Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
[Autonarrada] [T2] La obra maestra
Octojin
El terror blanco
Las primeras luces de la mañana en Loguetown apenas lograban disipar la niebla marina cuando Octojin se encaminó hacia el astillero. Los días de trabajo sin descanso y las largas noches dedicadas a los planos, detalles, retoques, embellecimientos y todas las mejoras empleadas, habían dejado su marca en él, pero eso ya formaba parte del pasado. Habían ocurrido innumerables historias alrededor del barco de la L-42. Y ninguna había conseguido detener la ambición que el escualo mostraba por ello. Desde mafiosos extorsionando el astillero, a piratas asaltando el cargamento de madera antes de llegar al muelle, a delincuentes intentando robar dentro del propio astillero. Pero todo había sido subsanado antes de que fuese un gran problema. Y ahora, después de días de complicados y laboriosos trabajos, la luz estaba muy cerca.

El tiburón irradiaba una energía y una emoción contenida que solo aumentaban con cada paso que daba. Aquella jornada sería especial. Después de tantas aventuras y batallas, de tantos sacrificios y planes, el barco de la brigada L-42 estaba a punto de ver la luz en su forma definitiva. Solo restaban los últimos detalles, un par de retoques y, por fin, la pieza más importante: el mascarón de proa.

Cuando llegó, los carpinteros ya estaban allí, expectantes y listos para finalizar todos los trabajos que habían empezado. Tantas horas juntas habían desencadenado en multitud de lazos entre ellos, que habían compartido trabajos, comidas, y demás hechos, creando una unión cada vez mayor. El mundo de los carpinteros era ciertamente fascinante.

Las maderas del casco brillaban bajo la luz temprana, recién pulidas y barnizadas; el velamen estaba cuidadosamente doblado y preparado, esperando ansioso el momento de desplegarse. Octojin caminó a paso lento alrededor del barco con una mezcla de orgullo y satisfacción, inspeccionando los detalles finales y acariciando cada trozo de madera, sintiendo como si tuviera vida propia. Todo debía estar perfecto cuando sus compañeros de brigada viesen aquél majestuoso barco. Los carpinteros lo siguieron con respeto, conscientes de que aquel proyecto significaba mucho más que un simple barco para él, y a sabiendas de que era otro hijo que tenían, como cada barco que hacían de cero.

El gyojin se detuvo en un costado del casco, observando cómo uno de los carpinteros repasaba las líneas doradas y los detalles en azul que adornaban la embarcación. Debían cuidar los detalles de las alas y el escudo en la popa si querían que el barco fuese uno legendario, de una calidad muy superior a la media. Sabía que cada elemento en el diseño del barco debía tener su propósito, y se había asegurado de que la nave no solo fuera fuerte, sino también elegante, simbólica y sobre todo, rápida. Cada detalle estaba milimétricamente cuidado, y esperaba que así lo viesen los demás.

Los carpinteros, ya familiarizados con su meticulosidad, seguían sus indicaciones al pie de la letra, aplicando los últimos toques de pintura y ajustando los herrajes para que cada detalle brillara con una perfección digna de la brigada. Habían conseguido hacer un equipo bastante profesional y que rozaba la perfección en cada movimiento. Cuando uno veía un desperfecto pronto lo comunicaba y entre todos lo solucionaban. Y esa manera de trabajar era la que seguía el tiburón, que en más de una ocasión había visto algún error que se les había pasado por alto.

Los cañones, pulidos y reforzados, estaban colocados en sus soportes, listos para defender el barco en cualquier enfrentamiento. En la cubierta, los mástiles se alzaban imponentes, y la línea del barco, curva y potente, parecía diseñada para cortar las olas como un cuchillo cortaba la mantequilla. Los ojos del gyojin estaban más húmedos que de costumbre. Por fin su sueño se estaba consiguiendo. La embarcación con la que siempre había soñado estaba a punto de salir a la luz.

Viendo que todo estaba controlado por allí y que los carpinteros del astillero eran muy profesionales, Octojin se volvió hacia la pieza que lo había mantenido despierto tantas noches: el mascarón de proa. Su obra maestra. Él mismo había trabajado en esa figura durante semanas, cuidando cada detalle, tallando y puliendo la madera hasta darle forma a aquella imponente avispa que representaba a Ray, al que habían elegido como el representante de la brigada, y como tal, debía tener su hueco en el mascarón. Con un suspiro de satisfacción, el gyojin se acercó a la figura, pasando su mano áspera por la superficie del mascarón, sintiendo el peso y la fortaleza de su creación.

El rostro de la avispa, feroz y agresivo, parecía casi cobrar vida bajo su toque. La cabellera blanca y salvaje caía desordenada alrededor de la cabeza de la criatura, evocando a Ray y su espíritu indomable. La expresión de furia y los colmillos afilados que sobresalían le daban una apariencia temible. Se había basado en sus propios dientes para hacer los de la avispa, representándose a sí mismo a través de ellos. Como si fuera parte del propio Ray, o lo que quería simbolizar, como si ambos fuesen uno solo. Los ojos de un azul intenso de la avispa parecían mirar directamente al horizonte, como si desafiara al mundo entero.

