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Brindis a la luz de la Luna [Público] - Versión para impresión

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Brindis a la luz de la Luna [Público] - Terence Blackmore - 05-08-2024

Invierno, día 13. 723
El delicioso olor de la opulencia decorada en membrete de ambrosía y con un acabado en plata.
Así se sentía el tacto de aquella lujosa copa en los labios mientras el cocktail basado en ginebra, frutos rojos y hierbabuena, se abría paso por mi garganta como el icor que debía nacer en el seno del sagrado cáliz solo diseñado para contentar a dioses y reyes.

No hay ningún dios, pero sí hombres y mujeres que se creen lo suficientemente poderosos para controlar países.
Tristemente, los humanos solo se contentan con eso. 
Hay mucho más que se puede conquistar como el corazón o el alma de las personas, un duro ancla que puede doblegar al más poderoso y hacer temblar al más impávido...

La reflexión navegó fugaz por mi mente, mientras contemplaba el horizonte desde mi posición privilegiada en el mirador del bar del Baratie, contemplando como la luna bailaba ociosa al son de un mar en calma, seduciéndose en una liviana marea y fundiéndose en un gélido abrazo.
Era invierno, y la nieve caía suavemente sobre el gran azul del océano, como si de un gesto de amor de la luna se tratara.

Terminé de tornar sobre la banqueta giratoria que se ofrecía frente a la barra elegante de piedra pulida blanca con ribete dorado y di la espalda al camarero ofreciendo mi frente a la bella imagen que podía atisbar desde mi ubicación, esperando con leve consuelo, que el destino trajera algo más que esa estampa de paz.

Había llegado hacía un día al Baratie para terminar de cerrar unos asuntos de la familia, nada grave ni nada muy complejo, pero que sí requería de la atención de uno de nosotros, y tras hilar el pacto, decidí instar a mi comitiva a permanecer allí y tomarme unos días sabáticos en este fastuoso y emblemático restaurante.
Las noches eran simples y agradables, perfectas para librarme de la tensión diaria, y aunque ya refrescaba, eso solo lo hacía más disfrutable.
¿Eso quizá me convertía en alguien ocioso? Seguramente sí, pero seamos sinceros... La vida no es trabajo, sino placer.

Desvié ligeramente la mirada para ver la miríada de personas que me acompañaba en el local, pobres almas de alta alcurnia y totalmente ajenas a los devenires reales del mundo terrenal sobre el que se erigían como conquistadores, pero que en realidad eran poco más que corderos.
De todos los que allí estábamos sin duda el más de fiar era el mesero, pues el camarero claramente era un tahúr reconvertido, no demasiado alejado de las personalidades que oscilaban y reían al unísono como anestesiados por el éxtasis de la pulsión social convenida.
Puede que yo naciera también en el corazón de una familia privilegiada, pero si la conoces desde dentro, no existía nada de auténtica fortuna en ello, mas resultaba ser bastante útil si sabías aprovechar los recursos y oportunidades que ello te brindaba y no buscabas altivamente el amor de tus semejantes.

Mi ropa esta vez no era tan sencilla como solía, pues era consciente de la estación del año en la que estábamos y aunque el local contaba con fuentes de calor en forma de pequeñas luces eléctricas en forma de llama que adornaban en tonos naranjas las mesas, la apreciación del mar también traía una brisa marina fría.
Una chaqueta de traje de alta calidad negra y en franjas plata finas, cruzada y adornada con esmero a lo que se sumaba mi usual pañuelo al cuello, testigo de mil experiencias, y pantalón también formal que seguía el mismo patrón rematado por zapatos en punta color perla, resultaban en un atuendo entallado y estiloso que resultaba más elegante de lo que solía, pero menos de lo que mi máximo era capaz de llegar. 

Allí me encontraba esperando, con una ligera sonrisa disociante, absorto en mis pensamientos y al mismo tiempo, testigo de la espiral de excesos que en la sala se tomaba a cabo, al ritmo del vals de luna que el combinado volvía a danzar sobre mi lengua.


RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - Galhard - 05-08-2024

Tras días de arduo trabajo y entrenamiento, Galhard podía disfrutar de un más que merecido descanso, gozando de unos cuantos días libres. Estos días de libertad eran un bien preciado para él, y planeaba aprovecharlos al máximo para poder relajarse y revitalizarse. Como antiguo miembro de la nobleza del North Blue, tenía un placer culposo al que no podía resistirse: deleitarse con una maravillosa cena en el Baratie, el famoso restaurante flotante. Conociendo la popularidad del lugar y su fama internacional, Galhard había reservado con antelación una mesa en el mirador del restaurante, asegurándose de obtener una vista privilegiada y una experiencia gastronómica inigualable. El contraste de temperatura entre las mesas aclimatadas y el exterior, bañado en pequeños copos de una reluciente nieve blanca, era toda una experiencia sensorial que prometía ser inolvidable.

Al llegar al Baratie, Galhard fue recibido por la atmósfera de lujo y elegancia que caracterizaba al lugar. Los camareros, impecablemente vestidos, lo guiaron a su mesa reservada en el mirador. Al sentarse, encontró una lujosa copa llena de un vino finamente añejado esperando por él. Tomó la copa entre sus manos y, con un gesto pausado, llevó el vino a sus labios. El sabor a roble y los dulces matices de la bebida se deslizaron por su lengua y garganta como un néctar exquisito, evocando recuerdos de los placeres de su pasado noble.

