Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Autonarrada] [T2] Rastreando a la Rata. PT3
Ubben Sangrenegra
Loki
Ahí estaba el bribón, fumando un cigarrillo mientras observaba al inconsciente usurpador atado a una silla, el rostro hinchado y marcado tras la brutal paliza que le había propinado el moreno de cabellos blancos. Ubben contemplaba a aquel pobre diablo, con su mente trabajando a toda velocidad, calculando cómo cobrarse la osadía de aquel miserable que se había atrevido a usar su nombre para cometer crímenes. Con cada bocanada de humo que exhalaba, el peliblanco evaluaba sus opciones... la muerte, un destino rápido y definitivo, eliminaría el problema, sin duda, pero algo en él deseaba un castigo más duradero, algo que dejara una marca en el impostor y en cualquiera que pudiera pensar en repetir su error.

Acabar con su vida no le enseñará nada... pero dejarle una lección grabada en la piel, eso sí le hará recordar quién soy— pensó Ubben, una oscura chispa encendiéndose en su mirada dorada. Decidió que el miserable seguiría respirando, pero no se iría sin una secuela permanente, una advertencia que resonara en los rincones oscuros de la ciudad, donde las almas más desalmadas susurrasen el nombre de Ubben Sangrenegra con temor. Tomó su peluca negra, esa que solía usar para adoptar la identidad de Hyagül Rolson, y se la colocó, ocultando su característica melena blanca. Luego dejó su tricornio y su abrigo en una habitación contigua para evitar ser reconocido por su vestimenta. Todo estaba listo; solo quedaba esperar a que el impostor despertara, y Ubben lo haría en su papel de Hyagül, un desconocido peligroso dispuesto a cobrar viejas deudas. Se sentó frente al tipo, quien, aún inconsciente, no sospechaba el infierno que le esperaba.

Un leve gemido precedió al lento abrir de ojos del impostor. Lo primero que vio fue al "pelinegro de ojos dorados" sentado frente a él, vendándose los nudillos con una calma escalofriante y con dos cuchillos brillando sobre una mesa cercana. Al darse cuenta de su situación, el impostor comenzó a sacudirse en la silla, forcejeando para liberarse, pero fue en vano. Ubben esbozó una sonrisa torcida, casi burlona, antes de dejar escapar un —Sate, sate, sate...— murmuró con despreocupación, clavando sus ojos dorados en el hombre amarrado —¿Qué tenemos aquí?... ¿No es el mismísimo Ubben Sangrenegra?— El impostor se tensó, y aunque intentaba gritar, la mordaza en su boca silenciaba sus palabras de pánico. 

Ubben se levantó con calma, acercándose a él con paso lento, calculador, como un depredador que se toma su tiempo para disfrutar de su presa. —Vengo a cobrar un par de cosas...— su voz era baja y amenazante —Parece que nuestro querido Sangrenegra le tocó las pelotas a la gente equivocada, robando y amenazando a quien no debía en territorios que no le pertenecen.— Ubben le dio un golpe seco en el estómago, observando cómo el impostor intentaba encogerse de dolor, pero las cuerdas no le permitían moverse. El bribón sonrió, satisfecho de ver el terror en su cara —Pero bueno, no necesito decirte qué hiciste mal, ¿verdad? Cada quien conoce sus pecados, ¿no?— El moreno tomó uno de los cuchillos y lo presionó ligeramente contra la mejilla del impostor, quien empezó a sudar y a temblar, tratando de alejar su rostro. La punta fría del acero era una promesa tácita de lo que podía venir. Ubben, satisfecho, retiró la mordaza para oír lo que tenía que decir.

¡No soy Ubben! ¡No soy él!— Gritó el impostor, los ojos desorbitados por el miedo mientras las lágrimas comenzaban a recorrerle las mejillas —Solo... solo me hice pasar por él, ¡ni siquiera sé qué les hizo! ¡Por favor, déjenme ir, les juro que no soy Ubben!— Ubben soltó una risa áspera, llena de burla y desprecio, disfrutando de cada segundo de la humillación de aquel ladrón de poca monta. —Oh, claro que lo sé... sé que no eres Ubben— replicó, dejando caer la peluca negra al suelo, revelando su cabellera blanca en todo su esplendor —Yo soy Ubben Sangrenegra.— La revelación golpeó al impostor como un mazo, y antes de que pudiera reaccionar, Ubben alzó el cuchillo y, con un movimiento preciso y despiadado, seccionó dos dedos de la mano derecha del impostor. Los gritos desgarradores del hombre resonaron en la pequeña habitación, sus dedos ensangrentados rodando por el suelo, mientras el dolor y el horror se apoderaban de su rostro.

Ubben se inclinó hacia él, su expresión dura e implacable. —Nunca olvides mi rostro— le dijo, su voz un susurro frío que calaba hasta los huesos —Y asegúrate de que todos esos ladrones de poca monta sepan que si se atreven a usar el nombre de Ubben Sangrenegra... terminarán peor que tú.— Los sollozos y los lamentos del impostor llenaban la habitación, pero Ubben los ignoró por completo. Se puso de pie con la misma calma con la que había comenzado, tomó su tricorne y su abrigo, y arrastró al hombre hasta la puerta, dejándolo tirado en la entrada de la casa con las manos amarradas. Se aseguró de trabar la puerta, lo justo para que alguien lo encontrara en algún momento, mientras él se alejaba, la satisfacción reflejada en su semblante.

Nadie ensuciaría su nombre otra vez.
#1
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