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[Presente] El gigante, la tullida, la sirena, el pícaro, el pato y el boxeador - Airgid Vanaidiam - 30-07-2024 Día 15 de Verano del año 724
Otro día más. La rutina, eso que siempre había sido su enemigo más mortal, se había convertido en una especie de alivio para la rubia. Quizás no era demasiado emocionante, pero otorgaba tranquilidad, estabilidad, eh... mejor no pensarlo mucho. Sí, era un poco coñazo, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Y Airgid era muchas cosas, pero no una mujer deprimida. El estruendoso despertador la levantó de la cama a las cinco de la mañana, puntual, como siempre. Tenía una silla de ruedas, pero normalmente trataba de evitar usarla, pues eso acababa agarrotando su pierna buena, así que apoyándose en su bastón. Aunque llamarlo bastón era bastante halagador, parecía más bien una herramienta, como una tubería modificada y doblada, de aspecto bastante rudimentario. Se acercó al frigorífico, tomó una gran botella de cola y empezó a pimplarsela de buena mañana, eso era su café, su dosis de energía. Y tras desayunar, se colocó sobre su banco de pesas y pasó las siguientes dos horas entrenando. Una ducha, un poco de ropa, y a las ocho de la mañana estaba lista para abrir su puestecito. Todo lo tenía en el mismo sitio, cama, cocina, estudio, solo un pequeño cuartito para el baño. La casa tampoco tenía una puerta normal, sino una corredera metálica, parecida a la de un garaje que daba directamente con la calle. La abrió, metiendo una llavecita por el candado y luego cargando con ella y tirando hacia arriba, contrayéndola en espiral. — Buenos días, Airi. — La saludó su vecino de tienda, un hombre entrado en los cincuenta que llevaba una frutería, estaba empezando a sacar las cajas de manzanas, naranjas y plátanos a la parte exterior. — ¿Qué tal? ¿Cómo está tu niña? — Correspondió a su saludo, era un hombre majísimo que cuando se enteró que Airgid era alérgica al melocotón dejó de ponerlo en la parte de fuera. Era considerado, aunque fuera un gesto sencillo, no todo el mundo lo habría hecho. Charlaron de forma breve y fugaz mientras ambos terminaban de montar sus puestos. Toda la calle era comercial, llena de diferentes tiendas; panadería, hortalizas, carnicería, pescadería, un puesto de comida rápida, incluso una tienda de sofás. Y los clientes comenzaron a llegar. Airgid se había puesto una mesa de estudio, con un montón de cajas llenas de herramientas, utensilios e inventario, y se sentó sobre su acomodada silla mientras se ponía a trabajar en una nueva creación: un mando a distancia para la puerta metálica. Se colocó sus gafas de aviadora y comenzó con el trasteo de materiales y electrónica, labor que solo se interrumpiría si algún cliente acudiera a pedir algo. Su idea era que le pidieran inventos, creaciones, algo emocionante. Pero normalmente solo acudían a ella cuando se les rompía la lámpara de la mesita de noche o cuando necesitaban un destornillador nuevo. Nada demasiado... desafiante, la verdad. Aunque Airgid no perdía la motivación ni el optimismo. Quizás, solo quizás, el día fuera un poco diferente. RE: [C-Pasado] El gigante y la tullida - Ragnheidr Grosdttir - 30-07-2024 Era una mañana gris y la marea lamía con suavidad la arena húmeda de la playa. Sobre ese suelo blando, los restos de una larga noche de juerga estaban esparcidos como las migas de un banquete descomunal. Botellas rotas, fogatas apagadas y la música de tambores lejanos que aún resonaba en la cabeza de Hammond, un rubio colosal de cinco metros, que yacía semienterrado en la arena, exhausto, con la piel aún pegajosa de sal y sudor. Hammond abrió los ojos lentamente, los párpados pesados como si llevaran el peso del mundo. La luz del sol, que apenas empezaba a filtrarse entre las nubes, lo golpeó como un martillo en la sien. Emitió un gruñido gutural, una mezcla de queja y desconcierto. Cada músculo de su enorme cuerpo, desde los gruesos brazos hasta sus imponentes piernas, parecía doler como si hubiera levantado montañas la noche anterior. Había sido una fiesta épica. La fogata había brillado en la oscuridad de la noche, reflejándose en el mar como un faro para los espíritus libres. Habían bebido cantidades absurdas de algún brebaje local, fuerte y ardiente como el mismo fuego. Hammond, a pesar de su tamaño y resistencia, no había podido resistir las invitaciones constantes a beber más y más. Entre brindis, desafíos y gritos de alegría, había dejado que el alcohol y el ambiente lo consumieran. Recordó vagamente haber levantado un barco viejo en una apuesta absurda para impresionar a los otros asistentes, que gritaban y lo vitoreaban como si fuera un dios mitológico. El barco ahora estaba medio hundido en la orilla, a unos metros de donde él estaba, un testimonio de su borrachera y su fuerza descomunal. Al parecer, en algún momento de la noche había decidido lanzarlo al agua, aunque por el estado del casco roto, el resultado había sido menos glorioso de lo que su mente nublada había imaginado en ese momento. Hammond se levantó con esfuerzo, sintiendo el crujir de su espalda. Tenía la boca seca como si hubiera tragado arena y la cabeza le palpitaba con fuerza. Giró su enorme cuello, buscando a sus compañeros de juerga, pero la playa estaba casi vacía, salvo por unos cuantos cuerpos desparramados que, como él, habían sucumbido al agotamiento. Miró sus manos y notó que aún llevaba un collar hecho de conchas y sogas enredadas, probablemente un trofeo de alguna hazaña que no recordaba. La noche había sido un torbellino de carcajadas, peleas amistosas, cantos desafinados y, por supuesto, más tragos de esa bebida maldita que seguía quemándole el estómago.