Mientras disfrutaba de su bebida, sus pensamientos comenzaron a vagar. Recordó los pasos y experiencias que había recorrido en su vida desde que decidió formar parte de la Marina. Su sueño de crear un mundo mejor era una tarea ardua y lejana, y aunque sabía que estaba lejos de lograrlo, la idea de que en el horizonte aún no podía dibujarse ninguna huella de su voluntad no lo desalentaba. Al contrario, esa reflexión fortalecía su convicción de esforzarse más y dejar una huella positiva en los mares. Sabía que cada pequeño esfuerzo, cada acción noble, contribuía a su gran objetivo.

La cena no tardó en acompañar la lujosa bebida. Un camarero apareció con una bandeja de plata, presentando una selección de los mejores platos del menú del Baratie. Había un suculento filete de pescado fresco, capturado esa misma mañana, acompañado de verduras de temporada perfectamente cocinadas. Un aroma delicioso llenó el aire, aumentando la anticipación de Galhard.

Mientras degustaba cada bocado, Galhard se permitió un momento de puro placer y satisfacción. La combinación de sabores era exquisita, cada plato preparado con una maestría que solo el Baratie podía ofrecer. La experiencia culinaria era más que una simple cena; era un recordatorio de las cosas buenas de la vida, aquellas que valían la pena luchar para proteger.

Galhard, rodeado del lujo y la belleza del Baratie, con el mar tranquilo extendiéndose más allá del mirador y la nieve cayendo suavemente, se sintió en paz. Era un raro y precioso respiro en su vida de constante lucha y sacrificio. Y en ese momento, renovó su determinación de seguir adelante con su misión. Disfrutar de esos pequeños placeres le daba la fuerza para enfrentar cualquier desafío, sabiendo que, al final del día, su esfuerzo por un mundo mejor era lo que verdaderamente importaba.


RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - Lobo Jackson - 09-08-2024

El aroma del Baratie era particularmente atractivo para el potente olfato del mink, quien se había visto atraído por la mezcla de olores tan particular del restaurante en alta mar. Predominaba la fragancia salina del océano, que permeaba la madera del establecimiento sin llegar a podrirla como si de un perfume se tratase. Sobre la mezcla se podían encontrar notas de tabaco y whisky típicos de las comidas nocturnas, las fiestas y los banquetes opulentos. Pero sobre todo ello destacaba la comida.

¡Ah! ¡La comida! 

Lobo Jackson, arruinado, sentía el hueco de su bolsa en lo profundo de su estómago, dos agujeros gemelos que clamaban a los cielos para ser rellenados con presteza por dinero y alimento. 

¡Qué delicia permeaba el aire con su aroma! Mariscos, pescados fresco, calamar, pulpo... ¡Oh! Cómo sentía el lobo las punzadas de la inanición pinchando su vientre. Pero ni siquiera bajo el hambre más feroz se permitiría perder su toque, antes muerto que sencillo como diría el dicho. 

Aunque el estilo fuera mucho más lento que de costumbre.

Con un perezoso moonwalk arrastró su cuerpo hasta la barra y se sentó en un taburete, sobre el cual se giró para mirar de frente hacia el camarero que atendía a los clientes durante aquella hora tan ajetreada. Fue en ese momento cuando suspiró, ¿cómo podría ganarse alguna ronda para saciar la sed? Su estómago protestó con un rugido que utilizó su esqueleto para resonar como un terremoto que se escuchó a su alrededor.

- ¿Algún cliente estaría dispuesto a cambiar un almuerzo por una canción-gara? - Aventuró a preguntar Lobo Jackson.


RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - Terence Blackmore - 19-08-2024

Desde mi posición en el mirador del Baratie, el mundo se desplegaba ante mí como una compleja sinfonía, cada persona una nota, cada movimiento un compás en una partitura orquestada por manos invisibles. El delicioso aroma del cóctel de ginebra, frutos rojos y hierbabuena se mezclaba con la fragancia salina del océano, una armonía engañosa que pretendía ocultar la cacofonía que subyacía bajo la superficie de la realidad. Mientras el líquido descendía por mi garganta como un acorde perfecto, mis ojos recorrían la escena, capturando cada disonancia y cada melodía en este concierto de apariencias.
El frío del invierno se infiltraba en el ambiente, a pesar del calor artificial que intentaba mantener a raya la brisa marina. La luna, como una directora silenciosa, dirigía la danza de las olas sobre el mar, un largo adagio entre la nieve que caía suavemente y el océano que la recibía. Esta melodía natural contrastaba con la cacofonía de voces y risas dentro del bar, donde cada alma se movía al compás de una partitura diferente, ajena a la armonía universal que intentaba alcanzarse en esta orquesta desordenada.

