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El Despertar de Norfeo - Norfeo - 02-09-2024 Norfeo se acomodó en su trono flotante, observando los restos del espectáculo que había orquestado con un deleite perverso. A su alrededor, las sombras danzaban en su propio ritmo, alimentadas por los ecos de la destrucción reciente. Las Montañas de los Lamentos estaban silenciosas ahora, pero el aire aún vibraba con las energías del enfrentamiento. Los guerreros que habían luchado con una furia desesperada ahora se negaban a cumplir su voluntad. Otrora sus actores ahora solo eran un tenue relleno en el vasto teatro de Norfeo. En su esfera, el dios de los sueños y las pesadillas se reclinó, elevando el manto por encima de sus ojos, los cuales juzgaban brillando con una mezcla de satisfacción y hambre por lo que vendría después. No había sido un simple enfrentamiento de fuerza y habilidades; había sido una danza de voluntades, un juego de decisiones donde cada movimiento podía desencadenar un cambio en la narrativa. Y ahora que el telón había caído sobre esta parte de la historia, Norfeo estaba listo para reflexionar sobre los actores que habían participado en su obra maestra. Su mirada, aguda y penetrante, se posó primero sobre Ray. El hombre que, con una irreverencia descarada, había desafiado las normas del juego. El que había convertido la ceremonia en una burla al defecar sobre la fuente de la ofrenda, un acto que en cualquier otra situación habría sido castigado con una retribución divina inmediata. Pero no en los dominios de Norfeo. Aquí, el caos tenía un valor propio, y la irreverencia podía conducir al triunfo. — Ray… Ray… — murmuró Norfeo, su voz serpenteando a través de la niebla onírica que lo rodeaba —. Qué criatura tan fascinante eres. En un mundo donde todos siguen las reglas, tú has decidido que las reglas no se aplican a ti. Y mira lo que has logrado… — Sus ojos brillaron con una mezcla de admiración y diversión. — Has acumulado la mayor cantidad de canicas, incluso después de profanar el mismo ritual que todos reverenciaban. Eres, sin duda, un verdadero ganador en mi juego. La carcajada de Norfeo resonó en el vacío, un sonido que parecía mezclar la burla con el reconocimiento genuino. La ironía de la situación era deliciosa. Ray, el hombre que había mostrado la mayor falta de respeto, había emergido victorioso. Había algo en ese resultado que Norfeo encontraba profundamente satisfactorio. No porque Ray fuera un héroe o un villano, sino porque representaba la esencia misma del caos que Norfeo tanto apreciaba. — El destino tiene un sentido del humor retorcido, ¿no crees? — continuó Norfeo, dirigiendo sus palabras al vacío como si Ray pudiera escucharlo —. Has demostrado que la irreverencia puede ser la clave del éxito. Pero no te confundas… aunque hoy eres el ganador, en mis dominios, nada es permanente. El juego siempre continúa, y las victorias de hoy pueden convertirse en las derrotas de mañana. Así que disfruta de tu momento, Ray, porque el caos siempre tiene la última palabra. Dejando a Ray con su absurda victoria, Norfeo dirigió su atención a otro de sus favoritos. Lobo Jackson, el guerrero cuyo flow era tan elegante como imparable. A lo largo de la batalla, Jackson había danzado con la muerte, moviéndose con una gracia que desafiaba la gravedad y el sentido común. Era como si cada paso que daba estuviera calculado no solo para evitar el peligro, sino para transformar el caos en arte. — Lobo Jackson… — susurró Norfeo, su voz teñida de algo parecido a la admiración —. Tu danza fue una sinfonía de destrucción. No simplemente sobreviviste, sino que lo hiciste con una elegancia que rara vez se ve en este mundo. Cada giro, cada movimiento, era una obra maestra en sí misma. En medio de la muerte y el caos, lograste convertir el campo de batalla en tu propio escenario. — Norfeo cerró los ojos por un momento, visualizando la secuencia de movimientos