— Día 25 de Invierno, Año 719 —
Una fría "residencia", o al menos así la llamaba, era lo único que le daba la bienvenida y le ofrecía un debatible cobijo ante la adversidad de las condiciones en la isla. Cuatro paredes de madera, con dos de ellas seguramente podridas por el tiempo y la desatención, y las otras dos con tal cantidad de maleza que seguramente cualquier animal salvaje con un mínimo de agarre podría escalarlas con facilidad utilizándola como agarraderas. Era un desastre, pero era el desastre que con pesadez tenía que llamar hogar. Y hasta venía con una pequeña tabla que rechinaba cada que la pisaba; estaba seguro que estaba floja, y que un día de estos acabaría con media pierna atravesando el suelo cuando cediera. Poco podía hacer sin materiales para reparar, y aunque los tuviera, su crudo trabajo por inexperiencia probablemente acabaría derrumbándola.
Parecía hecha a mano por un carpintero ermitaño, estando bastante apartada del resto de la sociedad. O quizá solo una persona escéptica de la gente que prefería quedarse en un lugar donde nadie encendiera sus alarmas. Por la razón que fuera, el Lunarian aprovechaba el deseo de aislamiento de quien antes vivió allí para establecer un sitio donde dormir sin congelarse. Aunque fuese de una única habitación que tenía todo, quien la fabricó parecía tener la suficiente buena mano como para añadir un pequeño ático que usaba como trastero al que se llegaba por una escalera de caracól, el cual de hecho debías entrar a hurtadillas para no llevarte un golpe en la cabeza y donde aún habían varias de sus cosas que milagrosamente no habían atravesado el suelo del ático por su peso.
Pasaba frío, pero nada que no pudiera tolerar. La llama que encendía sobre su espalda, en absoluta privacidad para evitar malas miradas, podía ser sorprendentemente cálida cuando la situación lo requería. Mejor aún: Ser un mechero andante le daba una facilidad enorme para encender fuegos con tan solo el combustible y un mínimo de preparación para que no acabara en un incendio; lo último que quería era quedarse sin las cuatro paredes que lo resguardaban de miradas malintencionadas.
Su cuello se sentía mas ligero. ¿Y para quién no sería el caso? Llevar un collar de esclavo tenía esos efectos: Que cualquier pradera se veía mas verde desde su lado, incluso si fuera un trozo de madera flotando en medio del mar. El hombre que se hacía llamar su dueño era cruel como ninguno, una muestra pura de cuán profundamente retorcida puede ser la psique humana cuando no tiene que pagar por consecuencia alguna.
Algunos días eran mejores que otros, pero ninguno realmente podía llamarse un buen día. El hombre parecía tener una particular hiperfijación con arrancar las plumas de Alistair una a una, y parecía disfrutar de los sonidos de dolor que provocaba la acción; como arrancar una uña con una herramienta, solo que restaurándose mucho antes... Y con eso permitiéndose reintentar su sádica idea antes. Por lo mismo, sus alas contaban con varios espacios huecos que le impedían levantar todo su peso adecuadamente. Esencialmente, era un ave sin alas.
Desde hace días que una sensación premonitoria de presa perseguida se apoderó de él, sintiéndose acechado cada vez que salía de casa a conseguir comida. Lo que empezó como una incomodidad que le provocaba ansiedad empezó a escalar, hasta el punto en que juraba haber visto una sombra por los bosques, algo que descartó cal encontrarse con tan solo una criatura herbívora tímida de tamaño mediano ocupándose de sus propios asuntos que huyó al momento que el Lunarian se acercó demasiado. Tenía mas que claro que lo invadía la paranoia, no quería volver a la cadena de ese Tenryubito. La idea le aterraba y provocaba temblores en el cuerpo, además de un escozor traumático en sus alas. Primero muerto que nuevamente su esclavo.
Esa tarde, cuando regresaba con un puñado de bayas forrajeadas, la sensación se manifestó en él mas fuerte que nunca. Sus ojos no dejaba de ver a los lados en busca de algo, intentando validar lo que sentía como más que delirio persecutorio, casi queriendo encontrar a alguien a punto de ponerle un filo al cuello. Era mejor que perder todo ápice de cordura en medio de una isla deshabitada.
