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[A-T3] Nieve y más nieve - Airgid Vanaidiam - 30-01-2025 ~ Skjoldheim, aldea de Skjoldstad, 11 de Invierno Acababan de embarcar en una nueva isla. El viento cortante de Skjoldheim golpeaba con fiereza a Airgid, que descendía del barco con sus tres hijos en brazos: Gunnr iba bien sujeta a su espalda, mientras que Lilyd y Harold descansaban en su pecho, envueltos en una gruesas manta de piel que los aferraba contra ella y les respaldaba del frío. La nieve cubría el suelo en un manto espeso, crujiendo con cada una de las pisadas. El frío era implacable y difícil de ignorar para una mujer como Airgid, acostumbrada al calor, pero por un momento, olvidó toda sensación de escalofrío. La visión de la aldea principal, Skjoldstad, fascinaba a cualquiera. Las construcciones de madera eran enormes, fuera de cualquier estándar humano, alzándose majestuosas con los techos inclinados para soportar el peso de la nieve que parecía no despegarse nunca. Había runas talladas en los pilares de cada edificio, y brillaban con un tenue resplandor bajo la luz del amanecer, emanando cierto misticismo. Era como si se trataran de símbolos de protección, dignas de una cultura fuerte y con creencias férreas. Airgid se dio cuenta enseguida de que los habitantes de Skjoldstad no eran personas normales, sino, hombres y mujeres tremendamente altos, con cuerpos musculosos y peinados característicos. Recorrían las calles vistiendo con capas de pieles gruesas, y Airgid agradeció haberse conseguido ella una también bastante parecida. Lo cierto es que ella también era bastante alta para ser una humana, así que considerando todo el conjunto, no desentonaba casi nada en aquella aldea. Airgid se ajustó mejor a los pequeños y comenzó a caminar, explorando con curiosidad. A pesar de desenvolverse bien en aquella aldea, estaba claro que muchos se conocían entre ellos a la perfección y que sabían reconocer a una forastera cuando la veían, por mucho que se vistiera de forma parecida. Algunos la miraban con interés, otros con desconfianza, pero nadie terminaba por molestarla. Y es que a pesar de su sonrisa amable, su rostro sereno y calmado, Airgid desprendía fuerza y poder, la presencia de una verdadera guerrera. Pasó junto a una herrería, donde las chispas rojizas saltaban y danzaban como luciérnagas en el aire frío. Logró ver a un hombre enorme, de barba blanca y los brazos gruesos como un par de troncos martilleando el filo de un hacha sobre el yunque. Era como si no sintiera la nieve, o como si no le importara en absoluto. Airgid se detuvo ahí en concreto, admirando su técnica, y pensando en ella misma y en todo lo que había mejorado con los años al tratar el metal. Pero aún no había alcanzado la perfección. ¿Quizás podría aprender cosas nuevas en aquella isla? Seguro que tenían mucho que enseñarle, o que compartir entre ambos. Lilyd gimoteó suavemente en su pecho, seguramente debido al ruido. Airgid la meció con un leve movimiento. — ¿No deberías estar ya acostumbrada? — Le susurró con dulzura, plantándole un beso en la frente. Sería mejor que siguiera paseando, no quería molestar al herrero, tan concentrado en su trabajo que ni se paró a mirarla o decirle algo. Más adelante, llegó hasta una especie de plaza donde varios niños jugaban a lanzarse bolas de nieve. Eran bastante grandes en comparación con sus hijos, también porque debían rondar los cinco años. Pero Airgid sabía que sus pequeños acabarían creciendo mucho más que eso, pues dos de ellos al menos eran buccaneers, como su padre, y aunque Lilyd fuera humana, tenía genes bastante grandes. A veces se emocionaba pensando en cómo serían sus hijos de mayores, aunque tampoco es como si tuviera mucha prisa por averiguarlo. Le encantaba el momento en el que se encontraban, riéndose por todo, reaccionando a su entorno, tan cariñosos. Gunnr comenzó a moverse inquieta en su espalda, fascinada por la escena, casi como si quisiera unirse a la batalla, sacándole una sonrisa a la rubia. — Otro año más, y estarás corriendo con ellos. — Los buccaneers alcanzaban la madurez antes de lo normal, puede que Gunnr y Harold pronto estuvieran ya correteando y balbuceando. Ya lo irían descubriendo. Cerca de la plaza se encontraba un grupo de comerciantes con sus puestos de madera, ofreciendo todo tipo de productos, desde pieles recién desolladas, hasta joyas, pasando por cuernos tallados que servían como recipientes para las bebidas. Quizás era buen momento para comprar algo antes de salir con Ragnheidr a explorar la isla. Airgid se acercó a uno de los puestos, donde una anciana de largos cabellos grises vendía guantes y capas. — No estás vestida para este invierno, pequeña. — Le dijo la anciana. ¿Pequeña? Airgid arqueó una ceja, nada acostumbrada a que la llamaran de ese modo, pero enseguida supuso que debía ser algo normal en aquella isla. — Quizás tengas razón. — Respondió, observando un par de guantes especialmente llamativos. — ¿Cuánto cuestan? — La anciana soltó una risilla aguda y divertida. — Veo que sabes reconocer la buena mercancía. Estos guantes son especiales, ayudan a mejorar el agarre de las armas, ideales para una guerrera. Eres extranjera, ¿verdad? ¿De dónde vienes? — Continuaron charlando de manera distendida unos minutos, mientras que Airgid pagaba el dinero por los guantes. No solo venían bien para el frío, sino que, si la anciana decía la verdad, también la ayudarían en el combate. No estaba demasiado segura de esto último, tendría que comprobarlo. Tras la compra, un aroma delicioso llegó a su nariz. Giró la cabeza, dejándose llevar por cada estímulo que le llamaba la atención, y vió a unos cocineros asando carne en un gran fuego al aire libre. El olor a especias y carne ahumada hizo que su estómago gruñera, y Harold, como si lo hubiera sentido, comenzó a moverse inquieto en su pecho. — Sí, sí, ya sé que tienes hambre, pero aún eres un poco pequeño para eso, ¿no crees? — Le encantaba hablar con sus hijos, puede que ellos aún no hablaran, ni que la entendieran, pero pensaba que debía de sentirse agradable, era como un recordatorio de que su madre seguía con ellos, pendiente de todo lo que pudieran estar sintiendo. Pensó en comprarse algo para ella, pero rápidamente pensó en Ragnheidr, que seguramente ya tenía preparado algunos platos para ambos. Así que decidió aguantarse las ganas, y en lugar de eso, buscó un lugar un poco más apartado, donde pudiera tener algo de intimidad. Los niños pronto tendrían hambre, y tenía que prepararles los biberones para cuando llegara el momento, que no tuviera que sacarse los pechos en medio de donde sea. Cuando ya lo tuvo todo listo y el sol apenas lograba alzarse entre las nubes grises, decidió que era hora de reunirse con Ragnheidr. Se dirigió hacia la zona más cercana al puerto, donde él la esperaría. Notó en ese momento que el aire que se respiraba en la aldea era un poco diferente, como si los habitantes estuvieran expectantes por... algo, algo que desconocía. Pero para eso estaban allí, para descubrir los misterios e incógnitas de aquella isla que estaba claro que había conquistado el nórdico corazón de Ragnheidr. |