¿Sabías que…?
... Oda tenía pensado bautizar al cocinero de los Mugiwaras con el nombre de Naruto, pero justo en ese momento, el manga del ninja de Konoha empezó a tener mucho éxito y en consecuencia, el autor de One Piece decidió cambiarle el nombre a Sanji.
[Común] [C-Pasado] Los tres colmillos del cuervo [Priv. Anko]
Alistair
Mochuelo
Día 37 de Primavera, Año 720

En un mundo roto, lleno de personas dispuestas a herirte por un mínimo de comida, la diferencia entre tener poder o carecer de éste era determinante para la vida que pudieras llevar. Tanto como le pesara tener que admitirlo hasta el fondo de su corazón, contar con la capacidad para combatir había dejado de ser una comodidad para convertirse en un requisito; desde que tomó la oportunidad para escapar de las garras de ese Tenryubito... No, desde el día en que nació con un par de alas negras montadas en su espalda, había sido condenado a ser incompatible con una vida pacífica y acallada, sin tener que ver las consecuencias del conflicto. Cuán fácil sería todo si tan solo pudiera elegir una vida diferente, de lejos mas ignorante de lo que pasaba a su alrededor.

Pero tenía que admitir, solo para sus adentros... En parte agradecía tener el potencial para obtener poder. Después de todo, había nacido con el deseo de ayudar a los demás, y proteger a quien lo necesitara. Y de la misma forma en que un par de espadas podían usarse para lastimar y amedrentar a otros, no eran más que herramientas capaces también de ser un bastión para resguardar a los más débiles tras su filo. ¿De cuándo un superhéroe podía permitirse el lujo de sentarse y ver los días pasar en total inacción, esperando que alguien más hiciera su trabajo por él? Alistair no era ningún superhéroe, siquiera era un soldado de la armada revolucionaria en ese momento, sino tan solo un chico alado con aspiraciones de unirse a ellos. Por eso buscaba poder, fue a él. Fue a DemonTooth, en busca de crecimiento físico y espiritual.

Los rumores se extendían como el fuego y llegaban a los oídos de todos, incluso a los de un chico despojado de su pasado como él. Hablaban entre susurros de un estilo que había producido ecos en partes del mundo, señas de la peculiaridad que era observar a espadachines utilizando tres armas al tiempo y salir victoriosos en el proceso. Lejos de lo que el ojo inexperimentado pensaría, los espadachines del Santoryu exhibían una proeza envidiable que llegaba hasta hazañas capaces de biseccionar montañas limpiamente... Bueno, quizá eso ya era la naturaleza extravagante de pasar susurros cual teléfono roto.

El viaje hasta la isla fue... menos que agradable. Aún un paraíso comparado con los tratamientos de esclavo que recibía en el pasado, pero siempre agradecería ir en algún contenedor más espacioso que una caja repleta de equipo para pescar, presumiblemente para poner a la venta tan pronto llegaran a la isla. No podía esperar más; el Lunarian era contrabando humano para ese punto, transportado por el dueño de la embarcación a quien pagó por medio de intercambio de servicios médicos. El aroma que desprendía dejaba claro que más de una vez había sido usado para transportar carnada, y que en varias ocasiones de esas había habido accidentes que habían impregnado el aroma en cada pared del recipiente de madera. Con lo bueno que era el material para retener olores... Lo primero que hizo al arribar fue darse la mejor ducha de su vida, o las plumas de sus alas acabarían por impregnarse de ese aroma nauseabundo por días. Si tan solo hubiera tenido el dinero para pagar un taxi marítimo...

Hecho eso, su primer paso era encontrar información: Podía saber que el estilo provenía de DemonTooth, y que allí quizá daría con alguien que supiera direccionarlo mejor hacia su destino. Pero estaba buscando una aguja en un pajar, o lo que era lo mismo: Estaba buscando un dojo en una isla entera. Incluso con sus capacidades de vuelo, el tiempo que tendría que invertir en tal búsqueda no era ninguna broma. Muy por el contrario, sería una actividad tortuosa que pondría en prueba la paciencia con la que pudiera contar a su disposición. 

No era tan torpe de buscar a ciegas hasta que algo cayera: Si iba a dar con cualquier lugar, lo mejor era empezar por el asentamiento mas cercano al puerto y avanzar desde allí. 