Mientras disfrutaba de mi pequeño concierto privado, una figura captó mi atención: un hombre cuya presencia resonaba con una tonalidad distinta. Era una melodía menor en medio del ruidoso allegro que dominaba el lugar. Su entrada al restaurante no tenía la ostentación de los demás, sino un tempo controlado, una cadencia medida que hablaba de alguien acostumbrado a moverse en estos círculos, pero sin dejarse arrastrar por su música. Su nobleza no era el acorde grandioso de aquellos que compran su lugar en la sinfonía social, sino un eco profundo y persistente de algo más antiguo, más auténtico.
Se dirigió a una mesa en el mirador, una plaza que solo podía obtenerse con anticipación, como una entrada reservada para la mejor ópera. Lo vi tomar asiento, y un camarero, parte de la orquesta de fondo, le ofreció una copa de vino añejo. El hombre aceptó la bebida con la gracia de quien ya ha escuchado esa melodía antes, pero aún encuentra en ella un destello de nostalgia. Mientras bebía, sus ojos se alejaban del presente, como si en su mente se desplegara otra sinfonía, una de tiempos pasados, tal vez más dulces, tal vez más llenos de propósito. Era evidente que, aunque físicamente estaba en el Baratie, su espíritu estaba envuelto en los acordes de una misión, una sinfonía aún incompleta, que aspiraba a completar.

Mis pensamientos vagaban en paralelo a los suyos, reflexionando sobre la absurda ilusión de aquellos que creen poder escribir una sinfonía para cambiar el mundo. No entendía todavía que el mundo no se altera por la mano de un solo compositor, sino que se modela a través de una compleja y sutil variación de temas. Sin embargo, su ignorancia no lo hacía menos interesante, sino más. Era fascinante ver a alguien lleno de convicciones moviéndose en una sinfonía de falsedades, donde pocos podían escuchar el verdadero ritmo de lo que sucedía a su alrededor.

Mi atención fue desviada por una entrada muy distinta, una figura cuyo acorde resonaba en una tonalidad completamente opuesta. Era un mink, un lobo cuya melodía era más áspera, un tema que sonaba con disonancia, pero que aún conservaba una belleza ruda en su esencia. Se movía con un tempo lento, arrastrando su cuerpo hacia la barra con una graciosa torpeza que hablaba de hambre y desesperación. Sin embargo, incluso en su condición, había en él un orgullo feroz, una nota sostenida que se negaba a apagarse.

Lo vi instalarse en la barra, su presencia un bajo continuo que resonaba por encima del bullicio del restaurante. Entonces, con la audacia de quien no tiene nada que perder, ofreció una canción a cambio de un almuerzo. Su propuesta no era solo una solicitud desesperada, sino una variación sobre un tema antiguo: el hambre mezclado con dignidad. Mientras el resto de la orquesta social continuaba su ensordecedora fanfarria, ignorando la sinceridad de su nota solitaria, yo lo escuché. Y en su propuesta, vi algo de mí mismo: un sobreviviente, alguien que había aprendido a improvisar cuando la partitura de la vida lo exigía.

En ese momento, el Baratie se transformó para mí en una sala de conciertos donde cada individuo tocaba su propio instrumento, siguiendo su propia partitura, pero sin comprender realmente que todos éramos parte de la misma sinfonía. El hombre noble era el primer violín, virtuoso pero atrapado en una melodía heroica que no tenía lugar en este mundo de caos. El mink, por su parte, era la percusión, el ritmo subterráneo que, aunque ignorado, daba forma a la música de la vida. Y yo, desde mi asiento privilegiado, era el director oculto, el que comprendía que la verdadera belleza de esta sinfonía no estaba en las notas altas ni en los crescendos heroicos, sino en las disonancias y en los silencios, en los lugares donde nadie más sabía buscar.

Tomé otro sorbo de mi cóctel, dejando que la amargura de la ginebra contrastara con la dulzura de los frutos rojos. Mis pensamientos danzaban entre la melodía idealista del noble y el ritmo primitivo del mink. Ambos, a su manera, tocaban en esta orquesta sin director, ajenos a la verdad que yo había comprendido hace tiempo: el mundo no es una sinfonía de grandes gestos heroicos o simples placeres, sino una obra maestra de manipulación, donde las notas más importantes son aquellas que nadie escucha, pero que definen la música.

Mientras me aproximaba, mi postura se ajustaba automáticamente, como si mi propio cuerpo fuera una extensión de la melodía de mi mente: los hombros rectos, el mentón elevado con una leve inclinación que denotaba cortesía, pero nunca sumisión. La chaqueta de alta calidad que vestía se ajustaba a mi figura como la partitura a un músico experto, cada pliegue perfectamente dispuesto, cada línea diseñada para maximizar la impresión de control absoluto. Todo en mi acercamiento estaba calculado, desde el ritmo de mi andar hasta la ligera y casi imperceptible curvatura de mis labios, que sugería una promesa de diálogo refinado, sin revelar aún la verdadera intención que latía bajo la superficie de mis palabras.


La persona de la cabellera castaña permanecía inmersa en su propio mundo, tal vez ignorante del hecho de que ese mundo estaba a punto de entrelazarse con el mío, aunque fuera solo por un breve y fugaz instante. Observé, en la breve distancia que aún nos separaba, cómo los mechones castaños se movían al ritmo del ambiente, con una cadencia casi hipnótica que despertaba en mí una sutil apreciación estética. Aquella melena no era solo un adorno, sino una declaración de identidad, un símbolo inconsciente que, para ojos entrenados como los míos, desvelaba más de lo que el portador jamás habría querido admitir.

