Se adentraron con sigilo por los callejones. Para un hombre de su estatura y corpulencia, Hendricks podía ser realmente discreto. Su único defecto, tal vez, era chasquear demasiado la lengua en señal de fastidio, algo que podía evitar siempre que fuera una circunstancia crítica, pero en cualquier otra ocasión “amenizaba” la marcha. Shy se tuvo que conformar con eso, que era preferible a sus irritantes comentarios. Supuso que, a su indeterminada edad, le dolían demasiado las rodillas como para permanecer en cuclillas.
Parece haber una relación inversa entre la capacidad de ejercer una fuerza coercitiva y la necesidad (o deseo) de pasar desapercibido, pensó el cazador. A mayor músculo, menor es la necesidad de actuar como una sombra, y en consecuencia, a mayor sigilo, mayor es el pelmazo con el que hay que lidiar. Ame, dame paciencia.
Para escasa sorpresa del cazarrecompensas, los callejones del reino de Oykot eran, en esencia, como los de cualquier isla que hubiera visitado. Sucios, oscuros, y de aspecto poco hospitalario. Si no fuera por la mole que le acompañaba, estaba seguro de que más de un zascandil malintencionado se habría interesado por su sedoso kimono. Por supuesto, aquello habría acabado con dicho zascandil convertido en un alfiletero, pero eso no le convenía en absoluto al cazador viudo.
Llegaron al lugar indicado. Shy se posicionó junto a la puerta e hizo una señal silenciosa a su compañero. No dudaba de que, a pesar de estar reforzada, la puerta no sería rival para Hendricks. Los dados grabados en la madera daban a entender que era un salón de juegos. Un lugar al que Shy, de no ser porque le llevaba allí el trabajo, nunca habría ingresado. Mucho ruido, mucha gente, y una enorme posibilidad de acabar empapado en alcohol, sin dignidad y con los bolsillos vacíos. Y eso si eras una persona tan humilde y moderada como Shy. Otros más codiciosos, que no saben cuándo parar, suelen acabar comprometidos con algunos de los elementos más indeseables de los bajos fondos. El joven cazador lo sabía de buena tinta. Ya había tenido que amenazar a más de uno. De esos, había lisiado a algunos reticentes. Y al más reticente de todos, lo arrastró callejón abajo hasta el local de Geldhart, y lo último que supo fue que lo colgaron de sus partes pudendas hasta el desprendimiento. Dependiendo de la versión de la historia, lo que se desprendió fue la viga de la que le colgaron –algo que no resultaba difícil de creer debido a la notable obesidad de aquel tipo-, o las propias partes pudendas.
Una oleada de repugnancia recorrió todo el cuerpo del cazador, que sintió una pizca de desprecio por sí mismo por haber seguido a Geldhart hasta tan lejos. Tal vez habría seguido por ese camino si Geldhart hubiera puesto más empeño en ganarse su afecto. En tal caso, no habría conspirado contra él. Al contrario, habría cometido todas las atrocidades que le hubiera ordenado. Bueno, había tenido su oportunidad y la había desaprovechado. Pagaría. Pero Shy no dejaría aquel trabajo sin terminar.
Con una vigorosa patada, Hendricks tumbó la puerta, que se desprendió de sus goznes como si apenas hubiera estado fija a estos. Los maderos cayeron sobre uno de los jugadores, que se desplomó sobre la mesa sin ofrecer más resistencia, revelando tener una pareja de ases en la mano. La vida tiene sus ironías, desde luego. Lo que la Fortuna da, la Fortuna lo quita. Ay, Ame.
El poderoso matón entró, lanzando un puñetazo al primero de los criminales que se lanzó a por él, bastón de dandy en mano. La percusión de sus dientes rebotando contra el suelo de madera tras abandonar su mandíbula desencajada fue, extrañamente, agradable. Rodeado, Hendricks se batió con algunos más de aquellos hombres, doblegándolos casi sin pestañear.
Shy se percató de que uno de aquellos maleantes estaba en lo alto de unas escaleras, bajando pistola en mano, a demasiada distancia de cualquier ataque cuerpo a cuerpo.
Que te jodan, Geldhart. Voy a lanzarla.
El cazador viudo se agachó preventivamente antes de arrojar con gran precisión uno de sus Emeici. La aguja atravesó el cráneo de la pistolera sin problemas, neutralizándola por completo. En un golpe de suerte, esquivó sin darse cuenta un navajazo de uno de aquellos bandidos, respondiendo con una serie de estocadas con la aguja que tenía en su otra mano, que tiñeron de carmesí su camisa de paño, haciendo que aquel tipo cayera sobre sus posaderas, jadeando mientras tosía sangre.
Cuando volvió a fijarse en Hendricks, se dio cuenta de que tenía la situación más que controlada. Había perdido su sombrero de ridículo tamaño, lo que parecía haberle enfurecido del todo, por lo que había agarrado a uno de aquellos patanes por los tobillos, usándolo como mangual contra sus propios compañeros, antes de arrojarlo con un bramido contra la barra de la estancia en la que habían bebidas servidas, impactando al camarero y a la meretriz que allí se hallaban, congelados. Lo único que pudo ver Shy fue la formación de una vaporosa nube roja al colisionar los tres, y no esperó que ninguno de ellos se levantara. Lo que era una pena, porque seguro que tanto a Hendricks como a él les vendría bien un vaso de aguardiente después de efectuar aquella matanza.
Lo cierto es que Hendricks luchaba como un demente, asestando golpes a diestro y siniestro sin reparar en quién salía damnificado por sus brutales acometidas. Shy reparó en que más de uno de los cuerpos que yacía tumbado junto al matón bigotudo no parecía, en absoluto, perteneciente a una banda criminal. Y exactamente por esto nunca se debe entrar en un salón de juegos.
Aprovechando la coyuntura, Shy utilizó los poderes de su Fruta del Diablo, a los que todavía se estaba acostumbrando, para ingresar por una puerta que acababa de crear en el aire. Moviéndose de manera vertical, subió uno y dos pisos, hasta encontrar a un Weisskopf que estaba apuntalando la puerta de su habitación con los muebles de la misma. Shy emergió de aquella dimensión, creando otra puerta, y se lanzó contra él, aguja en mano.
Con una percepción y una agilidad claramente inhumanas, Weisskopf lo esquivó, volteó sobre sí mismo, saltó encima de Shy. No importaba cuánto supiera luchar el lacónico matón, Weisskopf era mejor, indudablemente. Con una fuerza igualmente arrolladora, lanzó una precisa coz contra el cuello del cazador, que salió disparado contra la pared y se estrelló contra esta, cayendo sobre el suelo y escupiendo gargajos sanguinolentos. Weisskopf sonrió, y su figura, tan elegantemente trajeada con aquel blanco atuendo, saltó por la ventana, de tejado en tejado, hasta perderse de vista.
Hendricks irrumpió en la sala, bramando mientras apartaba pared y muebles de un fuerte placaje. Miró a Shy, tirado en el suelo, y luego a la ventana. Cogió de la pechera del kimono al cazador, levantándolo en vilo, y dándole la oportunidad de ver su rostro cubierto de sangre -de ladrón y jugador por igual.
-¿Qué cojones haces ahí tumbado? –rugió Hendricks-. ¡Se escapa, joder! ¡Mueve tu puto culo!
Las temblorosas piernas de Shy le ayudaron a ponerse en pie. Geldhart, que putas ganas te tengo. Más te vale que no te pille cerca de tu famosa piscina de mármol negro.