Detuvo a la primera persona que se cruzó por su camino, que se moviera con suficiente soltura por el sitio como para parecer un local. Al menos tanto como sus ojos podían decirle de esas características en un completo desconocido. — ¡AH! Disculpa, ¿sabes dónde puedo encontrar el Dojo de los espadachines que usan tres espadas? San... Santo... Santoalgo, no sé. — Ni sabía bien el nombre del estilo; había escuchado tantas variaciones del mismo juego de letras que no se había molestado en memorizarlo, siendo el único denominador en común las cinco primeras letras.
#1
Anko
Médica Despiadada
El destino siempre es incierto, lo que puede ser un día agradable y lleno de novedades, se podría transformar en la peor tragedia que se haya podido vivir hasta ese punto. De igual forma, un día gris y nublado puede ser iluminado por los rayos del sol, dando paz y tranquilidad a quienes disfruten de estos acontecimientos. La monotonía siempre puede ser destronada sin previo aviso, dando lugar a nuevas experiencias, amistades, soluciones y dificultades.

Un día como cualquier otro, la joven Anko se despojaba de la calidez que le otorgaban las sábanas de su cama para comenzar con su día. Tenía que admitir que odiaba levantarse temprano, envidiando a aquellos que salían de sus habitaciones hasta el mediodía, incluso mucho más tarde, pero al final tenía que hacerlo. Su intención siempre fue ingresar a las filas de la marina y proteger a la gente de la malicia que cargaban los criminales consigo, quería evitar que alguien más pasara por lo que ella tuvo que pasar, saber que su madre había muerto producto de la crueldad de unos piratas desalmados le hacía hervir con ira, lo cual, afirmó más sus deseos de unirse a la marina.

La rutina que tomaba día a día comenzó pocos años atrás con el suceso traumático de su vida ya descrito. Pero su gusto y admiración por los espadachines provenía desde momentos más atrás. Todo comenzó cuando veía a su padre, el Teniente Koshiro, blandir con maestría y habilidad aquella arma, utilizándola para repartir justicia y castigar a los criminales por sus fechorías. Para Anko, aquel hombre era casi como un héroe y su ejemplo a seguir, soñaba con poder alcanzar esa habilidad y por ello, decidió unirse a los entrenamientos del Dojo Jigoku No Tsuno, aquel Dojo de espadachines en donde era posible aprender un estilo tan elegante, dinámico y agresivo como lo era el Santoryu.

Ese día, luego de levantarse de la cama, se arregló como siempre, con esto nos referimos a que tan solo cepilló su cabello, se lavó la cara y vistió su cuerpo con su ropa de siempre, por el ambiente en el que se crío, casi nunca fue una chica muy femenina como otras que ella conocía. Mientras las otras jóvenes buscaban verse bien y conseguir una pareja, ella prefería sudar y lastimar su cuerpo con el entrenamiento diario para dominar el estilo de los tres filos. Tras ello, arregló una mochila pequeña con algunas cosas que le pudieran ser de utilidad fuera de la seguridad de su hogar, cosas tales como un Den Den Mushi pequeño, algún botiquín, cigarros y uno que otro antídoto de calidad cuestionable creado por ella misma, nunca se sabe que puede estar al acecho en las zonas selváticas de DemonTooth, y claro, como olvidar tres Katanas ubicadas en su cintura, de una calidad decente, nada fuera de lo común, pues las necesitaría al momento de llegar al Dojo.

Al salir de su casa, dio un último vistazo a la estructura antes de girar sobre sus talones y empezar a mover sus piernas, alejándose cada vez más y más del lugar que le transmitía calma para adentrarse en las bulliciosas calles de la villa Shimotsuki. A pesar de que el día apenas comenzaba, ya se podía notar la actividad de los negocios y a múltiples transeúntes visitándolos para abastecerse de lo que necesitaran en ese momento. Algunos de los habitantes ya conocían a la joven y la saludaban con amabilidad, entregando los buenos días y siendo correspondidos por Anko con el mismo gesto. Su andar la llevaría hasta la zona portuaria de Shimotsuki, en donde varios barcos estaban atracados, también cabe destacar que otros empezaban a llevar desde la lejanía, ningún barco sospechoso por el momento.

Estar en ese puerto siempre le recordaba a aquel fatídico día, pues fue el lugar que vio el último aliento de su madre antes de fallecer, pero debía ser fuerte y estaba segura de que el tomar ese camino a diario le ayudaría a sentir que su madre la apoyaba en todo momento para cumplir su meta. Y aquí es donde la monotonía se cae a pedazos cuando mientras caminaba y observaba el horizonte de mar azul, fue interceptada por un hombre visiblemente más alto que ella, de cabellos anaranjados y una apariencia peculiar, nada común con los habitantes de la isla. Pero lo que más llano la atención de la peli marrón fue que ese hombre mencionó el Dojo donde se entrena el Santoryu.