que Jackson había ejecutado con una fluidez sobrenatural. Había algo profundamente poético en la forma en que Lobo Jackson había abordado la batalla. No era solo un guerrero, era un bailarín en el escenario de la muerte, un maestro de la destrucción coreografiada. Y aunque había caído al final, su danza seguía viva en la mente de Norfeo, como una melodía que se repetía en bucle. — La muerte no ha podido detenerte, Jackson. Aunque tu cuerpo ya no se mueve, el ritmo de tu danza sigue resonando en los confines de mi reino. — Norfeo hizo una pausa, dejando que sus palabras flotaran en el aire —. Ah, Jackson… ¿Cómo podré soportar la próxima danza sin tu presencia? — añadió con una ironía evidente, como si realmente lamentara la pérdida de tal belleza en el caos. — Tantos han caído, tantas almas se han perdido en la vorágine de destrucción. Pero tú, mi querido Jackson, bailaste hasta el último momento. Y por eso, siempre serás recordado en los sueños que vendrán. El dios de los sueños se reclinó de nuevo en su trono, permitiendo que la imagen de Lobo Jackson se desvaneciera lentamente de su mente. Cada guerrero había sido una nota en la sinfonía de destrucción que él había orquestado, pero algunos habían brillado más que otros. Y ahora, era el momento de recordar a aquellos cuya devoción había sido una pieza clave en su juego. Octojin, su cultista predilecto. Había algo en la fe inquebrantable de Octojin que resonaba profundamente con la esencia misma de Norfeo. El devoto había entregado su ser por completo a la voluntad del dios, convirtiéndose en el Avatar de la Sangre en los sueños de Norfeo. Había una belleza oscura en esa devoción, una entrega total que no conocía límites. — Octojin… — musitó Norfeo, su voz acariciando el nombre con una suavidad casi seductora —. Tu fe ha sido recompensada. No solo en esta vida, sino en todas las que vendrán. Eres mi Avatar de la Sangre, la encarnación de mi voluntad en este vasto reino de sueños. Y aunque el juego ha terminado para algunos, para ti, apenas está comenzando. Porque mientras existan sueños, mientras haya sangre que derramar, tu devoción nunca será olvidada. Norfeo permitió que sus palabras flotaran en el éter, como una bendición oscura que se adhería a la esencia misma de Octojin. Era una promesa de eternidad, una garantía de que la fe inquebrantable siempre encontraría su recompensa en los dominios de Norfeo. Luego estaba Byron, el ángel caído que había intentado volar demasiado cerca del sol. Byron, cuya ambición lo había llevado a desafiar las fuerzas mismas que lo habían creado. Norfeo había observado con una mezcla de interés y anticipación cómo Byron se acercaba cada vez más al abismo, hasta que finalmente, el peso de su propia arrogancia lo había llevado a su caída inevitable. — Ah, Byron… — murmuró Norfeo, su voz casi melancólica mientras recordaba la trayectoria del ángel caído —. Intentaste tocar el cielo, pero olvidaste que en mis sueños, yo soy el sol. Y como Ícaro, caíste cuando te acercaste demasiado. Pero no te preocupes… tu caída no ha sido en vano. En cada derrota hay una lección, y en cada caída, una nueva oportunidad para levantarse. Quizás, en tu próxima vida, aprenderás a no desafiar al arquitecto de los sueños. Norfeo sonrió mientras reflexionaba sobre la caída de Byron. Había algo profundamente satisfactorio en observar cómo incluso los seres más poderosos podían sucumbir a sus propios defectos. La arrogancia era un veneno dulce, uno que Byron había probado con demasiada avidez. Y ahora, el ángel caído era una nota más en la sinfonía de tragedia que Norfeo tanto disfrutaba. Y luego estaba Galhard, el marine envuelto en dinero, cuyo amor por la opulencia lo había llevado a su propia perdición. Galhard había acumulado riquezas, había rodeado su ser con la seguridad falsa del oro y las joyas, creyendo que su fortuna lo protegería de las fuerzas que se desataban a su alrededor. Pero en los