— Aldri mer... aldri mer. — Murmuró para sí mismo en su lengua natal, la voz ronca y áspera. "Nunca más", se prometía, aunque sabía que ese juramento no duraría mucho. Hammond tenía una debilidad por las celebraciones, por esa euforia salvaje que lo alejaba de los problemas del mundo. Su tamaño y su fuerza lo convertían en el alma de cada fiesta, pero también en el primero en caer presa de los excesos. Con los pies hundidos en la arena, caminó pesadamente hacia el agua, buscando refrescarse. El océano parecía burlarse de él, las olas pequeñas y suaves contrastando con la tormenta que aún rugía en su cabeza. Se dejó caer de rodillas en la orilla, dejando que el agua fría salpicara su rostro. El alivio fue inmediato, aunque breve. Sumergió la cabeza completamente bajo el agua, dejando que el silencio del mar lo envolviera, como si intentara ahogar su resaca en las profundidades. Cuando emergió, sacudió su melena rubia, las gotas brillando a la luz del sol como si fueran destellos de plata. Respiró profundamente y dejó escapar un largo suspiro. Sabía que pronto tendría que enfrentarse a la realidad: encontrar sus cosas, quizás disculparse con alguno de los presentes si había sido demasiado brusco. Mientras observaba el horizonte, Hammond no pudo evitar esbozar una sonrisa torcida. Recordaba algunos fragmentos de la noche: la risa, el ritmo de los tambores, el choque de las olas. Por un momento, todo había sido perfecto, una fuga de la vida cotidiana y de los fantasmas que a veces lo acechaban. Sí, estaba destrozado, pero por alguna razón, valía la pena. Con la energía renovada, aunque solo un poco, Hammond se puso de pie, su sombra proyectándose larga y oscura sobre la playa desierta. Mientras se estiraba y sentía cómo su cuerpo volvía lentamente a la normalidad, pensó que, al final, las resacas no eran tan malas. Al menos significaban que había vivido otra noche memorable. O, en el caso de Hammond, otra noche para olvidar y contar como una leyenda. — Jævla godt. — murmuró para sí mismo, con una sonrisa perezosa y una mirada de nostalgia en sus ojos. Y así, se adentró un poco más en el agua, decidido a curar su destrozado cuerpo de la única manera que sabía: afrontando el nuevo día con la misma intensidad con la que había despedido la noche. Cómo era la vida, siempre tenía algo que ofrecer para Hammond. Era otro día. Otro día durmiendo al raso, en la playa. Una mala noche si cualquiera le preguntase al rubio, una realmente mala. ¿Había sido realmente mala? lo cierto es que no recordaba que fuera tan mala ... De hecho, la noche fue una locura, una de esas locuras que quieres recordar si o si, da igual lo que tuvieras que hacer al día siguiente y lo destrozado que pudieras llegar a estar. Un día. Un día desde la muerte de Mich, pero él seguía en la isla. La muerte de su mejor amigo fue un golpe duro del cual, como era normal, aún no estaba repuesto del todo. En Elbaf no enseñaban a controlar las emociones, ni a entenderlas, aquello era tarea de mujeres, al menos, otro beneficio de las mujeres guerreras de Elbaf. Para Hammond eran tan superiores a los hombres exactamente por esto, el dominio de lo emocional. Quizás, también por eso, admiraba incluso más a sus imaginarias "diosas" de las que tanta burla han llegado a hacer sus compatriotas e incluso familia. Las que solo él podía ver. En ellas se apollaría para superar la muerte de su compañero. Y en la segura bendición que tendría para lograr escapar de los criminales que ahora estaban en su búsqueda. La peor calaña de la ciudad ... En qué momento todo se había dado tanto la vuelta. La sangre le brotaba por el costado. Su rostro por suerte ya no tenía sangre de otras personas. Daba igual limpiarse bien, no olvidaría esa noche. Y aunque tuviera conocimiento básico basiquisimo sobre cómo cubrirse una herida, los disparos que le rozaron el costado y la pierna derecha seguían sangrando. En menor medida sí, pero ahí estaban. El cuerpo del Bucanner avanzó por los callejones, intentando "ocultar" su presencia, una suerte realmente fugaz, porque era verdaderamente complejo. Se cubrió con su capa roja y lo intentó. Fue a parar a las puertas de un ... ¿garaje? Allí se quedó a pasar lo que quedaba de ... Madrugada. Tirado, bajo su capa. Sus pesadillas estaban ahí para atraparlo de nuevo. Una hora después ... El sonido de un metal (la persiana) le hizo despertar, aunque no se movió, tan solo abrió los ojos. Se apartó un poco cuando una mujer de cabello rubio y otra persona iniciaron la conversación. La fémina es la que salió justo tras la "puerta" que se abrió, aquella metálica. Lo cierto es que allí sentado, sangrando, Hammond