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Macho Ultimatum - Arthur Soriz - 24-11-2024 [ · · · ]
día 47, invierno
año 723 Su caminar taciturno, su mirar decidido. Cada paso lo llevaba más a las cercanías de esa gran base de la Marina ubicada en su isla natal. Lleno de un vigor rejuvenecedor, Arthur marcaba su andar adentrándose a las inmediaciones del cuartel. Emanaba el aura de un veterano de guerra a pesar de nunca haber puesto pie en otro lado que no fuera dentro de Kilombo y aún así lograba despertar el interés de diversos reclutas allí presentes. Su avanzada edad más su porte físico los confundía; los hacía pensar que era realmente alguien de renombre a pesar de no reconocerlo en absoluto. Cuán equivocados estaban, más no era su culpa, esa torre de músculos avejentada era lo que podía considerarse una vista de lo más peculiar.
El objetivo del anciano era uno solo: Llegar a las oficinas y enlistarse en la Marina. Una idea que para muchos resultaría ser estúpida, irrisoria incluso... una mala broma. Y lo mismo pareció opinar la persona que le atendió nada más espetar las siguientes palabras...
— ¡Buenas tardes, deseo enlistarme en la Marina! Dijo Arthur, cruzado de brazos con un semblante serio plasmado en su rostro. La oficinista casi se ahoga con su buche de café, semejante panteón de músculos y cicatrices hacía total contraste con su avejentado rostro. Sus manos maltratadas por años de pesada labor en el puerto. Sin lugar a dudas tuvo su vida dura. Pero nadie creería, mucho menos a estas horas de la mañana, que alguien de su ya avanzada edad deseara ser carne de cañón para los piratas que deambulaban los cuatro mares y el Grand Line.
— Ahem... disculpe, ¿puede repetir lo que me dijo? — espetó la mujer, acomodándose sus gafas y usando este momento como excusa perfecta para intentar deglutir el buche de café que le quedó atragantado.
— ¡Escuchó bien, señorita! Mi nombre es Arthur Soriz, y mi deseo es enlistarme en la Marina, ahora mismo.
Su respuesta se escuchó fuerte y claro ya la primera vez, pero incrédula la oficinista tuvo que escucharlo otra vez para asegurarse de que no estaba alucinando. Quien no trabajara ahí de nueve a cinco casi todos los días juraría que ese hombre ya era un veterano allí. Para ella en cambio, nunca lo había visto en su vida.
— Ehm... señor, ¿se encuentra usted en sus cabales? ¿Está perdido?
Preguntaba esta, no quería sonar irrespetuosa aunque por dudar tanto lo estaba siendo muy directamente. Se dio cuenta de su error al ver el ceño de Arthur fruncirse tan ligeramente que fue casi imperceptible. El anciano resopló por la nariz, afirmando el agarre de sus propios brazos y renegó firmemente con la cabeza antes de volver a dirigirle la palabra a quien le estaba atendiendo.
— Para nada, señorita. ¡Nunca estuve más seguro de mis palabras como ahora! — exclamó soltando una carcajada, llamando la atención de algunos transeúntes de la base; el hombre era ruidoso, pero sin sonar hostil.
— Y-ya ... ya veo, sí... ¿pero no está usted muy viej-?
Sus palabras fueron interrumpidas abruptamente por alguien más que asomaba su presencia y atención a lo que estaban hablando. — Ni una palabra más. — cortó tajante quien ahora se mostraba a un lado de Arthur, poniéndole una mano en un hombro.
El mayor viró su cabeza hacia el lado de donde provenía esa voz más juvenil que la suya. A su vista se encontraba un hombre de aproximadamente unos treinta y tantos años, pelo oscuro y con una cicatriz en su ceja izquierda. Pelo largo atado en una coleta alta, y un atuendo que desencajaba con los estándares de los Marinos; parecía más un ronin.
— A ver, a ver... ¿Qué es esto de que quieres enlistarte en la Marina? Cualquiera pensaría que ya eres uno de los nuestros nada más verte.
— ¡Ajá! He ahí la cuestión, no lo soy... ¡pero siempre quise serlo! Y ahora tengo la chance así que no aceptaré un 'no' como respuesta.
— Hm... ya veo, y no creo que vayas a darte media vuelta sin dar tu lucha... así que, hagamos algo, abuelo... si logras aguantar tres minutos contra mi sin darte por vencido o caer como una bolsa de huesos rotos, serás un nuevo recluta, ¿hecho? — al proponer esto, extendió una de sus manos para estrecharla con Arthur. Sonriendo de forma amplia, emitió una sonora carcajada desde el fondo de su pecho y asintió con la cabeza estrechando con fuerzas la mano de aquel joven hombre. — ¡HAHÁ! ¡Así me gusta, esto es a lo que me refiero! No te arrepentirás.
— Ya veremos... — dijo sin mucha confianza.
Lo estaba subestimando.
Ya los murmullos se escuchaban entre los reclutas, mientras el desconocido Marine guiaba a Arthur hasta una zona reservada para 'entrenamientos' por así decirlo, amplio y sin molestias. Varios de los soldados rasos se amontonaban en la entrada; todos querían ver cómo le daban una paliza al viejo que tanto hablaba. Cada uno se puso en una distancia aceptable del otro, marcando así el area limitada de 'combate'.
— Antes de comenzar, joven... ¿a quién le debo el gusto de darme la bienvenida a la Marina?
Un resoplido de risa escapó del Marine, esbozándose una leve sonrisa de medio labio. — Me agradas... soy el Sargento Viren Drax.
Tras contestar, el combate empezó.
[ · · · ]
El resultado de la pelea fue como todo el mundo se lo esperaba, Arthur jadeando y con algunos moretones y rasguños, Viren siquiera tuvo que desenvainar su katana de aquella hermosa funda que cargaba contra su cadera izquierda. Y aún así, el viejo no cayó. Seguía de pie y con ganas de seguir... con una mirada que expresaba muchos sentimientos, pero uno en específico que en especial Viren podía notar.
No se rendiría, incluso si eso significaba la muerte.
El Sargento suspiró, encogiéndose ligeramente de hombros para luego asentir con la cabeza.
— Está bien, tú ganas... y una promesa entre hombres no se rompe. ¿Mañana puedes comenzar?
Escuchar eso fue suficiente para que Arthur se enderezara de golpe, haciendo el característico saludo a un superior. — ¡Señor, sí señor!
Incluso con su edad, el respeto a aquellos de mayor rango era algo que su padre le había inculcado. Viren soltó una pequeña risa, pasando por un lado de Arthur y diciendo en un volumen que solamente escucharía el anciano.
— No hagas que me arrepienta, abuelo...
Y sin más preámbulos, se retiró. El sueño del Soriz se había hecho una posibilidad, luego de tantos años, casi una vida entera... y su camino al fin de esta... comenzaría ahora.
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