Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
[Aventura] [T1 Autonarrada Pasado] El nacimiento de un héroe 2
Harper Harrison
Big Hammer
Los gritos del vigía alertaron a toda la tripulación, la Isla de Cozia estaba a escasos minutos.Tras el aviso de tierra firme, todo el mundo comenzó a recoger sus cosas y a prepararse para desembarcar. La calma tras la tormenta se había acabado y se tornó en un caos repentino en el que los gritos y el ajetreo de la gente se adueñó de cada estancia del barco. Harper agarró todas sus pertenencias, que tampoco eran demasiadas y las metió en un saco. Antes de irse, quería despedirse debidamente del Capitán del barco por haberle permitido estar allí y tratarlo como uno más sin conocerlo de nada y, también, de Ted, con quien había cogido mucha confianza hacía unas horas tras charlar sobre haberle salvado la vida. Sentía verdadero alivio de haber coincidido con un grupo tan agradable, a diferencia de los pescadores con los que estuvo trabajando unos meses atrás, quienes más que ayudarle le hicieron un poco la vida imposible con tantas quejas y exigencias. De muy buena gana Harper obedecía, por sentirse en deuda, nada más, pero ganas no le faltaban de mandar a paseo a todos esos impresentables desagradecidos. ¡Incluso llegó a evitar la destrucción de la red de pesca! Por culpa de unos papanatas, la red se enganchó en unas rocas puntiagudas cercanas a un islote cercano a donde estaban pescando e intentaron seguir tirando forzando al máximo los hilos. Pero Harper estuvo atento y, tras apartar a los pescadores de la red, la zarandeó en vez de estirarla para que acabase soltándose y así poder recogerla sin problemas. En vez de agradecerle el gesto, le hicieron la cruz y no lo dejaron tranquilo en todo el viaje. 

Harper finalmente llegó al camarote del Capitán, golpeó la puerta con vehemencia y esperó pacientemente hasta que escuchó un estruendoso: "¡Pase!". Abrió la puerta y se encontró con el pobre grandullón agobiado y atareado organizando todo. Se frotaba su frondosa barba y se rascaba su calva con un gesto pensativo en la cara, Harper se percató de esto y le preguntó: 

- ¿Todo bien, Capitán? - Preguntó aún sabiendo la respuesta

- ¡Pues no, hijo, no está bien! La mitad de la mercancía que teníamos que entregar aquí se echó a perder con la tormenta de ayer y tengo que dar explicaciones a los mercaderes que me están esperando deseosos en el puerto. Ya me veo venir lo que me dirán: "Pues no es mi culpa que se os pierda en una tormenta, yo exijo lo que he pedido" ¡Señora, ¿y qué espera que haga?! ¿Comerme una Akuma No Mi que me permita traer de vuelta sus pedidos? Agh... - El Capitán se percata del discurso que ha presenciado Harper y comienza a ruborizarse. - Si... Ejem... Dime chaval, ¿querías algo?

Harper se quedó parado mirándole aguantándose la risa porque siempre le ha parecido un sujeto muy carismático y divertido, pero seguramente se molestaría al estar tan nervioso por la situación. Instantáneamente se recompuso y le dijo:

- ¡Sí! Venía a darle las gracias por todo lo que han hecho por mí, llevo bastantes semanas con ustedes y me han tratado como uno más del barco. Estaré eternamente agradecido y si alguna vez volvemos a encontrarnos, no dude en que les devolveré el favor. - Agachó el torso en señal de respeto mientras sus ojos se volvían vidriosos.

- Jeje... De verdad... Eres especial, chaval, lo vi en ti desde el primer día. Por eso te dejé subir al barco y por eso todos te tratan como uno más. Pero no tienes que agradecer nada, te has ganado tu puesto aquí a base de esfuerzo y compañerismo. Prométeme que tendrás cuidado por estas tierras y que te cuidarás mucho, ¿vale? - Dijo el Capitán esbozando una gran sonrisa a pesar de estar sepultada por su frondosa barba. 

- ¡Se lo prometo! - Dijo Harper con convicción.

Tras ello, salió del camarote del Capitán y, efectivamente, el barco estaba a punto de amarrar en el puerto de Kuhulu. Bajó las escaleras del camarote y se apolló en la borda mientras vislumbraba la ciudad. Nunca había visto una urbe tan grande, la cantidad de casas y edificios sobrecogió a Harper pero a la vez le entró un sentimiento ansioso, que comenzaba a abrumarle. Había tantas opciones, tantas calles y tantas cosas por hacer que no sabía por donde empezar. Al rato, sintió una presencia a su izquierda, apollado también en la borda. Era ni más ni menos que Ted, que también estaba listo para desembarcar y bajar la mercancía del barco, y miraba a Harper con una gran sonrisa. 

- ¿Qué? ¿Listo? Te esperan grandes aventuras, muchacho. - Dijo con ternura.

- Sí, la verdad es que sí. Todavía no puedo creerme que esté ya aquí tras tantos meses de viaje. - Dijo Harper mientras echaba de nuevo un vistazo a la ciudad de Kuhulu. 

