Silver D. Syxel
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11-10-2024, 06:21 PM
La noche había caído sobre Isla de Dawn, y la taberna más famosa de la ciudad bullía de vida. Los marineros, mercenarios y comerciantes se habían reunido allí en busca de una noche de entretenimiento, alcohol y, sobre todo, apuestas. El aire dentro del establecimiento estaba cargado de humo y gritos de euforia, mezclados con las voces de aquellos que lo habían perdido todo y de los que, al contrario, veían sus montones de monedas crecer con cada partida.
Entre ellos, sentado en una de las mesas más concurridas, Silver D. Syxel disfrutaba del espectáculo. Una botella de ron en una mano, cartas en la otra, y una montaña de berries apilada frente a él. Con su actitud relajada y su sonrisa confiada, el capitán pirata parecía encajar perfectamente en ese entorno. No era la primera vez que se encontraba en una situación como esta, y probablemente no sería la última. Para él, las tabernas de este tipo eran más que lugares para beber y apostar; eran una oportunidad para observar, medir a las personas y, en ocasiones, sacar provecho.
La taberna misma era un lugar típico de la Isla de Dawn: paredes de madera que crujían con cada ráfaga de viento que soplaba desde el puerto cercano, lámparas de aceite colgando del techo, y una barra gastada por el paso de incontables manos. El ambiente estaba cargado no solo de humo, sino también de tensión, algo palpable en cada rincón del lugar. Las mesas de juego, iluminadas apenas por la luz tenue de las lámparas, eran el epicentro de la acción. Allí, las miradas calculadoras de los jugadores más veteranos se cruzaban en un tenso silencio roto únicamente por el sonido de las cartas siendo barajadas o los dados rodando sobre la madera.
—Traeme otro trago —dijo, arrojando una moneda al tabernero con una sonrisa ladeada mientras lanzaba otra carta sobre la mesa—. Parece que esta noche me acompaña la suerte.
El ambiente a su alrededor estaba cargado de tensión. Los hombres sentados a su alrededor no eran tipos comunes. La mayoría eran jugadores experimentados, hombres que se habían pasado años apostando sus fortunas y, en algunos casos, sus propias vidas. El olor a sudor, mezclado con el ron derramado, añadía una capa de incomodidad que apenas se notaba al principio, pero que se volvía más intensa conforme las rondas avanzaban. Con cada victoria de Syxel, las expresiones en los rostros de sus oponentes comenzaban a cambiar. El capitán pirata no solo estaba ganando; lo estaba haciendo con demasiada facilidad, y eso empezaba a molestar a algunos.
Cada vez que los dados caían a su favor, los murmullos se volvían más notorios. Los ojos de los jugadores viajaban de las cartas a las monedas, y de las monedas a las espadas en la cintura del capitán, como si buscaran una excusa para lo inevitable. Uno de los jugadores, un tipo robusto y de mirada torva, con una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, golpeó la mesa con el puño, haciendo temblar las botellas y derramando algo de alcohol sobre la madera astillada.
—¡Tienes demasiada suerte, maldito pirata! —reclamó, mirando fijamente a Syxel—. Nadie gana tanto sin hacer trampas.
Silver alzó la vista de sus cartas, apenas perturbado por la acusación. En lugar de perder la calma, esbozó una sonrisa aún más amplia, como si las palabras del hombre le hicieran gracia.
—Si hubieras jugado bien, no estarías lloriqueando ahora —respondió con calma, aunque su tono tenía un claro matiz desafiante.
La tensión en la sala se hizo palpable. Algunos de los hombres se removieron incómodos en sus asientos, mientras otros, más curiosos, observaban desde sus mesas cercanas. En lugares como este, las acusaciones de trampa no eran cosa menor. Eran el tipo de comentarios que podían hacer estallar una pelea en cualquier momento, especialmente cuando las apuestas eran altas y el alcohol corría sin cesar.
El hombre de la cicatriz se puso en pie de un salto, derribando su silla con un estruendo. La cicatriz en su rostro parecía más prominente bajo la luz tenue de las lámparas de aceite que colgaban sobre la mesa. Syxel no se movió. Siguió observando al hombre con la misma sonrisa despreocupada, como si todo aquello no fuera más que una broma. Pero en sus ojos, había algo más. Un brillo frío, calculador, que el tipo no fue capaz de ver. La sala entera pareció detenerse por un instante. Algunos de los presentes esperaban ver una retirada rápida por parte del pirata, o al menos, una muestra de nerviosismo. No sabían con quién estaban tratando.
—¡No voy a permitir que te salgas con la tuya! —gritó el hombre, echando mano a su cinturón, donde un cuchillo largo colgaba.