— Santoryu… —. Dijo la joven para aclarar el nombre correcto del estilo antes de volver a hablar. — Y sí, se donde se ubica, de hecho, voy para allá. Soy una estudiante de ahí... —. Por un lado, Anko había respondido la pregunta del hombre, pero claro, no había dado indicaciones para llegar ahí. En ese momento dudó por breves instantes el tomar la posibilidad de que la acompañara, en su educación se le indicó no hablar ni juntarse con extraños, pero, por otro lado, estaba confiada en que sí algo malo pretendía, podría darle su merecido con sus tres filos. —Puedo llevarte ahí… Sígueme… —. Sin mucha dilación, Anko comenzó a avanzar sin detenerse, pero al cabo de pocos segundos se detuvo para girarse y ver al hombre. — Sí quieres, claro… Perdón por no preguntar… —. Diría algo apenada.
#2
Alistair
Mochuelo
Sus ojos se abrieron al momento en que la desconocida pudo aclarar correctamente el nombre correcto que el Lunarian buscaba. Santoryu, el renombrado arte de las Tres Espadas. Había escuchado rumores que llamarían a los más hambrientos de poder como ratas a un queso, de hazañas que muchos considerarían imposibles si estos no fueran más que relatos pasados por boca y sin ninguna prueba. Pero un Dojo que mantenía una alta reputación no podía solo existir a base de rumores y mitos que nadie había confirmado, ¿o si? Era un caso de fé semi-ciega. Lejos de ser su primera opción, de hecho batalló mucho contra la idea de utilizar armas de filo en contra de otros, armas fabricadas con el concreto uso de acabar con vidas. Pero incluso un filo, en las manos correctas, podía servir para proteger a otros por encima de provocar daños. 

¡Eso, Santoryu! Lo siento, mi memoria no suele ser mi punto fuerte y acabo olvidando nombres que no me repito constantemente. Por suerte, hasta ahora no ha pasado con nada demasiado importante. — Comentó en tono de broma, dejando que una carcajada corta se escapara de entre sus labios. Era un chico de psicología ligera, que no se dejaba llevar por detalles menores como ese. Verle con pena dibujada en su rostro era en extremo difícil, y triste todavía más: había que cumplir muchas pruebas y tribulaciones antes de llevarlo hasta ese punto.

¡AH! ¿Eres una estudiante allá? ¡Entonces perfecto! Te agradecería mil veces si pudieras mostrarme el camino, y cuatro veces más si después pudieras decirme de cualquier sitio que conozcas por los alrededores del Dojo que haga de posada. — Con eso ya había dicho un dato importante sobre sí mismo, al menos en la particular situación: No era de acá. Realmente, su extenso tiempo como esclavo prófugo le categorizaba como "pertenecer a ninguna parte". Hacía cuanto podía para sobrevivir, rascando dinero de donde pudiera para vivir el día a día, y viajando por el East Blue en busca de las personas que le entregaron la oportunidad de una vida normal. Bueno... Al menos tan normal como un marcado por los Tenryubito podía tener. 

Pero las indicaciones nunca llegaron, no en la forma que él pensaba. Lejos de señalarle a dónde ir para llegar hasta el dojo, la chica en su lugar decidió guiarlo en persona al lugar del que tanto hablaba. ¡Un giro curioso! Y no le desagradaba, siempre que a ella no le molestara. — ¡No, no! Estaría más que encantado de seguirte hasta el dojo, me ayudaría mucho a evitar perderme de camino. — Respondió, dibujando una sonrisa en su rostro. — De hecho, me estás haciendo un favor gigantesco con esto, así que si puedo pagártelo de alguna manera después, házmelo saber y haré lo que pueda. — Ofreció de vuelta, un intento genuino por compensar la ayuda que le prestaba. Admitía que podría llegar mucho mas rápido si estirara las alas y echara a volar, pero ¿la verdad? Siempre le había gustado mucho más tener compañía para el camino, alguien con quien intercambiar palabras. ¡Y quizá podría aprender más del Santoryu de camino!  

La siguió. Parecía que se dirigían a... ¿una de las montañas? En el camino, su mirada absorbió las vistas de una nueva cultura, completamente diferente a lo que había experimentado antes. Amplios pastizales, vidas pacíficas, un estilo extremadamente rústico para vivir... Pero que claramente encontraría mucha mas felicidad que cualquier persona en una gran ciudad, en la que todos los días pasaba algo nuevo y no precisamente bueno. Ignorantes del caos que podía cundir a su alrededor, esa era una vida plena y pacífica hasta el último día cuando su fallecimiento reclamara lo que quedara de su esencia. 