sueños de Norfeo, el peso de la riqueza era tan peligroso como cualquier espada. — Galhard… — susurró Norfeo, su tono lleno de un desprecio suave pero palpable —. Tu amor por la opulencia te ha llevado a tu propia destrucción. El oro no puede protegerte del abismo, y las joyas no son más que lastre cuando te enfrentas a la verdadera oscuridad. Has caído bajo el peso de tu propia codicia, y por eso, eres una lección viviente para todos aquellos que creen que el poder terrenal puede comprar la salvación. Norfeo dejó que la imagen de Galhard se desvaneciera, reemplazándola por el vacío que siempre acompañaba a la destrucción. Había algo poético en la caída de aquellos que creían tener el control, en la forma en que sus propios deseos los llevaban a la ruina. Y en cada uno de estos actores, Norfeo encontraba un placer sádico en observar cómo sus esperanzas y sueños se desmoronaban en sus manos. Finalmente, después de haber recorrido mentalmente el destino de cada uno de los guerreros que habían participado en su juego, Norfeo permitió que el silencio se instalara en su esfera onírica. Era un silencio cargado de significado, un momento de quietud antes de que la rueda del destino comenzara a girar una vez más. Porque, aunque el juego había terminado para algunos, siempre había nuevas historias que contar, nuevos sueños que tejer. Norfeo sonrió para sí mismo mientras sus ojos se perdían en la vasta neblina que lo rodeaba. El mundo de los sueños nunca descansaba, y siempre había nuevas piezas que mover en su tablero. Pero por ahora, se permitía un momento de satisfacción, disfrutando del eco de las historias que había presenciado y de las lecciones que habían quedado grabadas en su mente. Porque al final, todos aquellos que habían jugado en su juego, todos los guerreros que habían derramado sangre y sudor en su nombre, no eran más que piezas en su gran obra. Y mientras existieran sueños, mientras hubiera mentes que soñar, Norfeo siempre tendría su lugar en el centro de todo. El dios de los sueños se reclinó en su trono, permitiendo que la bruma a su alrededor se arremolinara en un ritmo hipnótico. Ya estaba comenzando a pensar en su próximo juego, en las nuevas piezas que pondría en movimiento, en las historias que aún estaban por contar. Porque para Norfeo, el juego nunca terminaba realmente. Siempre había más caos que desatar, más sueños que moldear, y más voluntades que doblegar. Y mientras los guerreros caídos descansaban, mientras las sombras se asentaban sobre el campo de batalla, Norfeo continuaba planeando, su mente infinita tejiendo las hebras de futuros sueños y pesadillas, mientras atrapa a otros en sus sueños. El Poeta Insomne, continuará despierto otra noche más… Norfeo respiró profundo, dejando que el ambiente se cargara con la energía de los eventos recientes. Sus pensamientos vagaban entre las imágenes de los guerreros que habían danzado en su tablero de juegos, piezas de un ajedrez cósmico cuyo único propósito era el entretenimiento de un dios caprichoso. Había algo delicioso en observar cómo mortales y seres divinos por igual se doblegaban ante la fuerza inexorable de sus propios deseos, de sus ambiciones. Sin embargo, el espectáculo no estaba completo sin la pieza final. Una presencia que había captado su atención de una manera diferente, especial. Norfeo volvió su mirada a la distancia, hacia donde se encontraba Asradi, la sirena de los mares del norte. Su canto aún resonaba en su mente, la melodía cargada de desafío, devoción y una voluntad inquebrantable. Había sido una ofrenda no solo de sangre, sino también de su propia esencia. Norfeo esbozó una sonrisa lenta, casi predatoria, mientras la bruma a su alrededor comenzaba a tomar forma. La figura de Asradi se distinguía entre la neblina, una silueta que se desplazaba con la gracia de las aguas profundas, con esa serenidad mortal que solo los seres del océano podían poseer. — Ah, Asradi… — murmuró