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[Autonarrada] [Autonarrada Tier 2] A mi no me preguntes, yo sólo quería comer algo. - Versión para impresión

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[Autonarrada Tier 2] A mi no me preguntes, yo sólo quería comer algo. - Takahiro - 24-11-2024

Día 36 de Verano.
Reino de Oykot.
Año 424.


Fue una travesía larga desde el archipiélago Polestar hasta la isla en la que se encontraba el reino de Oykot. El navío que habían conseguido surcaba las olas majestuosamente, sin apenas notarse movimiento alguno, debido, sobre todo, a que a los mandos del timón se encontraba la Oni —aunque Takahiro jamás reconocería algo así—, que era diestra en la navegación como nadie que hubiera visto en sus veintidós años de vida. Durant ese tiempo, estuvo jugando a las cartas con sus compañeros y algunos reclutas, incluso se atrevió a aprenderse las oraciones que Masao tan empeñado estaba en que aprendieran. Era curioso analizar dichas letras de sus oraciones, ya que dentro de la solemnidad de las mismas se podía encontrar cierto sometimiento físico y espiritual a un ser omnipotente, que todo lo puede, que todo lo ve, pero que, al mismo tiempo, deja libre albedrio a su creación, es decir, el ser humano que había hecho a su imagen y semejanza. Sin embargo, Takahiro tan solo pensaba en que, si ellos estaban hechos a imagen y semejanza de un dios contemplativo, ¿quién había hecho a los gyojin? ¿Y a los mink? ¿Y al resto de razas que poblaban el mundo como los Oni? ¿Había caso más dioses? Quizá algún día lo descubriera con su muerte, aunque esperaba que fuera más tarde que pronto. Aún era joven y tenía mucho por lo que vivir, además que mucho por hacer.

En fin. Después de su llegada a la isla, ayudó al resto de sus compañeros a atracar el barco. Tiró de varias cuerdas que Octojin y la cornuda le indicaron, moviendo las velas de una forma bastante espectacular. Era curioso como algo que parecía tan simple sirviera para tanto. Tras atracar, se mantuvo en el barco durante un par de horas, aburrido. Estuvo tumbado sobre su cama, mirando al techo sin nada que hacer. Suspiraba, pensando que les depararía el futuro después de su último ascenso. Todos eran oficiales, ¿los destinarían a otros escuadrones? ¿Tendrían que separarse para algo? Eran cuestiones que hacían entristecer al marine, que se levantó de golpe y se dispuso a bajarse del barco.

Eran poco más de las una de la tarde y el sol apretaba con fuerza en el puerto. Al alférez le parecía que era muy buena idea adentrarse en el pueblo, observar como estaba todo y, de paso, encontrar algún lugar con comida típica de la isla. Se deslizó por la pasarela a paso firme, vestido con su vestimenta habitual, dejando fuera cualquier utensilio que le hiciera pertenecer a la marina. ¿La razón? Muchas personas se sentían intimidadas si los soldados de la ley y el orden se les echaban encima. Incluso se podía decir que en según que sectores de la sociedad, incluso entre las buenas personas, la marina del gobierno mundial, no era bien recibida. Una pena, pero era una imagen que el mismo peliverde quería cambiar con el tiempo. No obstante, aunque fuera contradictorio, era mejor ir de paisano y más en aquella isla, la cual había tenido ciertos problemas con el gobierno. Así que Takahiro tenía que actuar como lo que era: un extranjero, un simple foráneo que acababa de llegar y que estaba buscando pasárselo bien.

Por lo que supo, había atracado en la zona occidental del reino de Oykot, la comúnmente llamada zona adinerada u Oykot oeste. Allí residía la gente con alto poder adquisitivo de la isla, casi todos empresarios con varios negocios en la isla o en las ínsulas circundantes, además de grandes inversiones en la misma. Asimismo, también había un gran núcleo de comercio en el que vendían aceite de ballena y su carne. El aceite y la carne de ballena de Oykot era famosísimo en el mar del este, hasta el punto que el mismo marine lo conocía. Muchos comerciantes de la isla del archipiélago de Polestar lo importaba y lo vendía a un precio bastante alto en comparación con su lugar de origen. Además, la isla también era la cuna de grandes orfebres y maestros de la costura, vendiendo atuendos muy bonitos.

Durante un buen rato, Takahiro deambulo por aquella zona de la ciudad, viendo tiendas desde fuera y como la gente estaba excesivamente feliz. Por lo que había escuchado, hacía relativamente poco había ocurrido un suceso que, en algunos sectores del gobierno, había hecho muchísimo daño. Según lo poco que sabía, un grupo de insurrectos habían hecho abdicar a la monarquía que allí llevaba gobernando durante muchísimo tiempo. Al peliverde eso le daba igual, pero esperaba que tras un suceso como aquel la gente estuviera en peores condiciones, sin embargo, se demuestra lo que él opinaba: la evolución de cualquier régimen político pasaba por deshacerse de la monarquía e instaurar una república. No obstante, no tenía claro quien gobernaba en ese momento en la isla.