A su alrededor, varios de los jugadores empezaron a levantarse, no tanto para unirse a la pelea, sino más bien para apartarse del inminente conflicto. Sabían lo que iba a ocurrir. Siempre pasaba lo mismo en noches como esta. Un comentario fuera de lugar, una acusación de trampa y, antes de que te dieras cuenta, la taberna se convertía en un campo de batalla improvisado. Algunos de los camareros ya se estaban alejando de las mesas, sabiendo que cualquier intento por detener lo que venía sería inútil. Este tipo de espectáculos era casi una tradición, y aunque siempre terminaba mal para alguien, en esa taberna nadie parecía realmente sorprendido.
Silver soltó un suspiro leve, dejando lentamente la botella de ron sobre la mesa. Aunque se había estado divirtiendo, ya podía sentir el cambio en el ambiente. La diversión estaba a punto de transformarse en caos, y, aunque él mismo había provocado la situación con su actitud burlona, no tenía intención de dejar que aquello terminara sin algo de acción.
—Tranquilo, amigo —dijo el capitán, poniéndose en pie con lentitud—. Si tienes un problema conmigo, lo podemos resolver de otra manera.
El hombre de la cicatriz, sin embargo, no estaba dispuesto a hablar. Con un rugido de furia, desenvainó su cuchillo y se lanzó hacia Syxel con toda la intención de hundirle el arma en el pecho. El movimiento era torpe, y el capitán lo vio venir con facilidad. En un solo paso ágil, esquivó el ataque, haciendo que el hombre tropezara con la mesa y cayera de bruces al suelo, derramando varias botellas en el proceso.
Las risas estallaron alrededor de la taberna, pero el ambiente se volvió aún más tenso. Los compañeros del hombre cicatrizado no tardaron en levantarse, dispuestos a defender su honor. Ahora la cosa estaba a punto de salirse de control.
—Parece que las cosas van a ponerse interesantes —murmuró Silver para sí mismo, preparando su cuerpo para lo que estaba por venir.
La pelea no se haría esperar mucho más. Mientras el hombre de la cicatriz se levantaba del suelo, tambaleándose ligeramente, otros dos de los hombres que habían estado sentados en su mesa sacaron sus propias armas. Uno empuñaba un garrote corto, el otro, una espada rota. El caos estaba a punto de desatarse. Los murmullos en la taberna fueron reemplazados por el sonido de sillas siendo arrastradas hacia atrás y el rechinar de espadas desenvainadas. La noche de apuestas había llegado a su fin, pero la verdadera diversión apenas comenzaba.
Entre ellos, sentado en una de las mesas más concurridas, Silver D. Syxel disfrutaba del espectáculo. Una botella de ron en una mano, cartas en la otra, y una montaña de berries apilada frente a él. Con su actitud relajada y su sonrisa confiada, el capitán pirata parecía encajar perfectamente en ese entorno. No era la primera vez que se encontraba en una situación como esta, y probablemente no sería la última. Para él, las tabernas de este tipo eran más que lugares para beber y apostar; eran una oportunidad para observar, medir a las personas y, en ocasiones, sacar provecho.
La taberna misma era un lugar típico de la Isla de Dawn: paredes de madera que crujían con cada ráfaga de viento que soplaba desde el puerto cercano, lámparas de aceite colgando del techo, y una barra gastada por el paso de incontables manos. El ambiente estaba cargado no solo de humo, sino también de tensión, algo palpable en cada rincón del lugar. Las mesas de juego, iluminadas apenas por la luz tenue de las lámparas, eran el epicentro de la acción. Allí, las miradas calculadoras de los jugadores más veteranos se cruzaban en un tenso silencio roto únicamente por el sonido de las cartas siendo barajadas o los dados rodando sobre la madera.
—Traeme otro trago —dijo, arrojando una moneda al tabernero con una sonrisa ladeada mientras lanzaba otra carta sobre la mesa—. Parece que esta noche me acompaña la suerte.
El ambiente a su alrededor estaba cargado de tensión. Los hombres sentados a su alrededor no eran tipos comunes. La mayoría eran jugadores experimentados, hombres que se habían pasado años apostando sus fortunas y, en algunos casos, sus propias vidas. El olor a sudor, mezclado con el ron derramado, añadía una capa de incomodidad que apenas se notaba al principio, pero que se volvía más intensa conforme las rondas avanzaban. Con cada victoria de Syxel, las expresiones en los rostros de sus oponentes comenzaban a cambiar. El capitán pirata no solo estaba ganando; lo estaba haciendo con demasiada facilidad, y eso empezaba a molestar a algunos.