Aquella avispa también tenía unos cuernos oscuros y curvados hacia arriba que le aportaban un toque demoníaco, un símbolo de Camille y su valentía. Era una figura que, aunque estática, parecía respirar la esencia de la banda. Las franjas azules y blancas que cubrían el cuerpo del mascarón le conferían una apariencia de avispa, pero con un aire salvaje, que reflejaba la naturaleza bestial de la criatura.

Octojin repasó las alas con esmero, asegurándose de que los detalles estuvieran perfectos. Eran alas que simulaban las de un fénix, con toques de azul y un aspecto robusto, listas para cortar el viento o intimidar a cualquiera que se cruzara en su camino. Para él, esas alas representaban a Atlas, al amigo que siempre había estado ahí, dispuesto a cubrirles la espalda en los momentos más oscuros.

Finalmente, observó la mano de la figura, donde la avispa sostenía una katana adornada en tonos dorados y negros, un guiño a Takahiro y su maestría con la espada. La postura del mascarón, desafiante y poderosa, era una clara advertencia para cualquier enemigo que se atreviera a cruzarse con ellos en alta mar. Con cada rasgo, Octojin había buscado reflejar el espíritu de la L-42, y al ver el resultado, una mezcla de orgullo y emoción se apoderó de él.

Y solo quedaba un detalle que representaría a Masao. Había encargado tallar una estampita de madera, la cual atarían a la katana, y con la cual, según el propio humano, estarían protegidos por la gracia del señor. Como el escualo no tenía ningún conocimiento sobre aquella extraña forma de vida, y tampoco podría obtener información alguna de los libros al no poder leer, decidió que sería el propio Masao quien le acompañaría un día en el taller para plasmar unos bocetos y posteriormente tallar la estampita en la madera.

Con la ayuda de los carpinteros, Octojin y su equipo elevaron la figura hasta la proa del barco. El gyojin daba indicaciones, asegurándose de que el mascarón estuviera perfectamente colocado y alineado en el centro. Con cada movimiento de la cuerda y cada golpe de martillo, sentía cómo su creación tomaba forma definitiva, y el barco adquiría una personalidad única, aquella que realmente merecía.

Una vez instalado, Octojin retrocedió unos pasos y observó su obra desde abajo. La avispa, imponente y majestuosa, parecía mirar al horizonte, lista para enfrentar cualquier tormenta o enemigo. Era el rostro de la L-42, y Octojin sabía que aquel mascarón representaba algo más que una figura decorativa: era el símbolo de una banda unida, fuerte y determinada.



Mientras el gyojin admiraba el resultado de su arduo trabajo, escuchó unos pasos detrás de él. Al volverse, vio a la capitana Montpellier acercarse, sus ojos estaban completamente fijos en el barco y en el imponente mascarón de proa que lo adornaba. Su expresión era de asombro y admiración, y cuando llegó hasta Octojin, se quedó sin palabras por unos momentos.

—Octojin… esto es… increíble —murmuró, con la voz cargada de emoción. Aquel barco, el fruto de tantos meses de trabajo y de esfuerzo, había superado cualquier expectativa. Con una sonrisa de orgullo, Octojin se apartó un poco para dejarle ver el mascarón más de cerca.

La capitana se acercó a la proa y estudió la figura, notando cada detalle, cada símbolo que representaba a los miembros de su tripulación. La avispa, con su expresión feroz y desafiante, capturaba perfectamente el espíritu de la banda, y cada elemento de su diseño reflejaba la esencia de sus compañeros. La capitana levantó la vista hacia él, con una mezcla de respeto y gratitud en su mirada.

—Has hecho un trabajo excepcional, Octojin —dijo finalmente, y sin previo aviso, se lanzó a darle la mano. El gyojin, sorprendido al principio, aceptó el gesto, sintiendo que todo el esfuerzo y las largas horas de trabajo habían valido la pena. No había visto que la capitana reconociese el trabajo de alguien a la ligera, así que aquello significó bastante para él.

—Esto es para la L-42. No saben aún que ya está listo, así que te agradecería si no les cuentas nada, quiero que sea una sorpresa —respondió Octojin con orgullo. Sabía que aquel barco sería su hogar, el lugar desde donde lucharían juntos, y ver la reacción de la capitana le hizo sentir que había cumplido con su propósito.



Con el mascarón en su lugar y el barco finalmente terminado, Octojin y los carpinteros dieron un último recorrido por la cubierta, asegurándose de que todo estuviera listo para zarpar. La tripulación y los amigos se reunirían pronto, y la capitana se encargaría de dar el primer discurso en honor a la nueva nave y al esfuerzo de todos los que habían participado en su construcción.

A medida que el sol se alzaba en el horizonte, bañando el puerto de Loguetown con una cálida luz dorada, el barco de la L-42 brillaba con un aura de poder y determinación. Las olas golpeaban suavemente el casco, como si el mar mismo diera su bendición a la embarcación. Octojin observó su creación una última vez, sintiendo que aquel barco era algo más que madera y velas. Era un símbolo de libertad, de camaradería y de la voluntad de luchar por un futuro mejor.

Con una última sonrisa, Octojin se alejó de la proa, sabiendo que aquel barco, con su imponente mascarón de proa, navegaría los mares como el legado de la L-42 y todos los sueños que compartían.
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Moderador OppenGarphimer
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