Finalmente, alcancé mi destino, y con la precisión de un director de orquesta que alza la batuta justo antes del clímax de una sinfonía, hice una ligera pausa antes de inclinarme hacia adelante en un gesto controlado de saludo. Mi voz emergió como un murmullo bajo, aterciopelado, con la calidez medida de quien sabe que las palabras son tanto un arma como una caricia.

- ¿Primera vez en el Baratie? - comenté mordaz, mientras le dirigía una mirada digna pero honesta directamente a los ojos de aquel hombre.

Dejé que la ligera sonrisa en mis labios se transformara en una mueca de satisfacción. El vals de la luna continuaba sobre el océano, dirigiendo una danza que los mortales no podían entender. Y yo, un mero observador y compositor en la sombra, seguía esperando el próximo movimiento, el próximo compás que haría vibrar el aire. Quizás esta noche, entre las melodías disonantes y los ecos olvidados, encontraría la nota perfecta que haría que esta sinfonía volviera a resonar en mi favor.


RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - Galhard - 19-08-2024

Galhard, sentado en su mesa en el mirador del Baratie, sintió una sutil perturbación en el ambiente, un cambio en la cadencia del bullicio que lo rodeaba. Desde su posición, el mundo se desplegaba ante él como una orquesta sin director, cada individuo una nota en la compleja sinfonía de la vida. Sin embargo, cuando la figura de aquel hombre se acercó, percibió un nuevo compás que se entrelazaba con el suyo.

Había algo en la presencia de este desconocido, en su andar calculado y en la forma en que su voz resonaba con una suave autoridad, que despertó la curiosidad de Galhard. No era la primera vez que alguien intentaba iniciar una conversación en un lugar como el Baratie, pero había una diferencia en este encuentro, una especie de desafío tácito oculto tras la pregunta simple que le hizo: “¿Primera vez en el Baratie?”

Con una calma que rivalizaba con la del océano bajo la luz de la luna, Galhard levantó la vista para encontrarse con los ojos del hombre. En ese breve intercambio visual, pudo percibir la astucia y el intelecto que se escondían tras su sonrisa medida. No era un simple curioso, sino alguien que, como él, había aprendido a observar las sutiles disonancias de la vida.

Galhard permitió que una ligera sonrisa, apenas un gesto, curvase sus labios antes de responder. Su tono era relajado, pero llevaba consigo la firmeza de alguien que había visto el mundo desde perspectivas que pocos podían comprender.

— No, no es mi primera vez — respondió con una leve inclinación de cabeza, su voz cálida y tranquila. — El Baratie es un lugar donde las corrientes de la vida tienden a encontrarse. Es curioso cómo, entre todas estas olas, uno puede encontrarse con almas afines, ¿no es así?—

Dejó que sus palabras se asentaran en el aire por un momento, observando la reacción del hombre. La tensión entre ellos no era hostil, sino más bien como el cruce de dos músicos que se reconocen en la sinfonía de la vida. Ambos sabían que el otro tocaba su propio instrumento, pero también comprendían que sus melodías podrían complementarse si se tocaban con el compás adecuado.

Galhard hizo un gesto hacia la silla frente a él, una invitación tácita para que el hombre se sentara si lo deseaba.

— Pero, ¿qué hay de ti? — preguntó, cambiando el enfoque de la conversación. — Pareces alguien que ha visto más allá de las apariencias, alguien que comprende que en la música de este mundo, las notas más importantes no siempre son las más evidentes. ¿Qué te trae al Baratie esta noche?—
No era una simple pregunta de cortesía, sino una sonda que Galhard lanzaba para medir la profundidad de la persona que tenía frente a él. En el Baratie, como en la vida, siempre había más de lo que se veía a simple vista, y estaba claro que este encuentro no sería la excepción.

En cuanto al mink, Galhard inconscientemente, dada su alergia a los pelajes de los mismos, omitió la pregunta que había dejado en el aire, centrado completamente en el hombre que le estaba hablando.


RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - Terence Blackmore - 19-08-2024

La noche en el local se desplegaba como una sinfonía intrincada y cuidadosamente orquestada. El murmullo de conversaciones mezcladas con el suave tintineo de copas componía una melodía constante, una especie de acompañamiento armónico a la elegante danza de las luces que se reflejaban en las aguas circundantes bajo la luz cruda de la luna. Desde mi posición cercana al muchacho, observaba la escena como quien analiza una partitura compleja. Cada carraspeo, cada gesto, cada mirada era una nota en esa vasta composición, una parte esencial de la textura sonora que definía el lugar.

Mi interlocutor, el hombre castaño de altivo porte, reseñó acerca de los cursos del rumbo de la vida, y lejos de responderme, se tomó su tiempo para replicar una respuesta vacía, pero cargada de inquina, pues quizá pensara que la palabrería lo ocultaría como un manto de invisibilidad. Nada más lejos, pues me tomé mi tiempo para observarlo con un gesto totalmente frío, casi distante, pero con una extraña mirada cálida, para responderle, tras permitir que sus palabras restallasen como un látigo al aire. No me apresuré a responder; en su lugar, dejé que el silencio se asentara, como la pausa medida entre los compases de una sinfonía bien ejecutada, sonriéndole finalmente antes de proceder.