no parecía muy grande. Más bien pequeño. Comprendió que debía adelantarse antes de asustarla. Eso sí, ojeó que medio cojeaba e iba sujeta a algo. Le faltaba una pierna. — ¡Dejarrr de lamentarrr! — El aura que emanaba la fémina, cubrió el cuerpo de Venture, expulsando las malas energías, durante un instante. Existía gente así, incluso el propio nórdico solía ser así, irradiando auras semejantes. La bendición de sus diosas de nuevo, entrando en acción y llevando a una mujer como aquella, frente a el. Y en el mejor momento. — Señorrita ... — Alargó una mano, colocando esta sobre el puesto que había montado. Lo compuso realmente rápido, sobre todo para faltarle una extremidad. — Nessesito ... — Se llevó la otra extremidad al costado. — ᛋᛅᚾᚷᚱᛁ ... ᛚᛁᛗᚲᛁᚨᚱ ... — Susurró en su idioma natal.[/font] RE: [C-Pasado] El gigante y la tullida - Airgid Vanaidiam - 30-07-2024 Con el puesto montado y todo preparado para comenzar un día más, Airgid se giró un momento en su silla rotante para alcanzar una palanca de la caja de atrás. Todo era bastante caótico, las cajas no tenían orden alguno, pero Airgid sabía perfectamente dónde había colocado todo, así que dentro de su cabeza tenía sentido. Silbaba una cancioncilla, completamente despreocupada, al menos hasta que volvió a girarse y se encontró con una enorme mano apoyada sobre su mesa de trabajo, tirando cosas al suelo.
Soltó un grito inevitable, aquel hombre apenas parecía humano, era enorme. Más grande que nadie que había visto jamás. Llamó la atención de todos los vendedores y también de los clientes que empezaban con sus compras rutinarias. Pensó que sería un loco, pero rápidamente al ver cómo se llevaba la otra mano al costado, se dio cuenta de que necesitaba ayuda, estaba herido. Habló, pero apenas pudo entenderle, cambió a otro idioma que no conocía. — ¡Espera! — Se giró de nuevo y agarró unos trapos que por suerte, había limpiado. — ¿Qué te ha pasado, qué te han hecho? Esta puta isla cada día está peor... — A pesar de su mala lengua, no estaba enfadada. Solo preocupada. La silla tenía ruedas, así que no le hizo falta ponerse en pie, la movió, buscando el costado del hombre. También reguló un poco la altura, necesitaba ponerse más alta con un hombre como aquel. — Quita. — Le apartó la mano del costado de forma bruta y seca, revelando en su cuerpo lo que parecían unas rozaduras, o unos cortes, algo así. Le puso el trapo, tapándoselo. — ¿Todo bien por aquí? — El frutero se acercó, preocupado. — Tráeme un poco de agua con jabón, hay que limpiar el estropicio este que te han hecho. — Airgid no era médica, nada parecido, pero... a raíz de su amputación, tuvo que aprender algunas cosas sí o sí. Cómo hacer que una herida no se infectase, por ejemplo. En el fondo era algo que le interesaba, a ella le encantaban las máquinas y su funcionamiento, y el cuerpo humano era un poco parecido. Más delicado, pero una enorme máquina perfectamente conectada. — Tú no eres de por aquí, ¿a que no? — Airgid había nacido en isla Kilombo. La había recorrido de arriba abajo cientos de veces. Si allí viviera un gigante rubio mazadísimo, lo sabría. El frutero le trajo lo que había pedido, y Airgid empezó a limpiarle la herida. Intentaba ir con cuidado, pero la verdad es que era un poco borrica, sin darse cuenta. Y aún así, estaba en ella el ayudar a los demás. Con una sonrisa amable, sabía que quizás podía dolerle, así que le dedicó una mirada cariñosa, tratando de calmarle. Cualquier otra persona se lo habría pensado dos veces, al fin y al cabo, era un enorme hombre herido, sin contexto alguno. Podría haber sido él el criminal, quién iniciase una pelea. Cualquiera sospecharía. Pero Airgid no vio maldad en él. Se podría decir que era una intuición. No era la primera vez que le pasaba, y alguna vez había fallado, pero merecía la pena correr el riesgo. RE: [C-Pasado] El gigante y la tullida - Ragnheidr Grosdttir - 30-07-2024 La mujer se puso manos a la obra con una velocidad asombrosa, sus movimientos precisos y seguros, como si cada uno de ellos hubiese sido practicado cientos de veces. A pesar de la gravedad de la herida, no había rastro de duda en sus ojos, solo una concentración férrea. Hammond, cuya vista comenzaba a fallar por la fiebre que le subía como un fuego invisible, apenas podía distinguir los contornos de su alrededor. Su mundo se hacía cada vez más pequeño, reducido al dolor punzante en su costado y a la figura de la mujer que trabajaba sin descanso. Sus manos, pequeñas en comparación con las de él, pero firmes y competentes, apartaron la suya con un gesto decidido. Necesitaba espacio para lidiar con el agujero de