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Nosha ... ¿Dónde estás? [T3] - Ragnheidr Grosdttir - 07-02-2025 El primer dolor que sintió Ragn no fue físico. Fue el vacío. Abrió los ojos con lentitud, viendo un techo de madera oscura, agrietado en las esquinas, como si el tiempo lo hubiese ido devorando con paciencia. La luz que entraba por la ventana era pálida, apenas suficiente para iluminar la habitación. Parpadeó. Todo le resultaba ajeno. El colchón era más suave de lo que recordaba, el aire olía a hierbas y a algo medicinal. Trató de incorporarse y fue entonces cuando lo sintió. O mejor dicho, cuando no lo sintió. Su brazo derecho no estaba. El pánico fue inmediato, reptando desde su pecho hasta su garganta, estrangulando su respiración. Giró la cabeza y vio la manga vacía de la camisa, cuidadosamente doblada sobre su costado. Un sudor frío le cubrió la frente. Su mente, confusa y torpe, intentó recordar. ¿Dónde había estado antes de despertar aquí? ¿Qué había sucedido? Fragmentos de la batalla golpearon su cabeza como relámpagos en la tormenta. El estruendo del acero, los gritos de los caídos, el dolor desgarrador en su hombro cuando la hoja enemiga le cercenó la carne. Había caído. Lo último que recordaba era el suelo frío y la sensación de estar hundiéndose en la oscuridad. ¿Cómo había sobrevivido? Un crujido lo sobresaltó. Su mirada se movió rápidamente hacia la puerta, donde una figura se recortaba en el umbral. Un anciano de rostro surcado por arrugas lo observaba en silencio, con ojos que hablaban de historias que nunca se contarían. —Despertaste —dijo con una voz calma, como si lo hubiera estado esperando. Ragn quiso hablar, preguntar dónde estaba, quién era ese hombre, pero la angustia le apretaba la garganta. Sus dedos de la mano izquierda se aferraron con fuerza a la sábana, buscando una certeza que su mente no podía darle. —¿Mi brazo? —logró decir, apenas un susurro. El anciano suspiró y se acercó lentamente, sentándose en una silla junto a la cama. Había compasión en su mirada, pero ninguna mentira. —Se perdió en la batalla. Pero tú no. Y eso significa algo, muchacho. Ragn sintió un nudo en el estómago. La pérdida era real, definitiva. Miró su costado derecho otra vez, la ausencia del brazo parecía un eco de la derrota. ¿Cómo seguir adelante así? ¿Podía? La angustia se hizo más densa, pero en el fondo de su ser, una chispa de rabia y determinación comenzó a arder. No se había dejado morir. Aún respiraba. Tal vez, solo tal vez, eso significaba que su historia no había terminado. Los días siguientes a su despertar en Cozia fueron una lenta caída en un abismo de desesperación. La realidad de su condición se clavó en él con cada amanecer. Intentaba aferrarse a sus creencias, buscaba consuelo en las diosas que antaño le habían dado fuerza, pero solo encontraba silencio. No había respuesta a sus plegarias, solo el peso del brazo ausente y la sombra de lo que había sido.El anciano, a quien pronto llamó Ruvik, le ofrecía palabras de aliento, pero Ragn no quería escucharlas. Se apartó de la vida en la cabaña, rehusándose a salir o a interactuar. La comida perdía sabor, los días se convertían en una sucesión de noches en vela y amaneceres sin sentido. Hasta que un día, en el umbral de la desesperación, Ruvik colocó un hacha ante él. No para la guerra, sino para la leña. —Si quieres encontrar respuestas, encuéntralas en la acción —dijo el anciano. —Si tus diosas callan, entonces escúchate a ti mismo.— Ragn miró el hacha. Durante un largo tiempo, no hizo nada. Luego, con un suspiro pesado, se levantó y salió de la cabaña. La madera esperaba, y con cada golpe, tal vez, pudiera encontrar una nueva razón para seguir adelante. Ragn agarró el hacha con su mano izquierda, sintiendo el peso del metal y la madera en su palma. Era extraño, incómodo, como si el mundo entero se hubiera desequilibrado. Pero no había tiempo para dudar. El frío aire de la mañana le golpeó el rostro al salir de la cabaña, despejando un poco la niebla de su mente. Los árboles alrededor de la cabaña se alzaban imponentes, sus ramas desnudas agitándose levemente con el viento. Ruvik lo observaba desde la puerta, sin decir una palabra, pero su presencia era suficiente para