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[Iro Iro no Mi] Poor Zirko - Kullona D. Zirko - 18-11-2024 Érase una vez una joven muchacha que vivía en una isla llamada Kilombo. Kullona D. Zirko, una gigante de tan solo 33 años humanos, una edad que, para los de su especie, la convertía aun en una niña. Había llegado a la marina llena de sueños e ingenuidad, se unió al G-23, una base naval que le ofrecía un refugio de la vida difícil que había llevado. Sin embargo, Zirko no estaba preparada para afrontar los desafíos que esta decisión implicaba. Llegó sin ropa decente, sin dinero, sin un techo y, lo más importante, sin experiencia en el mundo que la rodeaba. Aunque se esforzaba por mostrarse valiente y madura, la realidad era que aún era demasiado joven para enfrentar la vida por su cuenta. Nadie se lo había dicho aún, pero una niña como ella no debería cuidarse de si misma, pues, realmente, ella aun no poseía la madurez necesaria para eso. Zirko llegó nadando hasta Kilombo. Su tamaño colosal y energía desbordante llamaron la atención de los marines en el puerto, quienes inicialmente la recibieron no de la mejor manera, hasta creían que era un ataque pirata. Tuvo que explicar sus intenciones, y tras un rato, los oficiales decidieron aceptarla como una nueva recluta. La vida en la base naval le ofrecía comida y compañía, pero su llegada fue más complicada de lo esperado. Zirko había nadado kilómetros para llegar, y su ropa, vieja y rota, estaba empapada. Para colmo, el esfuerzo y la exposición al frío le causaron un resfriado severo. Durante los días siguientes, Zirko asistía a la base tambaleándose, tosiendo y con fiebre. Su uniforme aún no llegaba, y seguía usando las mismas ropas destrozadas con las que había llegado. Por suerte, una aldeana le dio comida y un lugar donde calentarse durante su resfriado, le daba ollas de caldos y se preocupó por ella, y, al ver que Zirko, fuera de la base de la Marina, tenia una vida un poco... peculiar, decidió decirle que - todos los días puedes pasar por mi tienda, Zirko, te regalare algo de fruta, quizas no la que este en mejor estado, pero peor es nada linda - de manera bastante amigable y cariñosa. Una vez terminado su resfriado, y viéndose incapaz de entrar en un refugio adecuado para alguien de su tamaño, comenzó a buscar uno por su cuenta. Recorrió los muelles, las montañas y las praderas, aunque estas últimas eran un desafío debido a su alergia al polen. Finalmente, tras días de búsqueda incansable, encontró una cueva en la costa, escondida tras un estrecho pasaje que requería mojarse hasta la cintura para acceder. El interior de la cueva era impresionante. Las paredes de roca reflejaban la luz de pequeñas grietas por donde se filtraba el sol al amanecer. El lugar estaba lleno de formaciones naturales que parecían esculturas, y el eco del mar resonaba suavemente en su interior. Zirko, emocionada, decoró la cueva con lo poco que tenía, ramas que talló en forma de antorchas y mensajes grabados en las paredes, llenos de dibujos y saludos para los amigos que pensaba invitar. A pesar de las condiciones precarias, sentía que había encontrado un hogar. Por las noches, Zirko tenía una rutina particular, se despojaba de sus ropas y nadaba desnuda en el mar. Sumergirse en las aguas frescas le ayudaba a relajarse y a limpiar su enorme cuerpo antes de presentarse al trabajo. A veces, flotaba mirando las estrellas, soñando con un futuro donde la condecoraban por hacer mil y un cosas por la marina, sin embargo, esta actividad, aunque la hacia rutinariamente todos los días, solo lo realizaba en la madrugada, asegurándose de que nadie pudiese verla, pues, aunque no lo parezca, realmente, era muy pudorosa... solo podía usar las mismas prendas una y otra y otra vez todos los días, y aprovechaba estas salidas al mar para