Dime, ¿los rumores del Santoryu son ciertos? — Rompió el silencio que los acompañó por algunos minutos; era una persona hiperactiva, y como tal le costaba mantener la boca cerrada siempre que la situación no ameritara discreción absoluta. Mas importante: Quería aprovechar la oportunidad de recorrer el camino hasta el Dojo para conocer más de lo que él deseaba fuera su futuro estilo.  

He escuchado muchas cosas al respecto, y aunque admito que no soy muy inclinado a... acabar con vidas, mi curiosidad me hace querer descubrir si alguna vez han entrenado gente capaz de hacer las ridiculeces que se susurran de voz a voz. "Ridiculeces" intencionado de la mejor forma posible, claro; es un poco difícil tragarse que alguien pueda partir una montaña con una espada, por bueno que sea. — Sus dudas eran genuinas, y aunque no pretendía retroceder por ninguna circunstancia, las cosas que había escuchado se sentían dilatadas y sobredimensionadas hasta el punto de haber nacido en el mundo mental de un pequeño con un exceso de imaginación. ¡En uno decían que un espadachin del Santoryu le había prendido fuego a su oponente solo con la fricción de su espada! — Descuida, mi decisión es final sin importar la respuesta que sea. Sea o no una exageración, estoy en esto hasta el final. Pero me gustaría tener una clara idea de qué esperar al final de mi entrenamiento, más si lo doy todo en el proceso.
#3
Anko
Médica Despiadada
La actitud tan enérgica y divertida del joven logró causar una sensación de asombro en Anko, hasta ese momento, no había conocido a alguien con una energía similar a la de él, y mucho menos que estuviera igual de interesado en aprender el arte de las tres espadas tanto como ella. Era como sí el destino quisiese unir a un par de espadachines para formar lazos amistosos y compartir sus conocimientos entre ellos.

— ¿Olvidas fácilmente las cosas? Eso podría ser una condición médica… Talvez exista un remedio para eso, no lo sé, mis conocimientos en la medicina no llegan a tanto por ahora —. Diría la joven alzándose de hombros mientras una sonrisa nerviosa se dibujaba en su rostro. Hasta ese momento, sus estudios dentro del ámbito médico no eran del todo claros y aún le faltaba mucho por aprender, más sí quería igualar a su madre en aquellas artes.

— Cerca del Dojo no lo creo… A menos que te conviertas en un estudiante, no creo que te dejen dormir ahí, pero hay muchísimas posadas en Shimotsuki, la villa en la que estamos ahora, puedo llevarte a alguna cuando regresemos del Dojo —. Ofreció la espadachina con amabilidad, sustituyendo casi la desconfianza inicial por una sensación de amistad con el joven, a pesar de tener poco de haberlo conocido. Aquel encuentro en el puerto finalizó con el ofrecimiento de Alistair a pagarle de alguna manera la amabilidad que Anko estaba desbordando, a esto, ella negó con la cabeza antes de poder hablar. — No es nada, puedo notar tu gusto por la senda del filo, así que podríamos omitir una paga —. Afirmó con una determinación infranqueable.

Tras ello, ambos espadachines empezaron su caminata hacía el ya mencionado Dojo. Los pasos de Anko llevaban su cuerpo por uno de los caminos que conectaban el muelle con una de las montañas de la isla, más específicamente, la zona este del enorme pedazo de tierra flotando sobre el inmenso mar azul. Poco a poco, la zona habitada de la isla iba desapareciendo conforme el dúo avanzaba, adentrándose más en una zona selvática, con un clima fresco y que sumado al sonido de la tierra y las pequeñas piedras siendo pisadas, generaban una relajación pocas veces encontrada en otro tipo de situaciones.

En el camino, Alistair decidió romper el breve silencio entre los dos jóvenes para abrir paso a una pregunta, seguido de un comentario sobre los rumores del Santoryu. Anko lo escuchó atentamente mientras caminaba antes de suspirar y responder con total sinceridad. — No te sabría decir, tampoco eh visto a alguien que pueda lograr la hazaña que dictan los rumores… Pero de algo sí estoy muy segura, el Dojo siempre forma a los mejores espadachines que eh podido conocer… Entrenar ahí siempre será una competencia sana entre los estudiantes, yo personalmente me eh batido en duelo con muchos jóvenes experimentados que llevan mucho tiempo ahí… —. Finalizó con un puño cerrado frente a su pecho, dejando ver lo emocionante que le parecía medir su habilidad con la Katana contra otro espadachín.

