Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Diario] [Pasado] Una niñez como la de muchos
Henry
El Tirano Carmesí
Invierno del Año 715

Con apenas diez años ya tenía que esforzarme y ganar algo de dinero en las calles para alimentar a mi familia. Lo que mejor se me daba en aquél entonces era recoger flores a las afueras del pueblo y venderlas en el mismo. Pero con el inicio de invierno, solo encontraba alguna que otra planta rara con esperanzas de que a alguien le interese. 
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Aquella fría mañana me encontraba a las afueras del pueblo Rostock escarbando un poco de nieve para así ver que plantas o flores habrían debajo. Después de a duras penas llenar mi cesta de aquellas plantas no podía sentir los dedos de mis manos. Aquello empezaba a preocuparme, pero el pensar en mi pequeña hermana y en el resto de mi familia me daba fuerzas para seguir en lo mío.
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De regreso al pueblo no pude evitar mirar por las ventanas de las demás casas, dónde las demás familias convivan juntas y felices mientras pasaba aquél invierno. Aquello era algo que sin lugar a dudas envidiaba, pero no como para desearle el mal a nadie ni mucho menos, al final, me alegraba mucho por ellos.
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Al llegar al centro del pueblo me paré donde se juntaban los principales caminos, así tendría más chances de vender mis plantas. Gracias a una capa de piel que ne había dado mi mamá podía afrontar aquellos fríos, aunque de por si solía tolerar muy bien el frío. A pesar de que el tiempo pasaba no podría decir lo mismo de la gente, pues todos estaban en casa.
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A pesar de la nula clientela ir a casa era algo que no me podía permitir, no sin antes haber vendido algo. Al pasar el rato pude ver a lo lejos como un grupo de tres se acercaba cada vez más, parecían tener solo un par de años mayor a mí. Yo miré aquello con emoción, pues finalmente podría convencer a alguien de comprar mis plantas, aunque la realidad sería muy diferente.
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 - ¡Hey chaval! ¿Que haces aquí parado con este frío? -
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 - ¿Estoy vendiendo flores y unas plantas muy interesantes señor, les gustaría echarles un vistazo? -
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Mi inocente mente solo podía pensar en el dinero que traería a casa aquél día, sin darse cuenta de lo que pasaría en aquél instante. Después de hacer mi oferta aquél joven me levantó en peso agarrándome por la camisa mientras reía junto a su grupo de amigos.
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 - ¡jajajaja! ¿Vendiendo? ¿Eso quiere decir que tienes dinero no? ¡A ver, suelta algo interesante capullo! -
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Aquél chico no paraba de zarandearme de un lado al otro, esperando que algo de dinero cayese de mis ropas. Al ver que en realidad no tenía ni para caerme muerto, decidió golpearme en el estómago y tomar tanto mi cesta como la capa de mi madre.
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 - ¡Supongo que esto pagará por tí jajajaja! -
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El dolor en mi abdomen era tanto que no podía levantarme del piso. No hacía más que preguntarme una y otra vez "¿Porqué?" ¿Porqué todo aquello me pasaba a mi y a mi familia? Aunque solo bastó con pensar en ello para que la llama de la justicia, o venganza disfrazada, ardiera en mí.
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Me levanté de aquél suelo helado y corrí hacia mi casa determinado a hacer pagar a aquellos que me hicieron sufrir. Abrí la puerta con rapidez y sin entablar conversación alguna tomé un cuchillo de la cocina y corrí de vuelta a donde se me trató como basura. Una vez allí no pude hacer más que mirar a todos lados, esperando a que esos chicos se mostraran de nuevo.
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Al pasar el rato me di cuenta de que eso no pasaría, así que se me ocurrió ir en la dirección desde que los vi venir por primera vez y desde ahí intentar encontrarlos. Para mi suerte, sus pisadas aún eran algo visibles, así que les seguí el rasto. Luego de un par de minutos de rastreo pude escuchar sus voces relativamente cercanas en un pasillo que había entre dos casas.
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Aquél fué un día muy intenso para mi yo de diez años. Viví mi primer encuentro con verdadera violencia al igual que sentí por primera vez lo que era impartir justicia. Afortunadamente nada pasó a mayores, pues ante un filoso cuchillo aquellos chicos no hicieron más que devolverme mis cosas y hasta me dieron algo de su dinero, el cual pude dar a mi familia muy felizmente.
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