Norfeo, su voz cargada de un poder antiguo que resonaba más allá de las palabras —. Tu canto ha llegado hasta mí, tus palabras han perforado el velo de los sueños. Y ahora, te ofrezco lo que tanto deseas. La bruma se arremolinó, extendiéndose como un manto viviente que rodeaba a la sirena. Norfeo no se apresuró; disfrutaba del proceso, de la tensión que se palpaba en el aire mientras la realidad misma parecía desmoronarse ante su voluntad. Con un gesto delicado de su mano, Norfeo hizo que la neblina tomara una forma más definida. Las escamas plateadas de Asradi brillaron con un resplandor espectral mientras se materializaba ante él, etérea y tangible al mismo tiempo. La sirena estaba arrodillada en una mezcla de sangre y agua salada, los rastros de su devoción aún presentes en su piel morena y sus ojos tormentosos, que ahora se fijaban en él con una mezcla de desafío y aceptación. — Has demostrado tu valía, Asradi — continuó Norfeo, su tono cargado de una autoridad serena y omnipresente —. Te has alzado entre los caídos, y tu voz ha alcanzado los rincones más profundos de mis dominios. Te has ganado el derecho de estar a mi lado, de ser parte de esta eternidad que no conoce límites ni fronteras. La sirena mantuvo su mirada fija en él, su postura firme a pesar de la fuerza que irradiaba el dios ante ella. No había temor en sus ojos, solo esa determinación implacable que había llevado a Norfeo a fijarse en ella en primer lugar. Asradi, la que no se doblegaba ante el destino, la que caminaba con orgullo entre la destrucción y la muerte, era ahora suya. — Pero no te equivoques — añadió Norfeo, su tono suavizándose levemente mientras su sonrisa se volvía casi afectuosa —. No eres solo una más de mis ensoñaciones. Eres especial, Asradi. Y por ello, te concedo un honor que pocos han tenido. Con un gesto fluido, Norfeo hizo que la bruma se levantara una vez más, formando un trono de niebla junto al suyo. Era una creación de pura esencia onírica, algo que desafiaba la lógica y la realidad. Un asiento junto a un dios, una posición de poder en un reino donde la realidad se tejía y deshacía a voluntad. — Ven, siéntate a mi lado — ordenó Norfeo, su tono dejando claro que no había opción en su mandato —. Desde aquí, serás testigo de los sueños y pesadillas que moldearán el destino de aquellos que se atrevan a entrar en mis dominios. Serás mi musa, mi consejera, y juntos, daremos forma a las historias que aún no han sido contadas, al menos durante el final de este sueño. Norfeo la observó por un momento, permitiendo que el silencio entre ellos se llenara de significado. Había algo profundamente satisfactorio en ver a alguien como Asradi, una criatura que no solo había sobrevivido a sus pruebas, sino que también había logrado capturar su atención de una manera que pocos lograban. Con un gesto de su mano, Norfeo hizo que el paisaje a su alrededor cambiara. Las Montañas de los Lamentos se desvanecieron, reemplazadas por un vasto océano onírico que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Las olas se movían de manera antinatural, desafiando las leyes de la física mientras reflejaban un cielo lleno de constelaciones que no existían en el mundo mortal. — Este es nuestro dominio — declaró Norfeo, su tono lleno de orgullo y posesividad — Y desde aquí, gobernaremos juntos. Asradi, la sirena que una vez desafió al dios de los sueños, ahora era su compañera en la penumbra de la ensoñación, su aliada en la creación y destrucción de realidades. Y mientras se sentaban juntos en sus tronos de niebla y fantasía, el universo onírico que los rodeaba se arremolinaba en una danza interminable de posibilidades. Y así Norfeo, el Arquitecto de los Sueños, estaba listo para tejer nuevas historias junto a Asradi, historias que desafiarían a los dioses mismos, y que resonarían en los rincones más oscuros y profundos de la mente humana. La eternidad nunca había parecido tan prometedora… |