Ambos se quedaron un par de minutos en silencio pensando y visualizando el basto mundo que tenían por delante. A Ted se le veía cambiado, mucho más animado y con una mentalidad diferente desde la conversación con Harper. Probablemente, las cosas le irían mejor de aquí al futuro. Decidió romper el largo silencio concluyendo:

- Todo te irá bien, Harper. No cambies nunca. - dijo mientras le golpeó levemente el hombro y se alejó a hacer otras cosas en el barco. Seguramente no le gustaban las despedidas y no quiso afrontarlo como tal. 

Harper aceptó de buena gana el gesto de Ted y sonrió. A los minutos ya desplegaron la tabla para poder bajar del barco y no fue sino Harper quien la inauguró bajando un par de barriles para ofrecer su ayuda una última vez. Entre gritos y vítores se alejó despidiéndose de sus compañeros y sonriéndoles dándoles las gracias. 

El puerto era extremadamente bullicioso, había mucho jaleo y ajetreo, un tanto caótico, pero agradable. Lo primero que quería hacer Harper era encontrar un lugar donde alojarse unos días hasta abastecerse bien, por lo que paró a unas señoritas que circulaban por allí para pedirles indicaciones hacia la taberna u hostal más cercano. 

- Sí, ¡claro! Mira, debes gir... 

Sin embargo, en aquel momento, un ladrón robó las pertenecias de una de las señoras y salió corriendo. Harper, sin dudarlo, salió detrás de él dejando su bolsa junto a las señoras y gritando al delincuente. El ladrón era bastante ágil, casi no podía seguirle el ritmo. Intentó despistarle por unas calles que se alejaban del bullicio y se adentraban en una zona más alejada y no tan cuidada como donde desembarcó Harper. La gente parecía más hostil y no parecía que quisiesen que nadie pasara por allí. Es entonces cuando el ladrón se frenó junto a un grupo de otros dos hombres y se volteó para encarar a Harper.

- Lárgate si no quieres problemas, forastero. Esto no te concierne. - Dijo mientras apuntaba con el dedo.

Harper frenó entre jadeos pero, tras escuchar su frase, se recompuso y le contestó:

- Eso que llevas ahí no te pertenece. Devuélveselo a su dueña y no tendrá por qué ocurrir nada. - Concluyó mientras les echaba una mirada decisiva confrontándolos directamente. 

- ¡Jajajajaja! - Comenzó a golpearse el muslo. - ¿Te atreves a amenazarnos? ¡A por él! - Dijo mientras se abalanzaba hacia Harper. 

Se dio cuenta de que iban armados, fue entonces cuando Harper se llevó la mano a la espalda y agarró la única pertenencia que no había dejado con las señoritas, su querido martillo. Respiró profundamente y se abalanzó hacia los ladrones. Los otros dos sobrepasaron al que Harper había estado persiguiendo, era normal, el otro acababa de correr a sprint durante varios minutos y estaba algo cansado. Uno de ellos llevaba una daga y el otro una simple barra de hierro. Al ver cómo se acercaban, Harper frenó su abance y comenzó a cargar el golpe, esperando el momento perfecto. Cuando ya estuvieron a su alcance, soltó un brutal barrido horizontal con el martillo con el que alcanzó al ladrón de su derecha, el que portaba la barra de hierro, pero no alcanzó al de la daga, que esquivó el golpe a duras penas retrocediendo hacia atrás. Éste lanzó una estocada pero, por suerte, debido al paso atrás que dio para esquivar el martillo, no llegó a clavarsela a Harper. Ahora era el turno del tercero, el ladrón que persiguió, quien aprovechó el momento perfecto para asestar un puñetazo en toda la cara a Harrison. Este dio un paso atrás, debido al impacto, pero no tardó en recomponerse y lanzar una patada al susodicho ladrón. Fue ágil, y consiguió evitar la patada, pero por suerte, al igual que el de la daga, retrocedió. El ladrón de la barra de hierro estaba aún en el suelo intentando asimilar golpetazo que había recibido con el martillo pero era incapaz de moverse, ahora era un dos contra uno.

- Ya habéis visto cómo ha quedado vuestro amigo, no quiero tener que haceros daño a vosotros también. - Dijo Harper con una voz más imponente de lo habitual. 

Los ladrones hicieron caso omiso a sus palabras y volvieron a lanzarse al ataque. El desarmado retrocedió un poco y agarró la barra de hierro de su compañero caído, por lo que al de la daga atacó primero. Esta vez quiso entrar rápidamente en el rango de Harper y dificultar un posible golpe con el martillo, así lo hizo. De nuevo, intentó otra puñalada en el torso, pero Harper, lanzando el martillo hacia arriba, agarró de la mano fuertemente al ladrón para frenar la daga. Es entonces cuando, de un tirón, levantó al ladrón estampándolo contra la pared y haciéndole soltar la dichosa daga. Pero el tercer asaltante aprovechó y golpeó con todas sus fuerzas a Harper en la cabeza con la barra de hierro. 

