¿Sabías que…?
... el autor de One Piece, Eichiro Oda, hay semanas en las que apenas duerme 3 horas al día para poder alcanzar la entrega del capitulo a tiempo.
[Autonarrada] [Pasado] T1 - Odal.
Asradi
Völva
Año 710. En algún lugar del North Blue.

Una vez cada cinco años el clan se reunía para iniciar a las nuevas generaciones. Emergían de los frios mares norteños, atravesando las corrientes y las capas heladas que flotaban y viajaban por la superficie. Ellos iban delante, un grupo de gyojin machos que servían como frente protector por si se encontraban con un imprevisto. Eran los guardianes, los que se encargaban de que aquel viaje fuese seguro para el resto del clan. Aunque no era un grupo muy grande, sí había variedad entre ellos. Desde tiburones, pasando por gyojin anguila y un par de gyojin pulpo. Y detrás, iba el resto del clan, conformado sobre todo por hembras. Por sirenas, en este caso. De distintos tamaños y edades, con una colorida variedad entre sus colas. La mayoría ya eran adultas, aunque había un par de crías nadando en medio de todo el conjunto, acompañadas de una sirena mucho más adulta. Más vieja. Más experimentada: La matriarca.

Conocían el camino, la ruta a seguir hacia los ancestrales bosques marinos. Una ruta que habían seguido desde generaciones anteriores. Y que había pasado de madres a hijas. Los hombres, para bien o para mal, no tenían un papel demasiado grande. Pero aún así, no era menos importante. El salvaguardar aquellas costumbres que llevaban gestándose desde hacía siglos. El bosque marino era profundo, espeso, nadie allí podría encontrarlas salvo alguien que ya conociese aquella zona secreta y apartada. Las corrientes marinas también ayudaban a aquel subterfugio. Cuando se dispersaron entre las altas algas y las atravesaron, llegaron a una zona mucho más amplia. Un complejo de antiguas ruinas que, antaño, habían quedado sepultadas por la subida del mar. Quizás hacía muchos milenios atrás. Podían verse las estatuas corroídas por las corrientes marinas y los pececillos que allí vivían. Columnas caídas y musgo marino que se había adherido a esas rocas con el paso del tiempo, formando un conjunto mágico y sobrecogedor al mismo tiempo.

Hemos llegado, comenzaremos en cuanto esté todo listo. — Anunció la matriarca.

Era una sirena de la subespecie congrio, con una cola negra y alargada que tenía ya viejas cicatrices y otras marcas a causa de la edad. Pero a pesar de eso y de las arrugas en su cara, antaño había sido terriblemente hermosa. Y en sus ojos grises brillaba la sabiduría que, desde hacía tiempo, compartía con los suyos.

A la orden de la matriarca, el resto comenzó a moverse. Los gyojin formaron un perímetro alrededor de ellas, aunque a una buena distancia. Ni muy lejos, ni muy cerca, sol lo suficiente como para que la sirenas estuviesen protegidas y ellos vigilando las cercanías. No dejarían que ningún intruso o depredador se aproximase a ese lugar. En la superficie, la luna había desaparecido entre algunos jirones de nubes. Las temperaturas habían bajado exponencialmente a lo largo de las horas anteriores, señal de que, esa noche, podrían contemplarse las luces del norte. O a las almas atravesando los cielos rumbo a su lugar de eterno descanso. Era el limbo donde vivos y muertos podían comunicarse. Entenderse.

Una de las adultas se llevó a las dos crías, aunque una de ellas se terminó yendo con otra.

Mami. — Llamó la pequeña. Tenía unos expresivos ojos azules y un par de graciosas coletitas anudadas en su cabello azabache. Su cola de tiburón todavía estaba en desarrollo, pero la movía graciosamente para mantenerse estable bajo el agua. — ¿Y si no lo consigo? ¿Y si a lo mejor mormor se equivocó?

La pequeña demostraba su inseguridad ante la adulta, la cual esbozó una dulce sonrisa mientras acariciaba los mofletudos cachetes de la niña. Un gesto que hizo que la pequeña sirena los inflase más. No le gustaba nada cuando hacían eso, porque sentía que la trataban como una niña pequeña. Y, bueno.. En realidad lo era. Solo tenía seis años apenas.

Lo conseguirás, porque llevas mi sangre y la sangre de ella. — Era una adulta de sirena tiburón mako, de aletas afiladas al igual que su dentadura. Pero que, ahora, demostraba un inusitado cuidado hacia su retoño. Miró de reojo hacia el círculo ritual que se estaba comenzando a formar. Y la niña hizo lo mismo. — Escúchame, Asradi.