Cada vez que los dados caían a su favor, los murmullos se volvían más notorios. Los ojos de los jugadores viajaban de las cartas a las monedas, y de las monedas a las espadas en la cintura del capitán, como si buscaran una excusa para lo inevitable. Uno de los jugadores, un tipo robusto y de mirada torva, con una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, golpeó la mesa con el puño, haciendo temblar las botellas y derramando algo de alcohol sobre la madera astillada.
—¡Tienes demasiada suerte, maldito pirata! —reclamó, mirando fijamente a Syxel—. Nadie gana tanto sin hacer trampas.
Silver alzó la vista de sus cartas, apenas perturbado por la acusación. En lugar de perder la calma, esbozó una sonrisa aún más amplia, como si las palabras del hombre le hicieran gracia.
—Si hubieras jugado bien, no estarías lloriqueando ahora —respondió con calma, aunque su tono tenía un claro matiz desafiante.
La tensión en la sala se hizo palpable. Algunos de los hombres se removieron incómodos en sus asientos, mientras otros, más curiosos, observaban desde sus mesas cercanas. En lugares como este, las acusaciones de trampa no eran cosa menor. Eran el tipo de comentarios que podían hacer estallar una pelea en cualquier momento, especialmente cuando las apuestas eran altas y el alcohol corría sin cesar.
El hombre de la cicatriz se puso en pie de un salto, derribando su silla con un estruendo. La cicatriz en su rostro parecía más prominente bajo la luz tenue de las lámparas de aceite que colgaban sobre la mesa. Syxel no se movió. Siguió observando al hombre con la misma sonrisa despreocupada, como si todo aquello no fuera más que una broma. Pero en sus ojos, había algo más. Un brillo frío, calculador, que el tipo no fue capaz de ver. La sala entera pareció detenerse por un instante. Algunos de los presentes esperaban ver una retirada rápida por parte del pirata, o al menos, una muestra de nerviosismo. No sabían con quién estaban tratando.
—¡No voy a permitir que te salgas con la tuya! —gritó el hombre, echando mano a su cinturón, donde un cuchillo largo colgaba.
A su alrededor, varios de los jugadores empezaron a levantarse, no tanto para unirse a la pelea, sino más bien para apartarse del inminente conflicto. Sabían lo que iba a ocurrir. Siempre pasaba lo mismo en noches como esta. Un comentario fuera de lugar, una acusación de trampa y, antes de que te dieras cuenta, la taberna se convertía en un campo de batalla improvisado. Algunos de los camareros ya se estaban alejando de las mesas, sabiendo que cualquier intento por detener lo que venía sería inútil. Este tipo de espectáculos era casi una tradición, y aunque siempre terminaba mal para alguien, en esa taberna nadie parecía realmente sorprendido.
Silver soltó un suspiro leve, dejando lentamente la botella de ron sobre la mesa. Aunque se había estado divirtiendo, ya podía sentir el cambio en el ambiente. La diversión estaba a punto de transformarse en caos, y, aunque él mismo había provocado la situación con su actitud burlona, no tenía intención de dejar que aquello terminara sin algo de acción.
—Tranquilo, amigo —dijo el capitán, poniéndose en pie con lentitud—. Si tienes un problema conmigo, lo podemos resolver de otra manera.
El hombre de la cicatriz, sin embargo, no estaba dispuesto a hablar. Con un rugido de furia, desenvainó su cuchillo y se lanzó hacia Syxel con toda la intención de hundirle el arma en el pecho. El movimiento era torpe, y el capitán lo vio venir con facilidad. En un solo paso ágil, esquivó el ataque, haciendo que el hombre tropezara con la mesa y cayera de bruces al suelo, derramando varias botellas en el proceso.
Las risas estallaron alrededor de la taberna, pero el ambiente se volvió aún más tenso. Los compañeros del hombre cicatrizado no tardaron en levantarse, dispuestos a defender su honor. Ahora la cosa estaba a punto de salirse de control.
—Parece que las cosas van a ponerse interesantes —murmuró Silver para sí mismo, preparando su cuerpo para lo que estaba por venir.
La pelea no se haría esperar mucho más. Mientras el hombre de la cicatriz se levantaba del suelo, tambaleándose ligeramente, otros dos de los hombres que habían estado sentados en su mesa sacaron sus propias armas. Uno empuñaba un garrote corto, el otro, una espada rota. El caos estaba a punto de desatarse. Los murmullos en la taberna fueron reemplazados por el sonido de sillas siendo arrastradas hacia atrás y el rechinar de espadas desenvainadas. La noche de apuestas había llegado a su fin, pero la verdadera diversión apenas comenzaba.