Manteniendo mi compostura, le respondí con la misma calma que me había caracterizado durante toda la noche. Mis palabras eran un contrapunto deliberado a las suyas, diseñadas para mantener el equilibrio de poder sin revelar demasiado. 
- Yo solo soy un mero espectador que decanta cada sutil matiz del humor que exhala la humanidad - comenté con un sutil gesto de apoyo, observando su reacción con la precisión de un músico midiendo el tempo de una pieza. En ese momento, la conversación dejó de ser un mero intercambio de palabras y se transformó en algo más profundo, un juego de espejos donde cada uno de nosotros reflejaba al otro, tratando de descifrar qué se ocultaba detrás de las máscaras.

Escuchaba, pero más allá de sus palabras, lo que realmente me interesaba era la forma en que las pronunciaba, las inflexiones sutiles en su voz que revelaban más de lo que tal vez él mismo pretendía. En mi mundo, la música verdadera se encontraba en las disonancias, en los matices que otros dejaban pasar por alto. Y este hombre, aunque hábil, no era inmune a esos pequeños destellos de verdad que se filtraban a través de su fachada cuidadosamente construida.

Cada palabra que pronunciaba, cada pausa que dejaba caer en el verso pronunciado, estaba calculada para provocar una respuesta específica. Sabía que no estaba ante un simple interlocutor, sino ante alguien que, como yo, entendía el arte de la conversación como una forma de manipulación sutil. Sin embargo, no era el baile grosero y obvio de los aspirantes, sino una especie de danza delicada donde cada paso debía ser ejecutado con precisión para evitar desentonar.

A medida que la conversación avanzaba, mis pensamientos se sumergían más profundamente en la estructura de este encuentro. No era solo lo que se decía o cómo lo decía, sino lo que elegía no decir. El silencio, en este caso, era tan elocuente como cualquier palabra. En este rincón del East Blue, refugio de los buscadores de placeres y secretos, las verdaderas notas de la melodía eran aquellas que no se tocaban, los silencios estratégicos que dejaban espacio para que la imaginación completara la composición.

Dejé que mis pensamientos se perdieran momentáneamente en la reminiscencia de lecciones pasadas, de aquellos que me habían enseñado a escuchar más allá de lo evidente, a encontrar la verdad oculta en los intersticios de la vida. Y entonces comprendí que este encuentro, al igual que una extraordinaria ópera, no se trataba de quién cantaba más, sino de quién lograba entonar mejor. Mientras él se esforzaba por mantener el control de la conversación, yo ya había comenzado a vislumbrar las notas disonantes en su discurso, las pequeñas imperfecciones que revelaban la verdad detrás de su máscara.

Había aprendido, a lo largo de los años, que las personas son como llaves, abriendo partes de nosotros mismos que ni siquiera sabíamos que existían. Pero no todas las puertas debían ser abiertas. Algunas, como bien sabía, escondían abismos insondables, secretos que era mejor dejar en la oscuridad. Y mientras consideraba sus palabras, me pregunté qué escondía este hombre tras su propia cerradura.

El Baratie seguía vibrando con su energía habitual, pero para nosotros, el tiempo parecía haberse detenido en una pausa sostenida, un punto de inflexión donde el próximo acorde decidiría la dirección de nuestra pieza compartida. Podía sentir la tensión en el aire, como un hilo invisible que nos unía a ambos en este juego de intelecto y voluntad. ¿Sería que alguno de nosotros cedería o más bien sería el inicio de alguna camaradería?

Finalmente, cuando decidí que era el momento adecuado para hablar, mis palabras fueron medidas y precisas, como las notas de un solo delicado en medio de una sinfonía tumultuosa. No necesitaba levantar la voz ni imponerme de manera evidente; el verdadero poder, como siempre, residía en la sutileza, en hacer que él cuestionara si realmente tenía el control de la conversación o si, sin saberlo, había estado siguiendo el ritmo que yo había marcado desde el principio.

- No soy una persona de vicios muy excéntricos, pero encontrar una buena conversación y tener la agudeza para poder atisbarlo es un don que me viene de madre - concluí con una sonrisa interesada.


RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - Octojin - 21-08-2024

Después de enfrentar corrientes traicioneras y una niebla que parecía querer tragárselo, Octojin finalmente divisó su destino: el Baratie, el legendario restaurante flotante conocido por servir a los paladares más exigentes del mar. El gyojin sintió un alivio instantáneo al reconocer las siluetas del impresionante barco-restaurante, cuya estructura era tan única que no podía confundirse con ninguna otra.
 
El Baratie se presentaba como un galeón magníficamente adornado, con múltiples velas y banderas ondeando al viento, y una cocina que, según los rumores, podía satisfacer incluso al más hambriento de los piratas. Las ventanas adornadas y el bullicioso sonido de la risa y la charla que flotaba sobre el agua hasta sus oídos solo hacían que su estómago gruñera con más fuerza.
 
Con movimientos agotados pero decididos, Octojin nadó los últimos metros y subió la escalera de cuerda que colgaba del costado del Baratie. Sus músculos protestaron con cada movimiento, recordándole cada segundo de su ardua travesía a través del océano.
 
Una vez a bordo, se detuvo un momento para recuperar el aliento y observar su entorno. El interior del Baratie era aún más impresionante que su exterior. Cada detalle del decorado reflejaba el mar: desde las redes que colgaban de las paredes hasta los mástiles que se incorporaban de manera ingeniosa en la estructura del restaurante. El bullicio era constante, una mezcla de voces, el chocar de platos y el clamor de cubiertos.
 
