Takahiro
La saeta verde
26-09-2024, 07:23 PM
(Última modificación: 26-09-2024, 07:29 PM por Takahiro.)
Verano de 724,
tarde noche del día 7 a 8.
Era una tarde preciosa de verano en la última isla del mar del este. El sol descendía lentamente por el horizonte, iluminando el cielo de una amalgama de colores rosados y anaranjados, que dejaban ver el azul negruzco de la noche que se avecinaba. El paseo marítimo estaba repleto de parejas observando aquella maravillosa estampa, que era digna de ser plasmada en el mejor de los lienzos. Sin embargo, Takahiro Kenshin, miembro de la marina del gobierno mundial, se encontraba solo, apoyando sobre la baranda de un barco de la ilustre Marina del Gobierno Mundial, maldiciendo para sus adentros haber cambiado una noche de guardia con su compañero Atlas. tarde noche del día 7 a 8.
El navío estaba alejándose de la costa con lentitud, ya que durante esa noche y el día siguiente iba a estar en una especie de curso de instrucción para saber como manejar el barco. No entendía la razón por la que tenía que hacerlo, dado que de manejar el navío se iba a encargar siempre un habilidoso timonel con nociones de navegación; o eso era lo que tenía entendido. «Cómo sea yo el que tenga que coger el timón, vamos listos», comentaba en su foro interno, mientras hacía como que escuchaba al alférez Renato hablar. El alférez era un hombre de unos treinta años, de tez morena, cabello bien recortado a máquina y cuchilla y ojos marrones ocultos tras unas gafas de pasta. Bastante guapo para los cánones de belleza de estos tiempos. Vestía con el uniforme reglamentario, aunque tenía las mangas remangadas hasta el codo. De complexión fuerte y gesto severo.
—¿Lo habéis entendido? —preguntó en voz alta.
—Señor, sí, señor —repitió el peliverde, casi al mismo tiempo que sus compañeros.
—¡Rompan filas! —exclamó el alférez—. Menos tú, Kenshin —le dijo a Takahiro, que ya se había dado media vuelta para irse de allí.
—Dígame, señor —le dijo—. ¿Qué desea de mí?
—No te has enterado de nada, ¿verdad? —le preguntó con picardía—. Ya me han hablado de ti —comentó, alzando la mano para que Takahiro no le interrumpiera—. Pasota, bocazas y con dificultades para cumplir órdenes directas de sus superiores…
—Suenas al Sargento Shawn —saltó a decir Takahiro, tratando de ocultar la repugnancia que sentía hacia su superior.
—Más bien sueno como el Comandante Buchanan —le corrigió—. Y entiendo que no soportes a Shawn. Es demasiado estirado. Pero eso no viene al caso. En un barco has de cumplir las órdenes y el procedimiento al pie de la letra. Un fallo y puedes condenar a decenas de hombres buenos.
Takahiro se encogió de hombros.
—Entiendo.
—Así que vente conmigo, que vamos a hacer un repaso de la última hora —le dijo—. Pero más rápido. También me han dicho que eres avispado y coges las cosas básicas al vuelo. Así que no habrá problema.
Y con suma alegría golpeo la espalda del peliverde a modo de confianza, mostrando una amplia sonrisa. Sin embargo, aunque eso se podía considerar un símbolo de afecto entre camaradas, se podría decir que la delicadeza no formaba parte de la forma de ser del Alférez, cuyo golpe hizo perder el equilibrio al peliverde, que no se cayó por la borda de puro milagro.
—Más basto y no naces —saltó a decir Takahiro, dándose cuenta al instante que era su superior—, mi alférez.
—Me vas a caer bien —musitó el Alférez, que comenzó a caminar hacia el interior del navío.
