![]() |
[Diario] [Pr Relativo] Por el Reino Goa - Versión para impresión +- One Piece Gaiden - Foro Rol One Piece (https://onepiecegaiden.com) +-- Foro: El mundo (https://onepiecegaiden.com/forumdisplay.php?fid=10) +--- Foro: East Blue (https://onepiecegaiden.com/forumdisplay.php?fid=16) +---- Foro: Isla de Dawn (https://onepiecegaiden.com/forumdisplay.php?fid=39) +----- Foro: Reino de Goa (https://onepiecegaiden.com/forumdisplay.php?fid=86) +----- Tema: [Diario] [Pr Relativo] Por el Reino Goa (/showthread.php?tid=3473) |
[Pr Relativo] Por el Reino Goa - Fon Due - 07-02-2025 Día 17 de Invierno, Año 724.
Reino de Goa, Isla de Dawn.
East Blue.
El gremio Crimson Crusaders había financiado mi viaje, una mezcla de confianza en mis habilidades como carpintero y curiosidad por mis historias de aventuras. Mientras caminaba por el puerto, mi estatura de Tontatta me hacía pasar desapercibido entre la multitud. Las embarcaciones que flotaban en los muelles eran tan diversas como sus tripulaciones: desde barcos mercantes con velas desgastadas hasta lujosos yates adornados con banderas exóticas. Las grúas chirriaban al cargar cajas de mercancía, y los marineros gritaban órdenes mientras las gaviotas sobrevolaban el lugar, esperando una oportunidad para robar algo de pescado. Vestía ropa sencilla pero funcional: un chaleco de cuero marrón, una camisa de lino azul claro y pantalones oscuros con varios bolsillos llenos de herramientas y pequeños dispositivos útiles. Llevaba un sombrero ancho que protegía mis ojos de la luz difusa del día, y un cinturón de herramientas que cruzaba mi pecho como si fuera una banda de honor. La madera tallada y los clavos que colgaban de él hacían evidente mi oficio. Decidí comenzar mi búsqueda en el mercado principal, un lugar donde los mercaderes compartían más que productos; también intercambiaban historias y rumores. El mercado era un espectáculo de actividad, con puestos llenos de frutas tropicales, especias exóticas y objetos artesanales. Las tiendas estaban decoradas con farolillos de papel que oscilaban suavemente con la brisa. Las voces de los vendedores se entremezclaban con el sonido de las monedas tintineando y el eco de las pisadas sobre los adoquines mojados. Me detuve en un puesto donde un hombre de cabello gris y mirada astuta vendía libros viejos. El aroma a pergamino y tinta envejecida me atrajo como si fuera una invitación. Revisé los títulos, muchos de ellos escritos en idiomas que no conocía, pero uno destacó: “Cartografías de lo Desconocido”. Le pregunté al vendedor si sabía algo sobre la biblioteca que buscaba. Con una sonrisa enigmática, me indicó que debía cruzar el Puente de las Lágrimas y seguir un canal hasta encontrar una puerta con un grabado de un faro. Agradecí la información y continué mi camino. El Puente de las Lágrimas era un arco de piedra cubierto de musgo y decorado con relieves que representaban barcos enfrentándose a tormentas. El agua debajo reflejaba los detalles como un espejo imperfecto. Las calles más allá del puente se volvieron más estrechas, flanqueadas por edificios de ladrillo rojizo con balcones de hierro forjado. La ciudad parecía estar viva, con sus paredes cubiertas de enredaderas y ventanas adornadas con macetas rebosantes de flores. Tras seguir el canal durante varios minutos, llegué a la puerta mencionada. Era de madera oscura y estaba decorada con un grabado que, efectivamente, representaba un faro con rayos de luz grabados en ámbar. Empujé suavemente, y la puerta se abrió con un crujido que resonó en el silencio del interior. Entré en un espacio fresco y tenuemente iluminado. La biblioteca estaba llena de estanterías altas que parecían desafiar la gravedad. Los libros estaban organizados de manera caótica, pero eso solo aumentaba el encanto del lugar. El ambiente era tranquilo, roto solo por el susurro de las páginas al pasar y el crujido de la madera al caminar. Una figura se movía entre las estanterías: una anciana de cabello blanco recogido en un moño que parecía hecho de hilos de plata. Su mirada era amable pero intensa. Se presentó como la encargada del lugar, y cuando mencioné mi interés en los mapas antiguos, sus ojos brillaron con entusiasmo. Pasamos horas explorando los rincones de la biblioteca, donde encontré mapas que describían islas desaparecidas y rutas marítimas olvidadas. Cada descubrimiento era como encontrar un tesoro enterrado. La anciana