One Piece Gaiden - Foro Rol One Piece
[Diario] Otro día, otro escape - Versión para impresión

+- One Piece Gaiden - Foro Rol One Piece (https://onepiecegaiden.com)
+-- Foro: El mundo (https://onepiecegaiden.com/forumdisplay.php?fid=10)
+--- Foro: East Blue (https://onepiecegaiden.com/forumdisplay.php?fid=16)
+---- Foro: Loguetown (https://onepiecegaiden.com/forumdisplay.php?fid=48)
+---- Tema: [Diario] Otro día, otro escape (/showthread.php?tid=627)



Otro día, otro escape - Ubben Sangrenegra - 26-08-2024

Invierno del año 724

Ubben se movía con la máxima través cautela posible de las sombras de Loguetown. Había llegado a esta ciudad con un propósito claro, encontrar un buen herrero que pudiera proporcionarle agujas senbon de mejor calidad, extender sus contactos en el bajo mundo y además conseguir algún buen trabajo que le permitiese ganar un poco de dinero extra antes de continuar con su viaje. Sabía que, para un hombre como él, acostumbrado a lidiar con la caza constante y la necesidad de estar siempre un paso por delante, las herramientas de calidad no eran un lujo, sino una necesidad vital.

Los callejones laberínticos de Loguetown, con su característico olor a sal y pescado que se mezclaba con la humedad persistente de la niebla matutina, no eran diferentes de otros en los que había estado antes. Ubben, con su habilidad adquiridida durante años de escapar para adaptarse a cualquier ambiente urbano, comenzó su ritual de marcar los diferentes caminos con su cuchillo. Los callejones que llevaban al puerto los marcó con el símbolo de una ola; aquellos que conducían a la marina, con una gaviota tallada de manera rudimentaria en las paredes. Los que guiaban a la zona comercial del pueblo fueron señalados con una 'X' clara y precisa, mientras que los que llevaban a la zona residencial recibieron un cuadrado bien definido. Los callejones que se dirigían hacia los barrios bajos fueron marcados con una cruz, un recordatorio de los lugares más peligrosos, y aquellos que terminaban en un callejón sin salida estaban adornados con una calavera, una advertencia silenciosa para cualquier otro transeúnte que pudiera seguir sus pasos.

Mientras recorría la ciudad en busca de un herrero, Ubben se movía con la gracia felina de alguien que ha pasado toda su vida evitando ser atrapado. Pasaba desapercibido entre la multitud, sus ojos dorados observando cada detalle, cada rostro, en busca de signos de peligro. No era una mañana particularmente diferente de otras; el bullicio de Loguetown comenzaba a cobrar vida con el grito de los vendedores ambulantes y el sonido de los barcos anclados golpeando contra el muelle. Al doblar una esquina, su camino lo llevó directamente a un grupo de marines. Ubben, por un momento, contuvo el aliento, pero continuó caminando con la misma naturalidad. No eran más que soldados rasos, demasiado absortos en sus propias conversaciones como para prestar atención a un hombre más en las abarrotadas calles. Sin embargo, justo cuando creía que había pasado desapercibido, un joven marine, con un rostro agudo y atento, lo miró fijamente. Los ojos del chico se entrecerraron, y Ubben pudo ver cómo su expresión cambiaba de la indiferencia al reconocimiento. El marine dio un leve toque de alerta a sus compañeros, y en un instante, la calma de la mañana se transformó en caos.

Ubben sabía que no tenía tiempo que perder. Apenas el joven marine dio el aviso, él ya estaba en movimiento, como un rayo, zigzagueando entre los transeúntes sorprendidos que gritaban y se apartaban. El grupo de marines se desplegó rápidamente detrás de él, pero el peliblanco ya había desaparecido en uno de los muchos callejones que había marcado anteriormente. —¡Deténganlo!— gritó el joven marine, lanzándose en la persecución con una velocidad que sorprendió a Ubben. Pero el bribón de ojos dorados no era alguien fácil de atrapar. Moviéndose con la agilidad y la gracia de un gato salvaje, se escabullía entre los obstáculos y la gente, utilizando todo a su favor. Sabía que debía alejarse del puerto y dirigirse hacia la zona comercial; allí habría más lugares para esconderse y perder a sus perseguidores.

A medida que corría, su mente trabajaba a una velocidad vertiginosa. Recordaba los símbolos que había marcado, los giros y vueltas que había planeado con anticipación. A cada paso, derribaba barriles y cajas, creando obstáculos improvisados para ralentizar a sus perseguidores. Incluso llegó a empujar un carrito lleno de frutas, provocando una cascada de naranjas que rodaron por todo el callejón, desorientando a los marines y ganando preciosos segundos. El joven marine que lo había reconocido era sorprendentemente ágil. Aunque los otros marines se iban quedando atrás, él continuaba siguiéndole el ritmo, esquivando los obstáculos con una destreza que empezaba a preocupar a Ubben. El peliblanco no podía evitar sentirse un poco impresionado, pero también sabía que no podía permitirse el lujo de admirar a su enemigo. Este juego del gato y el ratón había durado demasiado, y Ubben necesitaba encontrar una forma de perderlo definitivamente.