poder limpiar sus prendas y dejarlas secar dentro de la cueva. En una ocasión, aquella mujer que le ayudo antes le ofreció una fruta particularmente extraña, con marcas raras en la cáscara - Se ve mala, pero si la quieres, es tuya - dijo. Zirko, sin pensarlo mucho, se la guardo en un bolsillo de su traje y continuo con su trabajo, totalmente agradecida con la señora, era una anciana muy amable, un amor de persona, realmente le caía muy bien. Y fue así que llegó el día de la gran inauguración de su nuevo hogar. Zirko había invitado a algunos compañeros soldados a una comida especial. Antes de reunirse con ellos, pasó horas recolectando frutas y algunas bebidas para la ocasión, recordó aquella fruta que le había regalado la mujer esa misma mañana, pero al ver que no era muy bonita, decidió comérsela y no ofrecerla a sus amigos, quizas, que mala impresión podría haberles dado eso. Cuando llegó la hora y sus compañeros empezaron a reunirse en la playa, Zirko no podía contener la emoción. Había llegado una hora antes, y para matar el tiempo, se puso a jugar con la arena. Construyó un castillo colosal, aunque algo rústico y desproporcionado, pero lo hacía con una sonrisa radiante que contagiaba entusiasmo. Al fin, cuando todos estuvieron presentes, Zirko mostró con orgullo un bote que había conseguido prestado. Sin perder tiempo, ayudó a sus compañeros a acomodarse en él mientras les guiaba hacia su cueva. Ella iba delante, iluminando el camino con antorchas improvisadas, cuidadosamente colocadas en las paredes del túnel. El ambiente era peculiar, a medida que avanzaban, las paredes revelaban mensajes tallados por Zirko, llenos de dibujos y saludos. Sus amigos estaban maravillados con el esfuerzo que había puesto en prepararles aquella sorpresa. Al principio, el túnel no parecía tan complicado. El agua solo alcanzaba las rodillas de Zirko, y podía avanzar sin mayor dificultad. Pero, a medida que continuaban, el nivel del agua iba subiendo. Al llegar a sus muslos, los movimientos de la gigante se volvieron torpes, y cada paso requería apoyarse en las paredes. Cuando el agua llegó a su cintura, Zirko comenzó a tambalearse visiblemente, esforzándose por mantener el equilibrio. Sus manos, mientras se aferraban a las rocas, empezaron a dejar marcas extrañas de colores brillantes. Uno de sus compañeros notó el fenómeno y gritó alarmado - ¡Zirko! ¡Tus manos! ¡Estás cambiando las paredes de color! ¡Debe ser por una Fruta del Diablo! ¡No sigas, vas a lastimarte o peor! Pero Zirko no quería rendirse. Había trabajado demasiado para mostrarles su hogar, ese lugar que consideraba un refugio seguro y personal. Avanzó unos pasos más, ignorando las advertencias, hasta que su cuerpo no dio para más. Se desplomó sobre una roca, con la cabeza apenas fuera del agua, mientras sus compañeros se apresuraban a socorrerla. La situación era crítica. La noticia se esparció rápidamente por la base, y pronto, varios marines llegaron para ayudar a rescatar a Zirko. Su cueva, su tan anhelado hogar, quedó inalcanzable para ella, perdida por el cruel efecto de la fruta que había consumido sin saber lo que implicaba. A pesar de todo, Zirko no estaba sola. Sus amigos y compañeros no la dejaron en ningún momento, y la amable vendedora de frutas, al enterarse de lo sucedido, se aseguró de seguir ayudándola, dándole solo fruta frezca cada vez que podía. Aunque Zirko había perdido su refugio, había ganado algo igualmente valioso, personas que se preocupaban por ella y estaban dispuestas a apoyarla en los momentos más difíciles. Quizás, con el tiempo, encontraría otro hogar y una nueva forma de demostrar su valentía. Pero por ahora, tenía que sanar y aprender a vivir con su nueva condición, dejando el mar que le daba tranquilidad de lado... y su tan amado y anhelado hogar que tanto esfuerzo le tomo. |