¿Sabías que…?
... el Reino de Oykot ha estrenado su nueva central hidroeléctrica.
[Autonarrada] [Pasado] T2 - Merket.
Asradi
Völva
Invierno del 720

Las semanas habían pasado, y las cosas no habían ido a mejor. No al menos para ella. Aunque sí era verdad que había días tranquilos, la mayoría tenía que contentar y satisfacer a su esposo. ¡Cómo detestaba esa palabra! En realidad, detestaba a ese hombre con cada fibra de su ser. La gran parte de las veces tenía que contenerse para no pegarle un mordisco y arrancarle la mano de cuajo.

Lo había hecho una vez, muy al principio. Todavía tenía fresco ese recuerdo en la mente.

Meses atrás.

Entonces, ya sabes lo que tienes que hacer. — Durante los primeros días, Asradi se había negado a comer o a complacer de alguna manera a su captor. Por supuesto que cada negativa le había acarreado un castigo diferente. Pero no era nada que no pudiese ir sobrellevando.

Tenía un carácter orgulloso y no se iba a dejar doblegar por un tipo como aquel. No se merecía absolutamente nada de ella.

Eso era lo que le había dicho, pero Asradi le había ignorado vilmente esta vez, incluso desviando la mirada.

¿Me estás escuchando, mujer? Mírame cuando te hablo. Te recuerdo que no eres nada. — Reclamó Shaitán, quien se había convertido en su dueño, captor y su peor pesadilla.

Cuando el hombre intentó sujetarla del mentón, Asradi se revolvió con furia. Hasta tal punto que clavó los dientes, afilados como dagas, en la mano del Dragón Celestial. No le había arrancado la extremidad de puro milagro. Ojalá haberlo hecho porque, al no haberlo conseguido, tuvo nefastas consecuencias con ella. El alarido del Dragón, casi un rugido, fue música para sus oídos, antes de ser apartada bruscamente, todavía pudiendo notar la sangre en su paladar. Escupió a un lado, con desdén.

¡Maldita zorra, voy a matarte! — El hombre se revolvió, fúrico, comenzando a dar órdenes. Los guardias que siempre le acompañaban apuntaron a Asradi, prestos a descabezarla si era necesario. La pelinegra tragó saliva. Prefería morir a continuar con una vida como la que se le estaba presentando. Y eso pareció adivinar el noble mundial quien bajó las revoluciones a su repentino momento de ira y sonrió de manera tétrica y asquerosa. — No, todavía no. Tengo una idea mejor.

Asradi se estremeció de repente al contemplar la mirada oscura que su captor le estaba dedicando. En ese momento supo, aunque no se arrepentía de lo que había hecho, que aquello no había hecho nada más que empezar.

. . .

Llevadla abajo. — ¿Abajo? ¿Qué había abajo? Durante todos aquellos días había estado encerrada en una habitación relativamente cómoda. No le gustaba, aún así. Era como tener a un pájaro enjaulado. Los guardias se acercaron y, sin miramientos, cumplieron las órdenes, arrastrándole a pesar de las protestas de la pelinegra. Intentó morder a más de uno, era lo único que podía hacer en ese momento. Pero cuando clavó los dientes, solo recibió un manotazo que le hizo girar la cara.

Tenían permiso de golpearle si era necesario. ¿Qué clase de personas eran esas? ¿De verdad la gente de la superficie era así? No tuvo demasiado tiempo a elucubrar sobre ello, cuando llegaron abajo.

Y, abajo, era una especie de sótano. Antes de que la vieja puerta de madera se abriese, con un escalofriante chirrido, Asradi pudo percibir aquel aroma: sangre. Sangre seca, pero sangre al fin y al cabo. Los ojos se le abrieron de par en par en cuanto ingresaron a aquel cuartucho sumido en la semi penumbra. Solo algunas antorchas crepitaban en las esquinas para iluminar de manera lúgubre aquel cuarto. Uno que le provocó pavor de tan solo verlo. Había varios materiales sobre una mesa, sangre seca por el suelo y sobre un mueble viejo y raído.

Ponedle el bozal. Y atadla. — Shaitán dió la orden de manera seca y concisa. Y, por supuesto, sus guardias se apresuraron a cumplirla.

No... Espera... — El miedo y la adrenalina comenzaron a bombear frenéticamente en la sangre de la sirena. Se revolvió con furia y desesperación, pero estaba lo suficientemente bien sujeta como para que no pudiese librarse de aquella presa que mantenían sobre ella. Entre los forcejeos, lograron ponerle un bozal que restringía sus mordiscos futuros. Era humillante y doloroso, como si se tratase de un simple animal que no tuviese ni voz ni voto. Las correas alrededor de la mandíbula y las mejillas se le clavaban en la tierna carne, por causa de habérselas apretado demasiado. Lo habían hecho a propósito, a modo de recordatorio. Y antes de que se pudiese dar de cuenta, cayó el primer fustazo sobre su espalda. Fue un grito ahogado el que salió de su garganta, envarando el cuerpo y sintiendo como todo su ser se estremecía de dolor. Volvió a revolverse. Y cada vez que lo hacía, más marcas iban dibujándose sobre su espalda desnuda cuando le arrancaron la única prenda de ropa que llevaba. Había intentado cubrirse con las manos, pero había sido atada de manera inmediata. Casi colgando de los grilletes. Un método correctivo, había dicho Shaitán.

