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[Aut-T1] Garra al Agua - Donatella Pavone - 15-11-2024 Mar del Este, Primer Día de Verano del Año setecientos veinticuatro…
Cuando el clima comenzó a cambiar de forma abrupta, Donatella notó el oscuro presagio que se avecinaba. El cielo despejado se transformó en una cortina de nubes negras que cubrían el sol, sumiendo el mar en una penumbra lúgubre. Los primeros indicios de tormenta eran inconfundibles: el aire se volvió denso y cargado de electricidad, el viento comenzó a soplar con una fuerza que amenazaba con arrancar las velas del galeón. En cuestión de minutos, las suaves olas se convirtieron en muros de agua que golpeaban la embarcación sin piedad. La madera crujía y los truenos retumbaban como si el mismo cielo estuviera en guerra. Donatella, manteniendo una firmeza inquebrantable en su mirada, ordenó que todos aseguraran sus posiciones y se prepararan para lo peor. Conocía los peligros del mar y sabía que una tormenta de esta magnitud podría ser letal. Pero no había lugar para el miedo, en su mente, la supervivencia era una obligación, no una opción. Cada segundo contaba en aquella feroz batalla contra la furia de la naturaleza. Las olas se alzaban como gigantes, arremetiendo contra el galeón con una fuerza despiadada. Donatella sintió cómo cada embate resonaba en su cuerpo, como si el mar intentara quebrarla a ella también. Supo que el destino les jugaría fuerte en el momento que un estruendo desgarrador se escuchó por encima del rugido de la tormenta. El barco, debilitado por los constantes embates, comenzó a ceder, sus tablones estallando en astillas y fragmentos que volaron por el aire. Antes de que pudiera reaccionar, sintió cómo su cuerpo era lanzado hacia el agua, una sensación de caída libre en un abismo helado. El impacto contra el mar la dejó aturdida por un momento, pero la adrenalina pronto la sacó de su conmoción. Consciente de que su vida dependía de cada segundo, comenzó a luchar por llegar a la superficie, inhalando desesperadamente cuando finalmente logró romper la tensión del agua. Se aferró a un trozo de madera, uno de los pocos restos del galeón que aún flotaban. Su visión borrosa por toda la lluvia captó a su alrededor el caos que reinaba y a las figuras de sus guardias que también luchaban contra las olas, aferrándose a cualquier pedazo de escombro que pudieran encontrar. Intentó llamarlas, pero su voz se ahogó en el ruido de la tormenta. Solo pudo observar con impotencia cómo una a una, las corrientes se llevaban a sus compañeras en direcciones opuestas, desapareciendo en la negrura de las aguas. Un vacío amargo se instaló en su pecho al darse cuenta de que no podía hacer nada para salvar a nadie, que en ese momento estaba sola, dejada a merced del mar y de su propia resistencia. El peso de la impotencia fue casi tan demoledor como el ataque de las olas. Finalmente, la tormenta comenzó a amainar, dejando a Donatella flotando en un océano vasto y desolado. Su única compañía era la tabla a la que se aferraba y el cielo ahora despejado que se extendía sobre ella. Los últimos restos de su galeón yacían dispersos a su alrededor, y sus recursos, armas y provisiones, todo aquello que le daba ventaja y seguridad, había quedado perdido en el naufragio. Estaba despojada de todo salvo de su voluntad de sobrevivir para lograr su misión, una llama interna que se negaba a extinguirse. Las horas pasaron, cada minuto estirándose en una eternidad fría y despiadada. Las corrientes la arrastraban sin rumbo, y el agotamiento comenzó a cobrar su precio. Su mente, adormecida por el cansancio, empezó a divagar, y por momentos casi sintió que el letargo la invitaba a rendirse, a dejarse llevar por el abrazo del mar. Pero cada vez que sus párpados comenzaban a cerrarse, una chispa de determinación los forzaba a abrirse. No podía permitirse caer… no aún. Justo cuando pensaba que todo estaba perdido, un sonido lejano rompió el silencio del océano. Apenas consciente, giró la cabeza y distinguió una silueta en el horizonte: un pequeño barco mercante que se acercaba lentamente, como una aparición en medio del vacío. Un anciano, la única alma a bordo, la observaba desde la cubierta con una expresión de sorpresa y compasión. El navío mercante se detuvo a su lado, y el anciano le lanzó una cuerda, su mirada bondadosa reflejando una vida de experiencias y resiliencia. Donatella, con las últimas fuerzas que le quedaban, se aferró y fue izada a bordo. Ya se encontraba exhausta y al borde del desmayo, apenas pudo escuchar las palabras de bienvenida del anciano antes de sucumbir a un sueño profundo en cuestión de instantes. Había sobrevivido, aunque despojada de su guardia, de sus recursos y de cualquier ventaja en su misión. |