Aunque no lo parecía desde el exterior, aquel barco era bastante amplio en su zona más íntima, por no decir oculta. Además de la cubierta y las salas que había a ras de la misma, que era la sala de mandos y una pequeña habitación con sillas y un par de mesas. Tenía tres subniveles más: en el primero de ellos se encontraba la sala de reuniones, que estaba formada por una pizarra, una mesa rectangular y algunas estanterías, así como un mapa del mar del este. Además, también se encontraba la cocina-comedor, las duchas —que hacía diferencia entre hombres y mujeres—, y los barracones donde dormían. Estos estaban, al mismo tiempo, divididos en cinco pequeñas habitaciones con nueve camas cada una en literas de tres, habiendo una capacidad total de cuarenta y cinco personas. Así mismo, también había dos pequeños camarotes individuales para los oficiales que viajaban en el barco. En el segundo subnivel se encontraba la despensa, la armería, una sala con máquinas electrónicas y una pequeña prisión para un máximo de diez delincuentes. Y en el tercer subnivel se encontraba un acceso cerrado hacia el exterior, mediante el cual se abría una compuerta y servía para meter cargamentos que debían ser protegidos.
—Interesante —comentó Takahiro cuando se lo enseñaron—. ¿Y no sería más coherente tener este tipo de entradas para el cargamento en algún piso más arriba? —preguntó—. Estando tan abajo podría inundarse.
—No sabría decirte… —le respondió—. No soy ingeniero náutico. Yo cuando me subo al barco ya se han encargado de abastecerlo y meterle la mercancía que quieren que llevemos de un lado al otro. Es más, tan solo el oficial al mando suele saber que llevamos y, como ya te darás cuenta, un Alférez rara vez se encarga de ese tipo de empresas.
Lo cierto era que el funcionamiento del barco era como el de un reloj. Los marines trabajaban rápidos y eficazmente en cada uno de sus puestos. En algunos de los lugares tan solo podía escucharse el movimiento de las botas de los marinos sobre el suelo, mientras eran vigilados por sus superiores-instructores en completo silencio. En muchos momentos tan solo podía escucharse el choque de las olas contra el lateral del barco, que avanzaba alejándose de la costa.
—¿Lo ves, Kenshin? —le preguntó—. En un barco todos trabajan en completa armonía.
Takahiro observaba lo que el Alférez Renato llamaba armonía y él lo definía como aburrimiento. Los reclutas y el resto de Soldados Rasos hacían las labores que les habían encomendado en silencio y con movimientos torpes y lentos, incluso sus instructores parecían aburridos. El peliverde no sabía lo que era trabajar en un barco de la marina, pero dudaba que en el Grand Line todo fuera así de tranquilo.
Poco después, echaron el ancla y todos los marines subieron a la cubierta llamados por el altavoz general del barco. Eran un total de quince personas, incluyendo a los tres cocineros que parecían estar algo disconformes de haber dejado lo que estaban haciendo.
Ya era de noche y desde su posición, apoyado en la baranda, podía contemplarse la isla de Loguetown completamente iluminada. Era preciosa, como una isla sacada de un cuento de hadas. Se encontraba absorto mirando a la isla cuando de repente algo chocó contra el mástil, interrumpiendo el silencio.
A lo lejos, una figura comenzó a asomar y acercarse a ellos con gran rapidez. Era un navío de madera bastante pequeño, posiblemente una Balandra de unos diez metros de eslora y cuatro de manga. En su mástil se alzaba una bandera negra con un círculo blanco.
—¡Piratas por estribor! —gritó Takahiro—. Pero cuando se giró todos estaban inconscientes en el suelo.
Aquello que habían lanzado era una especie de gas que, por azar del destino y el viento, no había terminado de propagarse por el lugar en el que él se encontraba. El Alférez Renato estaba también consciente, aunque por la cara que tenía parecía que estaba aguantando la respiración. Le indicó a Takahiro que fuera hacia el interior del barco, algo que hizo el peliverde sin tan siquiera dudarlo. Caminaron hasta la escalera y descendieron hasta el segundo nivel del barco, cerrando una puerta tras ellos.
—¿Por qué hemos bajado? —preguntó Takahiro con cierta disconformidad.
—Tenemos que esperar que se disipe ese gas —le respondió—. Calculo que en quince o veinte minutos podremos subir sin correr peligro de quedarnos inconscientes.
—Algo no me cuadra —dijo el peliverde—. ¿Cómo sabían que íbamos a estar todos arriba? —preguntó.
—Y ahora que lo pienso…, ¿quién ha dado la orden de que subamos todos a la cubierta? —preguntó—. Si el oficial de alto rango en esta instrucción soy yo —soltó una carcajada.
