King Kazma
Shiromimi
26-07-2024, 09:36 PM
(Última modificación: 28-07-2024, 03:00 PM por King Kazma.
Razón: Añadir palabras hasta las 1000
)
20 de Primavera del 724
Hacía apenas unos meses que había comenzado a viajar. Dejó atrás todo lo que conocía y que era seguro para adentrarse en lo desconocido. Aquello podía resultar muy bien o muy mal, y cualquier tono intermedio también, pero para King merecía la pena. Sabía perfectamente que en el mundo pasaban cosas horribles a diario. Asesinatos, robos, esclavitud, desastres naturales, desastres artificiales, guerras, hambre, enfermedades… En comparación con eso, una vida tranquila siendo tratado como un bicho raro o una mascota no era tan terrible, lo sabía. Pero igualmente, una parte de él se negaba a pensar que si salía de su hogar no le ocurrirían cosas buenas, que no podía mejorar su vida. Y lo cierto es que el simple hecho de ser libre, de no tener que ver las caras de los mismos idiotas todos los días… eso había mejorado su vida en una cantidad que ni siquiera podía empezar a medir. Claro que en cualquier momento podía pasar cualquier cosa que lo echase todo a perder, pero aquellos meses de tranquilidad ya habían valido la pena.
El mink provenía de un pequeño pueblo cuya biblioteca apenas llegaba a los 100 tomos, y se los había leído todos. Por ello, encontrarse con lo que era Loguetown lo dejó muy sorprendido al principio. Sólo la calle principal ya tenía más edificios de los que había visto en su vida y por ella caminaban más personas de las que conocía. Había visto dibujos de ciudades en los libros de historia que leía, pero resultaba difícil hacerse a la idea de algo sólo con un dibujo. Aquella ciudad era majestuosa y gigantesca, decenas de veces más grande que su humilde pueblo, tal vez incluso fuera cien veces más grande, resultaba difícil saberlo ya que no se alcanzaba a ver el otro lado de la misma. Se encontró también que allí había minks y gente de otras razas. Si bien no llegaban a ser tan abundantes como los humanos, definitivamente era una diferencia con otros lugares más pequeños que había visitado con anterioridad. Tal vez fuera un buen lugar para vivir, siendo más comunes los minks allí, no destacaría tanto y los humanos estarían acostumbrados a gente como él y no harían ni dirían nada, salvo los idiotas que hay en todos lados.
Pero no, sacudió su cabeza para alejar esos pensamientos. Establecerse y tener una vida tranquila sonaba bien, pero ya se había hecho a la idea. Su sueño de descubrir toda la historia y visitar los lugares más históricos del mundo no había cambiado, y no podría cumplirlo apoltronado en una ciudad. Además, la libertad de viajar adónde quisiera era demasiado dulce como para dejarla atrás por un simple impulso. Además, quedándose allí no sería parte de la historia que se estudiaría en el futuro. Ese tipo de ambición era capaz de matar cualquier deseo pasajero de asentarse. ¿Por qué la vida tenía que ser tan complicada incluso cuando trataba de simplificarla al máximo? Se había escapado de casa, robaba, pegaba, se metía en líos… Era tan libre como se podía ser, sin ataduras, sin temor a las consecuencias… Y aun así, su cabeza no dejaba de dar vueltas a cosas en las que no quería pensar.
Resopló, sacudió su cabeza y echó a andar, tratando de dejar esas ideas atrás. Claro que le interesaba llevar una vida normal, encontrar a una chica que le gustara, tener hijos… Algún día tal vez, pero lo que el cuerpo le pedía era acción, libertad, viajes, cumplir sus sueños. Y no lo conseguiría si se paraba a ver las casas desocupadas esperando a un dueño. Visitaría los lugares más emblemáticos de la ciudad, comería y buscaría dónde pasar la noche. Obviamente, todo eso lo haría gratis. No es que tuviera mucho dinero encima tampoco.
