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Who I'm meant to be - Angelo - 02-12-2024 2 de Otoño del año 718, el Foso, Jaya.
El Foso era un sitio peculiar en Jaya: uno en el que evitarías entrar a toda costa y, a la vez, uno de los más interesantes de visitar en toda la isla. Esto último, claro, siempre y cuando tan solo estuvieras interesado en apostar un puñado de berries; si pasabas a ser uno de los participantes, la cosa cambiaba un poco. Por sintetizar un poco, la actividad principal que transcurría en el hexágono que conformaba el foso no era otra que los combates ilegales, aunque la legalidad resulta un tanto difusa cuando hablamos de Jaya. Dentro del oxidado alambrado que delimita su ring se llevaban a cabo los espectáculos más primitivos y espectaculares del lugar. Por norma general, consistían en combates de uno contra uno en el que decir que valía cualquier cosa sería quedarse corto: armas blancas y contundentes; dopaje; luxaciones hasta la dislocación o partirle los huesos al rival. Todo lo que pudiera ocurrírsele a uno a excepción de las armas de fuego y la muerte. Las armas de fuego porque le quitan encanto al espectáculo. La muerte, lejos de imponerse como un límite que naciera de la moralidad, estaba prohibida porque los combates a muerte conformaban el espectáculo más exclusivo de los que ofrecía el Foso. Con esa descripción, cualquiera pensaría que tan solo un loco o una persona completamente desesperada se aventuraría a meterse en el hexágono, pero lo cierto es que en Jaya no faltaban los contendientes que se presentaban voluntariamente. Sí, es cierto que el Foso prometía una esperanza de vida corta, pero al mismo tiempo ofrecía una forma rápida de ganar grandes sumas de dinero. Quienes lograban progresar en los combates y se alzaban con esta sangrienta gloria se bañaban en berries, hasta el punto de que muchos amasaban dinero suficiente como para vivir sin preocupaciones a los pocos años. Claro está que la mayoría no llegaban vivos a esa meta. —Pero eso no quiere decir que yo no pueda conseguirlo —le dijo a Iris, con el ceño fruncido—. No vengas a verlo si no quieres, pero es la forma más rápida de que saquemos algo de dinero y nos larguemos de aquí. Y tú lo sabes. Había visto a través de las gafas de la solarian su enfado, pero también la preocupación por lo que pudieran hacerle en el Foso. Aun así, no le quedó más remedio que ceder; ambos sabían que el peliverde iría allí con su beneplácito o sin él, así que la mejor opción era no darle preocupaciones adicionales que le hicieran perder el foco: mantenerse invicto. Aquella noche de otoño, con el frío y las sombras cerniéndose ya sobre Jaya, ambos se habían dirigido directamente hacia la nave en la que tenían lugar los combates del Foso. Mejor dicho, aquel era el lugar que conformaba en su totalidad el Foso: un almacén enorme y completamente hueco, con una valla en forma de hexágono que delimitaba la arena de combate. A su alrededor y en primera fila, cómodos asientos para los espectadores con el bolsillo más grande. Justo detrás de estos, varias gradas en las que se ubicaba a los menos pudientes. Se contaba además con una pequeña zona apartada y oculta donde se habían colocado los camerinos, por llamarlos de alguna forma. Estaba separada del resto de la nave por paredes de chapa y telones que impedían ver más allá. Allí, los conteniendes calentaban y se preparaban antes de acudir al ring a dar pelea, y ese era justo el sitio en el que se encontraban Angelo e Iris. El lunarian mantenía el brazo extendido, dejando que la peliblanca le ajustara las vendas alrededor del antebrazo y la mano. Había hecho lo mismo con el otro. —Si te matan, te mato —dijo, sin mirarle a la cara, concentrada en la tarea. Angelo negó con una sonrisa, comprobándose los vendajes una vez terminó de ponérselos. —¿Cuándo he perdido yo una pelea? —Iris abrió la boca para contradecirle, pero el peliverde siguió hablando antes de que pudiera pronunciar palabra alguna—. Guárdamelas, ¿quieres? Me las devuelves cuando haya terminado con ese pipiolo. Se quitó las gafas de sol, esas de las que nunca se desprendía ni siquiera mientras dormía o follaba, y se las tendió a la solarian para que cuidara de ellas. Justo después, uno de los gorilas que trabajaban en el Foso se acercó para avisarles de que había llegado la hora, a lo que Angelo respondió con entusiasmo dándole una, dos y hasta tres sonoras palmadas en el hombro antes de salir. El público que había aquella noche