recordarle que no estaba completamente solo. El primer golpe fue torpe. El hacha se desvió, golpeando el tronco de manera desigual. Ragn maldijo entre dientes, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en su pecho. Pero no se detuvo. Golpeó de nuevo, y esta vez el filo se hundió en la madera con un sonido satisfactorio. Con cada movimiento, su cuerpo se adaptaba, aprendía a compensar la falta del brazo derecho. No era fácil, y el dolor en su hombro le recordaba constantemente lo que había perdido, pero seguía adelante. El sudor le corría por la frente, mezclándose con el frío de la mañana. Sus músculos ardían, pero era un dolor diferente al que había sentido en los últimos meses. Este dolor era tangible, real, y de alguna manera, lo ayudaba a sentirse vivo. Con cada trozo de leña que caía al suelo, una pequeña parte de su desesperación parecía desvanecerse. Ruvik apareció a su lado después de un rato, sosteniendo un jarro de agua. Ragn lo tomó con gratitud, bebiendo con avidez. El anciano lo observó con una mirada que parecía ver más allá de lo evidente. —No es solo leña lo que estás cortando, ¿verdad? —preguntó Ruvik, su voz tranquila pero llena de significado. Ragn no respondió de inmediato. Miró el hacha en su mano, luego el montón de leña que había cortado. Era cierto. No se trataba solo de la madera. Cada golpe era una batalla contra la impotencia, contra la ira y la tristeza que lo habían consumido. Era una forma de recuperar el control, aunque fuera en algo tan simple como partir un tronco. —No sé quién soy sin mi brazo —confesó finalmente, su voz baja pero cargada de emoción. —No sé si puedo volver a ser quien era.— Ruvik asintió lentamente, como si hubiera estado esperando esa confesión. —Quizás no puedas volver a ser quien eras —dijo el anciano. —Pero eso no significa que no puedas ser alguien más. Alguien más fuerte. Alguien que ha visto el abismo y ha decidido no dejarse consumir por él.— Ragn lo miró, sintiendo cómo esas palabras resonaban en lo más profundo de su ser. No eran palabras de consuelo vacío, sino una verdad que comenzaba a entender. La pérdida no lo definía, a menos que se lo permitiera. Los días siguientes se convirtieron en semanas, y Ragn continuó cortando leña, pero también comenzó a ayudar en otras tareas alrededor de la cabaña. Aprendió a cocinar con una sola mano, a limpiar, a reparar cosas. Cada tarea era un desafío, pero también una victoria pequeña. Ruvik lo guiaba con paciencia, pero sin compasión excesiva. Sabía que Ragn necesitaba encontrar su propio camino. Una noche, mientras compartían una cena sencilla, Ruvik habló de nuevo. —Hay un lugar al norte de aquí —dijo, mirando a Ragn con esos ojos llenos de historias. —Un monasterio donde los guerreros van a sanar, no solo sus cuerpos, sino también sus almas. Tal vez sea el lugar para ti. — Ragn lo miró, sintiendo cómo una chispa de curiosidad se encendía en su interior. No era esperanza, no todavía, pero era algo. Algo que lo impulsaba a seguir adelante. —¿Crees que podré encontrarme allí? —preguntó, su voz más firme de lo que había sido en meses. Ruvik sonrió levemente. —Eso depende de ti, muchacho. Pero el viaje es tan importante como el destino. Ragn asintió lentamente, sintiendo cómo una decisión comenzaba a tomar forma en su mente. No sabía lo que le esperaba, pero sabía que no podía quedarse en la cabaña para siempre. Tenía que moverse, tenía que encontrar respuestas, no solo sobre su brazo perdido, sino sobre quién era ahora. Al día siguiente, empacó lo poco que tenía y se preparó para partir. Ruvik lo acompañó hasta el borde del bosque, donde el camino se abría hacia el norte. —No te apresures —dijo el anciano, colocando una mano en el hombro de Ragn. —Escucha el mundo a tu alrededor. Y escúchate a ti mismo. — Ragn asintió, sintiendo cómo un nudo de gratitud y tristeza se formaba en su garganta. No dijo nada, pero su mirada lo decía todo. Con un último saludo, comenzó a caminar, dejando atrás la cabaña y adentrándose en lo desconocido. El camino era largo, pero por primera vez en meses, Ragn sintió que estaba avanzando. No solo hacia un lugar, sino hacia algo más profundo. Algo que tal vez, solo tal vez, lo llevaría a encontrar la paz que tanto anhelaba. |