Caminando con un aire de exhaustividad, Octojin se dejó caer en un asiento cerca de la ventana, desde donde podía ver el reflejo de la luna sobre las ondulantes olas del mar. Pidió al camarero dos grandes platos repletos de la especialidad de la casa y varias jarras de una bebida local que prometía reponer su energía.
 
Mientras esperaba su comida, Octojin no pudo evitar observar a los demás comensales, particularmente a tres figuras que destacaban entre la multitud por sus peculiares características y auras.
 
El primero, llevaba una elegancia que se destacaba incluso en un lugar tan refinado como el Baratie. Su cabello azabache desordenado le daba un aire despreocupado, mientras que su piel pálida contrastaba con la robustez atlética de su cuerpo. Octojin notó cómo la mirada de Terence, profunda y llena de un enigma tranquilo, exploraba el entorno, siempre observando pero nunca completamente comprometido con lo que sucedía a su alrededor.
 
A pocos metros de uno de los humanos, se encontraba otro con una postura relajada y los ojos ligeramente entrecerrados que le daban un aire de zorro astuto, casi como si estuviera tramando un plan o esperando el momento oportuno para actuar. Su cabello marrón rojizo, atado en una cola de caballo, y su perilla cuidadosamente recortada complementaban su aspecto intrigante.
 
El tercero, era imposible de ignorar. Su naturaleza mink lupina era evidente, con orejas puntiagudas que se asomaban de entre un pelaje cobalto oscuro y ojos que destilaban una inteligencia predadora. A pesar de su apariencia feroz, Lobo parecía disfrutar tranquilamente de su comida, cada tanto lanzando miradas cautelosas alrededor, como si estuviera acostumbrado a estar en guardia.
 
Cuando la comida de Octojin llegó, se dedicó a devorarla con un entusiasmo que hacía tiempo no sentía. Los sabores eran exquisitos, cada bocado era una celebración de la vida marina que tanto amaba, y la bebida refrescaba su garganta con cada trago, reponiendo sus energías gastadas por el viaje.
 
A medida que el gyojin comía, se perdía en sus pensamientos, reflexionando sobre su viaje, las corrientes que había enfrentado, y la inesperada compañía que encontraba en aquel restaurante flotante. La vida de un aventurero era solitaria a menudo, pero momentos como este, rodeado de mar y misterios, le recordaban por qué había elegido este camino. Y aunque cada personaje a su alrededor tenía su propia historia, en ese instante, todos compartían el mismo refugio flotante en el vasto y caprichoso mar.


RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - Lobo Jackson - 26-08-2024

Lobo Jackson suspiró. Sus manos servían de apoyo para su barbilla al tiempo que recostaba los brazos sobre la barra con desgana, mientras que su alma se dejaba capturar por una melancolía nacida del hambre. ¿Qué podría hacer? Miró a ambos lados y observó con tristeza cómo incluso los platos sucios parecían apetitosos.

¿Y si los lamía sin que nadie se diese cuenta? 

Se detuvo a sí mismo en cuanto se dio cuenta de que estaba acercando la mano hacia un plato manchado con salsa de tomate, restos de carne y migas de pan. ¿Qué estaba haciendo? ¿Es que acaso era un perro cualquiera en lugar de un mink hecho y derecho? Cerró los ojos y tomó aire con la intención de recuperar la compostura, pero todo cuanto consiguió fue aspirar el aroma de los manjares del restaurante. ¿Y qué consiguió con mantener los ojos cerrados? Colocar el lienzo perfecto para capturar una viva imagen de cada plato, deslizándose tentadoramente frente a los ojos de su imaginación cual cruel cinta transportadora que exhibía cada una de las delicias ofrecidas en el Baratie.

De su garganta salió un pequeño quejido, muy parecido al de un caniche lastimero, que víctima de las circunstancias no le quedaba más remedio que ponerse en pie y salir por donde había venido con el rabo entre las piernas. Quién sabe, pensó, tal vez tendría suerte tratando de agarrar algún pececillo que se aproximara a los bordes del restaurante flotante.

Pero justo cuando se había decidido a levantarse, colocaron un humeante y aromático plato de suculento aspecto frente a él. Sorprendido, levantó la vista y se encontró frente a un camarero que vestía un atuendo blanco e impoluto, y quien le dedicaba una mirada compasiva. 

El mink se relamió, su lengua recorrió cada pliegue de sus labios mientras que entreabría la boca sin pensar, salivando con afán de devorar lo que a primera vista parecía un arroz húmedo y amarillento con rodajas de algún tipo de seta. Sin embargo, y demostrando una fuerza de voluntad sobrehumana, el mink carraspeó y apartó el plato hacia el hombre.

- Disculpe, caballero-gara. - Dijo. - Me temo que se ha equivocado de cliente, yo no he pedido ningún plato todavía-gara.

- Sí, lo sé. - Respondió el otro, quien resultaba ser uno de los cocineros. - Es para ti. -

La mirada del lobo se iluminó con ilusión, pero se atrevió a preguntar. - ¿Por qué? ¿Alguien lo ha pedido a mi nombre? No tengo dinero para pagarlo-gara. -

El cocinero le dedicó una sonrisa tranquilizadora. - Sí, eso también me lo había imaginado. Pero tienes hambre, ¿no? No te preocupes por el dinero de momento, ya me lo pagarás.