—¡¿Y no has caído hasta ahora?! —El peliverde se llevo la mano a la frente, al ver la actitud relajada de su superior—. La madre que te… En fin. Pude ver el barco y no era muy grande. Vi varios así cuando trabajaba en el puerto de Nanohana —dijo, pensativo, como si estuviera recordando algo—. Creo que puede ser una Balandra, así que como mucho habrá unos cinco o seis tripulantes. Y algo me dice que el último de ellos está haciéndose pasar por marine en el nuestro.
El tiempo transcurría y ambos marines se quedaron esperando a que pasaran los minutos para poder salir. El Alférez orquestó un plan en un abrir y cerrar de ojos, algo que sorprendió en demasía a Takahiro. En primer lugar, aprovechando que estaban en el segundo subnivel del navío, iban a cortar la electricidad del mismo, mediante un botón maestro que se encontraba en la sala de máquinas. La intención de Renato era bloquear las puertas electrónicas, cortar la luz y bloquear el timón. Lo bueno que tenían los barcos de la marina era que tecnológicamente era muy superior a cualquier navío usado por piratas o revolucionarios.
—¿Y si se bloquean las puertas como subimos a la cubierta? —preguntó el peliverde, con incertidumbre.
Renato sonrió.
—No tienes por qué preocuparte —le respondió, sacando de su cuello una llave—. Tengo una llave maestra. ¿Te imaginas que hubiera un pulso electromagnético? ¿O que un rayo cayera en el barco y se fuera la energía? Sería un lío abismal.
El espadachín de cabellos verdosos había subestimado las habilidades tácticas de su superior, pero no pudo evitar sentir cierta admiración y ganas de parecerse a él en un futuro no muy lejano. Una persona en apariencia relajada, inteligente tácticamente y bastante admirado por sus compañeros.
Sin más dilación comenzaron el plan. Takahiro fue a la sala de máquinas y accionó el botón que le dijo el Alférez Renato. Después de hacerlo, casi inmediatamente, se encendieron las luces de emergencia de color blanquecino que había en cada puerta del barco. Cuando lo hizo se podían escuchar desde la cubierta, mediante las ventanas, como los piratas cuchicheaban muchas cosas. Estaban algo nerviosos por lo que pudo oír. Sin embargo, que estuvieran inquietos era algo que parecía entrar en los planes de Renato, que observaba por la ventana con el semblante serio.
Justo después, caminaron hacia la popa del barco en ese nivel. Al parecer, el barco tenía una escalera que iba directamente desde la cubierta hasta la sala en la que se encontraban las celdas del barco. ¿La razón? Que los delincuentes más peligrosos que entraran en el barco fueran desde la cubierta hasta su celda sin pasar por el barco. No debían tener ninguna visual de la distribución del mismo.
Takahiro subió cada peldaño con lentitud, tratando no hacer ruido. Al ir tan lento fue cuando comenzó a sentir la incomodidad de las botas que llevaba puestas, razón por la que se sentó en los escalones y se las quitó para estar descalzo. Estaba más cómodo y se iba a mover mejor, fue lo que le dijo a Renato.
Abrieron la compuerta que se encontraba en la popa y cinco sombras estaban atando y amordazando a los marines. Uno de ellos se encontraba de pie, tratando de forzar la puerta que llevaba al interior del barco.
—Seguro que ha sido el alférez —dijo una voz masculina bastante aguda, parecida a la de un castrati—. No se encuentra aquí.
—Una persona sola no podrá con nosotros —le respondió una voz femenina—. A fin de cuenta, somos seis contra uno.
Al decir la palabra seis el peliverde giró la cabeza y miró a Renato, guiñándole un ojo. Éste, por su parte, asintió con agrado y aprobación. Lentamente volvieron a cerrar la puerta con calma y recularon.
—Dime, Kenshin, ¿cuáles son tus habilidades? —le preguntó.
—Soy un espadachín bastante diestro —le respondió—. Puedo moverle bien en espacios pequeños, pero los prefiero amplios.
—Entiendo —dijo el oficial—. Yo tengo un estilo de pelea que es más útil en áreas grandes. Así que como creen que estoy solo, aprovecharé para salir yo y llamar su atención. Después, ataca a cuantos puedas para quitarlos del medio.
