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[D-Pasado] Un pasado, una historia... - Anmitsu Uguisu - 30-07-2024 Hace dos años, general
En el vasto océano de DemonTooh, donde las olas susurraban secretos milenarios y el cielo se fusionaba con el horizonte en un abrazo de colores, Mitsu se levantaba como una figura delicada. Una jujin gato con grandes ojos que, al igual que su alma, reflejaban turbulentas tempestades de emociones. La brisa marina acariciaba su piel y, en ese instante, recordaba con nostalgia el cálido abrazo de su madre, perdido en el tiempo desde aquel trágico día en que la muerte se llevó su luz. Era una tarde gris, el cielo nublado reflejaba su estado de ánimo. A sus quince años, cuando la vida aún le prometía magia y dulzura, se vio sumergida en un océano de soledad. Su madre, una mujer de fuerte temple y dulzura infinita, había sido su brújula en un mundo que, de otro modo, le hubiera parecido un laberinto oscuro y confuso. Pero el destino, tan cruel como caprichoso, se llevó a la única persona que realmente la conocía, dejando a Mitsu a merced de las corrientes del desamparo. Al poco tiempo, quedó bajo la tutela de Koshiro, su padre biológico, un hombre que nunca había deseado su existencia. La sombra del desprecio era palpable en cada rincón del hogar, donde ella, la hija ilegitima, se convirtió en la escoria de su propia sangre. Koshiro era un marinero de renombre en DemonTooh, conocido por su crueldad y su desdén hacia todo lo que consideraba una debilidad. Él veía a Mitsu como un error, un constante recordatorio de su desliz, y la trataba como tal. No pasaban largos periodos sin que su voz resonara en la casa, desgarrando la atmósfera con palabras hirientes que se clavaban en el corazón de Mitsu como agujas afiladas. Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses de sufrimiento silencioso. Mitsu, aún dotada de esa sensibilidad infantil, se encerraba en su habitación tras puertas que no aportaban ninguna protección real a su alma, que permanecía fuera de los muros de su hogar. Allí, rodeada de juguetes olvidados y dulces que había escondido para sí, recordaba los días en que su madre la hacía reír con historias sobre ancestros y héroes de los mares. Los dulces, frágiles como su corazón, eran su única fuga de un mundo que se había vuelto cruel. Las noches eran especialmente difíciles. Mientras el viento soplaba con fuerza, Mitsu se acurrucaba bajo las mantas, su corazón retumbando como un tambor en medio de una batalla. La oscuridad la envolvía y, aunque rememoraba la suavidad de la voz de su madre, el vacío resultante de su ausencia la desbordaba de melancolía. Era capaz de escuchar rumores de las olas que chocaban contra el casco del barco, resonando como las risas de los hombres del mar, pero en su interior solo había un eco de soledad. Su mente, una auténtica tormenta, navegaba entre el amor y el desdén. Las imágenes que acudían a su mente eran una mezcla de los días felices y de aquellos instantes en que Koshiro le lanzaba miradas fulminantes y murmuraba palabras afiladas. A pesar de todo, Mitsu buscaba refugio en su habilidad para trabajar como jujin, su naturaleza felina era un don, y se deslizaba con gracia por los pasillos del barco, casi como un secreto susurrado entre las sombras. Su timidez, aunque pesada, se tornaba su aliada en momentos de desasosiego, llevándola a encontrar alegría en los pequeños gestos: la manera en que los peces jugueteaban entre las redes, la luz del sol colándose por las rendijas, incluso el olor salado que se adhiría a su piel. Y así, aunque la rabia de Koshiro la hiriera, su espíritu resistía, aferrándose a esos riflones de luz. Con el paso del tiempo, Mitsu comenzó a descubrir su propia fortaleza interna. La necesidad de no ceder ante el dolor la impulsó a encontrar un propósito más allá de las palabras de su padre. Cada vez que caía en la desesperación, se recordaba a sí misma que su madre la había amado, que la dulzura que había conocido podría seguir brillando, incluso en la oscuridad. La vida a bordo de la marina no era fácil, y muchas veces se encontraba lidiando con sus propios demonios. Koshiro, en su papel de capitán, no escatimaba esfuerzos para recordarle su lugar ni la miraba con el orgullo que de una hija se esperaría. En cambio, ella tomó el control de su vida, volcándose en sus responsabilidades, haciendo cada tarea con un esmero casi obsesivo, quizás en un intento de ganar la aprobación que nunca recibiría. Pero a veces, el avance es un viaje solitario. Las dudas la acechaban y sus inseguridades parecían criaturas asquerosas en la oscuridad. Una tarde, mientras trataba de organizar un compartimento cubierto de telarañas (un esfuerzo que la llevó al borde del llanto), una pequeña araña se deslizó frente a ella. Mitsu, aterrorizada, se quedó paralizada. Fue entonces cuando un recuerdo la invadió: su madre acariciando su cabello, hablándole de la belleza de todas las criaturas, sin importar lo que fueran. Dos agridulces lágrimas surcaron sus mejillas y, en un arranque de valentía, desvió su mirada, se armó de determinación y con un movimiento preciso, alejó al pequeño ser con un trozo de papel, liberándolo a la libertad del mar abierto. Ese fue su primer paso. Desde ese día, comenzó a explorar su curioso interior. Aunque siempre llevaba la sombra de Koshiro en su corazón, lo compensaba buscando la belleza en lo cotidiano. Pasear por el puerto, donde cantores y piratas compartían leyendas, fue un nuevo refugio. Los cuentos de aventuras llenaban su alma, y sus ojos, antes llenos de tristeza, comenzaban poco a poco a brillar con reflejos de curiosidad. Sin embargo, en esos días de luz, la ausencia de su madre aún le pesaba. Así fue como la vida de Mitsu se convirtió en un continuo vaivén, entre la sombra de su padre y la luz de los recuerdos de su madre. Tenía aún mucho por descubrir sobre sí misma, sobre su bisexualidad, las relaciones que se complicaban en su entorno y un mundo lleno de personas que, como ella, luchaban con su propia melancolía. |