El camino que había tomado por lo que él creía que era la calle principal lo llevo a una avenida repleta de establecimientos dedicados a la restauración y la hostelería, teniendo de distinta variedad y temática. Desde cafeterías de toda la vida, como se referirían a ellas las personas de más edad, pasando por otras más modernas que servían los popularizados brunch, algo que podría definirse como un desayuno sin limitaciones. Es decir, en esa comida se podía disfrutar de todo lo que una persona podía comerse en un desayuno, como tostadas con mantequilla y mermelada, zumos, café con leche y fruta con yogurt, además de añadirle una rebanada de pan con aguacate, bacón frito y alimentos que comerías en un almuerzo, así como refrescos o cerveza. Una combinación bizarra. Sin embargo, a Takahiro eso no le gustaba, ya que él era una persona simple, le gustaba desayunar una tostada de pan de hogaza con aceite y tomate y un café solo, a lo sumo le añadía algo de proteína como jamón o pollo, pero poco más. Y ya en el almuerzo, tras haber entrenado en el cuartel, arrasaba con todo lo que le pusieran por delante, a poder ser un buen trozo de carnaza con patatas y un vaso de agua fría como el corazón de Camile.

Mientras decidía donde plantar el huevo, se recorrió la calle entera, de un lado al otro y decidió entrar en una cafetería bastante modesta. Era pequeñita, con apenas cuatro mesas bajas y una barra con tres taburetes. Tras la barra había un hombre de unos sesenta años, alto y muy bien peinado. Su cabello era blanco-grisáceo e iba vestido con camisa blanca, pantalón de pinza negros, zapatos estilo Oxford y una pajarita.

—¡Buenos días, joven! —le saludó el hombre, con voz alegre. Su tono de voz era grave y profundo, como los locutores de radio que retransmitían novelas en la radio—. Puede sentarse donde quiera y le atenderemos enseguida.

—¡Buenos días! —le respondió Takahiro, mostrando la mejor de sus sonrisas, caminando hasta la segunda mesa pasada la entrada—. Muchísimas gracias, y no se preocupe. No tengo prisa.

—Las prisas no son buenas —comenta el camarero—. Y que nunca te digan lo contrario.

—Ya ves.

Fue entonces, cuando de una puerta situada tras la barra salió una joven de cabellos oscuros, tez blanca y ojos ambarinos. Era una joven preciosa, con un rostro angelical que parecía haber detenido el tiempo. A medida que la miraba más guapa le parecía, pero no era una belleza exuberante, sino todo lo contrario. Su cara derrochaba dulzura y sencillez a partes iguales, era una joven más linda que atractiva. Sus ojos brillaban con intensidad y eran bondadosos. La muchacha sonrió al peliverde antes de soltar unas cajas, y su corazón pareció tener una descarga eléctrica, haciendo que se sonrojara.

«¡Qué bonita es, por favor!», pensó el marine, sonrojado.

—Hola, buenos días —le saludó la joven, mostrando una bella sonrisa—. ¿Qué quiere tomar?

—Me gustaría tomar algo típico de la isla —le respondió Takahiro, devolviéndole la sonrisa—. ¿A ti que es lo que más te gusta del local?

—¿A mí? —La joven se quedó callada durante un breve instante, realizando una mueca bastante graciosa con la boca, gesticulando los labios de un lado al otro con indecisión—. Pues no lo sé…, pero a mi me encanta la carrillera en salsa con patatas al horno que hace el señor Brown —le dijo, señalando al hombre tras la barra.

—Si a ti te encanta seguro que esta exquisito —comentó el peliverde, sonriente—. Ponme entonces un plato de eso con una copa de vino de la casa —le pidió—. Y un vaso de agua, si no es mucha molestia, por favor.

—En seguida estará —le dijo—. Que creo que le falta aún unos minutos.

—No te preocupes, señorita. No tengo prisa.

El vaso de agua llego en primer lugar, con dos cubitos de hielo. Estaba fría y deliciosa, pero con el calor que hacía era normal. No le más le gusto a Takahiro de aquel lugar era que el agua no era del grifo, sino que le había a abierto una botella de agua para echarle un vaso que, según le había dicho el señor Brown, no iban a cobrarle. El agua debía ser gratis y así lo pensaba él. Luego, llegó la copa de vino. Era un vino tinto de uva joven, con poco cuerpo, pero muy aromático. En boca podían detectarse notas afrutadas, cítricas concretamente y sabor a madera de roble. Muy exquisito en boca, aunque con una graduación de alcohol bastante grande. Finalmente, transcurridos unos veinte minutos llegó la joven con la carne en salsa. Eran tres trozos de ternera cubierta de una salsa muy brillante, tanto que parecía tener luz propia, todo acompañado de unas patatas cortadas a rodajas y hechas en el horno, crujientes por fuera y muy cremosas por dentro. Un plato exquisito, que al probar no pudo evitar saborear con ímpetu.

—Disculpe, muchacha —le dijo el peliverde—. Esta buenísimo.

—Muchas gracias, muchacho —le dijo ella.

—Puedes llamarme Takahiro.