compartió historias sobre navegantes legendarios y cartógrafos que habían dedicado sus vidas a descifrar los misterios del mar. Sus palabras eran como las olas, llevando consigo secretos y maravillas. Cuando finalmente salí de la biblioteca, el cielo se había despejado, y la luz del atardecer pintaba la ciudad con tonos dorados. Caminé de regreso al puerto con una sensación de asombro y gratitud. Aunque el día había comenzado como una simple búsqueda de mapas, terminó siendo un recordatorio de que el conocimiento es un viaje en sí mismo, lleno de sorpresas y conexiones inesperadas. Al llegar al puerto, observé el movimiento constante de los barcos y las olas golpeando suavemente contra los muelles. Me senté en un banco de madera, dejando que la brisa nocturna acariciara mi rostro. En mi mente, ya comenzaba a planear cómo utilizaría los conocimientos adquiridos, sabiendo que cada aventura me llevaba un paso más cerca de comprender el vasto mundo que nos rodea. El vaivén del puerto se mantenía constante mientras la noche envolvía a Dédalo en un manto de luces parpadeantes y sombras danzantes. La brisa marina seguía trayendo consigo el aroma salado del océano, mezclándose con el leve perfume de las especias y la madera húmeda de los muelles. La gente aún transitaba por las calles empedradas, aunque con un ritmo más pausado, como si la fatiga del día comenzara a asentarse sobre sus hombros. Acaricié la cubierta de "Cartografías de lo Desconocido" con la yema de los dedos, sintiendo la textura del pergamino envejecido. Había encontrado fragmentos de mapas y rutas que podrían guiarme a tierras inexploradas, pero aún necesitaba descifrar las marcas y anotaciones en los márgenes. La anciana bibliotecaria me había advertido que algunos de estos mapas eran solo mitos, ilusiones creadas por navegantes con más imaginación que sentido de orientación. Sin embargo, en cada mito suele esconderse un grano de verdad. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por una conversación cercana. Dos marineros, con ropas gastadas por el uso y el sol, hablaban en voz baja mientras revisaban unas cajas marcadas con símbolos que no reconocí. La intriga me hizo afinar el oído. "...dijeron que encontraron la entrada, pero no se atrevieron a seguir...", murmuró uno, ajustándose el pañuelo que le cubría la cabeza. "¿Y quién podría culparlos? Nadie que se adentra en esos túneles vuelve igual", respondió el otro, cruzándose de brazos. Túneles. La palabra quedó flotando en mi mente, despertando una chispa de curiosidad. Dédalo no solo era famosa por sus canales y puentes, sino también por su historia de pasadizos subterráneos, utilizados antiguamente por contrabandistas y exploradores temerarios. Si la biblioteca había guardado secretos durante siglos, ¿qué otras maravillas podrían ocultarse bajo la ciudad? Decidí seguir a los marineros a una prudente distancia, moviéndome con la natural discreción de los Tontatta. Me deslicé entre las sombras de los edificios, sorteando las luces de los faroles y el bullicio del puerto. Los dos hombres avanzaron por callejones cada vez más estrechos, hasta detenerse frente a una estructura que parecía una antigua bodega abandonada. La puerta de madera estaba entreabierta y, dentro, solo se percibía la tenue luz de una lámpara de aceite. Respiré hondo y esperé el momento adecuado. No sabía qué encontraría al otro lado, pero la emoción de un nuevo misterio me impulsó a dar el siguiente paso. La bodega abandonada exhalaba un aire de desuso. La madera húmeda de su fachada crujía con la brisa marina, y los clavos oxidados sobresalían como dientes corroídos por el tiempo. Me deslicé con cuidado hasta la entrada, agazapado en la penumbra, observando el interior a través de la rendija de la puerta entreabierta. La lámpara de aceite proyectaba sombras danzantes sobre las paredes de piedra, revelando una estancia de techos bajos con vigas ennegrecidas por el hollín. En el centro, los dos marineros conversaban en voz baja, inclinados sobre una mesa de madera gruesa y repleta de pergaminos y herramientas de navegación. Esperé pacientemente, respirando con suavidad para no delatar mi presencia. Uno de los marineros, el de pañuelo en la cabeza, desenrolló un mapa y lo extendió sobre la mesa con una reverencia casi religiosa. El otro lo estudió con el ceño fruncido, su dedo índice siguiendo una serie de líneas que se desvanecían en la esquina