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[Autonarrada] Sombras en el Mercado Negro - Silver D. Syxel - 06-09-2024 Las calles de la zona Oeste de Oykot eran un laberinto enmarañado de callejones estrechos, donde la penumbra se extendía como un manto sofocante. El sol había abandonado el cielo, dejando que las sombras y el frío viento del mar tomaran el control de la ciudad. Silver D. Syxel avanzaba con paso firme a través de esos callejones, su capa negra, y desgastada, ondeando ligeramente a su espalda y las hebillas de su cinturón tintineando suavemente, rompiendo el silencio de la noche. La luna, apenas visible entre las nubes, bañaba la ciudad con su luz pálida, acentuando la sensación de peligro inminente. Sabía por experiencia que en una ciudad como esa la noche era el momento perfecto para hacer negocios turbios, pero también era cuando los verdaderos peligros acechaban en cada esquina. Los rumores sobre un mercado negro clandestino, escondido en las profundidades de la ciudad, habían llegado a sus oídos poco después de su llegada. Se decía que en ese mercado se podían encontrar objetos exóticos, contrabando de alto valor y riquezas inimaginables, todo circulando entre manos dispuestas a pagar el precio, sin importar cuál fuera. — Esto promete ser interesante —murmuró el capitán para sí mismo, esbozando una sonrisa pícara mientras sus ojos recorrían cada rincón en busca de algún signo de actividad oculta. Había aprendido desde muy joven a moverse en estos ambientes. Sabía cómo leer las intenciones de los hombres antes de que siquiera abrieran la boca y cómo salir de cualquier situación con más de lo que había llegado. Pero también sabía que subestimar un lugar así sería un error fatal. Pues era la clase de lugar donde una simple mirada equivocada podía costarte la vida. El pirata giró en una esquina y se encontró frente a una puerta de madera vieja y gastada, oculta bajo un toldo raído que apenas la cubría. No había ningún cartel, ninguna indicación de que este fuera el lugar que buscaba, pero algo en el ambiente le dijo que estaba en el lugar correcto. Quizás fue la quietud de la calle, o tal vez la sensación de estar siendo observado, pero el capitán sabía que había llegado. — Aquí vamos —dijo en voz baja, llevando la mano al pomo de la puerta. La madera crujió al girarla, y una tenue luz se filtró desde el interior. Al cruzar el umbral y recorrer un pasillo no muy largo, fue recibido por un ambiente completamente distinto al de afuera. El interior estaba iluminado por lámparas de aceite que colgaban del techo, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. Los susurros y las miradas furtivas eran constantes entre los presentes, como si cada persona allí estuviera envuelta en su propio secreto. Mesas dispersas por la sala exhibían mercancías de lo más variopintas: desde armas antiguas y joyas robadas hasta frascos con contenidos extraños que seguramente eran más peligrosos de lo que parecían. Silver se deslizó entre la multitud, su mirada evaluando rápidamente cada rincón del lugar. Sentía las miradas de los demás sobre él, midiendo sus intenciones. No era raro que un desconocido atrajera la atención en un lugar como ese, pero ya estaba acostumbrado a ser observado. Se dirigió a una mesa en la esquina, donde un hombre corpulento, con cicatrices cruzando su rostro, parecía estar a cargo de las transacciones más importantes. El brillo en sus ojos revelaba una mezcla de desconfianza y curiosidad. Podía suponer que aquel hombre no era de los que se impresionaban fácilmente, y que para obtener lo que quería, tendría que jugar bien sus cartas. — Busco algo especial —dijo el pirata, inclinándose levemente sobre la mesa mientras su tono de voz adquiría un matiz casual, casi amistoso—. Algo que valga la pena arriesgarse a estar aquí. El hombre levantó la vista y lo observó detenidamente. Durante un breve instante, el silencio pareció adueñarse del lugar, solo roto por el lejano murmullo de las olas golpeando las rocas de la costa. Finalmente, le respondió con una voz ronca: — Todo en este lugar vale la pena, si sabes para qué usarlo. —Señaló con un gesto vago las mercancías sobre la mesa—. Pero las cosas realmente interesantes requieren algo más que palabras. Silver sonrió con picardía y dejó caer un pequeño saco de monedas sobre la mesa, el sonido metálico resonando como una melodía en la atmósfera cargada de tensión. Aquel pequeño gesto rompió la barrera de desconfianza inicial, y el hombre asintió con un leve gesto de la cabeza, apartando algunos de los bienes más comunes para mostrar lo que realmente guardaba bajo la mesa. Entre las mercancías reveladas, el pirata vio un par de objetos que despertaron su interés: un mapa antiguo, cuyas líneas parecían dibujar rutas olvidadas, y un pequeño cofre de madera oscura, cerrado con un candado robusto. Su curiosidad se encendió al instante, pero se aseguró de mantener una expresión neutral. — El mapa lleva a un lugar que pocos se atreven a buscar —dijo el hombre con una voz baja y conspirativa—. Y el cofre... bueno, eso es algo que debes descubrir por ti mismo, si tienes el coraje. El capitán se tomó un momento para considerar sus opciones. Su intuición le decía que estos objetos podrían ser la clave para desenterrar un tesoro oculto o, al menos, algo lo suficientemente valioso como para cubrir sus deudas y salir de la isla con algo más que polvo en los bolsillos. — Me