Harrison cayó al suelo aturdido, todo estaba borroso y seguía escuchando el pitido metálico de la barra que le golpeó. Notaba la frente húmeda, probablemente le hizo una brecha en la cabeza y comenzó a sangrar. El ladrón que quedaba en pie se acercó a Harper y le lanzó otro golpe a la cabeza que le dio de lleno, cayó inconsciente, o al menos eso creía él. La respiración agitada del ladrón era lo único que se escuchaba en esa apartada y maloliente calle, le había golpeado con todas sus fuerzas y estaba satisfecho. Se dio la vuelta con intención de agarrar a sus compañeros para cargarlos pero... Sintió algo extraño, una brisa. El martillo de Harper estaba volviendo de su lanzamiento anterior y le golpeó de lleno en la cabeza tumbando al ladrón en seco, la suerte estaba de parte de Harrison ese día. La escena acabó con los cuatro en el suelo desplomados. A los minutos, Harper volvió en sí, completamente dolorido y mareado por los dos terribles golpes que recibió en el cráneo. Vio su martillo a su lado y, con dificultad, se puso en pie apoyándose en él. Los tres ladrones seguían en el suelo sin moverse, pero Harper, debido a su preocupación, se acercó a ellos para confirmar que seguían con vida y que no requerían de un médico. Los colocó suavemente apoyados en la pared y agarró las pertenecias que le habían robado a la señorita. Se marchó de allí cargando su martillo a su hombro con una mano y respirando profundamente.

Mientras volvía al puerto, se dio cuenta de que goteaba sangre de su cabeza, pero él prosiguió, dado que debía llegar a sus pertenencias para poder vendarse o limpiarse la herida. Finalmente llegó junto a las señoritas, que seguían allí esperando con su saco, quienes les recibieron completamente sorprendidas. Harper intentó articular palabras con dificultad:

- Aquí... Tienen, señoritas... - Dijo mientras se posaba la mano en la frente y veía como se le manchó por completo de un rojo intenso.

- ¡Estás sangrando! Ven con nosotras, ven a mi casa, te curaré esa herida como agradecimiento. ¡Eres todo un héroe! - Dijo una de ellas mientras le agarraba del brazo para que le acompañase mientras la otra agarraba su saco.

Por suerte, las señoritas no vivían muy lejos de allí y Harper pudo tumbarse en una cama mientras ambas intentaban tratarle como buenamente podían. Debido al dolor y al cansancio, se durmió durante unas cuantas horas. Al despertar, lo hizo con un sobresalto, pues le vinieron los recuerdos de la pelea, asustando así a las dos damiselas. 

- ¡Menudo susto! Tranquilo, está todo bien, Margarett y yo hemos cuidado de ti. Te hemos curado y vendado la herida y en seguida te encontrarás mejor. - Dijo con una gran sonrisa mientras agarraba fuerte la mano de Harper. - Dime, ¿cómo te llamas? - Preguntó con curiosidad. 

- Har... Harper, Harper Harrison. - Dijo Harper consternado. - Lamento mucho que haya tenido que hacer esto, de haber sido más precavido no habría recibido aquellos golpes. - Concluyó mientras agachaba la cabeza. 

- ¡No digas sandeces! Recuperaste nuestras cosas y le diste una lección a ese ladroncuelo de tres al cuarto. Estamos muy agradecidas de lo que hiciste y, qué menos, que agradecértelo de esta manera. - Dijo intentando encontrar los ojos de Harper que la evitaban por vergüenza. 

- Gracias... Eres muy amable. - Sornió mientras le devolvía la mirada. - Tu compañera es, ¿Margarett? Y, ¿tú eres? - Preguntó dubitativo. 

- Soy Sandy, Sandy Kuport. 

- Muchísimas gracias por todo, Sandy. No les molesto más, cojo mis cosas y... - dijo mientras se levantaba pero le interrumpieron.

- ¡No molestas! Y estate quieto, debes reposar. ¿No estabas buscando cobijo por unos días? Pues, ¿por qué no te quedas aquí? A nosotras no nos importa y así te devolvemos el favor. ¿Qué te parece? - Dijo Sandy con los brazos en jarra abalanzada sobre nosotros. 

Harper comenzaba a encontrarse mejor, los cuidados de Margarett y Sandy habían sido muy efectivos y, se notaba que, querían ayudarle de verdad. Por lo que esbozó una gran sonrisa y respondió:

- De acuerdo, ¡acepto! Pero sólo unos días, que no quiero abusar de su confianza. - Concluyó con seguridad. 

Harper no lo sabía, pero acababa de iniciar una bonita amistad que acabaría siendo muy importante para él. Y, así, acababa el primer día de Harrison en la Isla de Cozia. Ayudando a gente con problemas, consiguiendo un hogar en el que poder vivir un tiempo y un buen chichón en la cabeza que le recodará que no debe tomar a la ligera a ningún enemigo de aquí en adelante.
#1


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