inferior del pergamino. "Ahí es donde se corta el trazado", murmuró. "Sí, y nadie ha logrado encontrar el camino completo. Pero si lo que dijeron los ancianos es cierto, el acceso podría estar más cerca de lo que pensamos. En algún lugar de estos muelles hay una entrada." La mención de los muelles hizo que mis pensamientos se aceleraran. Si realmente existían túneles bajo la ciudad, podría haber pasadizos aún sin descubrir, quizás conectados con los laberínticos canales de Dédalo o incluso con la biblioteca misma. La discusión se interrumpió cuando un tercer hombre entró en la bodega. Su andar era pesado, y llevaba un abrigo largo de tela gruesa, claramente diseñado para resistir el clima marítimo. Al cruzar el umbral, la luz de la lámpara reveló su rostro curtido y una cicatriz que cruzaba su mejilla derecha. "¿Tienen novedades?", preguntó con una voz ronca. Los marineros intercambiaron una mirada y el del pañuelo señaló el mapa. "Creemos que la entrada podría estar bajo uno de los almacenes del puerto, cerca de la compuerta sur. Solo necesitamos confirmar el punto exacto." El recién llegado asintió lentamente, su mirada recorriendo la habitación como si midiera cada sombra. Su expresión se endureció un instante, y sentí su escrutinio posarse sobre la puerta. Me encogí instintivamente, temiendo que me hubieran descubierto. Mi respiración se ralentizó y cada músculo de mi cuerpo se tensó, listo para reaccionar en cualquier momento. Después de un tenso segundo, el hombre desvió la vista y volvió a concentrarse en la conversación. Decidí que era el momento de retirarme. Deslicé mis pequeños pies con sigilo sobre la madera envejecida del muelle, alejándome de la bodega sin hacer ruido. De regreso en el puerto, me mezclé entre la actividad nocturna. La brisa marina refrescaba mi mente mientras intentaba conectar las piezas del rompecabezas. La biblioteca y sus mapas antiguos, los túneles subterráneos, la entrada oculta bajo los almacenes del puerto... ¿Qué se escondía realmente bajo Dédalo? Sabía que no podría dejar este misterio sin resolver. Si lograba encontrar la entrada antes que los marineros, tal vez descubriría algo aún más valioso que un simple pasadizo. Con un plan formándose en mi mente, ajusté mi cinturón de herramientas y me dirigí hacia la compuerta sur, donde los secretos de la isla aguardaban en las sombras. La compuerta sur se alzaba ante mí como un centinela mudo de la historia de Dédalo. Construida con gruesas losas de piedra cubiertas de musgo, su estructura mostraba signos de desgaste por el viento salado y el constante flujo de agua. Aún así, seguía siendo imponente, con sus enormes goznes de hierro corroído y el leve eco de las olas resonando en su interior. Me deslicé entre las sombras, aprovechando mi tamaño para moverme sin ser visto. La brisa marina traía consigo el aroma de algas y madera húmeda, mezclado con un tenue rastro de aceite de lámpara que indicaba la reciente presencia de los marineros. Al acercarme, noté una pequeña abertura en la base de la compuerta, apenas visible bajo la maleza. Era estrecha, pero suficiente para un Tontatta. Con un último vistazo a mi alrededor para asegurarme de que nadie me observaba, me escabullí dentro. La oscuridad me envolvió de inmediato, pero mis ojos pronto se adaptaron. El aire estaba cargado de humedad y un leve olor metálico. Mis botas apenas hacían ruido sobre el suelo de piedra desgastada mientras avanzaba por un estrecho pasillo que descendía en espiral. Las paredes, cubiertas de inscripciones borrosas por el tiempo, narraban fragmentos de historias perdidas. Grabados de barcos antiguos, figuras humanoides con túnicas largas y mapas rudimentarios adornaban la superficie rocosa. Pasé mis dedos sobre una de las inscripciones, tratando de descifrar su significado, cuando un sonido a lo lejos me hizo detenerme en seco. Voces. Agucé el oído. Eran los marineros. Se acercaban lentamente, sus linternas proyectando sombras temblorosas en las paredes. Susurraban entre ellos, mencionando una palabra que me hizo contener la respiración: "el Guardián". Un escalofrío recorrió mi espalda. No estaba solo en estos túneles, y si los rumores eran ciertos, había algo más acechando en la oscuridad. El pasadizo se bifurcaba más adelante. Si quería adelantármeles, debía elegir rápido. A la derecha, un sendero descendía abruptamente, con peldaños de piedra cubiertos de limo. A la izquierda, un