Pero algo sí tenía que admitir, también le parecía muy fantasioso que alguien logrará cortar una enorme combinación de tierra y roca con tan solo el filo de una espada, pero a pesar de ello, lo creía, algo le decía que aquello era posible y sí quería aspirar a replicar tal acto, debía esforzarse al máximo. — Y a todo esto… No me dijiste tu nombre… Aunque, yo tampoco lo hice —. Su diestra se dirigió hasta su nuca, usando sus uñas para rascarse levemente. — Soy Anko Uguisu, es un placer —. Tras eso, esperaría la presentación del joven antes de querer saciar su intriga sobre los deseos de Alistair. — ¿Y por qué quieres entrenar el Santoryu? ¿Alguna razón en específico? —. Podría ser algo muy personal de él o no, ella no sabía si estaría dispuesto a compartir su deseo con ella, pero su curiosidad era mucho más grande y necesitaba saciarla.
#4
Alistair
Mochuelo
La respuesta que la chica ofreció hacia su falta de memoria consiguió sacarle de entre dientes una carcajada efímera, un gesto inofensivo que se entretenía por la preocupación que ella manifestaba hacia una condición que, al menos él quería pensar, no era nada más que descuidos tontos en su memoria -y posiblemente un déficit serio de glucosa por toda la energía que sacaba en su día a día-. — ¡Descuida, descuida! No es nada de esa altura, solo no se me dan bien los nombres. Si fuera algo tan serio como una condición médica, probablemente a esta altura no diferenciaría mi katana de un cuchillo de cocina. — Bromeó, rehusándose a ponerle demasiada importancia a un tema que solo era un supuesto. 

En referencia al objeto, portaba su Katana a su derecha utilizando el cinturón blanco de su vestimenta como un agarre para el arma, a falta total de equipo mas especializado para sujetar su herramienta; vivía en el día a día, era un esclavo recién liberado que intentaba reinsertarse en el mundo y se esforzaba por reunir dinero poco a poco para escapar de las garras de la pobreza total. El pobre filo colgando no tenía nada de especial en sí mismo, con una hoja mellada y descolorida que definitivamente necesitaba de la buena mano de un artesano para ser más que solo una descuidada barra delgada de metal cortante y madera desgastada para sujetarla.

¡Eso sería perfecto! Te agradecería si pudieras llevarme a algún sitio para pasar la noche luego de visitar el Dojo. — Y si todo avanzaba como había proyectado en su mente, acabaría por enrolares como un discípulo del Santoryu; su búsqueda del arte del Santoryu había nacido de manera independiente a tener un techo sobre su cabeza, pero ahora que sabía que los estudiantes podían residir en el Dojo, tenía el doble de razones para aprenderlo. — Eres una persona bastante amable. ¡Me alegra de haberme encontrado contigo! Si no consideras que sea necesario pagarlo, entonces a cambio puedo ofrecer mi mano si algún día llegaras a requerirla. ¡Y que me entere de ello, claro!

La conversación, como el tiempo, pasaron. El terreno a su alrededor, cuna de una relajación incomparable con los pocos lugares que Alistair había visitado antes, los recibía con los brazos abiertos con un clima ideal: Ni una nube a la vista, y una gentil brisa que brindaba el perfecto equilibrio entre temperaturas. Pocas veces tenía el lujo de un instante tan tranquilo. — ¿No? Las personas que las contaban parecían tan emocionadas cuando los relataban... Aunque puedo entender de dónde viene el sentimiento. A cualquiera le emocionaría hablar sobre una persona realizando hazañas imposibles con las que solo podrían soñar. ¡Y quien sabe! Puede que la persona que convierta esas hazañas en realidad esté a la vuelta de la esquina! — Era un ser conformado por positivismo en bruto; si le decías que algo no era posible, ya estaría pensando en cómo cambiar esa realidad por una donde sí. Mientras esto no incluyera acabar con la vida de otra persona, por supuesto. 

Una palabra llamó su atención en particular: Duelo. Disfrutaba de ponerse a prueba físicamente, comparar su habilidad con otro de equivalente calibre y dar todo de sí mismo en un intenso intercambio. Era adrenalina y dopamina pura directo al cerebro, un hecho que cambiaría por pocas cosas en este mundo. — ¡Un día podríamos batirnos tú y yo en un duelo! — Ignoraba el detalle mas importante en toda la oración: Que se estaba adelantando al hecho de ser -o no ser- aceptado en el Dojo. 

¡Oh, claro! Soy Alistair, el placer es mutuo. — Se presentó, correspondiendo la cortesía de ella. La pregunta siguiente, por otro lado, era un poco más complicada de contestar. No es que tuviese intenciones de mentir en lo absoluto, pero ser tan vago como decir que le había picado el interés podía hacerlo ver como un deseo espontaneo que abandonaría a la semana, mientras que ser demasiado sincero y comentar que quería usarlo para ayudar a la Armada Revolucionaria en hacer un mundo mejor sería... Demasiado extremo, además de fácil de desaprobar por la chica o por el mentor del Dojo si pasaba la palabra. Debía encontrar el equilibrio adecuado para la situación. 