bala que, afortunadamente, había atravesado su cuerpo sin dejar fragmentos. Sin embargo, el dolor era desgarrador, una tormenta silente que lo iba consumiendo desde dentro, pero él no emitía ni un gemido. La mujer continuaba explorando la herida, sus dedos moviéndose con agilidad, buscando el lugar exacto para aplicar presión y detener la hemorragia. Entonces, Hammond se estremeció cuando ella tocó el borde de la carne desgarrada. Instintivamente, levantó su enorme mano y la colocó sobre la de ella, interrumpiendo su labor. Aún en medio del dolor, sus ojos se encontraron. — Esperrra... Mujerrr... —Murmuró, su voz grave y rota por el esfuerzo. Con una lentitud deliberada, Hammond se incorporó, sus movimientos pesados como si arrastrara el peso de mil batallas sobre sus hombros. Lentamente, se quitó la parte superior de su vestimenta, revelando un torso poderoso, esculpido como mármol, con cicatrices que hablaban de una vida de violencia y supervivencia. Su piel blanca, marcada por heridas antiguas y recientes, resaltaba en contraste con las manchas de sangre que se acumulaban a su alrededor. Al desprenderse de su armadura, esta cayó al suelo con un golpe seco, el eco resonando en el espacio reducido. El hombre que lo acompañaba se estremeció, su mirada fija en Hammond, como si estuviera frente a una bestia imponente e indomable. Durante un momento, nadie se atrevió a moverse. La presencia de Hammond llenaba cada rincón del lugar, su sombra parecía expandirse, envolviendo a los presentes en una amenaza silenciosa. Los ojos de Hammond, duros como el acero, se posaron sobre el hombre, intimidándolo sin necesidad de palabras. Después, giró la cabeza hacia Airgid, la mujer que, hasta ahora, había trabajado sin descanso para salvarlo. Su mirada se suavizó apenas un instante cuando bajó la cabeza para encontrarse con sus ojos, como un depredador herido que, por alguna razón inexplicable, permitía que un extraño se acercara Hammond pareció detenerse a mitad de un pensamiento. Algo en la expresión de Airgid, tal vez su calma inquebrantable o la firmeza con la que lo observaba, lo hizo replantearse su actitud. Poco a poco, su cuerpo comenzó a relajarse y, con la misma fuerza de antes, se dejó caer al suelo, esta vez, de forma más controlada, procurando no asustarla. Al ver su disposición, la mujer pareció comprender que era el momento de continuar. Hammond, por su parte, se acomodó hasta quedar a la altura necesaria para que ella pudiese reanudar su trabajo. —Así mejorrr... —Comentó, permitiéndose, quizá por primera vez, depender de alguien más. La escena era casi surrealista. Aquel gigante, cuya fuerza física parecía capaz de derribar paredes y cuya sola presencia resultaba intimidante, había decidido confiar en ella, aunque solo fuera por ese momento. Hammond no era de los que aceptaban ayuda fácilmente; en Elbaf, su tierra, un hombre se forjaba a sí mismo y no pedía nada a nadie. Sin embargo, en sus viajes, había aprendido que la soledad absoluta solo conducía a la muerte y que, en ocasiones, la ayuda de otros podía ser una salvación. Depositó su cuerpo cerca de Airgid, acercándose con una delicadeza que parecía imposible para alguien de su tamaño y naturaleza. La miraba de reojo, observando cómo sus manos revisaban la herida, buscando signos de complicaciones. La piel de su costado seguía sangrando, aunque menos que antes, y su respiración comenzaba a regularizarse. De repente, Hammond habló, y su voz cargaba una nota de vulnerabilidad inusual, casi imperceptible. —No. —Dijo, sin terminar la frase, dejando que el silencio llenara el espacio entre ambos. Aquella simple palabra, cargada de un trasfondo ambiguo, reflejaba las cicatrices internas que eran mucho más profundas que las visibles en su piel. No quería hablar de su pasado, de cómo había llegado a estar herido en ese lugar, ni de las razones que lo mantenían en constante movimiento. Sabía que, a pesar de su apertura momentánea, sus secretos eran suyos y de nadie más. Airgid pareció captar la reticencia en su tono, pero no lo presionó. Simplemente siguió trabajando, permitiendo que la calma se instalara entre ambos, creando un espacio seguro en medio de la incertidumbre. Hammond cerró los ojos un instante, dejando que el ritmo de sus respiraciones se acompasara con el de ella. Por un momento, en aquella frágil intimidad, se sintió como si no estuviera tan solo, como si los muros que siempre había levantado a su alrededor pudieran ser menos impenetrables de lo que creía. Sin decir más, dejó que la mujer continuara con su labor, confiando, por primera vez en mucho tiempo, en alguien que no fuera él mismo.