Pero sus temores se confirmaron cuando sus ojos fueron hacia su izquierda siguiendo su rutina paranoica, persiguiendo un objeto fuera de lugar en la escena que observaba a diario; un hombre humano de facciones faciales genéricas que, sin medir palabra, lo observaba desde lejos. Sus características físicas carecían de importancia contra el cañón del arma que había desenfundado, apuntándolo en su inmediata dirección. Fue como si el paso del tiempo se detuviera por un instante, capturando ese único marco para exhibirlo. Pero aquello no era una metáfora artística ni mucho menos: Ese momento era tan real como el proyectil que le daría de lleno si no se movía inmediatamente.
Su cuerpo entero tembló, aterrado, y sus piernas cedieron completamente para hacerlo caer al suelo; una coincidencia que le permitió evadir el primer disparo. Pronto, sus instintos más primitivos tomaron rienda de sus acciones y se encontró corriendo como pudo al interior de la casa a cuatro patas, pateando tierra y maleza a sus pies para impulsarse desesperadamente; si no fuera por la barandilla a un lado de la escalera, seguramente el siguiente tiro si habría acertado, a cambio solo llevándose trozos astillados en su rostro y un rasguño sangrante en su párpado que le quitó la vista de un lado. Si antes estaba en una desventaja, ahora mismo lo era más.
Alistair entró a la pequeña residencia, ahora sirviendo como tan solo un obstáculo menor para el hombre desconocido antes de que decidiera descargar su arma en la decrépita estructura. Ataque de pánico se quedaba corto: Su mirada estaba borrosa, sus manos no paraban de temblar y su respiración estaba completamente descontrolada, empeorando los dos defectos anteriores. En toda su vida, era la primera vez que se enfrentaba a una situación de vida o muerte, y en él no solo pesaba el hecho de que podía perder su vida hoy mismo, sino que su única salida de ese desastre implicaría quitársela a alguien más.
Otro tiro clavándose en la pared fue lo que sacó al Lunarian de su trance con infalible eficacia, aunque era mas correcto decir que se movía por instinto. Del suelo cercano levantó su única reliquia del día de su escape: Una katana que había robado de uno de los guardias en medio del caos que había formado el Ejército Revolucionario para sacar a todos los esclavos del lugar, un arma mellada y en completa falta de mantenimiento desde entonces. Tenía apenas filo suficiente para cortar madera con dificultad... Y en el peor escenario, podía usarse como un excelente bate si se lo partía en la cabeza a alguien.
Debía actuar, y rápido. Con tan poco espacio para moverse y todavía menos para esconderse, un confrontamiento sería inevitable.
...
El cazador entraría al hogar tan solo instantes después, derribando la débil puerta de una patada, con la cerradura aguantando pero la madera alrededor del soporte y la cerradura cediendo al momento de recibir la fuerza aplicada. No había señales del Lunarian por ninguna parte, por mucho que su mirada paseaba a cada lado de la puerta ¿Cómo es que un ser de su tamaño podía solo desaparecer en unos segundos en un espacio tan limitado? La verdad era que no podía, seguía ahí con él, y un sospechoso chirrido desgarrador en la madera junto a un vistazo hacia arriba lo confirmó.
Tan grande como pudiera ser el chico alado, era sorprendentemente ágil; al final era de los más pequeños entre su raza, cuyo mínimo estaba en los 2 metros de altura, y el cuerpo de su raza estaba adaptada a mover cuerpos notablemente mas pesados que el de él. Se había colgado de la viga mas fuerte, cuya edad hizo que empezara a ceder casi inmediatamente tan pronto como el Lunarian puso todo su peso en ella.
Se labró una oportunidad, aún cuando su corazón retumbaba tan fuerte que lo escuchaba en sus propios oídos. Aquello empezó como una pelea a muerte, y no podía acabar de otra manera.
— ¡DEJAME EN PAZ DE UNA PUTA VEZ! — Lo mas parecido a un grito de guerra que le quedaba al pacifista que era Alistair. Estaba rompiendo sus principios vilmente, por evadir una cruel vida que le había sido impuesta.
Se dejó caer, espada en la mano opuesta, dispuesto a dar un golpe que pudiera acabar con la pesadilla. Pero ¿Cuántas veces funcionaba realmente intentar blandir una espada con las manos temblorosas, sin experiencia y con la visión en túnel? El golpe falló, llevándose una de las pistolas del hombre en el corte mal apuntado y chocando el filo con tal fuerza contra el suelo que la magullada hoja se partiría en dos, quedando en sus manos menos de un tercio de su filo. Un cuchillo de cocina glorificado, en esencia. Su mirada de pánico lo dijo todo: Había firmado su sentencia de muerte.