—Yo soy Mara, un placer —le dijo la joven.

No supo todavía como ocurrió, pero después de la comida se pidió un café y un postre que la joven Mara le había recomendado también, una exquisita tarta de tres chocolates que estaba de escándalo. Simplemente espectacular. Ya eran las cuatro de la tarde y la joven, que había terminado su turno, se sentó con él a hablar. Los asuntos de los que hablaron fueron triviales, pero se notaba a la legua que había cierta conexión entre ambos. Se reían de las bromas de cada uno, mientras contaban anécdotas de todo tipo. Fue en ese momento, cuando desde la ventana una persona los estaba observando y no tardó en entrar al local. Era un joven de cabellos rubios, ojos verdes y con apariencia de ser bastante fuerte. Iba vestido con un vaquero rasgado, unos tenis de color blanco, una camiseta apretada metida por dentro y una sobrecamisa por encima.

—¿Y este quién es? —preguntó, el muchacho, clavando una mirada muy fría y desafiante sobre el peliverde, quien no hizo caso y dio un sorbo a su café solo.

—Es un cliente, ¿o es que no lo ves? —El tono de la joven pasó de ser dulce a severo, casi intimidante. Fue en ese instante cuando Taka recordó la frase que decía su abuelo: No hay nada más terrorífico que la ira de una persona amable.

—¿Y desde cuando te sientas a tomar un café con los clientes, Mara? —le preguntó—. ¿Desde cuando haces eso?

—Lo que yo haga y deje de hacer no es asunto tuyo, Johny.

La joven se levantó de la mesa y se puso a hablar con el tal Johny. Al parecer era una pareja que había roto hacía pocas semanas, ya que él se había liado con otra. Sin embargo, no aceptaba que Mara la hubiera dejado. Todo parecía una telenovela con una trama bastante simple, pero interesante. No obstante, la situación comenzó a irse de las manos, puesto que el rubio cada vez hacía movimientos más agresivos e intimidaban a la muchacha. En la cafetería todos estaban callados y Takahiro intentaba no meterse en asuntos que no eran suyos, pero eso iba en contra de su naturaleza. Su mano se había posado instintivamente en la empuñadura de su katana y llegado cierto punto, casi sin darse cuenta, la desenfundó y la interpuso entre la joven camarera y su expareja.

—¿Acaso tu madre no te ha enseñado que esas no son maneras de tratar a una señorita? —le preguntó, haciendo que el joven reculara unos pocos pasos—. Así me gusta, que te alejes.

Takahiro se levantó muy lentamente, con gesto serio e intimidante, podría decirse que su mirada era un poco sombría —algo raro en una persona como él—. Guardó su espada en su funda y se puso frente al rubio.

—Solo voy a decírtelo una vez, ¿entendido? Quiero que dejes de molestar a Mara, sino te las vas a ver conmigo y eso es algo que no quieres —le advirtió, haciendo un ademán con la mano y levantando el dedo índice—. Si te ha dejado por capullo es culpa tuya. A ver si aprendes que si tienes pan recién hecho en casa no debes ir a casa de otros a comer migajas.

En ese momento, el rubio sintió una ira que nunca había sentido y golpeó a Takahiro en la cara, el cual endureció su pómulo izquierdo con haki de armadura, haciendo que el rubio se hiciera daño en la mano y se quejara del dolor.

—¿Qué demonios eres?

—Un turista que quiere terminar de comerse su trata y de beberse su café mientras habla con una amiga.

La tensión en el local era muy grande, tanto que el más mínimo gesto inadecuado podía rajarla y convertirlo todo en un caso. Sin embargo, el joven no hizo nada y se marchó de allí.



Una hora más tarde, el joven marine acompañó a la muchacha a su casa y puso rumbo hacia el puerto, con la intención de reunirse con sus compañeros antes de la empresa que habían venido a cumplir. Sin embargo, el peliverde se había percatado que desde la salida del café-restaurante estaba siendo seguido por el exnovio de Mara y tres personas más.

—¿Vais a estar siguiéndome todo el día? —preguntó Takahiro, girando la cabeza y mirando a los ojos a Johny.

—A mi nadie me deja en ridículo, cabeza de lechuga —le insultó, mientras sacaba una especie de tubería de metal—. Ahora te vas a enterar.

El rubio comenzó a correr a gran velocidad hacia Takahiro junto a sus tres amigos. El marine suspiró, mientras flexionaba las piernas y respiraba hondo.

—Battojutsu… —En un abrir y cerrar de ojos, el marine se desplazó entre los macarras que habían osado intentar atacarlos, golpeándolos fuertemente con la espada enfundada en sus extremidades y haciendo que se cayeran al suelo, doloridos—. Serpentéo.

Takahiro caminó hasta donde se encontraba Johny, tirado en el suelo y le sonrió.

—No vuelvas a hacercarte a Mara o a mí, ¿me has escuchado? —le preguntó—. O la próxima vez te llevo preso al cuartel más cercano.

Y tras esas palabras, el alférez Takahiro se marchó junto a sus compañeros.