Hay rumores sobre…
... una bestia enorme y terrible atemoriza a cualquier infeliz que se acerque a la Isla Momobami.
[Autonarrada] [A-T2] Un filo para defender
Alistair
Mochuelo
Datos de Aventura


El calendario finalmente marcó el último día de las cuatro temporadas de su estancia en ese lugar, un día agridulce por naturaleza. Después de todo, ¿Cuántos no llamaban hogar al sitio en el que habitaban a diario? ¿Y cuántos entre esos no extrañaban el calor del sitio, incluso si fuese un sitio perdido en medio de la nada? Pues este no lo era; el dojo del estilo Santoryu siempre había sido un lugar impecablemente cuidado por los discípulos del arte, meticulosamente coordinados por el maestro que ofrecía sus enseñanzas a quienes estaban dispuesto a aprenderlo, todo parte de la rutina de entrenamiento que imponía para fortalecer sus cuerpos. Lo hubiese hecho aunque la verdad hubiese sido diferente, y el único propósito de limpiar y encerar esos pisos fuera el de mantener impoluto el sitio. Un templo así, que estaba dispuesto a recibir forasteros de todo tipo sin hacer preguntas, merecía ese mínimo de respeto y dedicación. 

Su partida fue al amanecer, mucho antes de que cualquiera de los otros alumnos o el propio maestro estuviera de pie. Detrás de él, en la cama que había ocupado durante su tutelaje, una nota larga y emotiva reposaba en espera de ser encontrada y leída. Se había encariñado demasiado con el lugar y con sus integrantes, y no era una persona que se le diera bien los escenarios tristes o excesivamente dramáticos. Bueno... Quizá un poco de afinidad por los momentos dramáticos. No hacía falta que midiera palabra con los demás: La pequeña y personal celebración del día anterior por completar exitosamente su estancia a lo largo de las cuatro temporadas fue un recuerdo feliz en el que comunicó mas que suficiente de sus sentimientos hacia los demás. Los extrañaría, los quería como un hermano mayor puede querer a sus revoltosos hermanos pequeños, y el Dojo siempre guardaría un lugar especial en su corazón. Tanto así que, si algún día lo requería, allí estaría para dar su espada y su ser en defensa del Dojo y del Santoryu.

Pero incluso cuando pensaba que estaba solo en la salida del Dojo... Juraba que había sentido una presencia cercana, un presentimiento que no acababa de abandonarlo, además de una sombra difícil de percibir desplazándose por el rabillo de su ojo. ¿Podía ser su maestro...? No, seguramente no era nada. 
Con sus tres katanas sujetas por su cinturon, el Lunarian finalmente retomaría el recorrido por el que llegó en primer lugar: El camino a una de las masivas montañas de Sabertooth, donde se ubicaba el Dojo. 

Aunque el camino a la maestría del joven Alistair apenas estaba comenzando, era claramente una persona diferente al extraviado vagabundo que ese día llegó buscando ser más de lo que era en ese preciso instante. Se sentía listo para... intentar dar con el Ejercito Revolucionario nuevamente, e intentar nuevamente la prueba que hace poco más de un año no había conseguido aprobar; su razón de estar allí, su razón de aprender el Santoryu, todo eso habían sido ladrillos para construir el camino que le llevaría hasta las personas que, de una forma extraña, idealizaba.

Pero todo camino, por pulido o bien construido que pudiera ser, nunca podía escapar completamente de pequeños baches en el camino, o de molestas piedras que se metieran bajo el zapato de alguien para arruinarle el día. El grupo de tres hombres acosando a un hombre mayor fueron las molestas piedras en ese improvisado ejemplo. 

¡Ya te lo dije, viejo! Si quieres pasar, tienes que pagar el peaje. ¡No hay excepción a las normas! — Una voz carrasposa, varios tonos por debajo de lo que sería su tono natural por cuán forzada sonaba, acompañaba cada agresión del hombre regordete que se dedicaba a sacar "impuestos" de las personas que pasaban por el camino que el hombre había -metafóricamente, esperaba- meado encima como si fuese un perro reclamando territorio. Tan solo era otra rutina de ladrón extorsivo que intentaba rascar dinero donde no había. Un escenario que, aunque su rostro se rehusaba a enseñar una mueca de molestia en cuanto a las acciones deplorables, le revolvía las entrañas sin falta alguna. Ya había escuchado de los sujetos, y muy en el fondo esperaba que acabasen con ese circo antes de que apareciera alguien dispuesto a darles una paliza que se tenían bien merecida.

El hombre mayor se mostraba aterrado, con el culo en el suelo, temblando mientras las palabras se rehusaban a salir de su boca; ¿Quién no lo estaría cuando tres hombres armados le rodeaban y empezaban a exhibir sus rudimentarias armas? Al menos desde los ojos del civil, podía entenderlo como una terrible experiencia que merecía ser puesta a dormir. 