túnel angosto parecía perderse en la penumbra, con rastros de lo que parecían marcas de garras en la roca. Respiré hondo. La aventura apenas comenzaba. Opté por el sendero de la derecha. A pesar del limo que cubría los escalones, me parecía la opción más segura que aventurarme por un túnel con marcas de garras en sus paredes. Descendí con cuidado, apoyando una mano en la roca húmeda para mantener el equilibrio. La penumbra se hacía más densa a cada paso, y el sonido del agua goteando sobre la piedra resonaba en la estrechez del pasadizo. Saqué una pequeña linterna de mi cinturón de herramientas y la encendí. La luz titilante reveló un antiguo pasaje con inscripciones apenas visibles en las paredes, desgastadas por el tiempo y la humedad. Parecían símbolos náuticos, algunos similares a los que había visto en los mapas de la biblioteca. Me detuve un instante para examinarlos, pero el sonido de pasos en la lejanía me recordó que no tenía tiempo para perder. Seguí descendiendo hasta que los escalones dieron paso a un suelo de piedra lisa. El túnel se ensanchó, y un aire más denso, con un leve olor a sal y moho, me envolvió. A lo lejos, una tenue luz azulada parpadeaba, como si algo brillara en la penumbra. Mi instinto me decía que debía acercarme con cautela, pero la curiosidad era más fuerte. Avancé, asegurándome de no hacer ruido, hasta que la fuente de la luz quedó al descubierto. Era un pozo. Un gran espejo de agua subterráneo, en cuyo centro flotaban destellos azulados que parecían suspendidos en el aire. Me acerqué al borde, inclinándome lo suficiente para ver mi reflejo distorsionado por las ondulaciones en la superficie. Entonces, vi algo moverse en el fondo. Un estremecimiento me recorrió al darme cuenta de que no era mi reflejo lo que había visto moverse. Me quedé quieto, conteniendo la respiración. La superficie del agua volvió a calmarse, pero la sensación de ser observado se hacía más fuerte. Retrocedí un paso, tanteando con el pie el suelo firme, cuando algo emergió del pozo. Fue rápido, apenas una fracción de segundo. Un destello de movimiento en el agua, como una sombra que ascendía desde las profundidades. La linterna en mi mano tembló ligeramente mientras apuntaba hacia la negrura líquida. Entonces, lo vi. Un ojo. Grande, inhumano, de un tono lechoso y apagado, apenas visible en la penumbra. Se abrió lentamente, como si el ser al que pertenecía estuviera despertando de un largo letargo. El agua a su alrededor vibró con un murmullo bajo, un sonido que no podía identificar. Un frío helado se instaló en mi pecho. No estaba preparado para esto. Me obligué a dar otro paso atrás cuando, de repente, un estruendo retumbó en el túnel. El sonido de rocas desprendiéndose y voces apagadas llegó desde el pasillo por el que había descendido. Los marineros. Estaban cerca. No podía quedarme allí. Tomé una decisión apresurada: giré sobre mis talones y corrí hacia una abertura en la pared opuesta al pozo. No sabía a dónde llevaba, pero cualquier cosa era mejor que quedarme quieto frente a lo que fuera que acechaba en el agua. El pasaje era angosto y bajo, obligándome a encorvarme mientras avanzaba. El suelo estaba cubierto de grava suelta que crujía bajo mis botas, y la humedad hacía que las paredes se sintieran resbaladizas al tacto. Detrás de mí, el sonido del agua agitándose volvió a escucharse, acompañado de un chapoteo pesado. No quise mirar atrás. El túnel se torció bruscamente y, para mi alivio, desembocó en una pequeña cámara con un techo más alto. Pero algo llamó mi atención de inmediato. Había una puerta. De metal oscuro, parcialmente cubierta de algas secas y con relieves apenas distinguibles. Parecía antigua, mucho más que los túneles en los que había estado. No tenía manija, solo una hendidura en su centro con la forma de una espiral. El aire a mi alrededor se sentía distinto, cargado de algo indescriptible. Me acerqué lentamente, tocando la superficie fría de la puerta con la punta de los dedos. Entonces, sentí un leve temblor bajo mis pies. Algo estaba despertando. El temblor bajo mis pies se intensificó. Retrocedí instintivamente, apoyando la mano en la pared rocosa para no perder el equilibrio. Un sonido sordo, como un latido profundo, resonó en el aire viciado del túnel. La puerta… algo en ella estaba reaccionando. Me acerqué de nuevo, con el corazón golpeando en mi pecho. La hendidura en forma de espiral parecía más