RE: [C-Pasado] El gigante y la tullida - Asradi - 30-07-2024 Había llegado a un nuevo pueblo el cual investigar y donde, seguramente, podría pasar un par de días de descanso. Siempre con cautela, claro. Asradi solía aventurarse poco en tierra firme, solo cuando era estrictamente necesario. No porque no le gustase, al contrario, pero no era imbécil y sabía que no debía exponerse de forma tan deliberada. Aún así, en ese momento necesitaba hacerlo. Necesitaba conseguir algunos víveres y, si podía, algo más de ropa. Viajaba siempre con una mochila totalmente impermeable, propia de la isla Gyojin y que solía utilizar para resguardar ropa y algún que otro útil médico básico. Lo bueno que tenía esa mochila es que, como bien se ha mencionado, resguardaba del agua, protegiendo de dicha humedad los objetos que tuviese en su interior. Por eso, ahora “caminaba” entre algunas callejuelas de aquel pueblo buscando algún puesto mercante que le llamase la atención. De la misma manera que, en cierto sentido, ella también estaba llamando parcialmente la atención. — ¡Mira, mami, esa chica camina raro! — Un niño la había señalado, ante el posterior regaño de su progenitora para que, efectivamente, no se quedase mirando. Pero la verdad es que sí había levantado algunas miradas. Tanto por sus rasgos como por, más que seguramente, su forma de caminar. Porque parecía que se bamboleaba o, más bien, como si fuese a curiosos saltitos. Para ella no era el método más cómodo, pero era lo que había. Todavía no tenía la madurez necesaria como para poder dividir la cola y que ésta se convirtiese en un par de piernas humanas. — ¿No tendrán más cosas que hacer? — Refunfuñó un poco para sí misma, incómoda con dichas miradas. Pero todo eso quedó a un lado cuando escuchó algo de alboroto. Movida por su curiosidad se asomó hacia el callejón donde parecía que algo grande se estuviese moviendo. Para cuando Asradi cruzó la esquina, sus ojos se abrieron de par en par. ¡Y tanto que era grande! Clavó la mirada azul acristalada sobre aquel hombre de potente envergadura. ¿En serio había criaturas así de grandes sin ser gyojin o wotan? En realidad, con ese vistazo debería servir para saciar dicha curiosidad, pero no pudo evitar escuchar, parcialmente, la conversación. ¿Había alguien herido? La pelinegra se mordisqueó el labio inferior, insegura. — Si es que soy idiota. — No podía evitarlo, por mucho que se regañase a sí misma. Si había alguien en apuros, era incapaz de echar la vista a un lado. Se acercó con ese peculiar caminar y dirigió una mirada hacia los presentes. Éstes podrían ver a una chica joven, no muy alta, usando un vestido de tonalidades claras y vaporosas, y con una falda larga que, literalmente, le cubría hasta los pies. O, en su caso, tapaba y escondía toda su cola. Llevaba el cabello oscuro recogido en una trenza que colgaba, lateralmente, por uno de sus hombros. Y, de hecho, todavía lo tenía algo húmedo. — ¿Puedo ayudar en algo? Si está herido tengo nociones de medicina. — Una forma de ofrecer su conocimiento si era necesario. Echó, primeramente, un vistazo al hombretón y luego, más interrogante, a la chica que parecía estar atendiéndole. Sin esperar todavía respuesta, sí comenzó a rebuscar en su mochila, sacando un pequeño bolsito donde guardaba el hilo, las agujas, y los ungüentos naturales que solía utilizar para tal menester. RE: [C-Pasado] El gigante y la tullida - Airgid Vanaidiam - 30-07-2024 La herida resultó ser más profunda de lo que la mujer esperó. Aquello superaba sus pocas habilidades como curandera, pero quizás podría apañársela lo suficientemente bien como para que no se le infectase o se desmayara o algo así. Como aquel hombre se quedase inconsciente sobre su puesto mecánico, a saber quién era el valiente que le movía de ahí. Pero su voz la frenó, le dijo que se esperase. Apartó las manos de su herida, pendiente de sus movimientos.
