Ubben Sangrenegra
Loki
14-10-2024, 06:38 AM
El rumor llevaba días rondando las calles de Loguetown como un fantasma indeseado, despertando miradas furtivas y susurros entre los locales y forasteros. "Ese tal Sangrenegra anda en Loguetown..." Las palabras, tan simples, bastaron para encender una chispa de paranoia en el peliblanco. El temor, siempre latente en su mente calculadora, había estallado con una fuerza estratosférica. Había evitado por meses este tipo de atención, pero algo le decía que esta vez no tendría el lujo de desaparecer sin más y la idea de tener que huir por varios meses, quizá más, se apoderaba de sus pensamientos.
En lugar de sus habituales movimientos sigilosos, aquellos que le daban la ventaja de la soledad, Ubben se vio obligado a cambiar de táctica. Sabía que, con los ojos puestos sobre él, cualquier paso en falso podría ser el último. Optó por moverse entre las multitudes, mezclándose en los grandes grupos de personas que abarrotaban las calles de la ciudad. Detestaba profundamente esta estrategia; sentía su piel arder al estar tan cerca de tantos desconocidos, su instinto natural luchaba por abrirle una ruta de escape clara. Pero, esta vez, debía sacrificar esa comodidad por la seguridad que le daba el anonimato.
Mientras se escurría entre la marea humana del mercado en pleno horario pico, las voces no cesaban. Se filtraban fragmentos de conversaciones que sus oídos entrenados no podían ignorar. "Dicen que Sangrenegra dio un golpe anoche... Asaltó a un par de viejos millonarios en el puerto principal." El peliblanco se congeló por un instante, sus ojos dorados brillaron con una mezcla de sorpresa y furia contenida. —Mierda...— masculló para sí mismo, sintiendo cómo su corazón comenzaba a acelerarse. Al parecer, había dejado rastros. Pero algo no cuadraba.
Ubben nunca dejaba huellas tan fáciles de seguir. Su estilo, fino y preciso, no permitía que lo vincularan tan directamente con un crimen, menos uno tan burdo. Además, la noche anterior, había estado en el casino, jugando y ganando, no asaltando a nadie, mucho menos a unos ancianos. Un profundo malestar se apoderó de su mente, y mientras caminaba entre la gente, tratando de aparentar normalidad, las preguntas comenzaron a inundar su cabeza. —¿Cómo es posible?— reflexionaba con creciente desasosiego. No había cometido ese crimen, entonces, ¿quién lo había hecho?, ¿quién se atrevía a usar su nombre para un acto tan bajo? Ubben, el bribón de ojos dorados y morena tez, tenía códigos. Si robabas a viejos, te asegurabas de que no hablaran nunca más, que pareciera un accidente, limpio, sin dejar cabos sueltos...
La situación no tardó en volverse más clara a medida que el día avanzaba. Sus indagaciones entre los callejones y en los bares le proporcionaron suficientes piezas del rompecabezas. Al parecer, un impostor, o tal vez más de uno, había estado utilizando su alias, "Sangrenegra", para sembrar el caos en Loguetown. Atracos en casas de ricos, robos en los mercados, incluso escapadas de tabernas sin pagar... Delitos menores, sin clase, sin ese toque que Ubben solía dejar en sus fechorías. Era evidente que alguien estaba sacando provecho de los 30 millones que pesaban sobre su cabeza. Su nombre y su reputación, se habían convertido en una herramienta para intimidar a los débiles y ganar migajas. —Maldita rata...— murmuró entre dientes, mientras su cuello se tensaba, y sus puños se cerraban con fuerza. Su mirada dorada ardía de furia. Sabía que no podía dejar que eso continuara. No solo era una afrenta a su nombre, sino una amenaza directa a su supervivencia. Si el rumor continuaba creciendo, no pasaría mucho tiempo antes de que los cazarrecompensas y la marina comenzaran a buscarlo de nuevo con más ahínco. Tenía que actuar, y rápido. —Es hora de tender una trampa— pensó el peliblanco, mientras extraía su den den mushi con una mano y se dirigía a un callejón más discreto.
—Loki desde Loguetown. ¿Cómo está, Heimdal?— saludó Ubben, encendiendo un cigarrillo mientras exhalaba el humo con calma. Al otro lado de la línea, su jefa, siempre, respondió con la misma frialdad de siempre. —¿Alguna noticia interesante?— inquirió la voz, a lo que Ubben no tardó en detallar la situación. —Tengo una rata haciéndose pasar por mí... pequeños atracos, robos insignificantes. Está ensuciando mi nombre— dijo con tono gélido, dejando que el cigarro colgara de sus labios. Dio una larga calada antes de continuar. —Aún no he cobrado lo de la subasta... Pensaba pedirle un favor como parte del pago—
Un silencio se prolongó al otro lado de la línea. Heimdal siempre meditaba sus decisiones con meticulosidad. Finalmente, habló. —Eso será gran parte de tu paga... pero has trabajado bien, te haré una rebaja— Ubben pudo imaginarse la sonrisa de su jefa. —Mañana en la madrugada, en el puerto principal. Mi gente hará correr el rumor de que un noble moverá algo valioso. Solo tendrás una oportunidad... No falles— Y con eso, la comunicación se cortó. Una carcajada grave salió de los labios de Ubben mientras lanzaba el den den mushi de vuelta al bolsillo. La trampa estaba puesta, y no podía evitar sentirse emocionado ante la idea de atrapar al impostor que tan imprudentemente había ensuciado su reputación. Con una sonrisa torcida y el cigarrillo colgando de su boca, Ubben se preparó para lo que estaba por venir. Las cosas se pondrían interesantes...
