¿Sabías que…?
... el autor de One Piece, Eichiro Oda, hay semanas en las que apenas duerme 3 horas al día para poder alcanzar la entrega del capitulo a tiempo.
[Autonarrada] { T2 } Conflicto [ I ]
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Invierno, año 714


Tras haber dejado la Isla Dawn detrás, Airgid se sentía diferente. La ingeniera en ciernes ya no era la misma chica que había llegado a la isla en busca de respuestas. Ya no era solo que había aprendido más acerca de lo que esperaba que se convirtiera en su profesión, es que le habían pasado muchísimas cosas, incontables anécdotas que le habían marcado. Empezando por su turbulento aprendizaje, el encuentro con aquel intimidante pero divertido tiburón, y finalmente el suceso del vertedero. No recordaba el nombre de aquel hombre tan grande que conoció, que la cautivó por completo, pero recordaba su acento, sus ojos, la forma de su barbilla... Le había buscado durante días, alargando su estancia de más en aquella isla, hasta que no pudo más. Tenía que volver, regresar a su isla natal, a Kilombo. Con una sensación agridulce en el estómago desembarcó en su hogar. Kilombo era tan distinta a Dawn, era más un pueblo con un bosque y un faro, mientras que la isla de la que venía era una gran ciudad que avanzaba cada vez más en su desarrollo industrial. Sintió la morriña por volver a estar en casa, pero a la vez entendió que no iba a poder quedarse en Kilombo para siempre. Que su corazón le pedía seguir viendo más allá.

Airgid no tenía una casa en el pueblo, ni deseaba tenerla. Ya era más una cuestión de costumbre que otra cosa. Ella y sus amigos eran huérfanos, toda la vida habían estado abandonados a su suerte, callejeando y teniendo que robar para sobrevivir, desamparados ante una sociedad que no les tendía mano alguna, hasta que se unieron. Formaron un grupito, y entre todos se montaron su propio refugio en el interior del bosque, pequeñas cabañas improvisadas y reforzadas con el paso de los años. Eran un total de siete, contando con Airgid, los que allí convivían, creciendo juntos y compartiendo su independencia. Nunca se habían sentido parte del pueblo, aunque ese sentimiento empezó a cambiar levemente en, al menos, el interior de la rubia. Era cierto que pasó muchos años en la vagabundez, cuando era más pequeña sobre todo, pero Tristan, el panadero, siempre le había guardado los molletes que sobraban al final del día. Leo, la bibliotecaria, cuando se enteró de que eran niños en su mayoría analfabetos, les prestó libros para que pudieran aprender. Y también estaba Ruger, el cocinero más antipático que jamás se había echado a la cara, pero que muchas veces les invitaba a hamburguesas con patatas. No, no estaba tan mal, Kilombo.

El grupo lo completaban Thanael, un chico fuerte y corpulento que había aprendido a cazar y recolectar lo que la naturaleza le ofrecía; Drystan, un joven reservado pero brillante con los mapas y los idiomas, siempre rodeado de libros; Kiro y Sable, dos hermanos mellizos que eran expertos en rastreo y camuflaje, además de su mascota Pistacho, un zorro del bosque; Niah, una chico que, a pesar de parecer frágil, tenía una gran habilidad con las plantas y los remedios naturales; y por último, Ivar, un muchacho especializado en el arte de la madera, el constructor que había montado aquel apañado refugio junto al trabajo del metal de Airgid. Ellos eran la pequeña familia de Airgid, la única que la rubia había llegado a conocer. El regreso de la ingeniera fue recibido como una celebración, con una pequeña fiesta en mitad del bosque, regresando poco a poco a la normalidad, a la rutina, a lo que había sido siempre su vida antes de la marcha a Dawn. Les contó por todo lo que había pasado, toda la gente que había conocido y lo mucho que había aprendido. Incluso comenzó a poner en práctica los conocimientos adquiridos, reparando viejas máquinas que antes le parecían todo un desafío y sin embargo, ahora comprendía.

Así fueron pasando los días, las semanas, llegando al frío invierno. Dicha estación siempre era complicada cuando se vivía a interperie, pero por suerte en algunas ocasiones podían refugiarse en el interior del faro cuando éste se encontraba deshabitado. Una de estas mañanas congeladas, Airgid se encontraba en el campamento, tratando de arreglar una estufita que funcionaba a base de pilas cuando de repente, entre el calmado silencio del bosque, escucharon un inusual bullicio proveniente del pueblo. Al principio no le dieron importancia, pero con el paso de los minutos no solo no cesó, sino que se volvió más estridente y llamativo, hasta que finalmente escucharon cómo la campana de la plaza resonaba por la isla. Kiro, siempre atento, fue el primero en alzar la cabeza. — Está pasando algo raro, lo huelo. — Olisqueó el ambiente con la nariz. La verdad es que ninguno de los presentes tenía un buen presentimiento. Se miraron entre sí, tornando serias las expresiones de sus rostros. Thanael, que siempre estaba dispuesto a actuar, fue el primero en ponerse de pie. — Amo al faro, desde allí podremo vé mejó si algo pasa en el pueblo. — No les quedaba lejos, y el claro que había en torno a la construcción les ofrecía una visión despejada de árboles y de bosque por el que poder ver si realmente ocurría algo. Pero Drystan, más cauto por naturaleza, se cruzó de brazos. — ¿Y qué? Ellos nunca se preocupan por nosotros. Vivimos aquí, en el bosque, apartados por una razón. No nos deben nada, ni nosotros a ellos. — Un silencio incómodo se instaló entre el grupo. Era cierto que muchos de sus habitantes los veían como chicos problemáticos, viviendo al margen de la sociedad.

