El choque del metal repicó como campanas en la noche, avisando a todos los lugareños de la contienda que se estaba dando lugar. El sol se encontraba en su punto más álgido, reflejando su fuerte brillo en los filos. Una suave brisa marina inundó con el olor a madera recién cortada la plaza donde dos espadachines se batían en duelo. Las armas se separaron y ambos dieron un salto hacia atrás seguido de un par de pasos, sin quitarse el ojo de encima, estudiándose mutuamente, como si fuese una coreografía perfectamente planificada.
Cuando el papel se hubo consumido por completo se encaminó hacia el astillero en busca de sus compañeros.
Hacía tiempo que Dharkel no descansaba adecuadamente, especialmente desde que habían perdido el barco y se habían visto obligados a navegar en un diminuto bote. La simple idea de tener que echarse al mar en tan precarias condiciones le quitaba el sueño. Para desgracia de su oponente, la promesa de su capitán de conseguir un barco en el astillero de aquella isla le había hecho dormir profundamente la noche anterior.
Cuando la mitad del pueblo se hubo reunido para contemplar el espectáculo, el hombre que estaba junto a Dharkel en el centro de la plaza sacó un papel del bolsillo, lo desarrugó restregándoselo por el pecho torpemente y extendió el brazo, dando una pequeña vuelta para para mostrárselo a los aldeanos. Se trataba de un hombre de mediana edad, relativamente bajo, de unos ciento cincuenta centímetros aproximadamente, con la piel seca y tostada que denotaba que había llevado una dura vida en el mar. Las canas comenzaban a vestir un cabello y barba oscuro, clareado por el sol. Por sus vestimentas se podía juzgar que había sido un aventurero en el pasado. Una gabardina de cuero marrón desgastado y una camisa que un día fue blanca descansaban sobre su torso. Las botas estaban sorprendentemente bien cuidadas, aunque un ojo experto podría decretar que eran tan antiguas como el gabán. Una cinta a juego recorría su frente, manteniendo a raya el sudor. Una gran cicatriz cruzaba recorría su cabeza, desde la frente hasta prácticamente la nuca.
- ¡Observad todos como el gran Zulop se hace con la cabeza de esta alimaña! – Los vecinos cesaron los murmuros y comenzó a reír. - ¡Observad todos cómo mis días de gloria renacen como el ave fénix de sus cenizas! – Extendió ambos brazos en alto intentando emular la grandeza de sus actos. El arrullo se reanudó.
- No sé cómo tengo que decirte que yo no soy, ¡tú enemigo! – replicó Dharkel. - ¿Cuántas veces tengo que decirte que ese no soy yo? ¡No soy un criminal! – Técnicamente sí lo era, pero no uno buscado. Ladeó de un lado a otro la cabeza en señal de negación. - ¿Trescientos millones? ¿Por un desgraciado como yo? Eso lo has podido dibujar tú a mano.
El dibujo se trataba de un óvalo con varias líneas torcidas que emulaban las extremidades, el pelo largo de la víctima y… ¿una espada? El formato y el tipo de papel eran erróneos. Y por si todas aquellas evidencias no fuesen suficiente, las letras escritas a mano con carboncillo denotaban una clara falta de educación, señalando unas faltas de ortografía que le hicieron especial daño al arqueólogo.
- ¡Blasfemias! ¡El mismísimo Salazar Stone me dio esta misión! – Se volvió a guardar el cartel en un bolsillo, engurruñándolo en el proceso. - ¡Y ahora todos vosotros seréis testigos de mi grandeza!
Sin apenas respirar, el hombre se volvió a lanzar a la carga, lanzando un tajo hacia el cuello. Dharkel, de forma defensiva, interpuso rápidamente su propio filo en la trayectoria cayendo de lleno en la trampa del bravucón. La espada del contendiente cayó en el último momento, trazando una línea diagonal hacia el suelo que cortó el muslo del pirata, quedándose de rodillas. Mientras Dharkel se recuperaba de su asombro, Zulop aprovechó para incorporarse y utilizar la fuerza del impulso lanzando esta vez un tajo ascendente. Con un rápido movimiento de muñecas pudo frenar la ofensiva en el último instante, recibiendo un pequeño corte en la parte baja del abdomen.
Dio nuevamente un salto hacia atrás, intentando ganar distancia mientras su adversario recuperaba el aliento y, posicionando horizontalmente su katana entre ambos, dio un paso y se impulsó hacia el frente, apuñalando al alborotador en el hombro derecho. Éste lanzó su arma en el aire y la agarró con la zurda, apuñalando a Dharkel nuevamente en el vientre. Volvieron a separarse, dejando cada uno un reguero de sangre. Comenzaron una especie de baile, caminando lentamente hacia hacia direcciones opuestas, sincronizados en la agonía y dibujando un círculo rojizo en el suelo.
La danza continuó varios segundos más. La sangre dejó de brotar con tanta intensidad del solarian. Había aprovechado la tranquilidad de aquella oportunidad para regenerarse levemente. Un pequeño tic en el ojo delató a Zulop y ambos volvieron a encontrarse en el centro, intercambiando un sinfín de cortes y choques metálicos durante unos pocos minutos que parecieron una eternidad.
Envueltos en aquella vorágine de violencia, Dharkel aprovechó un hueco en la defensa de su rival para cortar un tendón. Mientras se desplegaba un alarido de dolor que anunciaba el final de aquel sinsentido, derribó a su contendiente dándole una patada en el torso. Se acercó y dio otra patada a la espada, desarmando a su oponente. Le puso un pie en el pecho y le apuntó con su filo, amenazante, cuestionándose si acabar con aquel ser o perdonarle la vida. En el pasado no hubiese tenido este debate interno, pero ahora era un hombre nuevo, o al menos estaba recorriendo el camino para serlo.
- No se lo tengas en cuenta. El pobre sufrió un accidente hace años mientras talaba y desde que encontró esa vieja espada se cree un capitán de Salazar. – Una anciana se acercó al improvisado ring. Hizo una pausa, acercándose todavía más y apoyando una mano en el hombro del vencedor. – Tiene sus cosillas, como todo el mundo, pero normalmente es un chico tranquilo que no hace daño a nadie.
No quería dudar de aquellas palabras, pero lo hacía. Le faltaban un matiz de verdad. Podía ser cierto que había tenido un accidente trabajando, pero la destreza que había exhibido en el combate, aunque oxidada, manifestaba que en el pasado había sido un diestro espadachín.
- Aún tenemos que hacer algunas gestiones en la isla. Nos quedan un par de días. - Hizo un movimiento circular con el hombro, deshaciéndose de la mano de la mujer y lanzó un tajo al aire para limpiar la sangre de la katana. – Procurad que no se vuelva a meter en nuestro camino o el resultado será diferente – dijo con sequedad. Con un suave movimiento volvió a envainar el arma y se agachó. Rebuscó entre los bolsillos de Zulop, quien ahora parecía estar asustando, como si no supiese donde estaba. – Tch. Hoy no voy a tener suerte – se lamentó. No encontró monedas en las ropas de aquel hombre, pero sí el acusatorio papel. Prendió fuego al cartel y se encendió un cigarro con las pequeñas llamas.