—Entendido —le dijo, poniendo su mano sobre su espada—. Por cierto, yo no ataco mujeres. Como haya más de una…, se las verá usted solito. No entra dentro de mi filosofía.
—¿Eres consciente de la gran cantidad piratas y revolucionarias del sexo femenino que hay? —le preguntó, arqueando los ojos—. Además, eso va en contra de la igualdad que tanto…
—No es momento para discursos sobre la igualdad de género, señor —le interrumpió el marine, que no tenía ganas de escuchar la misma cantinela de siempre.
—Tienes razón, pero ya hablaremos luego sobre el tema.
Tras esas palabras, el alférez salió de allí, desplazándose entre las sombras por el costado de babor. Pudo oír el sonido de varios disparos, que chocaban contra algo de metal. Takahiro asomó la cabeza por la puerta y pudo contemplarlo, su superior estaba luchando con unas cadenas de unos dos metros de largo que movía con tanta soltura que parecía una atleta de gimnasia rítmica con una cinta.
Aprovechando aquello, el espadachín salió por el costado de estribor. Todos sus compañeros estaban atados y medio inconscientes. Redujo la distancia hasta encontrarse dentro de su campo de acción, es decir, hasta estar en una zona cuya distancia entre él y sus enemigos fuera la idónea para su estilo de lucha: el battojutsu.
Visualizó a todos los contendientes que tenía allí: dos de ellos disparaban a Renato, que desviaba las balas con las cadenas de una manera espectacular. Por otro lado, estaba la mujer, en cuyas manos tenía una espada. Aparte también se encontraban dos sujetos aguardando con un hacha de mano cada uno y, al lado de la puerta de acceso, un hombre vestido de marine. Lo había visto en el cuartel del G-31 varias veces, siempre sentado solo y con cara de pocos amigos. En los entrenamientos siempre luchaba cuerpo a cuerpo, y hubiera jurado que Ray le había dado una paliza en alguna sesión conjunta.
El peliverde llevó la mano a la empuñadura de su espada y, después de flexionar su pierna diestra para impulsarse, realizó un fugaz desplazamiento ondulante, casi realizando movimientos en zigzag para esquivar a los marines mientras que, con ágiles movimientos de muñeca tras desenfundar, fue desarmando a los dos tiradores y los sujetos que sujetaban hachas.
—Battojutsu…, serpenteo —susurró el marine, que enfundaba de nuevo su espada, mientras reculaba.
Renato actuó rápido al realizar un barrido con las cadenas para golpear a los tiradores desarmados. El golpe tenía una precisión y una potencia que incrustó a ambos asaltantes en la pared.
Aprovechando esa distracción, el peliverde avanzó hasta el maleante que tenía más cerca, desenfundando nuevo su arma y realizando un corte vertical, que fue esquiva do con suma agilidad. Inmediatamente, el otro sujeto que estaba al lado le atacó. Intercambiaron varios golpes, que tantos los criminales como Takahiro esquivaron con soltura. Sin embargo, aprovechando que sus contrincantes tan solo parecían atacar y defenderse con las manos, el marine avanzó, agachándose en el último momento y trazar un golpe horizontal con su espada, apuntando a los muslos de ambos. El tajo fue un éxito, pues ambos gritaron de dolor. El que era más alto recibió el corte a la altura de la rodilla, por lo que no pudo moverse. El otro fue a atacar a Takahiro, pero antes de que se diera cuenta había recibido un cadenazo.
—Gracias —le agradeció el peliverde.
La mujer también había caído, con un cadenazo en la boca que le había roto los dientes.
El marine infiltrado se arrodilló y pidió clemencia. Todo había acabado.
Horas después llegaron a la costa, con la banda de piratas amordazadas en la cubierta y su Balandra remolcada en el barco marine. Al parecer eran una banda de novatos del mar del este, sin recompensa que querían hacerse notar, cuyo plan consistió en infiltrar en las filas de la marina a uno de sus miembros para, llegados el momento oportuno, aprovechar que tenían una persona dentro para atacar la base. No obstante, cambiaron el plan debido a que muchos de los marines que residían en el G-31 eran bastante poderosos.