- ¿Seguro-gara? - Insistió el mink, queriendo asegurarse de lo que su estómago ya estaba más que seguro. 

- Come y calla. - Le dijo el cocinero con energía. - No vas a poder hacer nada si caes desmayado al suelo por inanición. -

Con los labios temblando ligeramente por la emoción, Lobo Jackson sintió en su interior que aquel mundo a veces era demasiado compasivo con él. Sin perder más el tiempo, agarró la cuchara a su derecha y la hundió con ansia en el arroz. Presto fue el viaje que realizó la cuchara desde el plato hasta las fauces del lobo, quien sentía las punzadas de su estómago recriminándole cada segundo que tardaba en saciar el apetito.

Y entonces, el Paraíso

Un cálido abrazo en su boca transmitió la textura cremosa de un arroz perfectamente cocido, ni demasiado blando ni demasiado duro, un equilibrio perfectamente sustancioso al que acompañaba el sabor de la mantequilla derretida con un indudable toque de queso parmesano, fundido como una sedosa capa que recubría cada grano de arroz. Incluso las setas, cuyo aroma terroso y profundo le hacía la boca agua al mink, se hicieron un hueco entre aquella explosión de sabores tan reconfortantes a los que se unía un toque de vino, tan leve pero tan delicado, que el paladar fino del lobo disfrutó como quizá ningún otro cliente del local.

- ¿P-ero qué es esto-gara? ¡Nunca había probado algo tan delicioso-gara! - Exclamó, incapaz de parar de comer pues cada bocado parecía ser mejor que el anterior.

- Es un risotto. - Respondió el cocinero en cuya voz se percibía el orgullo de alguien que disfruta de ver su plato devorado con hambre animal. - De los mejores que he preparado, si te soy sincero. ¿Notas el vino blanco? Es para añadir un toque de acidez que equilibra lo rico de la mantequilla. Además, juega bien con el toque salado del parmesano recién rallado, ¿y notas la pimienta negra? Molida por encima para resaltar el sabor junto con las hierbas frescas que lo decoran. -

Maravillado, Lobo Jackson asentía mientras el cocinero explicaba los entresijos de su plato. Sentía que el risotto recuperaba tanto las fuerzas de su cuerpo como las de su espíritu, insuflando vida y optimismo donde antes sólo habitaba la penuria del hambre. Poco tardó en terminar de comer, bebiendo un gran vaso de agua fresca para finalizar un manjar perfecto. 

- ¡Muchas gracias-gara! Me has salvado de morir de hambre-gara. ¿Cómo te llamas? Me llamo Lobo Jackson, y quisiera agradecértelo componiendo una pequeña canción que rememore la grandiosa compasión de tu noble espíritu-gara. - Volvía a sentirse como él mismo: un mink lleno de energía, fuerza y vitalidad para compartir su don musical con el mundo.

- Renzo. - Le contestó el cocinero. - Conque una canción, ¿eh? Me parece bien, si quieres puedes cantarla en un rato cuando termine mi turno pero por ahora discúlpame, he de continuar trabajando. - Con cortesía y educación, el cocinero tomó el plato limpio y se encaminó hacia el interior del Baratie en donde seguramente estaría la cocina.

Satisfecho, el mink tomó un momento para observar a los demás comensales que llenaban el local. Varios llamaron su atención, entre ellos un par de hombres cuya elegancia y forma de hablar destacaban como guiados por una melodía imperceptible para el resto, pero el mink pensó que tal vez sería de mala educación entrometerse en una conversación privada.

En cambio, la figura acuática de un enorme hombre tiburón que comía a solas parecía pedir compañía a gritos, y decidido a conocer a alguien tan particular, se aproximó hasta su mesa.

- ¡Saludos-gara! - Dijo dirigiéndose al tiburón al tiempo que colocaba los brazos por encima de la cabeza y movía la cadera, llevando el ritmo de la conversación con una pose absolutamente exquisita. - Me llamo Lobo Jackson, ¿cómo te llamas-gara? -


RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - Octojin - 02-09-2024

En el Barathie, Octojin se relamía tras haber devorado los últimos bocados de la suculenta comida que le habían servido, dejando entrever sus afilados dientes, de los cuales rebosaba un liquidillo que resultaba ser la mezcla de la sangre, grasa y demás extractos de la carne al ser cortada con sus dientes. Aún saboreando la mezcla de especias y sal marina, su atención fue captada por una figura que se aproximaba a su mesa. No era difícil notar que el recién llegado era un mink lupina; sus orejas puntiagudas y peludas, su hocico alargado con una nariz siempre húmeda, y sus ojos ambarinos de mirada predadora le daban un aire imponente. El pelaje cobalto oscuro del mink resaltaba en el entorno del bar, y aunque su estatura y constitución física no eran extraordinarias para su raza, había algo en su porte que llamaba la atención.
 