quedo con ambos —respondió el pirata finalmente, deslizando otra moneda por la mesa para asegurar la transacción. El hombre asintió y comenzó a envolver los objetos en un paño de lino antes de entregárselos. Silver sentía que estaba a punto de salir de allí con una buena recompensa, pero algo en la mirada del vendedor lo hizo detenerse por un momento. El brillo en sus ojos había cambiado, y ahora parecía haber un destello de malicia. Antes de que fuese demasiado tarde, el capitán sintió una presencia detrás de él. Se giró rápidamente, justo a tiempo para ver una figura encapuchada abalanzándose sobre él empuñando una daga en la mano. Con un movimiento rápido y fluido, el pirata desenvainó su espada, bloqueando el ataque en el último segundo. El sonido del acero chocando resonó en la sala, y de inmediato, el ambiente se volvió aún más tenso. — Deberías aprender a esperar tu turno —comentó Silver con una sonrisa sarcástica, mientras empujaba al atacante hacia atrás con un golpe firme. El encapuchado retrocedió, pero no estaba dispuesto a darse por vencido. El capitán, haciendo gala de unos reflejos agudos y su notable destreza, esquivó el siguiente ataque con facilidad y contraatacó con una estocada rápida que rasgó la capa de su oponente, revelando un rostro joven, marcado por la desesperación. — No tienes ni idea de en lo que te has metido —gruñó el joven, retrocediendo mientras intentaba mantener la guardia. — He vivido lo suficiente para saber que nada en este mundo viene sin riesgos —respondió el capitán, su tono ahora más serio—. Pero si tienes algo que decir, sería mejor que lo hicieses antes de que tu sangre adorne el suelo de este lugar. El joven lo miró con furia, pero sus ojos delataban una pizca de miedo. Syxel no era alguien que se dejase intimidar fácilmente, y menos aún cuando tenía la ventaja. Pero antes de que el joven pudiera decir algo más, el hombre corpulento detrás de la mesa intervino, deteniendo la confrontación. — Basta ya —sentenció, su voz firme resonando en la sala—. El trato está hecho. Llévate lo que es tuyo, y será mejor que te vayas antes de que alguien más intente detenerte. Silver miró al joven una última vez antes de guardar su espada. El encapuchado bajó la mirada, frustrado, y se retiró a un rincón oscuro de la sala, donde se perdió entre las sombras. Con el cofre y el mapa ahora en su posesión, el pirata decidió que era hora de marcharse. No debía tentar a la suerte más de lo necesario. Con un último vistazo hacia el edificio que acababa de abandonar, se deslizó de nuevo en las sombras de la noche de Oykot. Sus pensamientos giraban en torno al contenido del cofre y las posibilidades que el mapa ofrecía. Aún no sabía qué había adquirido exactamente, pero tenía la certeza de que esas piezas del rompecabezas lo llevarían a algo interesante. Eso, o acabaría teniendo que explicar a Balagus como había vuelto a desperdiciar monedas que no tenía en otra pista inútil. Pero esa era una alternativa que prefería mantener lejos de su mente. El viento frío le golpeó el rostro, pero apenas lo sintió. Estaba sumido en sus pensamientos, planeando su próximo movimiento. Necesitaba un lugar seguro para examinar su compra, y lo haría en cuanto encontrara una taberna lo suficientemente discreta. Mientras caminaba por las calles oscuras, su mente no dejaba de analizar la situación. Sabía que había atraído demasiado la atención, y que ese joven quizás no fuese el único que intentaría conseguir lo que ahora era suyo. Pero eso no le haría cambiar de opinión. Sabía cómo jugar el juego, y si alguien quería enfrentarse a él, estaba más que dispuesto a aceptar el desafío. Finalmente, llegó a una pequeña taberna en un rincón apartado de la ciudad. El cartel, desgastado por el tiempo, colgaba torcido sobre la puerta, pero la luz cálida que se filtraba por las ventanas le indicaba que el lugar seguía abierto. Silver entró, saludó al tabernero con un leve gesto de la cabeza y se dirigió a una mesa en un rincón oscuro. Con el mapa y el cofre ahora sobre la mesa, se tomó un momento para relajarse. Desenvolvió el mapa con cuidado. Sus ojos recorrían las líneas que dibujaban rutas a través de islas aún desconocidas para él. Tenía la esperanza de que no se tratase de un mapa común, y parecía estar en lo cierto; las marcas indicaban la ubicación de algo oculto, algo que esperaba ser encontrado. Y, por supuesto, estaba convencido de que sería él quién lo encontrase. Con una sonrisa satisfecha, guardó el mapa y volvió su atención al cofre. El candado era resistente, pero no lo suficientemente complicado para su habilidad. Con una pequeña ganzua que llevaba escondida en su bota, trabajó en la cerradura hasta que escuchó un suave clic. Con un leve empujón, la tapa del cofre se abrió, revelando su contenido. Lo que encontró dentro no era oro ni joyas, pero si algo que esperaba que fuese igual de valioso: un antiguo diario de navegación, cuyas páginas estaban llenas de anotaciones, coordenadas y descripciones que parecían encajar con el mapa que había obtenido. No le costó darse cuenta de que lo que ahora tenía en su poder era información sobre alguna ruta comercial. Y enseguida tuvo claro que, si lo que ahí se indicaba era cierto, tendrían la oportunidad de dar caza a un botín mayor del esperado. — Parece que esta noche no ha sido en vano después de todo —murmuró para sí mismo, notablemente satisfecho, mientras guardaba el diario con cuidado. |