Con un rápido cálculo, decidió cambiar su táctica. En lugar de seguir corriendo por las calles principales, se desvió hacia los techos de las casas, usando cajas apiladas y barandillas como trampolines improvisados. Escaló con rapidez, sintiendo el viento en su rostro mientras subía a la parte superior de un edificio de dos pisos. Desde allí, podía ver a la multitud en miniatura bajo sus pies, los marines que seguían corriendo sin rumbo claro, y, más atrás, al joven marine que continuaba siguiéndolo con una determinación casi obsesiva.

Ubben saltó de un techo a otro, apenas haciendo ruido, sus movimientos calculados al milímetro para evitar cualquier caída. Sin embargo, no estaba solo. El joven marine también había optado por seguirlo a través de los techos, demostrando una agilidad que igualaba a la del peliblanco. Esto comenzaba a ser un problema. Ubben podía sentir el sudor en su frente y el pulso acelerado de su corazón. Cada salto era una apuesta, un riesgo que no podía permitirse perder. En un momento de desesperación, el chico de ojos dorados decidió arriesgarse aún más. En lugar de continuar saltando de un techo a otro, se deslizó por un canalón, cayendo con un golpe seco en un callejón estrecho. El joven marine, sin dudar, lo siguió. Esta era la oportunidad que Ubben había estado buscando. El callejón era uno de los que había marcado con una calavera, un callejón sin salida. Corrió hacia la pared del fondo, impulsándose con todas sus fuerzas. En un movimiento acrobático impresionante, se lanzó contra la pared y usó el impulso para voltear en el aire, cayendo detrás del marine que, sorprendido, no tuvo tiempo de reaccionar.

Esto se acaba aquí— dijo Ubben, su voz baja pero llena de una amenaza contenida. El marine desenfundó su espada, y Ubben, con sus senbon en mano, se preparó para el enfrentamiento. La espada del marine cortó el aire con un silbido, y Ubben se movió como un fantasma, esquivando cada golpe con una precisión mortal. Cada vez que tenía la oportunidad, sus agujas se deslizaban hacia las extremidades del marine, causando cortes superficiales pero dolorosos.

La tensión del combate llenaba el callejón, los sonidos de metal cortando el aire, la respiración entrecortada y los gruñidos de esfuerzo resonaban en las estrechas paredes. El marine, aunque hábil, estaba claramente en desventaja. Ubben se movía con una rapidez y agilidad que él no podía igualar. Pero el marine no se rendía. Cada vez que Ubben intentaba acercarse, la espada del marine se interponía, obligándolo a retroceder. El peliblanco, frustrado, sabía que necesitaba un plan diferente. Decidió cambiar su enfoque, utilizando su velocidad no para atacar directamente, sino para desorientar al marine. Comenzó a moverse en un patrón errático, atacando desde diferentes ángulos y obligando al marine a girar constantemente, perdiendo la orientación. En un momento de distracción, Ubben vio su oportunidad. Con un movimiento rápido y preciso, lanzó dos senbon que se clavaron en el muslo y la rodilla del marine, haciéndolo caer de rodillas con un grito de dolor.

Parece que este es tu fin— dijo Ubben, acercándose con cuidado. El marine, aún dolorido, intentó levantarse, pero sus piernas no le respondían. Ubben se acercó con cautela, sabiendo que un marine acorralado podía ser peligroso. Con un golpe rápido y controlado, lo noqueó, asegurándose de que no se levantaría pronto. Recuperando sus senbon, Ubben se tomó un momento para evaluar la situación. No podía quedarse allí por mucho tiempo; otros marines seguramente estarían en camino. Con un último vistazo al marine inconsciente, Ubben se deslizó fuera del callejón, desapareciendo entre las sombras de Loguetown. Sabía que necesitaba moverse rápido y encontrar un lugar seguro para esconderse. Había sido una persecución demasiado cercana, y no podía permitirse un error como ese nuevamente.

Mientras se alejaba, su mente ya estaba trabajando en el próximo movimiento. Necesitaba nuevas agujas, sí, pero también debía encontrar una forma de evitar más encuentros con la marina. Sus ojos dorados brillaban con frustración reprimida mientras se desvanecía en la oscuridad, un cuervo solitario en una ciudad que no lo quería, pero que tampoco podría atraparlo. Recordó entonces haber escuchado de un bar donde el el dueño en ocasiones ocultaba personas por un precio justo... sería buena idea mantener un perfil bajo por un par de días antes de continuar en movimiento.