El Lunarian se acercó al hombre a paso tranquilo, hasta finalmente cerrar la suficiente distancia para colocar su mano en el hombro del contrario, aplicando un deje más de fuerza de lo necesario. Un agarre que, mediante grietas, dejaba salir la intolerancia que tenía hacia aprovecharse de personas indefensas. — No deberías portar armas en plena luz del día, puedes acabar lastimando a alguien. Mucho menos apuntarlas hacia un pobre hombre que a duras penas tendrá para su día a día. — Suspiró; incluso cuando sabía que podía ser una mala idea, quería ofrecerles una oportunidad de marcharse y que nadie saliese mal parado. Con un civil en medio además, pasaba el enorme riesgo de poner al abuelo en medio del fuego cruzado. Si podía desarmar el conflicto mucho antes de empezarlo, quizá todo sería para mejor; ya podría llamar a las autoridades para que se encargasen de ellos y no repitieran al día siguiente. 

Pero rara vez las cosas eran tan simples y salían tan bien. Tan solo escucharlo, parecía que una vena se iba a reventar en la frente del hombre. — ¿Qué dices tú, payaso? ¡Quítame la mano de encima! — Y de una violenta sacudida de su hombro, la mano de Alistair se vería forzada a alejarse. Ese plan había ido a parar al trastero directamente...

La atención del hombre regordete y sus dos lacayos inmediatamente pasó al ser alado, protegiendo su orgullo con su superioridad numérica y las armas que, él pensaba, le hacían invencible. Todos experimentaban ese subidón con su primera arma; tener tal poder en mano era intoxicante, un sentimiento que nunca debía apoderarse completamente de una mente o provocaría que hiciera tal sarta de estupideces hasta meterse en un lío grande. En este escenario, Alistair era ese lío grande. 

Ahora, el grupo de delincuentes humanos pasó a rodear al Lunarian mientras ojeaban las armas que colgaban de su cintura. Tres katanas de buena fabricación, que si bien no valían un dineral absurdo como las mejores, era un buen día de pago para ladrones de poca monta como ellos, que como mucho se harían unos 20.000 al día con las sobras de los locales. — Esos cuchillos que tienes ahí tienen buena pinta, ¿no estarás interesado en donárnoslas? Unas armas así pagan nos tendrán bien alimentados por meses. — Sin respuesta, el Lunarian solo observó a los hombres mientras buscaba una salida fácil a su situación. Nada, hombres así no escucharían ninguna cantidad de diplomacia. Solo pura y bruta violencia. 

¡Que sueltes las armas, desgraciado! ¡Te doy hasta 5 para dejarlas, arrodillarte pidiendo perdón por ignorar al gran Vance y largarte por donde viniste, o te vuelo la cabeza aquí mismo! ¡Uno! — Alistair suspiró en desaliento; que mal inicio para un día tan especial. — ¡Dos! — Su propia mano iría con tranquilidad a uno de sus bolsillo, tal que no reaccionaran agresivamente. — ¡Tres! — Y de su bolsillo, removería un puñado de Bellys, una pequeña parte de lo que había reunido para empezar su viaje. — ¡Cuatro! ¡Cinc-! — Y con un movimiento rápido, arrojó las cuentas al aire, dejando que los billetes volaran y se dispersaran por el escenario a su alrededor, algo que atrajo inmediatamente las miradas de los intentos de piratas. Una apertura imperdonable para cualquier combatiente. — ¡Mi dinero! ¡Que no se vuele!

Ensimismados con el dinero, estaban demasiado ocupados como para notar al Lunarian sujetar sus espadas y desenvainar dos de ellas, culminando en tres golpes rápidos a la nuca de cada uno con el lado romo de la espada, más que suficiente para hacerles perder la consciencia pero con la precisión quirúrgica para no romperles el cuello. No quería sangre ni víctimas en sus manos, al menos no de esa manera y por esa razón. Aunque una buena parte del dinero pudo recuperarlo fácilmente al vuelo, algunos billetes no tuvieron la misma fortuna al ser cortados mas allá de su utilidad por accidente. No le molestaba, era simple dinero que podía recuperar después; había sido un esclavo, y luego un vagabundo, el dinero era secundario para su persona. 

Enfundó sus armas y se acercó ahora al hombre mayor, tendiéndole la mano para que pudiera levantarse, algo que en un inicio reaccionó en miedo pero que luego aceptó con escepticismo. — ¿Estás herido? — El mayor negó con la cabeza, sin poder vociferar nada por la experiencia de hace un momento. — Si puedes caminar sin problema, te agradecería que llamaras a las autoridades locales para que se encarguen de ellos. Tan simplones como sean, siguen siendo gente peligrosa. Y por favor evita caminar solo por estos lugares; hay mucho ser despreciable dispuesto a aprovecharse de otros para su beneficio egoista. — Le dedicó una sonrisa, y con la misma espontaneidad que había llegado a la escena, se marchó a paso relajado. 

¡G-Gracias, muchas gracias! — Exclamó el abuelo a la distancia, por fin consiguiendo reunir los cabales para articular algo. El hombre parecía haber reunido fuerzas de donde no habían en su frágil cuerpo solo por intentar que esas palabras llegasen al ser alado.

El Lunarian no se giró hacia él, pero su sonrisa creció un poco ante el gesto de agradecimiento que el abuelo le dedicó. Levantó la mano sin detener su caminar, de espaldas al abuelo, despidiéndose a la distancia con un ademán en el que ondeaba su mano. En la mente de Alistair no había nada que agradecer, realmente; era solo un buen gesto de un buen samaritano, y lo mínimo que podía hacer para ayudar a alguien en problemas.
#1
Moderadora Perona
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