Visitó los lugares que quería: la famosa plaza del cadalso donde se ejecutaba a los criminales más buscados, la tienda de antigüedades de la que se llevó un pequeño cofre sin que el dueño se enterase, la base de la marina en la que los marines hacían sus vidas… Finalmente, King se sentó a la mesa de un restaurante y estudió el cofre. Parecía llevar cerrado mucho tiempo. ¿El viejo de la tienda ni se molestó en intentar abrirlo cuando lo adquirió? Pues él mismo lo haría para ver qué sorpresas había dentro. ¡Lo mismo había un botín de cien millones y todo! Forcejeó con la cerradura usando los cubiertos que tenía en la mesa y finalmente se abrió con un chasquido.
Y… Había una fruta exótica. El de la tienda debía ser un estafador, porque la fruta ni olía mal ni tenía mal aspecto, parecía recogida el día anterior, así que llenó el cofre con ella para que pesara y la gente le comprara un cofre que tenía apariencia de llevar mucho tiempo cerrado. Vaya una decepción. Al menos se había llevado una fruta a la que le iba a hincar el diente ya mismo. No reconocía el tipo de fruta, aunque se parecía a un pimiento o jalapeño. Desde luego tenía un aspecto extraño, no lo iba a negar. Pero había muchas cosas en el mundo que no conocía, frutas entre ellas. En cuanto dio un mordisco casi se atraganta. De lo mal que sabía, acabó por tragarse un trozo por la sorpresa. ¿Aquello estaba bueno? Pero si sabía a podredumbre pura y dura... Tal vez la piel era resistente al paso del tiempo, no así su interior. Sólo esperaba que el pedazo que se le coló por la garganta no le sentara mal. Sería bastante inoportuno. Cerró el cofre con los restos de aquella cosa asquerosa dentro. Ya no quería saber nada de ello. Aunque... Se apresuró a abrir el cofre de nuevo e inspeccionar la fruta. No tenia pinta de estar podrida por dentro, y esas espirales... Ahora sabía por qué había una fruta en un cofrecito... ¡Acababa de comerse una de las míticas Akuma no Mi! ¡Podía haber sacado cien millones o más por ella!
Hacía apenas unos meses que había comenzado a viajar. Dejó atrás todo lo que conocía y que era seguro para adentrarse en lo desconocido. Aquello podía resultar muy bien o muy mal, y cualquier tono intermedio también, pero para King merecía la pena. Sabía perfectamente que en el mundo pasaban cosas horribles a diario. Asesinatos, robos, esclavitud, desastres naturales, desastres artificiales, guerras, hambre, enfermedades… En comparación con eso, una vida tranquila siendo tratado como un bicho raro o una mascota no era tan terrible, lo sabía. Pero igualmente, una parte de él se negaba a pensar que si salía de su hogar no le ocurrirían cosas buenas, que no podía mejorar su vida. Y lo cierto es que el simple hecho de ser libre, de no tener que ver las caras de los mismos idiotas todos los días… eso había mejorado su vida en una cantidad que ni siquiera podía empezar a medir. Claro que en cualquier momento podía pasar cualquier cosa que lo echase todo a perder, pero aquellos meses de tranquilidad ya habían valido la pena.
El mink provenía de un pequeño pueblo cuya biblioteca apenas llegaba a los 100 tomos, y se los había leído todos. Por ello, encontrarse con lo que era Loguetown lo dejó muy sorprendido al principio. Sólo la calle principal ya tenía más edificios de los que había visto en su vida y por ella caminaban más personas de las que conocía. Había visto dibujos de ciudades en los libros de historia que leía, pero resultaba difícil hacerse a la idea de algo sólo con un dibujo. Aquella ciudad era majestuosa y gigantesca, decenas de veces más grande que su humilde pueblo, tal vez incluso fuera cien veces más grande, resultaba difícil saberlo ya que no se alcanzaba a ver el otro lado de la misma. Se encontró también que allí había minks y gente de otras razas. Si bien no llegaban a ser tan abundantes como los humanos, definitivamente era una diferencia con otros lugares más pequeños que había visitado con anterioridad. Tal vez fuera un buen lugar para vivir, siendo más comunes los minks allí, no destacaría tanto y los humanos estarían acostumbrados a gente como él y no harían ni dirían nada, salvo los idiotas que hay en todos lados.