Ante el toque de su nombre, la pequeña asintió y prestó atención, con los ojos muy abiertos.

Tienes el don. Tu padre y yo lo hemos visto. — Un gyojin tiburón tintorera, al igual que la niña. — Y ese don es el mismo que tiene tu abuela. — La matriarca que, ahora mismo, estaba ultimando los detalles finales. — Tú solo canta como lo has hecho siempre. El resto se dará solo.

Una mano acarició los cabellos de la niña, con un toque claramente maternal. Asradi asintió. Aún a pesar de su corta edad era consciente, porque se lo habían inculcado desde que tenía uso de razón, que ahora tenía una responsabilidad. Un peso sobre sus hombros que, al igual que su madre y las demás sirenas de su clan, compartiría con ellas. Unas costumbres que debía no solo honrar y respetar, sino también proteger.

Los cantos rituales habían comenzado en medio del círculo que serviría de escenario. Eran una preparación para lo que estaba por venir. Asradi estrujó un momento la mano de su madre cuando la atención se posó sobre ellas. Era el momento. Nadó graciosamente, aunque intentando aparentar cierta dignidad a su corta edad, y se colocó en medio del círculo. Ella misma podía notar la fuerza que emanaba de aquel coro. Se sintió sobrecogida durante unos segundos, llegando a intercambiar una mirada con sus mayores. A pesar de la severidad de la matriarca, esta asintió.

La niña tomó aire, recordando ese sentimiento de la primera vez que había sucedido. Solo tenía que conectarse con el océano, con lo que le habían enseñado. Y, entonces, todo fluiría.

El cántico comenzó, con las primeras entonaciones. En el cielo ya la aurora boreal pincelaba todo de aquel verde fantasmagórico que señalaba el paso de las almas. De momento solo se agitaba en el cielo, de aquella forma tan hermosa y tan hipnótica.

Asradi cerró los ojos unos momentos y, cuando los abrió, mostró una seguridad impropia en una niña de su edad. Pero su madre le había enseñado. Lo llevaba orgullosamente en la sangre.

Me er eit gamalt tre
Med nysprungne knoppar
Mot sola me strekk oss
Fram for å vekse
Høyr
Langt nede i rot og i ringar av år
Kved dei gamle
Høyr
Langt nede i rot og i ringar av år
I barken sit sår
Dei vitnar om ære
Dei vitnar om nid.

La voz, aunque infantil todavía, se alzó en medio de aquel círculo. Cuando ésto sucedió, el coro bajó su volumen hasta formarse suaves y lúgubres murmullos que continuaban entonando como acompañamiento. Las corrientes comenzaron a danzar alrededor de aquel suceso, como si comenzasen a bailar a la par cada vez que Asradi entonaba. Su tono, inicialmente suave, iba tomando más fuerza. El brillo en sus ojos azules resplandeciendo. Y algo más comenzó a escucharse. Algo más allá de los propios coros. Como si se desprendiesen de las luces del norte, fueron descendiendo hasta las profundidades, hasta donde ellas se encontraban.

Når stormar fer
Dei knakande
Kvedar
Sjå meg djupt
I augene blå
Du må forstå
Hugs at alle
Eingong forlét
Natta den kjem.

Y, de repente, una corriente agitó sus cabellos. Alrededor no solo de ella, sino de las demás, habían llegado los fantasmas del pasado. Los ancestros que, antaño, moraban eses mares y tierras y que eran los orígenes del pequeño clan actual que quedaba. Uniéndose en el fantasmagórico canto, con sus voces desde el más allá, pero no menos hermosas y vibrantes. Con una fuerza que embargaba y que compartían con sus ahora descendientes.

Habían nacido en el mar. Y en el mar morirían llegado el momento.

Así era el ciclo, uno que respetaban y veneraban a partes iguales.

Y uno en el que, ahora, Asradi debía continuar, proteger y transmitir a las futuras generaciones. Al igual que el resto de conocimientos que, con los años, las mayores le transmitirían a ella. Cuando llegase el momento, tendría que pasar el testigo.

Por ahora, su misión era proteger ese don con el que había nacido, y uno que su abuela le había transmitido mediante la sangre. El de poder comunicarse, de alguna manera, con sus antepasados,
volviendo a sus raíces.

Algo que, probablemente, diez años después terminaría truncándose...

Datos
#1


Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 1 invitado(s)