Lo siguiente que sintió fue la misma patada que derribó la puerta golpearlo en el mentón, haciéndolo retroceder hasta que quedó en el suelo de lado, apoyándose sobre sus brazos para no quedar totalmente tumbado contra la madera. El hombre iba con un segundo cañón que no dudó en desenfundar tan pronto perdió el primero, colocando al Lunarian entre la mirilla mientras que su dedo pronunciaba la amenaza de dispararle en el entrecejo.
— Te vienes de vuelta. Ahora. — El cazador era cortante y parecía molesto -con toda razón, estuvo a punto de perder la cabeza-, pero el diminuto temblor de su arma parecía inseguro, tan dubitante como el de Alistair. Tan solo era una víctima más, pero no era algo que el esclavo descubriría aún.
Lejos de notarlo, las palabras del hombre armado tan solo rebotaron en su cabeza una y otra vez, el miedo paralizante apoderándose de él mientras veía cómo su libertad se escapaba por entre sus dedos. Pensó incluso en abalanzársele encima sin importar su seguridad, esperando que jalara el gatillo contra su pecho y así no tener que sufrir lo que seguiría a su vida en cautiverio retomada. Esclavitud o muerte... Era una decisión imposible.
O lo era, hasta que un pequeño chirrido lo despertó de su trance. El extremo de la pequeña tabla que tanto lo aquejaba estaba bajo su mano, a un empujón de una última oportunidad para una vida libre... Tan libre como podía conseguir un esclavo de un Dragón Celestial.
Empujó con fuerza su extremo para que la tabla aflojara, y como una palanca, el otro extremo se levantó y lo golpeó en los bajos con tal fuerza que saltó un poco al sentirlo. Una táctica extremadamente sucia, pero en una situación así, un poco de deshonor estaba por encima de perder la vida o la libertad.
Le saltó encima a la primera que se encogió por el dolor, no mejor que un animal salvaje buscando derribarlo, arrastrando al humano fuera de casa hasta que quedó contra el frío camino de tierra en la salida de su hogar. Y cuando su peso estuviera sobre el cazador, empezó a golpearlo. Una, dos, tres... Desde el cuarto, todo fue un borrón. Un golpe tras otro, todo lo que recordaba eran los gritos de Alistair alimentados por su frenesí psicótico que lentamente se convirtieron en ruido blanco, y el dolor en sus nudillos que aun así se rehusaban a detener su asedio.
Cuando su psicosis cedió, lo que había frente a él era un hombre con el rostro ensangrentado y deformado, sin respuesta alguna. Lo había hecho. Había acabado con una vida, y la sangre en sus manos era la prueba mas fidedigna.
— No. Nononononono¡nono! — Lo que hace poco fue un frenesí de adrenalina se convirtió muy rápidamente en desesperación, colocándose sus manos en las mejillas en un intento de no mirarlas. De quitárselas de su vista. Quizá si se las arrancaba, no tendría sangre de otro en ellas, pensó.
Una tos. El cazador moribundo tosió sangre una única y extensa vez, una respuesta autónoma de su cuerpo por expulsar la sangre que le llenaba la boca e impedía respirar correctamente.
La mirada de Alistair quedó completamente en blanco así como sus pensamientos, por un momento disfrutando de una paz como ninguna otra mientras escuchaba un pitido en sus oídos: Al final su cruce del taboo que era asesinar no había sido más que una ilusión. Su respiración se relajó, su mente regresó a su control y él... Alistair tan solo podía ver al hombre maltratado con una expresión vacía, quemada por el exceso de turbulentas emociones momentos atrás, antes de analizar cada detalle de la retorcida experiencia. Una marca sobresalía de la camisa del hombre, la cual descubrió parcialmente para identificar... La marca de los Tenryubito en su pecho.
Quería echarse a reír para luego echarse a llorar. ¿Qué clase de puta broma enfermiza era esa? Un esclavo contra un esclavo... Sin aliento, se dejó caer a un costado hasta que quedó de espaldas mirando al cielo, brazos y piernas completamente extendidos. — Todo esto es cruel... Demasiado cruel... —
No quería decir nada. No más que lo único que pensó en ese momento.
— Quizá... debería buscarlos. Ayudar a hacer un mundo mejor... — O al menos uno donde dos hombres no tuvieran que enfrentarse por el goce de un tercero. Quería traer libertad, y remover poder a gente tan retorcida. Necesitaba remover ese mal de raíz. Necesitaba ofrecer su ser a la revolución.
Pero eso sería una historia para otro momento.