pronunciada ahora, como si hubiese cobrado profundidad. Sin pensar demasiado, deslicé los dedos sobre su contorno. Un chasquido seco rompió el silencio. De pronto, el metal comenzó a girar sobre sí mismo, como si un mecanismo oculto hubiese sido activado. Retrocedí otra vez, con la piel erizada. La espiral se hundió lentamente en la puerta hasta desaparecer por completo. Y entonces, la puerta se abrió. No con el rechinar de bisagras oxidadas ni con el estrépito de rocas desmoronándose, sino con un movimiento suave, como si hubiese esperado este momento durante siglos. Un aire denso y rancio escapó de la abertura, trayendo consigo un leve aroma a sal y algo más… algo antiguo. Di un paso al frente y levanté mi linterna. Lo que vi al otro lado me dejó sin aliento. Era una sala enorme, circular, con paredes cubiertas de inscripciones talladas a mano. El suelo estaba compuesto por losas de piedra oscura, cada una decorada con patrones intrincados que parecían fluir como olas congeladas en el tiempo. En el centro, un pedestal de piedra se alzaba, cubierto de lo que parecían redes antiguas y restos de coral petrificado. Pero lo más inquietante no era la arquitectura… sino lo que colgaba del techo. Cadenas gruesas, enredadas entre sí, descendían desde la bóveda, sosteniendo una figura envuelta en algas y trapos deshechos. No podía distinguir su rostro, pero su silueta era inconfundible: alguien—o algo—había sido sellado aquí hace mucho tiempo. Me acerqué con cautela, sintiendo un peso en el pecho, como si la misma sala estuviera conteniendo la respiración. Entonces, la figura se movió. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando la figura se agitó. Apenas un leve movimiento, pero suficiente para helarme la sangre. Retrocedí un paso, mi linterna temblando en mi mano. El aire en la sala parecía haberse vuelto más pesado, cargado de un murmullo apenas audible, como si las mismas paredes susurraran en un idioma olvidado. Las cadenas crujieron. Algo en la figura luchaba por moverse, aunque sus ataduras la mantenían en su sitio. No sabía si dar un paso más o salir corriendo de allí. Y entonces, se escuchó un sonido. No un gruñido. No un lamento. Una respiración. Larga, lenta y profunda, como si la figura estuviera despertando de un sueño interminable. Tragué saliva y levanté la linterna, enfocando su luz sobre aquel ser. Entre las algas y los jirones de tela, un destello fugaz brilló: dos ojos se abrieron de golpe, reflejando la luz con un brillo acuoso e inhumano. Mi instinto me gritó que corriera. Pero mis pies no respondieron. La figura alzó el rostro y, en un susurro áspero como el roce del coral contra la roca, pronunció una sola palabra: ¿Eres… tú? El eco de su voz se extendió por la sala, haciendo que las cadenas vibraran como cuerdas tensadas al límite. No sabía qué responder. No sabía siquiera a quién—o a qué—me estaba enfrentando. Lo único que tenía claro… Era que ya no estaba solo. Mi garganta estaba seca. No podía apartar la vista de aquellos ojos brillantes en la penumbra. El ser enredado en algas y cadenas respiraba con dificultad, como si el simple acto de hablar le costara un esfuerzo titánico. Sus dedos huesudos y alargados se crisparon contra las ataduras oxidadas. ¿Me… recuerdas? —su voz era un susurro rasposo, pero había algo en ella, algo inquietantemente familiar. Mi mente trabajaba a toda velocidad, intentando hallar sentido a lo que veía. ¿Era una trampa? ¿Un espectro de los naufragios que se decía poblaban estas cavernas? ¿O… alguien que realmente esperaba mi llegada? Di un paso adelante, sintiendo la humedad del suelo filtrarse a través de mis botas. ¿Quién eres? —logré preguntar, mi voz apenas un hilo de sonido en la oscuridad. El ser inclinó la cabeza, y un destello fugaz cruzó su mirada. Soy el último guardián… el que esperó demasiado tiempo. Las cadenas crujieron con más fuerza. El eco del metal retumbó en la caverna. De repente, desde el túnel por el que había venido, un ruido apagado se alzó: pasos. Los marineros. Se estaban acercando. Mi corazón martilleó en mi pecho. Si me encontraban aquí, si descubrían a este… guardián, quién sabía qué harían. Tenía que decidir. Podía quedarme y liberar al ser encadenado antes de que fuera demasiado tarde… O podía huir, dejando atrás el misterio de su existencia y asegurándome de que nadie me siguiera. Pero sabía que, hiciera lo que hiciera, nada volvería a ser igual. |