En lugar de sus habituales movimientos sigilosos, aquellos que le daban la ventaja de la soledad, Ubben se vio obligado a cambiar de táctica. Sabía que, con los ojos puestos sobre él, cualquier paso en falso podría ser el último. Optó por moverse entre las multitudes, mezclándose en los grandes grupos de personas que abarrotaban las calles de la ciudad. Detestaba profundamente esta estrategia; sentía su piel arder al estar tan cerca de tantos desconocidos, su instinto natural luchaba por abrirle una ruta de escape clara. Pero, esta vez, debía sacrificar esa comodidad por la seguridad que le daba el anonimato.
Mientras se escurría entre la marea humana del mercado en pleno horario pico, las voces no cesaban. Se filtraban fragmentos de conversaciones que sus oídos entrenados no podían ignorar. "Dicen que Sangrenegra dio un golpe anoche... Asaltó a un par de viejos millonarios en el puerto principal." El peliblanco se congeló por un instante, sus ojos dorados brillaron con una mezcla de sorpresa y furia contenida. —Mierda...— masculló para sí mismo, sintiendo cómo su corazón comenzaba a acelerarse. Al parecer, había dejado rastros. Pero algo no cuadraba.
Ubben nunca dejaba huellas tan fáciles de seguir. Su estilo, fino y preciso, no permitía que lo vincularan tan directamente con un crimen, menos uno tan burdo. Además, la noche anterior, había estado en el casino, jugando y ganando, no asaltando a nadie, mucho menos a unos ancianos. Un profundo malestar se apoderó de su mente, y mientras caminaba entre la gente, tratando de aparentar normalidad, las preguntas comenzaron a inundar su cabeza. —¿Cómo es posible?— reflexionaba con creciente desasosiego. No había cometido ese crimen, entonces, ¿quién lo había hecho?, ¿quién se atrevía a usar su nombre para un acto tan bajo? Ubben, el bribón de ojos dorados y morena tez, tenía códigos. Si robabas a viejos, te asegurabas de que no hablaran nunca más, que pareciera un accidente, limpio, sin dejar cabos sueltos...
La situación no tardó en volverse más clara a medida que el día avanzaba. Sus indagaciones entre los callejones y en los bares le proporcionaron suficientes piezas del rompecabezas. Al parecer, un impostor, o tal vez más de uno, había estado utilizando su alias, "Sangrenegra", para sembrar el caos en Loguetown. Atracos en casas de ricos, robos en los mercados, incluso escapadas de tabernas sin pagar... Delitos menores, sin clase, sin ese toque que Ubben solía dejar en sus fechorías. Era evidente que alguien estaba sacando provecho de los 30 millones que pesaban sobre su cabeza. Su nombre y su reputación, se habían convertido en una herramienta para intimidar a los débiles y ganar migajas. —Maldita rata...— murmuró entre dientes, mientras su cuello se tensaba, y sus puños se cerraban con fuerza. Su mirada dorada ardía de furia. Sabía que no podía dejar que eso continuara. No solo era una afrenta a su nombre, sino una amenaza directa a su supervivencia. Si el rumor continuaba creciendo, no pasaría mucho tiempo antes de que los cazarrecompensas y la marina comenzaran a buscarlo de nuevo con más ahínco. Tenía que actuar, y rápido. —Es hora de tender una trampa— pensó el peliblanco, mientras extraía su den den mushi con una mano y se dirigía a un callejón más discreto.
—Loki desde Loguetown. ¿Cómo está, Heimdal?— saludó Ubben, encendiendo un cigarrillo mientras exhalaba el humo con calma. Al otro lado de la línea, su jefa, siempre, respondió con la misma frialdad de siempre. —¿Alguna noticia interesante?— inquirió la voz, a lo que Ubben no tardó en detallar la situación. —Tengo una rata haciéndose pasar por mí... pequeños atracos, robos insignificantes. Está ensuciando mi nombre— dijo con tono gélido, dejando que el cigarro colgara de sus labios. Dio una larga calada antes de continuar. —Aún no he cobrado lo de la subasta... Pensaba pedirle un favor como parte del pago—
Un silencio se prolongó al otro lado de la línea. Heimdal siempre meditaba sus decisiones con meticulosidad. Finalmente, habló. —Eso será gran parte de tu paga... pero has trabajado bien, te haré una rebaja— Ubben pudo imaginarse la sonrisa de su jefa. —Mañana en la madrugada, en el puerto principal. Mi gente hará correr el rumor de que un noble moverá algo valioso. Solo tendrás una oportunidad... No falles— Y con eso, la comunicación se cortó. Una carcajada grave salió de los labios de Ubben mientras lanzaba el den den mushi de vuelta al bolsillo. La trampa estaba puesta, y no podía evitar sentirse emocionado ante la idea de atrapar al impostor que tan imprudentemente había ensuciado su reputación. Con una sonrisa torcida y el cigarrillo colgando de su boca, Ubben se preparó para lo que estaba por venir. Las cosas se pondrían interesantes...