El gigante se puso de pie y empezó a desvestirse lentamente. Bueno, solo se quitó la armadura que cubría su torso, pero Airgid no pudo evitar sonrojarse. Era enorme, y estaba... fortísimo. Nunca había conocido a nadie con un físico como ese. Era como ver una escultura de mármol frente a ella, es que juraría que podía distinguir todos los músculos de lo marcados que estaban. Era impresionante, sobre todo para una mujer interesada en el deporte y el entrenamiento, como era ella. Se quedó un poco cortada, más cuando el hombre clavó su mirada en ella. Se preocupó tanto cuando apareció que apenas se había fijado en su cara. "Tranquila, coño" pensó para sí misma, al notar que iba a sonrojarse aún más. Se mordió la lengua, un poco nerviosa por la semi desnudez tan increíble que le devolvía la mirada. El rubio se agachó de nuevo, esta vez incluso tirándose sobre el suelo, ahí, taponando a cualquier cliente que quisiera pedirle tornillos nuevos. Bueno, pues se tendrían que esperar. — Y tanto... — Se le escapó en un susurro. Se aclaró la voz, alejando cualquier pensamiento impuro. Se acercó un poco más, reguló de nuevo la altura de la silla y le limpió la sangre. No dejaba de sangrar. — No quieres hablar del tema, ¿eh? Tranqui que no te insisto. Me llamo Airgid, por cierto, ¿y tú? — Esbozó una enorme y blanca sonrisa, mirándole a los ojos. La presencia del misterioso hombre era tan atrayente que apenas se dio cuenta de que una mujer se había acercado a ellos. — ¿Ah? — Giró la cabeza para mirarla. Era una joven de cabellos morenos, con un vestido largo y que rebuscaba cosas en su mochila. Pero lo mejor de todo es que dijo tener nociones de medicina. — Ah sí, claro, ven. — Se apartó un poco con la silla, quedando más cerca de la cara del gigante. — He intentao limpiársela, tiene un buen boquete, pero no tengo ni puta idea en verdad, ¿sabes? — Indicó a la chica recién llegada, que parecía caminar un poco raro, pero no le dio demasiada importancia. Ella no estaba como para juzgar cómo se movían los demás, precisamente. Le dejó sus trapos limpios y el agua, lo poco que tenía para poder ayudarla. Podría desentenderse, dejar que esa joven se ocupara de él, pero en cierto modo el tema aún la incumbía, al situarse enfrente de su tienda. Y estaría mintiendo si dijera que no le interesaba la situación. Se subió las gafas, dejándolas sobre la frente y revolviendo algunos de sus rubios mechones. Le sonrió al hombre, tumbado sobre el suelo. — ¿Entrenas? ¿Cuánto peso levantas? — Sentía una enorme curiosidad, seguro que podía aguantar una tonelada, con ese tamaño y esos músculos.
RE: [C-Pasado] El gigante y la tullida - Ragnheidr Grosdttir - 31-07-2024 Airgid era su nombre. Hammond la miró de soslayo, debido a que le estaba tratando las heridas y mucho más contacto visual le era imposible. — Yo llamarrr Hammond Venturrre ... — Se presentó. Notar aquella calidez en su cuerpo le devolvió de inmediato a momentos mejores. Tenía la mano aspera, digna de un trabajador que manipulase cosas duras a diario. Eran las manos de una guerrera. Hammond le tomó una de ellas, la diestra. — Tenerr mano bonita. — Y se la soltó. Se notaba dificultad en el habla, contra menos tranquilo estaba, empeoraba.
Siendo completamente sincero, el dolor que sentía Hammond no era muy elevado, se estaba dejando querer un poco. También es cierto que le sangraba la herida, pero como esas había tenido miles en su vida. En el fondo estaba falto de compañía, pero esto es algo que nadie excepto él iba a saber. La sorpresa llegó en forma de otra mujer. Esta caminaba con algún tipo de dificultad, puede que también tuviera problemas físicos como la bonita rubia que tuvo a bien ayudarle con su problema. La morena y la rubia. ¿En esa isla todo el mundo era un bellezón? — Yo agrradessido con vossotrrras. Mujerrres. — Esbozó una amplia sonrisa. Las gotas de sudor le caían por la frente sin freno aparente. Cuando la fiebre atacaba, de poco servía pesar media tonelada, medir cinco metros y tener la fuerza de veinte hombres en una mano. Sudor que se podría extrapolar a todo su cuerpo, la temperatura aumentaba sin posibilidad de ponerle freno alguno. Al llegar la chica nueva, Airgrid se colocó más cercana al rostro de Venture. Incluso se aventuró a preguntarle sobre cuanto era capaz de levantar. Ella iba con el brazo semi descubierto, sus músculos sobresalían con apenas ejercer fuerza, lo que indicaba que se trataba de una mujer con una gran condición física. — ¿Levantarrr? — Ladeó una sonrisa. Con la tranquilidad que despierta un hombre apacible, Hammond se volvió a poner de pie, esta vez para agarrar la mesa de cachibaches y alzarla con una mano. — No medirrr del todo bien. Hassse tiempo que no marcarrr rrre .. rrecrdiod ... — Record era una palabra demasiado compleja. Depositó la mesa donde estaba, aunque algunas cosas se cayeron al suelo irremediablemente. Desprovisto de verguenza, alargó el dedo índice y tocó el antebrazo de la rubia. — Tú tenerrr fuerrrza. ¿Qué tipo de guerrrera serrr? — Se apalancó en el suelo de nuevo, aunque esta vez sentado. Entonces volvió a recordar que no estaban solos. — Chica, ¿Cómo llamarrr? — Se dirigió a la morena.
