Silver D. Syxel
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08-11-2024, 01:46 AM
La mañana avanzaba lentamente desde el enfrentamiento en el callejón. Silver D. Syxel se movía con paso seguro por las calles del Pueblo de Rostock, sin dejar de observar su entorno. La piedra con inscripciones extrañas que había obtenido en la subasta seguía siendo un enigma. No tenía la más mínima idea de que significaban los grabados, pero intuía que el objeto no era una simple baratija. Para descubrir más, necesitaría ayuda.
Los rumores en el puerto hablaban de un coleccionista de artefactos antiguos, alguien familiarizado con símbolos y lenguas olvidadas. Este hombre, conocido como Bailen, tenía reputación de obsesionarse con objetos poco comunes y leyendas locales, cobrando precios exorbitantes por sus servicios. La gente decía que le interesaba más lo que una reliquia representaba para ciertos fanáticos que su valor real.
Syxel llegó a la dirección que le habían indicado: una vieja casona de aspecto abandonado, oculta tras un callejón húmedo y sombrío. Las ventanas estaban cubiertas de tablas, y la puerta de madera desgastada parecía haber visto tiempos mejores. El capitán se detuvo, observando el edificio antes de tocar. Parecía más una trampa que un refugio para un experto en antigüedades.
—Espero que sepa lo que hace... —murmuró, golpeando la puerta con firmeza.
Después de unos segundos, el sonido de cerrojos deslizándose se hizo eco detrás de la puerta, y un hombre menudo con ojos curiosos asomó la cabeza por una rendija. Llevaba lentes gruesos, dándole un aire excéntrico. Sin decir nada, lo evaluó de arriba abajo, como si intentara leer las intenciones de su visitante.
—¿Vienes por negocios o reclamaciones? —preguntó en tono agudo y desconfiado.
Silver mostró una sonrisa astuta, levantando la caja en la que guardaba la piedra.
—Eso depende de lo que tengas que ofrecerme —respondió.
El hombre asintió, abriendo la puerta y permitiéndole pasar. Syxel entró en la penumbra de la casa, cuyos pasillos estaban cubiertos de polvo y llenos de sombras. A su alrededor, figuraban tallas, extrañas estatuas y otros objetos, todos apilados y desordenados. El aire olía a madera vieja y especias desconocidas.
Finalmente, llegaron a una sala iluminada tenuemente, donde una mesa baja estaba cubierta de papeles, libros y mapas desordenados. Tras ella, Bailen lo observaba con una expresión de curiosidad. Era un hombre de mediana edad, delgado, con barba descuidada y un par de ojos brillantes que parecían analizar cada detalle de la caja que traía el capitán.
—¿Me traes algo interesante? —cuestionó Bailen con voz ronca, señalando la caja con un gesto impaciente.
Syxel la dejó sobre la mesa y la abrió, revelando la piedra envuelta en un paño de terciopelo. Bailen se inclinó hacia adelante, con sus dedos largos y nerviosos recorriendo la superficie de la piedra, como si quisiera absorber cada detalle de las inscripciones. Con cuidado, retiró la tela y sostuvo la piedra bajo la luz, susurrando para sí mismo mientras examinaba los grabados.
—Es más antigua de lo que pensé —murmuró, completamente absorto—. Estas inscripciones… no se ven todos los días. Este tipo de símbolos se relacionan a menudo con cultos y creencias locales, antiguas y algo... peculiares.
Lo observaba en silencio, evaluando cada palabra, intentando distinguir si el interés de Bailen era genuino o parte de algún truco para inflar su precio. Sin embargo, el brillo en los ojos del coleccionista parecía auténtico.
—¿Y qué puedes contarme sobre todo eso? —preguntó finalmente, con los brazos cruzados y una sonrisa paciente.
Bailen le hizo un gesto para que se acercara, señalando las marcas en la superficie de la piedra.
—Las he visto antes en ciertos textos —dijo en voz baja—. En realidad, esta piedra podría estar vinculada a un antiguo grupo en la isla, personas que creen en rituales y en preservar las "reliquias" de sus antepasados. Aunque, siendo sincero, más que poderes reales, sus creencias se basan en historias… y en supersticiones.
Syxel sonrió con ironía.
—¿Y me sugieres que trate con ellos?
Bailen negó con la cabeza, aunque su mirada se oscureció.
—No te estoy sugiriendo nada. Solo te informo de que este tipo de reliquias tienden a provocar ciertos... problemas. Las inscripciones mencionan lugares donde estos seguidores creen que las piedras deben guardarse y venerarse. Y, si buscas más respuestas, podrías visitar el templo en las afueras de la isla, donde mantienen ciertos objetos y escritos. Claro que... eso implica riesgos. Pero nada que un hombre como tú no pueda manejar, ¿verdad?
El capitán soltó una carcajada leve y tomó la piedra de nuevo, guardándola en la caja.
—Los riesgos no me asustan —dijo con su habitual sonrisa confiada—. Si ese templo puede ofrecerme más pistas, daré una vuelta por ahí.
Finalizada la conversación, abandonó la casona sin mirar atrás, adentrándose de nuevo en las calles de Rostock. El mercado seguía igual de bullicioso, pero sus pensamientos estaban en las palabras del coleccionista y en el extraño culto que parecía estar vinculado a la piedra. La reliquia despertaba interés en esos fanáticos, pero todavía no estaba seguro del por qué.
