedado a ayudar a Gregory, supongo —le respondió.

—¿Cómo que supones?

En ese momento Sean cerró los ojos durante un breve instante. Pese a que iba con los ojos cerrados se movía con soltura, corriendo y esquivando cualquier roca o boquete que encontraba en el camino. Era impresionante. Finalmente, los abrió y corroboró lo que había dicho antes.

—Confirmo. Se ha quedado con Gregory.

Zane se paró de sopetón.

—No puedo dejarlo aquí —le dijo—. Cuida de los niños.

—No podemos esperaros mucho tiempo —le dijo Sean, que estaba reticente a esperarlos.

—Danos de margen quince minutos desde que lleguéis —le dijo—. Sino marchaos y dejadnos aquí.

Y sin tan siquiera pensar en que tenía una perra Pomerania en la capucha de su chaqueta, dormida, se dio media vuelta y se fue en busca de las dos personas que se habían quedado para protegerlos. No tenía claro que iba a ocurrir con él, pero no podía dejar que ese maldito crío idealista sacrificara su vida por él. Avanzó lo más rápido que pudo, dando unas zancadas tan grandes que parecía que fuera a volar en cualquier momento.

Nada más llegar, el suelo estaba repleto de cuerpos de guardias reales, casi una docena de ellos estaban muertos en el suelo. Gregory estaba con un brazo menos, el rostro ensangrentado, aguantando los golpes continuos de un guardia real que conocía bien. Era uno de los que estaban protegiendo el castillo cuando llegó a la mansión donde se hospedaron sus dueños.

Sin embargo, Gregory cayó al suelo tras un golpe en la cara. El hombre no podía hacer nada más. Entonces, el guardia se fijó en el pelirrojo.

—Tú… —dijo—. Tu eres uno de los que he venido a buscar.

—Pues aquí me tienes, carapolla —le respondió el pelirrojo, flexionando las piernas y colocándose en posición de ataque—. Atácame cuando quieras.

Zane tragó saliva, pero entonces apareció Zac. Intercambió una serie de golpes con el guardia, el cual parecía que iba a perder. Sin embargo, de una de las mangas el guardia sacó un cuchillo y se lo clavó en el pecho al muchacho, justo en el corazón. El joven se giró y miró al futuro rapero, sonriente:

—Te lo dejo a ti —le dijo, mientras caía al suelo.

En ese instante, el pelirrojo notó como la ira invadía su cuerpo, como una ola irrumpe sobre la orilla del mar por culpa del oleaje. Era una sensación que jamás había sentido, un sentimiento de angustia, rabia y agonía que tenía que dejar salir.

Sin pensarlo, gritó al aire y se abalanzó a gran velocidad hacia el guardia, a quien le sacaba un metro de altura. El pelirrojo cerró sus puños y comenzó a golpear al guardia. Sus movimientos eran tan erráticos que el guardia no sabía como actuar, tan solo se defendía de cada golpe. Gracias a Gregory aquel hombre estaba cansado, y gracias a Zac ya no tenía armas, al menos en apariencia. Y, finalmente, cayó al suelo. Una vez estuvo en el suelo, comenzó a golpearle a patadas, apuntando a sus partes blandas y a la cabeza. Cuando quiso darse cuenta, el cráneo del guardia estaba roto, y sus sesos desparramados por el suelo y la suela de su bota.

Fue en se momento, cuando alguien tocó su hombro. Sobresaltado, el pelirrojo trató de golpearlo, pero fue bloqueado.

—Ya pasó, muchacho.

Era Gregory, que había dado media vuelta también.

—Zac ha muerto —dijo, entre lágrimas.

—Tenemos que irnos —le dijo.

—No sin sus cuerpos. Tenemos que darles un entierro digno. No voy a dejar que su cuerpo se pudra con los de estos hijos de puta.

—Está bien —le dijo.

Sean era alguien bastante fuerte, pudiendo sujetar el cuerpo de Gregory y Zac como si fuera una hoja de papel.

Al llegar al barco, Gregory estaba vivo, se salvó por la mínima. Sin embargo, Zac no tuvo esa suerte. En mitad del mar lo soltaron en un bote, al que prendieron en llamas. Le estaban dando un entierro marino.

—¿Qué harás, Zane? —le preguntó Gregory, tres días después en las costas de Demontooth.

—La revolución no es lo mío, hermano —le dijo—. Así que es probable que me dedique a ir de aquí para allá hasta que plante el huevo o pegue el pelotazo con mi música.

Esa fue la última vez en años que Zane vio a Gregory, Sean y los niños. Pero en sus sueños, en muchas ocasiones, era capaz de ver la sonrisa de inocente de Zac.