"¿Cuál es tu nombre?" preguntó el mink con un tono amistoso, pero con una curiosidad palpable en su mirada. También se presentó como Lobo Jackson a la par que se inclinaba ligeramente la cabeza en señal de saludo. Un nombre que al gyojin le resultó curioso. Octojin, sorprendido pero complacido por la compañía, respondió con una sonrisa mientras se limpiaba la boca con la servilleta.
 
—Me llamo Octojin, y es un placer conocerte. Cuéntame, ¿qué haces por aquí?
 
Mientras conversaban, Octojin solo apartó la mirada del mink para hacer señas al camarero que se acercaba, pidiéndole que trajera más comida, alegando que todo estaba delicioso y le apetecía comer aún más. El humano vio el plato sin comida y se sorprendió, quizá pensaba que el gyojin no se iba a comer todo aquello en un primer momento. Cuando se marchó asintiendo ante las palabras del tiburón, éste miró al mink, indicándole que él también estaba invitado a comer más si así lo deseaba, así como a sentarse si estaba más cómodo. El habitante del mar se acomodó mejor en su asiento, preparándose para conversar si así lo quería el mink y, quizás, disfrutar de su compañía un rato más, percibiendo que la velada podría tornarse más interesante de lo esperado.
 
Antes de que pudiera darse cuenta, otro camarero, esta vez un hombre bastante más alto y delgado, trajo un par de bandejas de comida. Lo cierto es que los alimentos del Barathie eran un festín para los sentidos. En la primera bandeja, un enorme plato de atún rojo, cortado en gruesos filetes y apenas sellado, adornado con finas rodajas de rábano picante y un toque de salsa de soja cítrica que resaltaba el frescor del pescado. Junto a ello, un cuenco de arroz al vapor, esponjoso y caliente, perfecto para combinar con el pescado. Mientras que en la segunda bandeja, le presentaron una selección de brochetas de mariscos: camarones jugosos, trozos de pulpo tierno y pequeñas vieiras, todos ellos asados a la perfección y marinados en una mezcla de ajo, limón y hierbas que impartirían seguro un sabor vibrante a cada bocado.
 
Octojin, con un apetito voraz, se sumergió casi sin esperar en la comida con entusiasmo y habilidad. Usó hábilmente sus dientes para cortar el pescado y unos tenedores para el arroz, disfrutando la combinación de texturas y sabores. Con las brochetas, se tomó su tiempo, saboreando el aroma ahumado de los mariscos a la parrilla y permitiendo que los gustos se mezclasen en su paladar. Cada bocado era seguido por un gesto de satisfacción y otro de aprobación, cada sabor era mejor que el anterior, o eso pensaba el escualo, que poco a poco iba llenando su estómago y acabando con su hambre. Mientras tanto, continuaría su conversación con Lobo, disfrutando tanto de la comida como de la compañía todo el rato que pudiese. Ya habría tiempo para volver a disfrutar del mar, sufrir de sus corrientes e intentar encontrar un nuevo destino.


RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - Lobo Jackson - 03-09-2024

El mink no se hizo esperar y aceptó la invitación que tan amablemente le había ofrecido el gyojin. Ahora que estaba sentado frente a él pudo apreciar impresionante tamaño del hombre tiburón que todavía se relamía con satisfacción después de una comilona digna de un festín para cuatro.

Y cuatro eran los metros que debía medir semejante mole de puro músculo de piel áspera como la lija, que contrastaba con su cordialidad desenfadada. Se preguntó entonces si su imponente estatura era un constante problema cuando quisiera pasar por una puerta.

Con mucho más ánimo observó cómo el tiburón hablaba con el personal del Baratie para pedir todavía más platos de comida, un ir y venir de platos repletos de delicias y frutos del mar que hacían la boca agua en cuanto los dejaban sobre la mesa. 

- ¿Seguro que no hay problema-gara? Entonces, con tu permiso, ¡buen provecho! -  Dijo al ver que su compañero de mesa le ofrecía participar en dicho manjar.

Para cualquier observador ajeno, aquella comilona resultaría un evento interesante de ver. Un hombre tiburón y un hombre lobo que devoraban sin contemplaciones cada alimento que se les colocaba delante como si hubieran decidido dejar al Baratie sin existencias. Si bien trataban de mantener todo el desastre de cáscaras, caparazones, huesos y astillas en su mesa, varios restos salieron despedidos de aquel frenesí alimenticio.

Los sabores se mezclaban unos con los otros en una sinfonía que volvía loco al paladar del lobo. Los cítricos con las carnes, las especias con sus pieles, el suave jugo que emanaba de entre los filetes poco hechos que se hacían uno con el pan. 

- ¡Oh! Esto está delicioso-gara. - Exclamó Jackson dando cuenta de un generoso muslo de pavo casi tan grande como su cabeza. - Este debe de ser el mejor restaurante del mundo-gara. No me cabe duda-gara. -

Los platos que empezaban a apilarse pronto eran reemplazados por otros repletos de comida. Los camareros iban y venían como una cinta transportadora humana que comenzó a captar la atención del resto de clientes del Baratie, donde algunos habían se habían quedado con el tenedor a medio camino de la boca, absortos en contemplar el ese espectáculo nacido de un apetito sobrehumano. 

- Pues la verdad, he venido hasta este mar para encontrarme a mí mismo-gara. - Comentó el lobo entre bocados. - Quiero hacerme un nombre en el mundo de la música y llenar de alegría a todos los que me oigan-gara. -