Escuché del Santoryu hace tiempo, pero admito que en su momento no lo consideré. — Empezó con su respuesta, intentando mantener buena consideración de las palabras que entregaba a Anko. — Y ahora, con como están cambiando los tiempos y más lugares poco a poco dejan de ser seguros... Pensé que sería una buena idea aprender un arte con el cual pudiera defenderme, además de una doctrina con la cual mejorar espiritualmente. Un arte marcial, incluso tratándose de uno que utiliza armas de filo, siempre es buen alimento para el espíritu. — No mentía, aunque admitía que estaba dejando los detalles mas radicales intencionalmente fuera de la conversación. Manipulador, pero por un bien mayor. Una de las pocas veces que justificaría esa clase de comportamiento proveniente de su persona. 

¿Tú llegaste al Santoryu por alguna razón en concreto? — Preguntó de vuelta, intentando cambiar el enfoque a la chica, además de una manera de conocer un poco más de la persona la cual caminaba a su lado. Siempre era agradable escuchar toda la clase de historias que la gente tenía preparada bajo la manga.
#5
Anko
Médica Despiadada
— Ahí te tomo la palabra, en este mundo puedes ver de todo… Y con el suficiente esfuerzo, puedes volver algo fantasioso en una contundente realidad —. La mera de idea de convertirse en aquella persona que pudiera cortar montañas enteras con el filo de una espada le emocionaba y estaba decidida a hacerlo realidad, fuera mentira o no los rumores de los espadachines del Santoryu. Antes de que cualquier otra cosa sucediera, el espíritu competitivo de Alistair despertó en cuanto Anko mencionó aquella palabra “Duelo”. El joven no dudó en ningún momento, la confianza en su habilidad con la Katana era palpable y esto hizo que la joven asistiera con la cabeza de forma emocionada. —¿Un duelo? ¡Me parece perfecto! ¡Siempre es bueno medir la habilidad contra otro! —.

Tras ello, ambos se presentaron con el otro, el nombre de él Solarian era Alistair. La espadachina guardaría está información con sumo cuidado, no por alguna mala razón, sino porque se trataba del nombre de alguien que, de alguna forma, compartía el mismo sentimiento por el arte de la espada, y era algo sumamente emocionante para ella poder compartir palabras y momentos con alguien así, pues no todos en el Dojo son capaces de otorgarle esa importancia y deseo a aquel bello arte. La razón de Alistair para aprender el Santoryu trajo recuerdos del muelle de Shimotsuki a la cabeza de Anko, el joven estaba en lo cierto, los tiempos cambian y los lugares cada vez se vuelven más peligrosos, especialmente cuando los piratas navegan sin control y hacen lo que quieren allá a donde van.

— Te entiendo… Tras el comienzo de la gran era pirata todo se descontroló, ahora es más fácil encontrarte con un indeseable dispuesto a quitarte tus cosas, o hasta la vida, hay criminales que no les interesa nada y no les tiembla la mano para quitar una vida… —. Sus palabras cargaban un recelo profundo, talvez generalizada o talvez no, pero el simple hecho de recordar que su madre, una inocente médica, fuera asesinada por un grupo de piratas que no encontró algo mejor que hacer, le enfermaba, más cuando ninguno de ellos había sido atrapado, o al menos no que ella supiera.

El enfoque de la conversación fue colocado en ella de forma astuta por Alistair, devolviendo la pregunta sobre el porqué del interés de ella en el Santoryu. — Dos motivos… —. Comenzó con su respuesta de forma vaga. — El primero es que tengo un enorme gusto por el manejo de la espada, creo que ya lo notaste —. Habló con una sonrisa y un leve rubor en sus mejillas. — Mi padre es un Teniente de la Marina, y llegó hasta ahí por su habilidad con la espada, desde niña, lo veía blandirla y ahí fue donde comenzó mi interés… —. Tras decir eso, el tono de su voz bajaría levemente y sus palabras tomarían de nuevo ese recelo que ya había presentado momentos atrás. — Y el segundo… Quiero ser una maestra del Santoryu para usarlo en repartir justicia a los criminales, quisiera un mundo en el que la ley y el orden prevalezcan… Y para ello, también me uniré a la Marina cuando pueda… —. Dijo sin titubeos.