Mientras caminaba por los callejones que llevaban al exterior del pueblo, el viento marino le despejó la mente. No podía negar que la curiosidad lo estaba consumiendo, y esa sensación le resultaba familiar y adictiva. Observó el horizonte y el mar extendiéndose frente a él, en calma.
—Parece que esto será más entretenido de lo que esperaba...
Los rumores en el puerto hablaban de un coleccionista de artefactos antiguos, alguien familiarizado con símbolos y lenguas olvidadas. Este hombre, conocido como Bailen, tenía reputación de obsesionarse con objetos poco comunes y leyendas locales, cobrando precios exorbitantes por sus servicios. La gente decía que le interesaba más lo que una reliquia representaba para ciertos fanáticos que su valor real.
Syxel llegó a la dirección que le habían indicado: una vieja casona de aspecto abandonado, oculta tras un callejón húmedo y sombrío. Las ventanas estaban cubiertas de tablas, y la puerta de madera desgastada parecía haber visto tiempos mejores. El capitán se detuvo, observando el edificio antes de tocar. Parecía más una trampa que un refugio para un experto en antigüedades.
—Espero que sepa lo que hace... —murmuró, golpeando la puerta con firmeza.
Después de unos segundos, el sonido de cerrojos deslizándose se hizo eco detrás de la puerta, y un hombre menudo con ojos curiosos asomó la cabeza por una rendija. Llevaba lentes gruesos, dándole un aire excéntrico. Sin decir nada, lo evaluó de arriba abajo, como si intentara leer las intenciones de su visitante.
—¿Vienes por negocios o reclamaciones? —preguntó en tono agudo y desconfiado.
Silver mostró una sonrisa astuta, levantando la caja en la que guardaba la piedra.
—Eso depende de lo que tengas que ofrecerme —respondió.
El hombre asintió, abriendo la puerta y permitiéndole pasar. Syxel entró en la penumbra de la casa, cuyos pasillos estaban cubiertos de polvo y llenos de sombras. A su alrededor, figuraban tallas, extrañas estatuas y otros objetos, todos apilados y desordenados. El aire olía a madera vieja y especias desconocidas.
Finalmente, llegaron a una sala iluminada tenuemente, donde una mesa baja estaba cubierta de papeles, libros y mapas desordenados. Tras ella, Bailen lo observaba con una expresión de curiosidad. Era un hombre de mediana edad, delgado, con barba descuidada y un par de ojos brillantes que parecían analizar cada detalle de la caja que traía el capitán.
—¿Me traes algo interesante? —cuestionó Bailen con voz ronca, señalando la caja con un gesto impaciente.
Syxel la dejó sobre la mesa y la abrió, revelando la piedra envuelta en un paño de terciopelo. Bailen se inclinó hacia adelante, con sus dedos largos y nerviosos recorriendo la superficie de la piedra, como si quisiera absorber cada detalle de las inscripciones. Con cuidado, retiró la tela y sostuvo la piedra bajo la luz, susurrando para sí mismo mientras examinaba los grabados.
—Es más antigua de lo que pensé —murmuró, completamente absorto—. Estas inscripciones… no se ven todos los días. Este tipo de símbolos se relacionan a menudo con cultos y creencias locales, antiguas y algo... peculiares.
Lo observaba en silencio, evaluando cada palabra, intentando distinguir si el interés de Bailen era genuino o parte de algún truco para inflar su precio. Sin embargo, el brillo en los ojos del coleccionista parecía auténtico.
—¿Y qué puedes contarme sobre todo eso? —preguntó finalmente, con los brazos cruzados y una sonrisa paciente.
Bailen le hizo un gesto para que se acercara, señalando las marcas en la superficie de la piedra.
—Las he visto antes en ciertos textos —dijo en voz baja—. En realidad, esta piedra podría estar vinculada a un antiguo grupo en la isla, personas que creen en rituales y en preservar las "reliquias" de sus antepasados. Aunque, siendo sincero, más que poderes reales, sus creencias se basan en historias… y en supersticiones.
Syxel sonrió con ironía.
—¿Y me sugieres que trate con ellos?
Bailen negó con la cabeza, aunque su mirada se oscureció.
—No te estoy sugiriendo nada. Solo te informo de que este tipo de reliquias tienden a provocar ciertos... problemas. Las inscripciones mencionan lugares donde estos seguidores creen que las piedras deben guardarse y venerarse. Y, si buscas más respuestas, podrías visitar el templo en las afueras de la isla, donde mantienen ciertos objetos y escritos. Claro que... eso implica riesgos. Pero nada que un hombre como tú no pueda manejar, ¿verdad?
El capitán soltó una carcajada leve y tomó la piedra de nuevo, guardándola en la caja.
—Los riesgos no me asustan —dijo con su habitual sonrisa confiada—. Si ese templo puede ofrecerme más pistas, daré una vuelta por ahí.
Finalizada la conversación, abandonó la casona sin mirar atrás, adentrándose de nuevo en las calles de Rostock. El mercado seguía igual de bullicioso, pero sus pensamientos estaban en las palabras del coleccionista y en el extraño culto que parecía estar vinculado a la piedra. La reliquia despertaba interés en esos fanáticos, pero todavía no estaba seguro del por qué.
Mientras caminaba por los callejones que llevaban al exterior del pueblo, el viento marino le despejó la mente. No podía negar que la curiosidad lo estaba consumiendo, y esa sensación le resultaba familiar y adictiva. Observó el horizonte y el mar extendiéndose frente a él, en calma.
—Parece que esto será más entretenido de lo que esperaba...