Pero no, sacudió su cabeza para alejar esos pensamientos. Establecerse y tener una vida tranquila sonaba bien, pero ya se había hecho a la idea. Su sueño de descubrir toda la historia y visitar los lugares más históricos del mundo no había cambiado, y no podría cumplirlo apoltronado en una ciudad. Además, la libertad de viajar adónde quisiera era demasiado dulce como para dejarla atrás por un simple impulso. Además, quedándose allí no sería parte de la historia que se estudiaría en el futuro. Ese tipo de ambición era capaz de matar cualquier deseo pasajero de asentarse. ¿Por qué la vida tenía que ser tan complicada incluso cuando trataba de simplificarla al máximo? Se había escapado de casa, robaba, pegaba, se metía en líos… Era tan libre como se podía ser, sin ataduras, sin temor a las consecuencias… Y aun así, su cabeza no dejaba de dar vueltas a cosas en las que no quería pensar.
Resopló, sacudió su cabeza y echó a andar, tratando de dejar esas ideas atrás. Claro que le interesaba llevar una vida normal, encontrar a una chica que le gustara, tener hijos… Algún día tal vez, pero lo que el cuerpo le pedía era acción, libertad, viajes, cumplir sus sueños. Y no lo conseguiría si se paraba a ver las casas desocupadas esperando a un dueño. Visitaría los lugares más emblemáticos de la ciudad, comería y buscaría dónde pasar la noche. Obviamente, todo eso lo haría gratis. No es que tuviera mucho dinero encima tampoco.
Visitó los lugares que quería: la famosa plaza del cadalso donde se ejecutaba a los criminales más buscados, la tienda de antigüedades de la que se llevó un pequeño cofre sin que el dueño se enterase, la base de la marina en la que los marines hacían sus vidas… Finalmente, King se sentó a la mesa de un restaurante y estudió el cofre. Parecía llevar cerrado mucho tiempo. ¿El viejo de la tienda ni se molestó en intentar abrirlo cuando lo adquirió? Pues él mismo lo haría para ver qué sorpresas había dentro. ¡Lo mismo había un botín de cien millones y todo! Forcejeó con la cerradura usando los cubiertos que tenía en la mesa y finalmente se abrió con un chasquido.
Y… Había una fruta exótica. El de la tienda debía ser un estafador, porque la fruta ni olía mal ni tenía mal aspecto, parecía recogida el día anterior, así que llenó el cofre con ella para que pesara y la gente le comprara un cofre que tenía apariencia de llevar mucho tiempo cerrado. Vaya una decepción. Al menos se había llevado una fruta a la que le iba a hincar el diente ya mismo. No reconocía el tipo de fruta, aunque se parecía a un pimiento o jalapeño. Desde luego tenía un aspecto extraño, no lo iba a negar. Pero había muchas cosas en el mundo que no conocía, frutas entre ellas. En cuanto dio un mordisco casi se atraganta. De lo mal que sabía, acabó por tragarse un trozo por la sorpresa. ¿Aquello estaba bueno? Pero si sabía a podredumbre pura y dura... Tal vez la piel era resistente al paso del tiempo, no así su interior. Sólo esperaba que el pedazo que se le coló por la garganta no le sentara mal. Sería bastante inoportuno. Cerró el cofre con los restos de aquella cosa asquerosa dentro. Ya no quería saber nada de ello. Aunque... Se apresuró a abrir el cofre de nuevo e inspeccionar la fruta. No tenia pinta de estar podrida por dentro, y esas espirales... Ahora sabía por qué había una fruta en un cofrecito... ¡Acababa de comerse una de las míticas Akuma no Mi! ¡Podía haber sacado cien millones o más por ella!