RE: [C-Pasado] El gigante y la tullida - Asradi - 31-07-2024 Mientras esperaba un tanto el permiso, se dedicó a contemplar al hombre herido. No pudo evitar un ligero sonrojo cuando su mirada azul pasó por aquellos músculos entrenados y bienformados. Era terriblemente grande y atractivo a su manera. Llamaba la atención. Lo mismo sucedió cuando Asradi asintió y dirigió ahora, parcialmente, su atención a la otra chica. Era bastante más alta que ella, y fibrosa. Y con una sonrisa preciosa. Al lado de ese par, ella era bastante menuda. Carraspeó ligeramente, desviando la mirada y entreteniéndose un momento en rebuscar los utensilios que le harían falta. La herida estaba abierta y... — Tiene fiebre... — Murmuró en el momento en el que se acercó. Iba a medirle el grado de temperatura con la mano cuando el grandote se puso en pie como si nada y, haciendo un alarde de fuerza, agarró la mesa que había cerca y la levantó con un brazo, como quien levanta un par de naranjas. La mano diestra de Asradi se desvió de su cometido. Por inercia le dió una ligera palmada en el musculado brazo que tenía en reposo, a modo de aviso. — ¿Pero qué haces, mastodonte? Siéntate. No puedes hacer esfuerzos en tu estado. — Era un regaño en toda regla. La pelinegra suspiró y negó suavemente con la cabeza. — Hombres... Luego, sacó unas cuantas cosas de su bolso. Incluído un tarrito con alguna mezcla de hierbas secas. Se lo entregó directamente a la chica alta. — ¿Podrías hervir esto e infusionarlo? Es un remedio para bajar la fiebre, le ayudará. — Luego captó con la mirada al frutero. El aroma de la fruta, de hecho, le llegó inmediatamente a la nariz y arrugó la punta de la misma, con algo de desagrado. No podía evitarlo. — Y tú... — Dijo, dirigiéndose al vendedor. — Necesito una palangana con agua fresca, no muy fría, y paños. Eso ayudaría para la fiebre. El hombre no tardó en ir, presto, a por lo que la chica le había pedido. Tras eso, se acomodó todo lo posible para poder revisarle las heridas. La más llamativa era la del costado, así que se centró primero en esa. Comprobó que la habían limpiado con agua y jabón, y asintió ligeramente. — Creo que no hará falta coser... — Musitó. Solo se distrajo un momento cuando el rubio se dirigió expresamente a ella. La de cabello oscuro no levantó la mirada, no del todo, al menos, estaba centrada en la herida que tenía delante. — Me llamo Asradi. No te muevas. — Le pidió con firmeza y suavidad al mismo tiempo. Se llevó de nuevo la mano a su botiquín particular, y ahí extrajo un tarrito de madera que, cuando abrió la tapa, el aroma a mar llegó de repente. — Te voy a poner esto, te ayudará con la cicatrización y es antiséptico. — El mejunje era una extraña mezcla de color amarronado, quizás algo áspero al tacto, pero el hombre sentiría fresco en cuanto la mano de Asradi comenzase a untarlo, con mucho cuidado, por la herida. — Está hecho de algas. — Explicó, con una ligera sonrisa. El mar siempre provee. Rasgos positivos: -Belleza: Tu personaje es físicamente atractivo, lo que puede crear situaciones favorables para ti. -Carisma: Tienes carisma para facilitar situaciones sociales en tu favor, lo que puede crear tramas más fácilmente o librarte de problemas. RE: [C-Pasado] El gigante y la tullida - Airgid Vanaidiam - 31-07-2024 Se llamaba Hammond Venture. Se parecía a... "aventura". ¿Era eso quizás una señal? El hombre la tomó de la mano y ella no opuso resistencia, curiosa ante su curiosidad. Y recibió un halago que no había escuchado nunca, que tenía las manos bonitas. Le sorprendió, no se lo esperaba, normalmente siempre estaban hechas una mierda, con las uñas cortas y desiguales, cicatrices y callos. Intentaba echarse cremita de vez en cuando, pero la verdad es que trabajaba prácticamente todo el día con ellas, entrenando, manipulando metales y cables. No eran las manos de una señorita. Y aún así le gustaban. Era cierto que él tampoco parecía ser un hombre que se decantase por las damas, delicadas y con vestidos de seda.
No supo qué contestar, aquella rubia bocazas se había quedado sin palabras. Al menos hasta que les dio las gracias a las dos mujeres que se habían acercado a ayudar. — ¡Nada, nada! No es nada. — ¿Qué acento era aquel? La aparición de ese gigante en su tienda/casa había sido lo más interesante que le había pasado en todo el mes, en toda la estación, quizás en todo el año. Se le ocurrían montones de preguntas que hacerle, pero tampoco le quería agobiar, encima la joven médica acababa de decir que tenía fiebre. — ¿Fiebre? — Silbó, acentuando la gravedad del asunto. — Te han jodio bien, espero que al menos se lo devolvieras. — Bromeó y le guiñó un ojo con complicidad. Menos mal que había aparecido la mujer morena, porque a ella todo ese tema se le escapó de entre los dedos hace rato. Entonces Hammond, ante su pregunta, tomó la vía más corta y rápida. No le respondería directamente cuánto peso levantaba, sino que directamente se puso de pie y alzó toda la mesa de Airgid con una sola mano. La mesa era tosca, de metal, y estaba llena de cosas encima, cajas pesadas y todo tipo de cachivaches. Que pudiera alzarla con esa facilidad, con