en el foso era considerable para tratarse del estreno de un novato, pero es que era precisamente ese el motivo por el que había acudido tanta gente: ver cómo destrozaban al chico nuevo. Por norma general, las posibilidades de palmarla allí eran mayores cuanto menos tiempo llevabas, y es que si te mantenías vivo en la clasificación durante varias rondas implicaba que eras bastante bueno. La mayoría de los recién llegados acababan tan mal tras su primer combate que no volvían a pisar el ring jamás. Algunos, directamente, no volvían a pisar nada en absoluto. En el caso de Angelo no se trataba sólo de que fuera su debut, sino también de que se había granjeado con los años la enemistad de mucha gente y, como no podía ser de otro modo, ansiaban ver cómo chupaba suelo. Ni que decir cabe que las apuestas estaban en su contra, si no había escuchado mal, en veinte a uno. Por ese mismo motivo, Iris había apostado lo que les quedaba a su favor. Cuando entró en el hexágono, su contrincante ya estaba allí. No era mucho más grande que él, pero debía sacarle alrededor de media cabeza y unos cuantos kilos de músculo. Eso sí, Angelo le ganaba en diez mil a uno en cuanto al pelo. Vaya bola de billar le iba a tocar como primer oponente. Habían oído rumores en las horas previas al combate, y al parecer al tío le llaman Tony el Loco. En el último combate le había arrancado la oreja a un novato de un bocado y llevaba una racha de cinco victorias consecutivas. Lo raro habría sido que no hubieran apostado en su contra, la verdad. —¿Listos? —preguntó el que, supuso, sería el árbitro. El calvo se limitó a asentir y Angelo le imitó. Alzó los puños para ponerse en guardia y le dedicó una sonrisa a su contrincante, justo en el momento en que sonó la campana para dar comienzo al enfrentamiento. El Loco no dudó en lanzarse frontalmente contra él, seguramente intentando mantener los rumores sobre su nombre, pero verlo hacer eso tan solo le causó alivio: parecía fuerte, pero no era tan rápido como él. Esperó en el sitio y, cuando Tony le lanzó su primer puñetazo, el lunarian hizo alarde de su juego de pies y se movió hacia un lateral, girando el tronco al tiempo que evadía el golpe con soltura. ¿Su respuesta? Darle una sonora bofetada que pareció desestabilizarlo. Angelo tomó algo de distancia tras esto, observando la expresión de incredulidad del calvo mientras asimilaba lo que acababa de hacerle, poniéndose más y más rojo poco a poco. —Vamos Tony, que eres más lento que mi abuela en taca-taca. Y eso que está muerta. El rostro del hombretón pareció torcerse y plegarse sobre sí mismo a medida que deformaba la expresión, variando hacia una mucho más iracunda. Con los ojos inyectados en sangre volvió a lanzarse a por Angelo, empezando una combinación de golpes sin fin que el peliverde se centró en esquivar y bloquear. Se tiraron así cerca de un minuto sin descanso, y aunque evitar todos los golpes le costaba concentración y energía, parecía que su amigo se estaba cansando mucho más rápido que él. Esperó el momento justo en el que detuvo su ataque para tomar algo de aire y, antes de que pudiera recomponerse, Angelo le soltó un único pero certero golpe entre los ojos y la nariz. Pudo escuchar el «crac» de su tabique al romperse, justo antes de que Tony cayera al suelo desorientado. Ni siquiera le dio margen para rendirse; Angelo se puso sobre él, le sujetó del cuello con su mano izquierda y, con la diestra, empezó a soltar un puñetazo tras otro, cada vez con más contundencia. Tras seis más, con la mano chorreando la sangre del Loco, le dejó caer inconsciente y se irguió del todo para observar a los presentes. El público había enmudecido. —Pues… —el árbitro se acercó y ni siquiera se molestó en comprobar si Tony estaba consciente o vivo. Simplemente, tomó a Angelo del brazo e hizo que lo alzase—. ¡Tenemos nuevo contendiente del Foso! Hubo algunas fotos, justo antes de que las gradas estallaran en gritos. Algunos, probablemente, por la cantidad de dinero que habían perdido; otros, por la promesa que implicaba Angelo en sus futuras actividades financieras. Lo que aún no sabía es que aquel combate atraería a gente más peligrosa, pero también con más dinero. El primer paso para salir de aquella cloaca llamada Jaya y convertirse en quienes estaban destinados a ser. El lunarian buscó con la mirada entre el público hasta dar con Iris, quien mostraba una expresión mucho más tranquila e incluso una sonrisa. Su respuesta fue devolverle una mucho más amplia. |