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[Autonarrada] [A - T3] Trabajo de campo. - Versión para impresión

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[A - T3] Trabajo de campo. - Gautama D. Lovecraft - 08-02-2025

La petición.

~ Día 13 de Invierno, Año 724.
22h. Puerto de Vertefeuille.


Hoy, me encuentro en el Puerto Vertefeuille, un lugar envuelto en sombras y secretos, donde la vida se teje con hilos de resentimiento y supervivencia entre los Minks de la zona. Mi objetivo es claro, adentrarme de incógnito en estas calles para constatar, con la mirada fría de un observador, los altercados que se han vuelto parte de la rutina en este puerto. Se rumoreaba por el G-41 toda clase de improperios hacia esta conflictiva parte de Lvneel, ¿cuánto de esto es cierto?, ¿cuánta culpa tenía aquellos señalados por los índices acusadores?, había que adentrarse en el meollo para saber de primera mano que se movía por esas calles.

La noche se cierne sobre Vertefeuille con una atmósfera densa, casi palpable, en la que cada callejón guarda su propia historia. Los faroles parpadeantes iluminan a regañadientes las aceras, revelando figuras que se mueven con cautela con movimientos furtivos. Entre ellas, son notorios los Minks que abundan esta margen del reino, campando por el puerto en la medida de lo que les dejan. A pesar de su apariencia, la convivencia con los humanos no ha sido sencilla, pues el racismo se cierne como una sombra permanente, alimentando el odio y la venganza. Sin embargo, en estas calles, la venganza no es obra exclusiva de la desesperación, sino un acto de represalia ante insultos y humillaciones cobrada por las propias zarpas de las víctimas que las sufren cada día.

Mientras camino por las avenidas empedradas, mis pasos resuenan en la noche como un eco de antiguas peleas. La experiencia me ha enseñado a observar sin interferir, a ser un testigo silente de las verdades incómodas que se ocultan tras las máscaras de la cotidianidad y normalidad del puerto, un tipo que se mueve de aquí y allá, un viejo lobo de mar, pero durante aquella "misión" alguien ajeno al uniforme marine. En un rincón oscuro, bajo el tenue resplandor de un farol, contemplo a un grupo de Minks que se reúnen en torno a un humano visiblemente alterado. La tensión es palpable, casi tangible, en cada gesto, en cada mirada, aunque la escena podría interpretarse de inmediato como la venganza de una minoría o la agresión de un prejuicio, yo percibo en ello la triste convergencia de dos mundos atrapados en un mismo ciclo de violencia y resentimiento, algo muy ajeno a todas las enseñanzas y doctrines que he ido adquiriendo durante toda mi vida en el Templo Gautama.

Con el andar pausado de un veterano, me deslizo entre la multitud, manteniendo la distancia necesaria para no interferir ni ser descubierto. Cada paso me invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y la irrupción de instintos primitivos en situaciones de conflicto. No puedo evitar pensar que, tras la violencia y la furia, se oculta un problema común, por el lado de los Minks el dolor de sentirse marginado, y por la parte de los humanos, la inercia de una sociedad que ha aprendido a odiar sin comprender. He visto la brutalidad del combate y la camaradería de la unidad, pero en este ambiente, las lecciones se imponen de manera despiadada en callejones olvidados entre las sombras que los engullen.

Mientras me muevo por el laberinto de calles de Vertefeuille, los rostros y gestos de quienes habitan este lugar se vuelven en parte de un estudio sobre la fragilidad humana. No es mi función juzgar ni tomar partido, mi deber ahora mismo es constatar la realidad, absorber cada detalle con la precisión de un marine que conoce la importancia de la información en tiempos de un conflicto local. La memoria me recuerda días en los que la paz, la serenidad o el temple no eran solo un concepto, sino la forma de vida; y hoy, aunque ya no estoy tan cercano a estos, mi misión es tan clara como el deber que una vez me impulsó a alistarme en La Marina.

Observo con atención cómo, en los callejones más oscuros, los insultos se convierten en desencadenantes de respuestas inmediatas. Un humano, impulsado por prejuicios heredados, se atreve a verbalizar palabras cargadas de odio. Inmediatamente, un grupo de Minks se moviliza, no para destruir, sino para imponer una lección que ellos consideran justa. La violencia, en ese instante, parece ser la única lengua que ambos bandos conocen, sin embargo, mientras contemplo la escena, mi mente se inunda de una extraña mezcla de desaprobación y resignación. No se trata de una batalla de buenos contra malos, sino de un conflicto enraizado en la ignorancia y el dolor compartido por quienes se sienten diferentes.

Cada altercado me resulta tan lastimoso como volver atrás como sociedad, de momentos en que la intolerancia dividía a comunidades enteras, a individualizarnos como un conjunto. Me doy cuenta de que, a pesar de la aparente animosidad, el conflicto en Vertefeuille es más un reflejo de la incapacidad humana para reconciliar diferencias que una lucha premeditada entre dos facciones claramente definidas. La violencia se manifiesta de forma brutal en los callejones, pero en mi interior se libra otra contienda, la de entender, sin juzgar, la raíz de aquellos desencuentros.

A medida que avanzo, mi mente se llena de escenarios ficticios y reflexiones. Me veo a mí mismo en situaciones en las que la lealtad y la ética se verían retadas por el conflicto, y me pregunto si en Vertefeuille podría haber otra salida para la violencia. La imagen de un pueblo dividido por el odio y la venganza se contrasta con mi convicción de que la comprensión puede nacer incluso en las circunstancias más adversas, aun así, me mantengo firme en mi papel de observador, porque sé que mi misión es informar, no intervenir, y que cada segundo en este ambiente me acerca un poco más a la verdad oculta tras los gritos y las sombras.

Finalmente, después de horas de vigilia y de registrar cada matiz de la confrontación, siento que es hora de abandonar el puerto, el deber me llama de nuevo, y debo regresar al G-41. Al dejar atrás Vertefeuille, cargo conmigo la imagen de un pueblo en guerra consigo mismo, donde la venganza se alza en respuesta a insultos y donde la lucha es, en última instancia, una herida común que nadie quiere sanar.

Mientras me adentro de nuevo en el camino de regreso, mis pensamientos se asientan en la idea de que, en algún lugar entre el odio y la venganza, reside la posibilidad de la paz. Sin embargo, por ahora, mi incursión ha concluido, y la única certeza que me acompaña es el recuerdo de una noche en el Puerto de Vertefeuille, una noche que, como tantas otras desde que llevo en La Marina, me ha mostrado que el conflicto humano es tan ineludible como el paso del tiempo o las arrugas de mi frente.

Al llegar al G-41, cierro los ojos por un breve instante y dejo que la experiencia se grabe en mi memoria, consciente de que el trabajo de campo en Vertefeuille es solo una de las tantas que puedo llegar a presenciar. Hoy, vuelvo al cuartel con la convicción de que el deber, aunque a veces nos obliga a ser testigos de la oscuridad, también nos permite vislumbrar la luz que, en algún lugar, aún puede brotar.


RE: [A - T3] Trabajo de campo. - Moderador Kaku - 10-02-2025

Berries: 97740001 -> 98140001 (+400.000 * 1)
Experiencia: 10166.03 -> 10206.03 (+40)
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Reputación: 531 -> 546 (+15)
Reputación Positiva: 531 -> 546 (+15)
Nivel de Recolector: -1. Multiplicador = 1.


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