Te di la oportunidad para que te reconducieses... — Lo decía con un asqueroso tono casi paternalista. — No eres más que un pez en mi colección. Si quisiera, podría deshacerme de ti en cualquier momento. — Otro golpe se cirnió, a quemarropa, en la espalda de la joven sirena. Los surcos de sangre no tardaron en comenzar a cubrir la delicada piel. — Pero eres joven. Y podrías darme muchos beneficios. Además, siempre quise saber qué se siente hacerlo con alguien de tu especie.

Lo decía como si tan solo fuese una muñeca a su merced. Una simple forma de desahogo para un hombre. Como si ella no tuviese ni voz ni voto. Como si su cuerpo, simplemente, ya no fuese suyo. Ese hombre le estaba dejando en claro eso. Y lo haría en los días posteriores. Durante un buen rato marcando su espalda a base de latigazos, los golpes pararon. La sangre corría por la espalda de Asradi, con esa sensación de dolorosa quemazón en ella. No hubo más palabras. La puerta se cerró dejándola allí sola. Atada, humillada y casi desfallecida por el dolor. Ni se habían molestado, tampoco, en tratarle demasiado las heridas. Solo lo justo y necesario para que no se les muriese allí mismo. Ojalá haber podido respirar aliviada, a pesar de todo, pero ni tan siquiera eso.

La habitante de los mares no supo cuánto tiempo estuvo ahí. Su cuerpo permanecía ahí atado, pero su cabeza estaba en un estado constante de semi inconsciencia. En las horas y días posteriores, el castigo continuó. Fuerte pero deteniéndose siempre justo al momento en el que ella fuese a desfallecer. Era como si aquel hombre hubiese dado las órdenes precisas (y lo había hecho), para que el castigo fuese tanto físico como mental. Quería romperla poco a poco. Romperla y volver a rehacerla a su antojo. Una esclava más, sumisa, obediente. Asradi no fue consciente del tiempo que pasó. Pero al cuarto día de su encierro, la luz volvió a hacerse en medio de aquella oscuridad. Escuchó algo grande siendo arrastrado e iluminando parcialmente el lugar donde se encontraba. Para cuando pudo mirar, de reojo y casi sin fuerzas, se quedó totalmente paralizada.

Un brasero.

Como si aquella visión fuese suficiente como para espabilarla, como si le hubiesen dado un bofetón, los ojos de la sirena se abrieron de par en par. Se agitó con las fuerzas que le quedaban, con las fuerzas de alguien desesperado por seguir viviendo. Por querer huír.

N-No... Por favor... — Gimió desesperada. Las cadenas que sujetaban sus muñecas tintinearon acorde a esa misma desesperación. Durante un momento, su mirada azul, pero sin brillo, se cruzó con la hambrienta oscuridad de la de San Shaitán. Y tembló. Se le encogió el corazón como nunca cuando vió esa sonrisa déspota y falta de ningún tipo de sentimiento o empatía hacia los demás.

Intenté dilatarlo, querida... — Asradi recibió una caricia en la mejilla. A diferencia de su espalda, el rostro lo tenía intacto. Habían sido órdenes estrictas. Solo alguna rojez debido al cuero apretando la piel de esa zona, a causa del bozal. — Pero tú has provocado esto. Tú sola te has orillado a lo que te está pasando.

El susurro era estremecedor a medida que lo escuchaba, las pupilas temblando como dos hojas a merced del viento invernal, desenfocadas y ateridas por el miedo más primitivo.

Dejadnos solos. — La orden fue estricta. Cuando los guardias abandonaron el lugar, el único halo de luz que proyectaba la puerta entreabierta fue haciéndose más y más pequeño. Como las esperanzas de Asradi de salir, más o menos, ilesa de aquel lugar.

El sonido seco de la puerta cerrándose y las brasas anaranjadas calentando al rojo vivo un hierro en forma de garra, fueron suficiente como para que esas esperanzas se ahogasen y constriñesen de manera inmediata. El metal de los pasos alejándose no lograron acallar, ni ahogar, el dantesco sonido que dejaban atrás. El de la carne siendo chamuscada, junto con un alarido ahogado tanto por el bozal como la cruenta risa que se elevaba como un funesto eco.

Marcada.
#1
Moderador Yamato
Oden
Aquí OOOOOOOOOOden, bastante SAVAGE todo, me he puesto hasta nervioso... Aún así

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#2


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