A diferencia de Alistair, que el mencionar su deseo de ayudar a la Armada Revolucionaria podría generarle problemas, sí alguien mencionaba querer unirse a la Marina siempre era motivo de orgullo en las personas, pues se trataba de una organización legal aprobada por el Gobierno Mundial y a pesar de toda la corrupción que alguna vez hubo en la organización, había que destacar a los marines que sí luchaban por un mundo mejor y no cedían ante la maldad o la brillantez de algunos berries para ignorar crímenes. Anko se dio cuenta del tono que tomó su voz, un tono que talvez podría generar un sentimiento de nerviosismo en el joven, o talvez no, fuese como fuese, ella suspiró y se relajó.

— Te pido disculpas, no quise… hablar así, no me refiero a controlar todo lo que la gente hace, sino ser justos y castigar a quien se tenga que castigar… No quisiera que nadie más tuviera que pasar por lo que pasé… —. Pero no dijo más, dejó al aire su último comentario mientras el dúo seguía caminando. El Dojo Jigoku No Tsuno aún no estaba a la vista y todavía faltaban recorrer algunos metros más antes de poder llegar a él, pero la conversación aligeraba el trayecto y lo volvía hasta divertido.
#6
Alistair
Mochuelo
Su propuesta a un duelo fue recibida en buenos términos, una idea que parecía apasionar a la chica de vuelta. Era una perfecta oportunidad para ponerse filo contra filo contra una igual, alguien que no solo utilizaba su mismo estilo sino que también contaba con más experiencia que él. Era una montaña a superar, una vista mental que el Lunarian podía percibir con todos sus sentidos, y una que adoraba con cada gramo de su ser. Después de todo, ¿Qué ser no aspiraba a ser cada vez mejor aunque fuese un día a la vez? 

Asintió con la cabeza una única vez cuando la escuchó hablar de la era pirata.— Si... Es trágico, y muchos de ellos parecen hacerlo por el mero hecho de poder. — Era una realidad dolorosa para muchos, y un fuerte recordatorio para otros tantos: El mundo podía rodearse de cuanta bondad  y buenas intenciones quisiera, pero era crucial contar con el poder para respaldar las mencionadas buenas intenciones. En un mundo tan caótico como éste, la pluma pesada tanto como lo hacía la espada, así que ¿por qué no desarrollar ambas si estaba al alcance de sus manos? Pensamientos propios de lado, el recelo con el que la humana dejaba salir las palabras era difícil de ignorar, y daban indicios a algo mucho más profundo. Algo que, por lo menos de momento, prefería no preguntar. De primera mano entendía lo que era cargar con una experiencia dolorosa en su espalda, y prefería no entrometerse en un tema tan personal con alguien a quien recién conocía. 

La chica reveló mas de su trasfondo, esta vez con respecto al Santoryu. Su razón de aprenderlo en inicios contrastó notablemente con el del ser alado, siendo que ella inició su aprendizaje en el arte de las tres espadas por un gusto personal, una meta cuyo origen podía entender pero no compartía. La segunda razón, en cambio, resonaba mucho más con aquella que el propio Alistair no le había confesado. Aunque en facciones diametralmente opuestas, la chica parecía tener una meta firme en usarlo como una herramienta de justicia dentro de las filas de la Marina. 

Ver la otra cara de la moneda producía una curiosa sensación en él, como ver un espejo que reflejaba a una realidad diferente, apenas compartiendo algunos detalles. Y aun así, el espectador no sabía diferenciar del todo cuál era el lado original, y cuál era el reflejo. O dicho de otra manera...El espectador perdía el sentido de cuál era el lado correcto, y el incorrecto. Quizá era incorrecto en sí mismo considerar que solo un lado podía ser el héroe y el otro su opuesto, o que debía haber un héroe en primer lugar y no solo existir villanos; todo cambiaba con el ángulo en que se viera la imagen. 

El chico dejó escapar una carcajada al escucharla disculparse, sin burla en lo mas mínimo sino por el entretenimiento que esa pequeña conversación había adquirido tan pronto. — ¡Descuida, descuida! No hay nada por lo cual debas disculparte, pude entender a lo que te referías. No pareces la clase de personas que mantendría encadenadas a las personas que no son una amenaza para nadie. — Todo lo dicho, el pensamiento de que algún día un Marine capaz de ejercer ese nivel de control en los civiles era un pensamiento aterrador, uno que no permitiría florecer mas allá de recónditas tierras imaginarias como lo podía ser la cabeza de un ser vivo. El mundo merecía ser libre, incluso si requería un poco de caos para sostener esa libertad. 