Airgid fue la que se atrevió a romper el silencio, levantándose de su asiento frente a la estufa estropeada, limpiándose las manos con un trapo hecho con ropa vieja. Aunque compartía las dudas de Drystan, también sentía que algo dentro de ella que le empujaba a actuar. — Eso no é cierto. No del todo. ¿Qué pasa con Leo? Ella siempre nos ha ayudao. Drystan, la mitá de los libros que tienes son porque ella te los ha regalao. — El joven se encogió de hombros, ligeramente molesto, pues sabía que Airgid había dado en el clavo con su apunte. — ¿Y Ruger? Vale, é un gilipolla y un faltón, pero cada vé que íbamo a tocarle los huevos, el tío nos acababa dando una hamburguesa a cá uno, gratis. ¿Y si les está pasando algo a ellos? Por lo meno deberíamos ir a ver al faro, como dice Thanael. — Aquellas palabras parecieron haber removido algo en el interior de sus amigos, que no tardaron en ponerse también de pie. Drystan, obviamente, fue el último, cabezón hasta la médula. — Vale, vale... vamos a ver. — Sentenció, pues no iba a separarse de ellos.

Así que, sin perder más tiempo, se encaminaron al acantilado del faro, libre de la densidad del bosque y desde donde pudieron ver el pueblo en la distancia. Estaban un poco lejos, pero aún así, era bastante notable que estaba pasando algo raro, algo malo. Observaron humo, ruido generalizado, nubes de tierra levantada, y lo más preocupante: un barco nuevo que había atracado en el puerto, con una bandera negra ondeando en el mástil, encabezada por una pálida calavera. — Piratas. — Mencionó Sable, aunque tampoco había que ser un lince para darse cuenta. La tripulación parecía haber decidido que era una buena idea saquear una isla tranquila y pequeña como lo era Kilombo, donde no encontrarían demasiada resistencia. — ¿Qué hacen los marines? ¿Van a ir a ayudar o no? — Preguntó Ivar con cierto grado de agresividad en la voz, molesto ante la aparente calma de lo que era la seguridad de la isla. — Creo que... ya lo están intentando. — Divisó Kiro. Es cierto que la base de la marina de la isla no era demasiado grande, ni contaba con demasiados recursos para defender el pueblo. Estaban en ello, y aún así parecía estar bastante reñido. Y Kilombo era una isla con gran comercio, por lo que la mayoría de los hombres fuertes se encontraban fuera, pescando, ganándose la vida. — ¿Y ahora qué? — Preguntó Kiro, incidiendo en el problema. — ¿Vamos o no? — Estaba claro que quería participar, desde el primer momento. Airgid respiró profundamente. No tenía todas las respuestas, pero sabía que no podían quedarse al margen. — Mirá, no siempre hemos tenío una buena relación con este pueblo ni con su gente. Pero es nuestro hogar, nos guste má o nos guste meno. ¿Y vamo a dejá que uno comemierda destroce nuestra isla? Nah, ni de coña. Yo digo que vayamo. No es que seamo unos guerreros de la hostia, pero qué coño, sabemos defendernos. Yo voy. — Declaró finalmente la rubia. Los ojos miel de Airgid pudieron observar cómo se fueron dibujando leves sonrisas en los rostros de sus amigos, cada vez más grandes, más decididas. — ¡En nuestro pueblo solo robamos nosotros! — Soltó Niah, que había permanecido en silencio hasta ese momento. Todos soltaron una risilla cómplice. — ¡Y una polla vamo a dejá que esos mierda maten y quemen a nuestra gente! — Gritó Thanael, motivándoles aún más. — Vale, vale, creo que todos estamos de acuerdo. Pero no podemos ir allí a piñón, vamos a pensar un plan. — Decidió Ivar, siendo la voz de la conciencia.

Se reunieron en un círculo, discutiendo rápidamente un plan, pues no tenían mucho tiempo para debatir ni pensar. Usarían sus habilidades: Drystan y los mellizos trazarían un camino que les permitiera moverse por el pueblo sin ser detectados; Niah ayudaría a los heridos; Ivar y Thanael, los más diestros en el combate, se apoyarían el uno al otro en la primera línea de defensa, y finalmente, Airgid tenía un par de dispositivos preparados con los que dar más que una sorpresa a aquellos malhechores piratas.
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Moderador OppenGarphimer
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