un brazo y sobre todo, con fiebre, fue respuesta suficiente para la rubia, que soltó una gran carcajada sin preocuparse en absoluto por las cosas que cayeron al suelo. La médica rápidamente le echó la bronca, pero ella se divertía con ese tipo de demostraciones. — Mierda, con tu ayuda montaría la tienda en un segundo. — Se echó otra risa. Aunque ahora le había entrado el gusanillo de saber si ella sería capaz de levantarla así también, como él había hecho. Nunca lo había intentado. Le dolían las mejillas de sonreír, y Hammond le tocó el antebrazo, tumbándose de nuevo. ¿Guerrera? Su sonrisa se relajó, volviéndose más... neutra. La médica le tendió un tarrito con hierbas y le pidió que lo hirviese, así que lo tomó, se puso en pie, usando el otro brazo para agarrarse a su metálico bastón. Llevaba unos pantalones largos, y en la pierna que le faltaba hizo un nudo con la tela, recogiéndolo sobre el muñón, para que no entorpeciera sus movimientos. Por si quedaba alguna duda, ahora se hizo más que evidente esa condición física que soportaba. A pesar de su dificultad, era ágil, tenía el truco pillado y rápidamente tomó una pequeño fuego portátil de una de las cajas, era rudimentario, se lo había hecho ella misma. — No soy una guerrera, al menos ya no. — Su tono de voz era más tranquilo, ¿triste?, no, no tanto, pero sí algo nostálgico. Tomó un cazo, echó agua y puso las hierbas a calentarse en el fuego. — Pero me encanta entrenar, es divertido, es un reto. — Se mantuvo de pie, apoyándose un poco en el bastón. Era cansado, pero tenía que forzarse a caminar, a moverse, no soportaba sentirse apalancada. Al menos, Asradi dijo que no hacía falta coser. Y empezó a ponerle un mejunje extraño que dijo estar hecho a base de algas. Airgid se inclinó un poco para poder ver cómo lo hacía. — Menos mal que has aparecio, Asradi. ¿Vives por aquí? — Sonrió, observándola actuar, mientras esperaba a que el agua comenzase a hervir. — No sabía que las algas podían ser tan útiles. — Lo dijo como en un susurro, hablando para ella misma con algo de fascinación en la voz. Siempre se aprendía algo nuevo. La mezcla al fin se calentó, solo le hacía falta algo en la que echarla. Tenía que entrar en su casa para eso. Se acercó a la puerta metálica de garaje y la levantó con una mano, desde el suelo hasta por encima de su cabeza, pesaba, pero estaba acostumbradísima ya. De un par de brincos estaba ya en su cocina, enana pero con una taza limpia y preparada, que era lo que necesitaba. La tomó y volvió con la misma facilidad, coló el agua caliente sobre la taza, asegurándose que no quedasen trozos de planta. Como hacer un té, básicamente. Una vez preparado, se lo tendió a su amigo gigante, sin sentarse. — Está calentito, ten cuidao. — Desde luego, Hammond estaba a cuerpo de rey, cuidado por aquellas dos bellezas. RE: [C-Pasado] El gigante y la tullida - Ragnheidr Grosdttir - 01-08-2024 ¿Puede uno hembrigarse de buen rollo? Hammond se dejó hacer, cómo no. Notó ahora las manos de la otra mujer, algo más suaves que las de Airgid, denotando algo más de sensibilidad con el tacto. Los médicos o derivados que Venture encontró al salir de Elbaf, eran así, curanderos que tenían mucho tacto al ejercer su profesión. Ella era igual. Decía llamarse Asradi, algo que le ocasionó una pequeña risa al gigante, por el parecido con el nombre de la rubia. Las casualidades de la vida.
— ¿Algas? Esssos medicamentos que usarrr, son parrte de narurralessa. — Otro punto a favor de la morena, ¿no usaba químicos? así ejercían la medicina las señoras de su aldea. — ¿De donde serrr? — Preguntó tirado en el suelo. Los ojos de Hammond iban notando cómo la atención que era capaz de depositar en ... Lo que sea, se tambaleaba. Airgid mencionó algo de que le habían jodido, pero que sí logró devolver el golpe a lo que Venture alzó el dedo gordo de su diestra, en señal de que así fue. Una vida por otra, la de su amigo por la de aquel criminal al que este vikingo arrebató la vida con sus propias manos. ¿Este vikingo? sí querido lector, estaba hablando en tercera persona, pero era yo, así que no te ralles si lees que cambio a primera persona porque ... ¡Somos la misma! Decía no ser una guerrera, en esta parte del mundo las mujeres no se consideraban eso, bueno, ni los hombres, bajo mi experiencia, temían ser llamados así porque les recordaba a la violencia que supone enfrenar una guerra en sí. Pero en Elbaf guerrero era el máximo rango de ser humano que podías alcanzar. Se trataba de gente preparada, excepcional, que sirve tanto para una cosa como para otra. Ni siquiera hacía falta ser bueno en el campo de batalla para que te pudieran considerar como tal. Sin embargo, no le explicaría eso a la rubia de encantadoras manos, era muy pronto y si el destino era bueno con él, tendría tiempo de extenderse en sus detalles. La fiebre subía a una velocidad impepinable y aunque no supiera muy bien por qué esa vez me estaba afectando tanto, la verdad es que no podía contener mis ojos. No quería dormir, quería seguir conociendo a aquellas mujeres, ¿qué porcentaje hay de que me ayudaran? a un tipo como yo ... No te duermas. No te ... |