No quiero que me tomes a mal lo que diré, porque puede ser muy... malinterpretable, pero ¿Realmente crees de corazón todo lo que sabes sobre la Marina? — La conversación tomó un tono considerablemente más serio, pero la chica podría sentir sin mucho esfuerzo que sus palabras no eran malintencionadas; la mirada del Lunarian ni siquiera estaba en la chica, sino mirando a los altos cielos despejados. Era más comida para el pensamiento que una crítica, una que buscaba resolución de parte de alguien que buscaba pertenecer a la organización militar. Alguien que estaba dispuesta a jurar bajo sus lineamientos, y mas de una vez, acabar con vidas en su nombre. — ¿Nunca has tenido dudas de si realmente estás del lado correcto de la historia, o si quizá son palabras dulces con algo mucho mas siniestro detrás? — No, no intentaba sacudir la resolución de la chica, ni mucho menos convencerla de venir con los Revolucionarios. Eso sería un movimiento muy idiota de su parte si Alistair llegara a intentarlo, siendo él una persona que no solo aún no se afiliaba a la Armada sino que también tenía en frente a alguien que descendía de linaje que respiraba Marina a diario. 

Pero tal vez, solo tal vez, conseguiría esclarecer un poco más de sus propias resoluciones preguntando. El saber si la chica realmente comprendía lo que había detrás y estaba dispuesta a cambiarlo, o solo caminaba con los ojos vendados a un lugar que le haría cometer atrocidades en nombre de autoridades que no sabía si algún día vería a la cara. Monstruos que compraban seres vivos como muebles, y que sostenían una economía que enriquecía a quienes desbordaban de dinero y maldecía a quienes no. 

No estaba en desacuerdo con su gente, pero sí lo estaba con la organización. Y todavía más con aquella que la cobijaba y ordenaba cómo hacer las cosas: El Gobierno Mundial. Su razón de ser un revolucionario.
#7
Anko
Médica Despiadada
Anko estaba feliz de haberse encontrado con alguien que de cierta forma entendía sus motivaciones y no la juzgaba por ello, pero aquellas preguntas que salieron de la boca del Lunarian la hicieron girar su cabeza con un movimiento lento para observarlo a él directamente, aun cuando el joven miraba al cielo de forma tranquila, como si estuviera pensando en algo. Aquella escena era verdaderamente melancólica en la mente de la peli marrón, su mirada perdida en el horizonte luego de preguntar una cosa tan profunda como sí realmente sabía que significaba pertenecer a la Marina, era como sí Alistair supiera algo que en ese momento era desconocido para ella.

— ¿Algo siniestro detrás? Pues no lo sé… Para mí, la Marina representa un poder capaz de terminar con el mal que hay en el mundo, las numerosas historias de sus actos heroicos me hacen creer eso — Desde niña, siempre había visto a la Marina como un símbolo de Justicia y Bondad, ligado a lo que ya mencionó, la gran cantidad de historias y relatos sobre los integrantes de esa organización acabando con los piratas más malévolos y despiadados de los mares. — Pero… como en todo grupo con el tamaño de la Marina, es imposible que todo sea paz y amor en su interior. Por relatos de mí padre, sé de Marines que han hecho cosas muy malas aprovechando su posición y poder — Su mirada ahora se desviaría hasta las empuñaduras de sus Katanas que descansaban en su cinturón como un símbolo de perseverancia.

— Eso los transforma en criminales ¿No crees? Es por ello que cuando ingrese a la Marina, será mí deber darles un castigo por ensuciar el nombre de la organización. El símbolo de la Marina debería representar bondad y apoyo, la gente no debería temer cuando vea la bandera izada con el símbolo en algún barco… Y haré todo a mí alcance para acabar con todo el mal que hay en el mundo… — Talvez se había pasado un poco, acabar con TODO el mal en el mundo es una tarea imposible, aun cuando se tiene un grupo de Marines que luchan por ello. La maldad es algo que, de cierta forma, debe coexistir con la bondad para mantener un equilibrio, sin maldad, no existe algo como la bondad, y sin bondad, no existe algo como la maldad.

Para cuando se dio cuenta, ya había soltado otro de sus “cuentos” a alguien, algo típico de ella cuando le mencionan a la Marina o cuestionan sus motivaciones para ingresar en ella. — Nuevamente me disculpo, aveces se me va el hilo cuando hablo, aunque veo que eso no te molesta, Alistair — Mencionó con una sonrisa en el rostro antes de volver a mirarlo mientras se mantenían caminando, aún con un largo trayecto por recorrer. Pero había algo de lo que Anko sí tenía desconocimiento en ese momento, y era de las atrocidades que el Gobierno Mundial era capaz de hacer para subyugar a alguna minoría o grupo que vaya en contra de sus intereses, pero algo era seguro, en cuanto lo supiera, estaría más motivada a ingresar a las filas de los Marines e intentar cambiar todo desde dentro.
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