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Cuestión de fe - Camille Montpellier - 19-11-2024 ??? de Verano del año 724, Loguetown.
Los ojos no le brillaban con su particular tono carmesí en aquella ocasión. Clavada como tenía la mirada en el cielo, reflejaban el azul de la bóveda celeste que se mezclaba con su color natural, aproximándose sensiblemente al morado o al lila. Sus pensamientos vagaban mientras escudriñaba las solitarias nubes que viajan lenta pero incansablemente por encima de Loguetown, rumbo a un destino que no sería capaz de averiguar. Las preguntas se le agolpaban en la mente, y el motivo de esto no era otro más que lo que le aguardaba aquel día. Días antes, había coincidido con Masao en la cantina del G-31 a la hora del almuerzo. No era uno de integrantes de la L-42 —su brigada— con los que más interactuase, pero aquel momento le pareció tan bueno como cualquier otro. No es que tuviera problemas en hacerlo. El chico, si bien era una de las personas más peculiares que había tenido el dudoso gusto de conocer, se había mostrado en todo momento como una persona con buen fondo. Su visión de la vida y la brújula moral que lo guiaba podía distar bastante de la de ella, pero no por eso ser incompatible con su corriente de pensamiento. Simplemente, no había tenido la oportunidad de conocerlo en mayor profundidad, así que aprovechó el corto descanso que les brindó la comida para intentarlo. Durante la conversación, Camille se dio cuenta de algo que tenía todo el sentido del mundo pero que nunca se había parado a pensar. Ambos marines se complementaban bien al hablar. La oni disfrutaba más de escuchar que de ser la voz cantante en las interacciones sociales, mientras que por su lado Masao era como una cotorra: no se callaba ni debajo del agua. Podía ser terriblemente difícil y frustrante seguir el hilo de su parloteo, pero cuando conseguías habituarte a él te dabas cuenta de algo a lo que no muchas personas le prestaban atención: a donde quiera que se dirigiese o fuera cual fuese la situación que expusiera, no parecía existir persona alguna que despertase el más mínimo rencor u odio en el moreno. Tal vez un desacuerdo, o incluso la capacidad de discernir de quién debía o no fiarse, o si le convenía tratar con determinadas personas, pero nunca rencor. Era como si su forma de actuar fuera pura, y aunque a veces podía demostrar prejuicios —con ella misma los había tenido—, nunca eran lo suficientemente fuertes como para cegarle. El caso es que, sin comerlo ni beberlo y movida por el interés —y por la insistencia del devoto—, Camille había accedido a acompañarle durante un día entero que tuvieran de permiso a sus rutinas sacramentales. Esto era, en resumidas cuentas, ir con él a la parroquia de Loguetown y vivir con él lo que él había categorizado como «la vida de un hombre de fe». Si bien le inspiraba curiosidad, la oni también sentía cómo las inseguridades y la incomodidad se apoderaban de ella. Se había pasado un buen rato dándole vuelta al tema durante la noche anterior, preguntándose si sería siquiera aceptada en un entorno como ese. No sería la primera ni probablemente la última vez que algún feligrés le dedicase una mirada inquisitiva, tal vez juzgándola o repudiándola, a veces incluso con temor. Nunca había tenido clara la clase de sentimientos que despertaba en las personas devotas, aunque supuso que no sería muy diferente de los prejuicios iniciales de Masao. Fuera como fuese, se había comprometido a ello y no se echaría atrás a última hora. Habían quedado frente a la entrada principal de la base del G-31, en cuyos muros se encontraba la espalda de Camille apoyada. Su mirada, como ya hemos dicho, perdida en el mar azul que era el cielo. No iba a negar que sentía una suprema curiosidad por los dogmas del círculo social en el que se movía Masao. La oni entendía lo básico, claro; no solo por el conocimiento general que cualquiera tendría, sino por lo que iba soltando su compañero de tanto en cuando. Una entidad superior que velaba por todos los seres vivos del planeta; un dios misericordioso que se apiadaba de aquellos que se arrepintieran de sus malos actos y obrasen por el bien. Siempre le había sonado como algo de cuento, demasiado fantasioso como para siquiera plantearse la existencia de un ser así. Pero, bien pensado, ¿cómo podía juzgar a quienes sí lo hicieran? En un mundo donde existían poderes provenientes de frutas endemoniadas o incluso de la pura fuerza de la voluntad de las personas, no podía negarle la cabida a una entidad como la que describía el moreno. Absorta en sus dudas y pensamientos, sus oídos captaron un canturreo que identificó sin problema alguno y que la sacó de su ensimismamiento. Se separó del muro exterior del cuartel y caminó con calma para situarse en algún punto visible. Aquel día no llevaba su uniforme marine, sino que vestía con ropas sencillas de colores oscuros y arenosos. Muy a su pesar, se había asegurado de vestir de forma que no revelase el vientre, las piernas ni, en general, nada que pudiera desentonar demasiado con la serenidad de la parroquia. Bastante iba a llamar ya la atención como para complicarse más la vida. |